CAPÍTULO 07

ASTRID

La luna brillaba en lo alto, testigo del momento que estaba a punto de cambiar mi vida para siempre. A mi alrededor, los miembros de la manada aullaban en celebración, sus voces entrelazándose en un cántico ancestral que vibraba en el aire. Sentí el peso de todas las miradas sobre mí, pero solo una importaba.

Ronan.

Él se acercó con paso firme, con esa mirada intensa que siempre parecía atravesarme hasta el alma. En sus manos, un collar de oro relucía bajo la luz de la luna. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, una mezcla de emoción y miedo recorriéndome por completo.

Cuando Ronan se paró frente a mí, sus dedos rozaron la piel de mi cuello mientras aseguraba el collar en su lugar. Era un gesto simbólico, la marca de una unión irrompible. No esperaba que su toque me provocara un escalofrío, ni que su cercanía me hiciera olvidar momentáneamente el pasado.

—Ahora eres mi compañera —declaró con voz firme.

El sonido de los aullidos se intensificó, llenando el aire con una energía salvaje y eufórica. Alrededor de nosotros, la manada celebraba la unión con reverencia, pero yo apenas podía procesar lo que acababa de suceder. Miré a Ronan, quien mantenía su mano en mi cuello por un segundo más del necesario, como si quisiera asegurarse de que yo entendiera lo que significaba este momento.

Pero… ¿lo entendía realmente?

Horas más tarde, dentro de la gran casa, Lila me ayudaba a desvestirme. Sus manos hábiles soltaron los broches del vestido con facilidad mientras yo exhalaba lentamente, sintiéndome de repente agotada.

—Debes estar cansada —comentó con una sonrisa, ofreciéndome una bata de tela suave.

—Un poco —admití mientras me la ponía—. Gracias, Lila.

—Para eso estoy. —Se encogió de hombros y me guiñó un ojo—. Y además, es mi deber cuidar de la nueva compañera del alfa.

Sonreí con suavidad, aunque el peso de sus palabras aún se sentía extraño sobre mí. Me puse mi ropa de dormi, un vestido de tirantes de suave seda.

Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió de golpe y dos pequeñas figuras irrumpieron en la habitación.

—¡Astrid! —Lucian, un niño de cabello castaño y ojos llenos de emoción, corrió hacia mí con una sonrisa resplandeciente—. ¿Puedo llamarte mamá?

El aire abandonó mis pulmones por un instante.

Mamá.

Esa palabra significaba tanto para mí. Algo que pensé que nunca podría escuchar.

Lucian me miraba con esperanza, con esa inocencia que solo los niños poseen. Tragué el nudo en mi garganta y sonreí, apoyando una mano en su mejilla.

—Sería un honor para mí que me llames así.

Lucian rió y me abrazó con fuerza, enterrando su rostro en mi vientre como si me hubiera estado esperando toda su vida. Yo le correspondí el abrazo, sintiendo una calidez que no había experimentado en mucho tiempo.

Pero el momento se rompió cuando la otra niña, Freya, se cruzó de brazos y me fulminó con la mirada.

—Yo nunca voy a aceptarte como mi madre —espetó con dureza—. Y tampoco me agradas.

Sus palabras eran veneno puro, pero en lugar de herirme, me hicieron sonreír con ternura.

—Está bien, Freya. No tienes que hacerlo.

Eso pareció descolocarla, como si esperara una reacción diferente de mi parte. Bufó y salió corriendo de la habitación, su enojo impregnando el aire que dejaba tras de sí.

Lucian suspiró y me miró con una mezcla de tristeza y disculpa.

—Lo siento, Astrid…

—No tienes que disculparte por ella, Lucian —le aseguré, acariciando su cabello—. Está en su derecho de sentir lo que siente.

—¿Aún así podrías contarme una historia antes de dormir?

Su mirada esperanzada me desarmó.

—Por supuesto.

Lo llevé a su habitación y me senté en el borde de su cama mientras él se acurrucaba a mi lado. Le conté una historia sobre una loba fuerte, una que encontró su camino en medio de la tormenta. Mientras hablaba, pasé los dedos por su cabello, sintiendo su respiración volverse lenta y tranquila hasta que finalmente se quedó dormido.

Me quedé ahí unos minutos más, observándolo.

Yo merecía esto. Merecía ser madre. Pero Magnus… él me lo había arrebatado.

Respiré hondo, alejando el dolor antes de que pudiera consumir mi pecho. No, ya no iba a permitir que mi pasado definiera mi futuro.

Salí de la habitación con sigilo y cerré la puerta con suavidad. Pero justo al girarme, mi corazón se detuvo.

En la puerta de enfrente, una mujer con un vestido rojo ajustado se deslizaba dentro de la habitación de Ronan. Su cabello caía en suaves ondas sobre su espalda desnuda, y antes de entrar, se inclinó hacia él y le besó la mejilla con una sonrisa coqueta.

Él no la apartó.

Y lo peor de todo es que me vio.

Simplemente me di la vuelta y caminé hacia mi habitación. Si había aprendido algo en esta vida, era que no debía esperar nada de nadie

Ingresé a mi habitación y me quedé frente al espejo, observando mi reflejo con una mezcla de incertidumbre y desafío.

Mi mano se deslizó hasta el collar de oro que colgaba de mi cuello. El dije en forma de llama descansaba justo sobre mi clavícula, un símbolo ardiente del reino de Fuego, del linaje de Ronan.

El objeto tenía un peso extraño sobre mi piel, como si ardiera, como si no me perteneciera del todo.

—Ese collar es falso.

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