—Si tu propio esposo te acusó de traición, es porque seguramente lo eres. Astrid se incorporó con rapidez, frotándose el cuello, y lanzó una mirada feroz. —¡No te atrevas a dudar de mi honor! —rugió—. He sido muchas cosas, pero jamás una traidora. Mi único pecado fue amar a un hombre que nunca me quiso. Astrid, la ex reina del Reino del Viento, fue traicionada por Magnus, su esposo y Alfa. Él la envenenó, maldiciéndola con la infertilidad, y la desterró. Humillada y rota, Astrid vaga sin rumbo, creyendo que su vida ha terminado. Pero el destino tiene otros planes. Ronan, un Alfa temido y rival de Magnus, aparece en su camino. —No eres lo que dicen de ti. Eres más fuerte de lo que crees. Ronan ve en Astrid no solo una guerrera, sino una MADRE PARA SUS CACHORROS
Leer másASTRIDRonan me había pedido que no hablara con Naia, que dejara todo como estaba… pero eso era imposible. Esa mujer vivía bajo el mismo techo que yo, caminaba por los mismos pasillos, respiraba el mismo aire.Me detuve frente a la puerta de la habitación de Naia. Lila me miró con una mezcla de preocupación y lealtad absoluta.—Quédate aquí —le pedí—. Si alguien se acerca… avísame. Lila asintió, aunque sé que no le gustó la idea.Tomé una bocanada de aire, mi mano tembló un segundo antes de tocar el picaporte. Lo giré.Naia estaba sentada junto a la ventana, un libro abierto en las manos. Lucía tranquila, incluso serena. No parecía una amenaza. Y sin embargo… lo era.Levantó la mirada al sentir mi presencia.—Hola —dijo, con una sonrisa amable.—Hola —respondí con frialdad mientras cerraba la puerta detrás de mí.—Tú debes ser Astrid —dijo, cerrando el libro—. La esposa de Ronan.Asentí, manteniéndome firme. —Así es.—Entonces eres la que cuida de mis hijos —añadió.—Yo soy su madre
MAGNUSEl silencio de mi oficina era espeso, casi sólido. Solo el crujido del papel entre mis dedos me mantenía anclado al presente.—Buen trabajo —le dije al beta que acababa de dejar el informe sobre la mesa. Lo hojeé sin levantar la mirada—. Puedes irte, está todo en orden.—Gracias, Alfa —dijo con una leve inclinación antes de salir. La puerta se cerró con un clic seco.Me quedé ahí, solo. El crepitar bajo el vaso de whisky, los últimos hielos derritiéndose, marcaban un ritmo lento y quebrado.Llevé el vaso a mis labios, el líquido bajó como fuego por mi garganta. Lo necesitaba. La noche pesaba demasiado y el recuerdo de ella… más aún.Entonces, sin previo aviso, la puerta volvió a abrirse.La vi. Sigrid.Estaba envuelta en una bata negra, ligera, apenas sostenida por un nudo perezoso a la altura de su cintura. Bajo la luz cálida de las lámparas, su piel brillaba como si ardiera por dentro.—¿Interrumpo? —preguntó, con esa voz baja que sabía usar cuando quería manipularme.No resp
ASTRIDNo hizo falta que Ronan dijera más. Apenas susurró ese nombre —Naia— y todo se me revolvió por dentro.La mujer que yacía en la cama, pálida, con la respiración débil pero viva… era su esposa. La madre de Lucian. La madre de Freya.Sentí un nudo caliente subir por mi garganta, no de celos, ni siquiera de miedo. Fue algo más crudo. Confusión, sorpresa. Y sí… también una punzada de dolor.Y entonces, antes de que pudiera moverme, escuché pasos corriendo.—¡Mamá! —La voz de Freya resonó como un trueno en la habitación. La niña se lanzó a los brazos de la mujer sin pensarlo, ignorando a todos. —Mi pequeña princesa… —susurró Naia, con una ternura que me descolocó. Sus manos delgadas acariciaron el cabello de Freya como si el tiempo no hubiera pasado.Me giré hacia la puerta. Allí estaba Lucian, estático. Sus ojos negros abiertos de par en par, el cuerpo tenso como una cuerda a punto de romperse. Naia lo miró. Le sonrió con suavidad.—Lucian… ven, hijo. Ven conmigo.Pero Lucian no s
RONANEl salón de estrategia estaba en silencio. Rambo revisaba unos mapas extendidos sobre la mesa, mientras Livia tallaba con su uña el brazo de su silla con fastidio. Sentía la tensión en el aire incluso antes de abrir la boca, pero ya no me importaba.—Tengo que ir a una de las aldeas más lejanas —les dije, cruzando los brazos—. Una de las que colindan con la frontera del Reino del Agua. Han habido reportes de incursiones, y necesito asegurarme de que todo esté en orden.Rambo alzó la mirada. —¿Irás solo?—No —respondí.—Entonces yo te acompaño —dijo Livia, al instante. Su tono fue más una afirmación que una sugerencia.Negué con la cabeza, firme. —No, Livia. Astrid vendrá conmigo.El silencio fue absoluto durante dos segundos. Luego, como un trueno en mitad de una noche tranquila, explotó.—¿Astrid? —escupió su nombre como si le dejara un mal sabor en la boca—. ¿Ahora te interesa la luna falsa?Mantuve mi expresión inmutable, pero cada palabra suya me atravesaba los nervios.—A
