CAPÍTULO 04

ASTRID 

Elliot y yo caminamos en silencio por el sendero de tierra que nos llevaba a su casa. La noche caía lentamente, y el aire estaba cargado de cenizas y humo, un recordatorio constante de que estábamos en las tierras del Fuego.

—Me preocupa la manera en que Ronan te trata —dijo Elliot de repente, rompiendo el silencio.

Me giré para mirarlo. Su expresión reflejaba una mezcla de inquietud y enojo.

—No te preocupes —confesé, sintiendo el peso de sus palabras en mi pecho—. Pero no puedo permitirme demostrar miedo. No después de todo lo que he pasado.

Elliot suspiró, pero no dijo nada más. Sabía que no serviría de nada insistir. Yo ya había tomado mi decisión.

Al llegar a la casa de los padres de Elliot, nos encontramos con la puerta cerrada. Elliot frunció el ceño y se acercó para abrirla, pero antes de que pudiera tocar la madera, una figura apareció de la nada y lo atacó con una velocidad impresionante. La vi lanzar a Elliot al suelo con un golpe seco, sujetándolo del cuello.

—¿Quién demonios eres y qué haces aquí? —gruñó la mujer, con los ojos llameando de furia.

—¡Espera! —grité, dando un paso hacia adelante—. ¡Él vive aquí!

—Esta es una propiedad privada —replicó la mujer sin soltar a Elliot.

Elliot gruñó, forcejeando para liberarse. —Era de mis padres.

La mujer se congeló por un momento y lo miró fijamente. Algo en su expresión cambió, como si finalmente lo reconociera.

—¿Eres Elliot? —preguntó, esta vez con sorpresa en su voz.

Él asintió, aún sin aliento. La mujer lo soltó de inmediato y retrocedió un paso.

—Soy Lila —se presentó—. Lo siento, no te reconocí.

Elliot se frotó el cuello, mirándola con una mezcla de asombro y desconfianza.

—Nos conocimos de niños, ¿verdad? —preguntó él.

Lila asintió con una sonrisa tímida.

—Sí. Mis padres trabajaban para los tuyos antes de que... bueno, antes de todo lo que pasó.

Nos invitó a entrar, y ambos la seguimos con cautela. Adentro, la casa conservaba el aroma a leña y especias, un recuerdo de un pasado lejano. Lila nos sirvió agua fresca y luego se acercó a mí con una blusa limpia.

—Aquí, para que te cambies.

Acepté la prenda con gratitud. Sabía que mi apariencia era un desastre después del enfrentamiento con Ronan. Me puse la blusa y suspiré, sintiéndome un poco más cómoda.

Lila nos miró con curiosidad. —He escuchado rumores de que hay una forastera en el Reino del Fuego. No esperaba que fueras una Alfa…Tus ojos te revelan. 

Mis ojos celestes de Alfa, cualquiera que me viera podía deducirlo. 

Antes de que pudiera responder, un aullido resonó en el aire, seguido de varios más. Lila se puso de pie de inmediato, con el rostro serio.

—Es una señal —dijo—. Los betas han regresado con noticias de la pelea contra el Reino de la Tierra.

Sin dudarlo, los tres salimos de la casa y nos dirigimos al punto de reunión. La manada ya se había reunido en la explanada central. Ronan estaba al frente, con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho, esperando a que los betas hablaran.

Uno de ellos se adelantó, con la respiración agitada.

—Hemos perdido la tierra que pactamos para los cultivos —informó, su voz temblorosa.

Un murmullo de incredulidad recorrió la multitud.

Ronan dio un paso adelante. 

—Explícate —exigió, con la voz llena de amenaza.

—Magnus llegó antes que nosotros —continuó el beta—. Negoció con el Alfa del Reino de la Tierra y le ofreció un trato mejor. No tuvimos opción. Perdimos la tierra sin siquiera luchar.

La furia en el rostro de Ronan era evidente. Sus ojos dorados brillaban con un fuego peligroso. De un solo golpe, derribó un barril cercano, haciéndolo estallar en pedazos.

—¡Maldita sea! —rugió, su voz retumbando en el aire—. ¡Ese bastardo nos ha robado lo que era nuestro!

