ASTRID
La luna brillaba en lo alto, testigo del momento que estaba a punto de cambiar mi vida para siempre. A mi alrededor, los miembros de la manada aullaban en celebración, sus voces entrelazándose en un cántico ancestral que vibraba en el aire. Sentí el peso de todas las miradas sobre mí, pero solo una importaba. Ronan. Él se acercó con paso firme, con esa mirada intensa que siempre parecía atravesarme hasta el alma. En sus manos, un collar de oro relucía bajo la luz de la luna. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, una mezcla de emoción y miedo recorriéndome por completo. Cuando Ronan se paró frente a mí, sus dedos rozaron la piel de mi cuello mientras aseguraba el collar en su lugar. Era un gesto simbólico, la marca de una unión irrompible. No esperaba que su toque me provocara un escalofrío, ni que su cercanía me hiciera olvidar momentáneamente el pasado. —Ahora eres mi compañera —declaró con voz firme. El sonido de los aullidos se intensificó, llenando el aire con una energía salvaje y eufórica. Alrededor de nosotros, la manada celebraba la unión con reverencia, pero yo apenas podía procesar lo que acababa de suceder. Miré a Ronan, quien mantenía su mano en mi cuello por un segundo más del necesario, como si quisiera asegurarse de que yo entendiera lo que significaba este momento. Pero… ¿lo entendía realmente? Horas más tarde, dentro de la gran casa, Lila me ayudaba a desvestirme. Sus manos hábiles soltaron los broches del vestido con facilidad mientras yo exhalaba lentamente, sintiéndome de repente agotada. —Debes estar cansada —comentó con una sonrisa, ofreciéndome una bata de tela suave. —Un poco —admití mientras me la ponía—. Gracias, Lila. —Para eso estoy. —Se encogió de hombros y me guiñó un ojo—. Y además, es mi deber cuidar de la nueva compañera del alfa. Sonreí con suavidad, aunque el peso de sus palabras aún se sentía extraño sobre mí. Me puse mi ropa de dormi, un vestido de tirantes de suave seda. Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió de golpe y dos pequeñas figuras irrumpieron en la habitación. —¡Astrid! —Lucian, un niño de cabello castaño y ojos llenos de emoción, corrió hacia mí con una sonrisa resplandeciente—. ¿Puedo llamarte mamá? El aire abandonó mis pulmones por un instante. Mamá. Esa palabra significaba tanto para mí. Algo que pensé que nunca podría escuchar. Lucian me miraba con esperanza, con esa inocencia que solo los niños poseen. Tragué el nudo en mi garganta y sonreí, apoyando una mano en su mejilla. —Sería un honor para mí que me llames así. Lucian rió y me abrazó con fuerza, enterrando su rostro en mi vientre como si me hubiera estado esperando toda su vida. Yo le correspondí el abrazo, sintiendo una calidez que no había experimentado en mucho tiempo. Pero el momento se rompió cuando la otra niña, Freya, se cruzó de brazos y me fulminó con la mirada. —Yo nunca voy a aceptarte como mi madre —espetó con dureza—. Y tampoco me agradas. Sus palabras eran veneno puro, pero en lugar de herirme, me hicieron sonreír con ternura. —Está bien, Freya. No tienes que hacerlo. Eso pareció descolocarla, como si esperara una reacción diferente de mi parte. Bufó y salió corriendo de la habitación, su enojo impregnando el aire que dejaba tras de sí. Lucian suspiró y me miró con una mezcla de tristeza y disculpa. —Lo siento, Astrid… —No tienes que disculparte por ella, Lucian —le aseguré, acariciando su cabello—. Está en su derecho de sentir lo que siente. —¿Aún así podrías contarme una historia antes de dormir? Su mirada esperanzada me desarmó. —Por supuesto. Lo llevé a su habitación y me senté en el borde de su cama mientras él se acurrucaba a mi lado. Le conté una historia sobre una loba fuerte, una que encontró su camino en medio de la tormenta. Mientras hablaba, pasé los dedos por su cabello, sintiendo su respiración volverse lenta y tranquila hasta que finalmente se quedó dormido. Me quedé ahí unos minutos más, observándolo. Yo merecía esto. Merecía ser madre. Pero Magnus… él me lo había arrebatado. Respiré hondo, alejando el dolor antes de que pudiera consumir mi pecho. No, ya no iba a permitir que mi pasado definiera mi futuro. Salí de la habitación con sigilo y cerré la puerta con suavidad. Pero justo al girarme, mi corazón se detuvo. En la puerta de enfrente, una mujer con un vestido rojo ajustado se deslizaba dentro de la habitación de Ronan. Su cabello caía en suaves ondas sobre su espalda desnuda, y antes de entrar, se inclinó hacia él y le besó la mejilla con una sonrisa coqueta. Él no la apartó. Y lo peor de todo es que me vio. Simplemente me di la vuelta y caminé hacia mi habitación. Si había aprendido algo en esta vida, era que no debía esperar nada de nadie Ingresé a mi habitación y me quedé frente al espejo, observando mi reflejo con una mezcla de incertidumbre y desafío. Mi mano se deslizó hasta el collar de oro que colgaba de mi cuello. El dije en forma de llama descansaba justo sobre mi clavícula, un símbolo ardiente del reino de Fuego, del linaje de Ronan. El objeto tenía un peso extraño sobre mi piel, como si ardiera, como si no me perteneciera del todo. —Ese collar es falso.