Esto se pone cada vez más interesante ¿No lo crees?
—Soy Livia.Livia.Caminó hacia mí con la seguridad de quien sabe que pertenece a este lugar mucho más que yo. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en una trenza apretada, y su mirada tenía un brillo de desafío.Cuando se detuvo frente a mí, hizo una ligera reverencia. Una burla descarada.Lo supe por la forma en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible.—Luna —dijo con voz melosa.No respondí.Simplemente, le sostuve la mirada, dejando que el silencio hablara por mí. Livia mantuvo su postura un segundo más y luego tomó un asiento, sin dejar de sonreír.Respiré hondo y me senté también, justo al lado de Ronan. —¡Mamá! —una voz se escuchó desde el fondo. Un torbellino de energía me golpeó antes de que pudiera procesar lo que ocurría.Lucian, ingresó al comedor, me abrazó con fuerza, enterrando su rostro en mi pecho con la naturalidad de un niño que no entiende de protocolos ni jerarquías.—Buenos días, pequeño —murmuré, correspondiendo su abrazo.Freya entró
1 AÑO DESPUÉS…RONANDesde la ventana de mi despacho, la observo sin querer hacerlo. Astrid está en el jardín, suelta una carcajada mientras esquiva a Lucian, quien intenta atraparla con sus pequeñas manos. La escena es ridículamente simple, y sin embargo, hay algo en ella que me mantiene fijo en mi lugar.El sonido de la puerta interrumpió mis pensamientos. Rambo entró con su andar despreocupado y se detuvo a mi lado. Sin preguntar, siguió la dirección de mi mirada y soltó una risa baja.—Al parecer, para Astrid ha sido muy conveniente pertenecer a la manada del Fuego —comentó—. Se ve hermosa.—Si Camila te escucha, vas a terminar con una espada en el cuello.—Camila me cortaría algo más que el cuello —se burló—. Pero hablando en serio, Ronan, después de un año, ¿de verdad sigues desconfiando de ella?Me crucé de brazos.—Astrid ha sido de ayuda, pero sigue siendo solo una integrante más de la manada.Rambo chasqueó la lengua y apoyó un brazo en el marco de la ventana.—Cuando ambos
ASTRID —¡Lo odio! ¡Lo odio! —me quejeLlevaba una caja de alimentos en mis manos, destinada a la aldea más lejana del territorio de la manada de fuego. El peso físico de la caja era mínimo en comparación con la carga emocional que llevaba dentro.—¡Maldito Ronan! —murmuré entre dientes, sintiendo cómo la frustración hervía en mi interior—. ¿Cómo puede ser tan insensible? ¿Acaso no ve las necesidades de su propia gente?Había pasado un año desde que asumí el rol de Luna en el reino del fuego. Un año desde que dejé atrás la opresión de ser la esposa de Magnus. Aquí, en esta nueva tierra, me sentía más libre, más útil, más viva. Había encontrado mi lugar entre los miembros de la manada, ganándome su respeto y confianza. Sin embargo, la relación con Ronan, el Alfa, era una constante fuente de conflicto.Sabía de su intensa relación con Livia. No era un secreto para nadie. Al principio, pensé que me molestaría, que sentiría celos o resentimiento. Pero, para mi sorpresa, no fue así.