Todos guardaron silencio, temerosos de su ira. Observé a Ronan con atención. Era un líder fuerte, un guerrero nato, pero en ese momento también estaba al borde de la desesperación. Sabía que perder esa tierra significaba problemas para su gente. El invierno se acercaba, y sin cultivos suficientes, el Reino del Fuego enfrentaría una crisis.

—¡Largo todos! —ordenó. 

De par en par todo fueron desapareciendo. 

—Es momento de irnos. —indicó Lila, 

Sin embargo, yo me quedé parada en el mismo lugar. Sentí la mirada de Ronan, y dejé intimidar. Lo miré directamente a los ojos 

—¡Astrid! —gritó mi nombre. 

No tuvo que mencionar ni una otra palabra, él quería que entrara a su casa. 

—Regresaré pronto —les aseguré, tratando de sonar firme.

—No vayas —insistió Elliot, sujetándome del brazo—. Ronan puede tratarte mal.

Me solté con suavidad y lo miré con determinación.

—No voy a permitir que me humille, no otra vez. 

Sin más, caminé con la cabeza en alto hacia la casa real, siguiendo los pasos de Ronan. Un beta de complexión robusta me esperaba en la entrada. Tenía el porte de un guerrero y una mirada astuta que escaneó cada uno de mis movimientos.

—Sígueme —ordenó con voz grave—. Soy Rambo. Beta principal de Ronan. —se presentó. 

No respondí. Simplemente, asentí y caminé detrás de él, pasando por los largos pasillos de la casa real hasta llegar a una habitación imponente. Dentro, Ronan me esperaba con los brazos cruzados, su expresión pétrea y desafiante.

—Háblame de Magnus —exigió sin rodeos.

Solté una carcajada sin humor y crucé los brazos.

—Primero, mi lugar en la manada. Quiero ser parte del ejército beta.

Ronan entrecerró los ojos y se acercó lentamente.

—Ya eres parte de la manada —afirmó con dureza.

¡Excelente ya era parte de la manada!

—No puedes ser parte del ejército beta. —intervino Rambo. 

Fruncí el ceño.

—¿Por qué no? —desafié, apretando los puños.

—Porque eres una Alfa —explicó Rambo—. Las Alfas no están en el ejército beta. Su lugar es en la casa real, junto al Alfa de la manada.

Lo miré, tratando de encontrar algún doble sentido en sus palabras, pero no lo había. La verdad me golpeó con fuerza.

—¿De qué demonios estás hablando? —pregunté, girándome hacia Ronan.

Rambo soltó un suspiro, como si explicarme esto le pareciera obvio.

—Ronan es un hombre tradicionalista. Y según la ley de los lobos, el Alfa debe casarse con una mujer Alfa de la manada. Tú eres la única mujer Alfa en nuestra manada.

El silencio se apoderó de la habitación.

—No —dije finalmente, con una risa amarga—. Ni en un millón de años. No voy a casarme con ese Alfa antipático y arrogante.

Ronan dejó escapar un gruñido bajo, pero no dijo nada. Su mirada, oscura e inescrutable, me evaluaba como un depredador que contempla a su presa.

—No tienes opción —afirmó Rambo con calma.

—Siempre hay opción —repliqué con veneno—. Y mi respuesta es no.

—Entonces no hay trato —sentenció Ronan, su voz firme como el acero.

Lo miré con furia.

—¿Quieres saber los secretos de Magnus o no?

Ronan me sostuvo la mirada sin pestañear y yo hice lo mismo. 

—No voy a volver a casarme. —repetí. Me di la vuelta y salí de aquella habitación, curse por los pasillos y antes de cruzar la puerta un niño se me atravesó. 

—Lo siento. —se disculpó. Lo miré detenidamente y me agaché. De inmediato los recuerdos regresaron a mí. Se trataba del niño del río, al que había salvado—. ¡Es usted! La mujer que me salvó. Soy Lucian. —Extendió su pequeña mano. 

Me agaché a su altura y tomé su pequeña mano y le sonreí. 

—Mucho gusto Lucian. —vi sus ojos, eran negros. Una condición extraña, significaba que él aún no tenía definido el tipo de lobo en el que se convertiría—. Dime ¿Dónde están tus padres? 

El niño agachó su rostro. 

—Yo… soy hijo del Alfa. 

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