—Ese collar es falso.Me giré de inmediato, encontrándolo apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho. Su mirada, oscura y afilada. —¿Qué? —mi voz salió más baja de lo que pretendía.Ronan avanzó un paso, y su presencia llenó el espacio como una tormenta a punto de estallar.—Nunca tuve intención de darte el collar genuino —dijo con frialdad—. No voy a condenarme a una relación eterna contigo. Entre más pronto ambos cumplamos nuestros propósitos, mejor será para los dos.El aire se tornó denso entre nosotros.Dolió. No podía negarlo. Pero ese era el trato desde el principio. No porque esperara amor de él, pero sí un mínimo de respeto. Pero estaba claro que eso era pedir demasiado.Cerré los dedos alrededor del dije, como si pudiera destrozarlo entre mis manos.—¿Y meter mujeres a tu habitación forma parte de tus propósitos también?Ronan sonrió de lado, con esa maldita expresión arrogante que me sacaba de quicio.—Debo cubrir mis necesidades.Furiosa,
—Soy Livia.Livia.Caminó hacia mí con la seguridad de quien sabe que pertenece a este lugar mucho más que yo. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en una trenza apretada, y su mirada tenía un brillo de desafío.Cuando se detuvo frente a mí, hizo una ligera reverencia. Una burla descarada.Lo supe por la forma en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible.—Luna —dijo con voz melosa.No respondí.Simplemente, le sostuve la mirada, dejando que el silencio hablara por mí. Livia mantuvo su postura un segundo más y luego tomó un asiento, sin dejar de sonreír.Respiré hondo y me senté también, justo al lado de Ronan. —¡Mamá! —una voz se escuchó desde el fondo. Un torbellino de energía me golpeó antes de que pudiera procesar lo que ocurría.Lucian, ingresó al comedor, me abrazó con fuerza, enterrando su rostro en mi pecho con la naturalidad de un niño que no entiende de protocolos ni jerarquías.—Buenos días, pequeño —murmuré, correspondiendo su abrazo.Freya entró
1 AÑO DESPUÉS…RONANDesde la ventana de mi despacho, la observo sin querer hacerlo. Astrid está en el jardín, suelta una carcajada mientras esquiva a Lucian, quien intenta atraparla con sus pequeñas manos. La escena es ridículamente simple, y sin embargo, hay algo en ella que me mantiene fijo en mi lugar.El sonido de la puerta interrumpió mis pensamientos. Rambo entró con su andar despreocupado y se detuvo a mi lado. Sin preguntar, siguió la dirección de mi mirada y soltó una risa baja.—Al parecer, para Astrid ha sido muy conveniente pertenecer a la manada del Fuego —comentó—. Se ve hermosa.—Si Camila te escucha, vas a terminar con una espada en el cuello.—Camila me cortaría algo más que el cuello —se burló—. Pero hablando en serio, Ronan, después de un año, ¿de verdad sigues desconfiando de ella?Me crucé de brazos.—Astrid ha sido de ayuda, pero sigue siendo solo una integrante más de la manada.Rambo chasqueó la lengua y apoyó un brazo en el marco de la ventana.—Cuando ambos
ASTRID —¡Lo odio! ¡Lo odio! —me quejeLlevaba una caja de alimentos en mis manos, destinada a la aldea más lejana del territorio de la manada de fuego. El peso físico de la caja era mínimo en comparación con la carga emocional que llevaba dentro.—¡Maldito Ronan! —murmuré entre dientes, sintiendo cómo la frustración hervía en mi interior—. ¿Cómo puede ser tan insensible? ¿Acaso no ve las necesidades de su propia gente?Había pasado un año desde que asumí el rol de Luna en el reino del fuego. Un año desde que dejé atrás la opresión de ser la esposa de Magnus. Aquí, en esta nueva tierra, me sentía más libre, más útil, más viva. Había encontrado mi lugar entre los miembros de la manada, ganándome su respeto y confianza. Sin embargo, la relación con Ronan, el Alfa, era una constante fuente de conflicto.Sabía de su intensa relación con Livia. No era un secreto para nadie. Al principio, pensé que me molestaría, que sentiría celos o resentimiento. Pero, para mi sorpresa, no fue así.