“No hay embarazo. Fue solo una falsa señal.”Sus palabras todavía resonaban en mi cabeza como un eco cruel.Había sido una mentira. Mi esperanza, mi fe ciega en que por fin estaba embarazada, que al fin cumpliría mi propósito como Luna del Reino del Viento… todo se había desmoronado en cuestión de segundos.Caminé sin rumbo fijo, mis pasos guiándome de regreso al castillo, pero mi mente perdida en el vacío. En el camino, pasé junto a un grupo de niños betas, ojos color verde; jugando con una pelota de cuero. Los lobos eran clasificados según el color de sus ojos, una jerarquía impuesta por la misma naturaleza. Los alfas, de ojos celestes, nacían para liderar. Los betas, con ojos verdes, eran su base, su ejército, su fortaleza. Y los omegas… los más frágiles de la manada, los más dependientes, los que vivían en los márgenes, de ojos amarillos.Y yo, Astrid, nacida con los ojos más azules que el cielo, la Luna me había elegido para estar al lado de Magnus. Había aceptado mi destino si
El cansancio pesaba sobre mis huesos como una maldición silenciosa. Llevaba días vagando sin rumbo, mis pies arrastrándose sobre la tierra seca, mis labios agrietados por la falta de agua. El bosque era implacable; sus árboles desnudos se mecían con el viento, sus sombras alargadas parecían burlarse de mí. El hambre y el agotamiento nublaban mis pensamientos, pero la ira que ardía en mi pecho mantenía mi voluntad firme. No podía caer. No ahora.De repente, unas voces femeninas flotaron entre los árboles. Mi instinto me hizo agazaparme detrás de un tronco seco, conteniendo la respiración.—Ronan sigue siendo el Alfa más guapo de los cuatro reinos—dijo una de ellas, con una mezcla de admiración y deseo en su voz—. Qué lástima que quedara viudo.—Y peor aún, que no acepte betas ni omegas para su esposa. Solo una alfa podría ocupar su lugar —respondió otra con un suspiro resignado—. Pero, ¿quién? No hay ninguna otra alfa disponible.El silencio que siguió a su marcha quedó suspendido
RONANEl aire en la casa real del Reino del Fuego era sofocante, y no tenía nada que ver con las llamas eternas que ardían en las grandes antorchas de los pasillos. No. Era mi ira la que caldeaba la atmósfera. Caminé con pasos firmes hasta mi estudio, sintiendo la presencia de los intrusos siguiéndome.La tal Astrid y Elliot entraron detrás de mí, pero yo no tenía intenciones de prolongar este encuentro más de lo necesario.—Sal de la habitación, Elliot —ordené sin mirarlo.—Pero, Señor...Lo interrumpí con un gruñido bajo.—Ahora.Elliot miró a Astrid, como si buscara permiso, pero ella se mantuvo impasible. Con evidente duda, se retiró cerrando la puerta tras de sí. Una vez solos, me giré hacia la mujer que se atrevía a venir a mi territorio con promesas de secretos y venganza.Sin más preámbulos, cerré la distancia entre nosotros y la sujeté por el cuello con una mano, alzándola lo suficiente como para que sus pies apenas rozaran el suelo.—Quiero la verdad —le advertí, mi voz un
ASTRID Elliot y yo caminamos en silencio por el sendero de tierra que nos llevaba a su casa. La noche caía lentamente, y el aire estaba cargado de cenizas y humo, un recordatorio constante de que estábamos en las tierras del Fuego.—Me preocupa la manera en que Ronan te trata —dijo Elliot de repente, rompiendo el silencio.Me giré para mirarlo. Su expresión reflejaba una mezcla de inquietud y enojo.—No te preocupes —confesé, sintiendo el peso de sus palabras en mi pecho—. Pero no puedo permitirme demostrar miedo. No después de todo lo que he pasado.Elliot suspiró, pero no dijo nada más. Sabía que no serviría de nada insistir. Yo ya había tomado mi decisión.Al llegar a la casa de los padres de Elliot, nos encontramos con la puerta cerrada. Elliot frunció el ceño y se acercó para abrirla, pero antes de que pudiera tocar la madera, una figura apareció de la nada y lo atacó con una velocidad impresionante. La vi lanzar a Elliot al suelo con un golpe seco, sujetándolo del cuello.—¿Qui
RONANEl enojo todavía ardía en mi pecho mientras fulminaba con la mirada a Rambo.—¡No debiste mencionar el matrimonio, maldición! —espeté, cruzando los brazos. —No tengo la menor intención de atarme a esa mujer.Rambo se encogió de hombros, sin inmutarse.—Tienes que admitir que es una buena jugada, Ronan. Ella necesita venganza y tú necesitas una reina alfa. Ambos ganan.Iba a replicar, pero un par de pasitos resonando en el pasillo me hicieron callar. Antes de darme cuenta, una niña de rizos oscuros y ojos dorados como los míos corrió hacia mí y se aferró a mis piernas.—Papá —chilló con una voz dulce y decidida. —Lucian no quiere jugar conmigo.Suspiré y la cargué en mis brazos.—Freya, deja de molestarlo. Ya sabes cómo es tu hermano.—Pero es aburrido.Rambo soltó una carcajada.—Eso no te lo discuto.La bajé y tomé su manita entre la mía.—Vamos por él. Veamos qué está haciendo.Caminamos juntos a través del pasillo y al llegar al jardín, encontré a Lucian riendo.Pero no estab