ASTRIDMe quedé muda.Las palabras me temblaban en la garganta, todas agolpadas, sin orden, sin forma.¿Después de una semana de silencio, de ignorarme, de aparecer con Livia como si nada… ahora esto?Extendí la mano, lo toqué apenas con la yema de los dedos… y luego cerré la caja con un solo movimiento. No. No estaba preparada para volver a llevar ese vínculo alrededor del cuello. No después de lo que pasó. No todavía.—No puedo —murmuré, con la vista clavada en la tapa.Sentí el aire moverse. Ronan dio un paso hacia mí. Sus dedos se deslizaron suavemente por mi rostro, como si quisiera memorizarme de nuevo. Sus pulgares rozaron mis labios, lentamente, con una ternura que casi me hizo olvidar por qué estaba enojada.—No puedes negar lo que hay entre nosotros —dijo en voz baja.—No lo niego —respondí, sin moverme—. La pasión existe. Lo sabemos los dos. Pero eso no significa que sea amor, Ronan.Él retrocedió un poco, como si mis palabras lo hubieran golpeado. —¿De verdad crees que es
ASTRIDHabía papeles por todos lados. Contratos, reportes de patrullas, solicitudes de víveres, informes médicos, mapas de las fronteras, e incluso una nota arrugada que decía "no olvides alimentar a los halcones de vigilancia". Sentada en el escritorio de Ronan, rodeada por el caos administrativo de su manada, me sentía como una impostora.Una semana sin Ronan y parecía que todo en el reino se tambaleaba, y aunque nadie lo decía, yo lo sentía. Apoyé los codos sobre el escritorio y dejé caer la frente sobre los papeles, soltando un largo suspiro. Ni siquiera había tenido tiempo para pensar en él... o mejor dicho, en lo que pasó. —¿Planeas enterrarte bajo esa montaña de papeles o solo estás practicando cómo rendirte con estilo?Levanté la cabeza y encontré a Elliot apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y esa media sonrisa que siempre le sale cuando intenta aligerar las cosas.—No es gracioso —le gruñí.Él entró y cerró la puerta con el pie. —Te ves mal, Astrid. C
ASTRIDLa casa real estaba sumida en un silencio profundo.Mis pasos eran cuidadosos, casi fantasmales. Mi cuerpo aún temblaba. No de frío. No del roce de Magnus en mi piel. Sino del asco. La marca en mi labio ardía. Su beso… su maldito beso... había sido como una bofetada del pasado que creía enterrado.Avancé por el pasillo oscuro, agradeciendo que todos ya estuvieran dormidos. No tenía fuerzas para hablar. Ni para fingir. Solo quería una ducha caliente y la cama.Al entrar a mi habitación, cerré la puerta con suavidad y me quedé unos segundos de espaldas, apoyada contra la madera. Me quité la chaqueta. Después la blusa, dejándola caer al suelo. Me quedé solo en ropa interior, con el reflejo de mi cuerpo mirándome desde el espejo.Fue entonces que la lámpara se encendió.La luz me cegó un segundo, y al girar la cabeza, ahí estaba él.Ronan.Sentado en el sillón junto a la ventana, con los codos sobre las rodillas y la mirada oscura, como un lobo esperando en la penumbra.—¿Dónde e
ASTRIDRonan me besó.Y no fue un beso cualquiera.Fue intenso, salvaje, lleno de rabia y deseo.Durante un par de segundos luché contra el impulso. Lo juro. Mi mente gritaba que lo alejara, que lo empujara, que no cayera en ese juego… pero mis labios…Mis labios no la escucharon.Se rindieron.Se rindieron al roce de su boca, a la fuerza con la que sus manos me sostenían, al calor abrumador que explotaba en cada rincón de mi cuerpo. Quería apartarlo, de verdad. Pero en cuanto su lengua se deslizó dentro de mi boca, todo pensamiento coherente se desvaneció.Mis manos —malditas traidoras— se aferraron a su cuello.Y fue como si el mundo desapareciera, como si solo existiéramos él y yo, en medio de ese fuego incontrolable que nos devoraba vivos.Ronan me soltó las muñecas. Su tacto se deslizó por mis costados, lento, casi reverente, y después más atrevido, más exigente. Su cuerpo se frotó contra el mío, firme, potente.Gemí.Era un gemido que llevaba demasiado tiempo conteniéndose. Una
ASTRIDEl sol se filtraba entre las copas de los árboles, proyectando sombras danzantes sobre la hierba húmeda. El aroma de la tierra y las hojas me envolvía mientras me movía en el jardín, lanzando golpes precisos contra Elliot. Mi pierna aún dolía, pero era soportable. No podía permitirme descansar, no cuando tenía tantas cosas en mi mente.Elliot detuvo el entrenamiento antes de que yo lo hiciera.—No estás concentrada —dijo, cruzándose de brazos—. ¿Quieres decirme qué te pasa o tengo que adivinar?Respiré hondo. Sabía que no tenía sentido ocultárselo.—Anoche escuché a Ronan y Claudia hablando.Elliot arqueó una ceja, expectante.—Claudia quiere casarse con Ronan —solté de golpe—. Descubrió que mi collar es falso.Elliot no pareció sorprendido.—Y, ¿cuál es el problema?Lo fulminé con la mirada.—¿Cómo que cuál es el problema?Él se encogió de hombros.—Astrid, eso sería la solución a todo. Podrías liberarte de este matrimonio. Ronan lograría su propósito. Con el Reino del Agua y