ASTRIDMientras me despedía de los niños, Lucian me abrazó con fuerza, sus ojos reflejaban una tristeza que me partía el alma.—Te voy a extrañar, mamá —dijo con voz temblorosa.Le acaricié el cabello y le sonreí, intentando transmitirle tranquilidad.—Yo también te voy a extrañar, Lucian. Pero prometo que volveré pronto.Me incorporé y busqué a Freya con la mirada. Ella estaba a unos pasos de distancia, observándome con una expresión fría y distante. Me acerqué a ella, esperando algún gesto de afecto, pero su postura rígida y su mirada helada me detuvieron.—Cuídate, Freya —le dije suavemente.—Tú también —respondió sin emoción, antes de girarse y alejarse.Suspiré, sintiendo el peso de su indiferencia, y salí de la casa. Afuera, el grupo ya me esperaba: Rambo y su esposa Camila, Ronan, Marina y Livia. Al ver a esta última, una sensación de incomodidad se instaló en mi pecho. Sabía que no podía impedir que nos acompañara, pero su presencia siempre me resultaba perturbadora.Llevaba p
El bulto evidente en su vientre era innegable. Sentí que las fuerzas me abandonaban y que el suelo bajo mis pies se desvanecía.—Astrid, mantente firme. —susurró Ronan, notando mi estado.Tragué saliva y levanté la cabeza, obligándome a mantener la compostura. Las palabras de la Alfa del Agua se desvanecieron en el fondo mientras luchaba por controlar mis emociones.Magnus y Sigrid se colocaron a nuestro lado, y pude sentir la tensión en el aire. Los recuerdos de mi vida pasada con Magnus inundaron mi mente, mezclándose con la realidad de su nueva vida y el hijo que esperaba con Sigrid.La ceremonia continuó, pero para mí, todo se volvió borroso. Cada palabra, cada gesto, se sentía distante mientras intentaba procesar la revelación que acababa de enfrentar.Todos los alfas regresamos a nuestro lugar, traté de mantener la compostura. La noticia del embarazo de Sigrid era como mil afilados cuchillos penetrando todo mi cuerpo. —Tengo que salir de aquí. —le indiqué a Ronan, me moví
MAGNUS —¡¿Cómo diablos sucedió esto?! —rugí, girándome hacia los dos que permanecían en la habitación, testigos de mi ira contenida.El estudio quedó reducido a un caos de papeles desgarrados, muebles volcados y cristales rotos. El sonido de la madera astillándose y los objetos estrellándose contra las paredes era lo único que podía escucharse, además de mi propia respiración entrecortada por la furia. Mis manos ardían por la fuerza con la que había destrozado todo a mi paso, pero el dolor físico no era nada comparado con la rabia que me devoraba desde adentro.Astrid.Astrid, casada con Ronan.Ingrid, mi suegra, me observaba con miedo. A su lado, mi jefe de los Betas mantenía la cabeza gacha, con el rostro tenso y las manos cerradas en puños. Ninguno de los dos dijo nada.—¡Contesten! —bramé, golpeando con fuerza el escritorio, haciéndolo crujir bajo mi puño.Ingrid fue la primera en hablar.—No es mi culpa que tu querida ex esposa haya recurrido a algún truco sucio para convertirse
RONANCaminos Astrid y yo, hasta llegar al salón principal de la casa. Y allí estaba él, de pie, frente al retrato que dominaba la pared del salón, mi retrato. Magnus.Su postura relajada no me engañaba, ni la manera en la que inclinaba la cabeza, como si analizara la pintura con interés genuino. Jugaba a la indiferencia, pero yo conocía la rabia contenida en su pecho, el veneno que lo carcomía por dentro.—No me gusta —dijo finalmente, sin apartar la vista del lienzo. Su voz estaba impregnada de burla—. Aunque, pensándolo bien, lo que realmente no me gusta es tu cara.Reí de manera sarcástica, cruzándome de brazos.—Es curioso, Magnus. Pensé que la última vez que nos vimos te quedó claro que no eras bienvenido en mi territorio. ¿Acaso se te perdió algo?Magnus sonrió de lado y sacó un cigarrillo de su chaqueta. Lo encendió con lentitud, como si tuviera todo el tiempo del mundo.Sentí a Astrid tensarse a mi lado. —Podría decirse que sí —respondió, exhalando el humo lentamente antes