ASTRID
Elliot y yo caminamos en silencio por el sendero de tierra que nos llevaba a su casa. La noche caía lentamente, y el aire estaba cargado de cenizas y humo, un recordatorio constante de que estábamos en las tierras del Fuego.
—Me preocupa la manera en que Ronan te trata —dijo Elliot de repente, rompiendo el silencio.
Me giré para mirarlo. Su expresión reflejaba una mezcla de inquietud y enojo.
—No te preocupes —confesé, sintiendo el peso de sus palabras en mi pecho—. Pero no puedo permitirme demostrar miedo. No después de todo lo que he pasado.
Elliot suspiró, pero no dijo nada más. Sabía que no serviría de nada insistir. Yo ya había tomado mi decisión.
Al llegar a la casa de los padres de Elliot, nos encontramos con la puerta cerrada. Elliot frunció el ceño y se acercó para abrirla, pero antes de que pudiera tocar la madera, una figura apareció de la nada y lo atacó con una velocidad impresionante. La vi lanzar a Elliot al suelo con un golpe seco, sujetándolo del cuello.
—¿Quién demonios eres y qué haces aquí? —gruñó la mujer, con los ojos llameando de furia.
—¡Espera! —grité, dando un paso hacia adelante—. ¡Él vive aquí!
—Esta es una propiedad privada —replicó la mujer sin soltar a Elliot.
Elliot gruñó, forcejeando para liberarse. —Era de mis padres.
La mujer se congeló por un momento y lo miró fijamente. Algo en su expresión cambió, como si finalmente lo reconociera.
—¿Eres Elliot? —preguntó, esta vez con sorpresa en su voz.
Él asintió, aún sin aliento. La mujer lo soltó de inmediato y retrocedió un paso.
—Soy Lila —se presentó—. Lo siento, no te reconocí.
Elliot se frotó el cuello, mirándola con una mezcla de asombro y desconfianza.
—Nos conocimos de niños, ¿verdad? —preguntó él.
Lila asintió con una sonrisa tímida.
—Sí. Mis padres trabajaban para los tuyos antes de que... bueno, antes de todo lo que pasó.
Nos invitó a entrar, y ambos la seguimos con cautela. Adentro, la casa conservaba el aroma a leña y especias, un recuerdo de un pasado lejano. Lila nos sirvió agua fresca y luego se acercó a mí con una blusa limpia.
—Aquí, para que te cambies.
Acepté la prenda con gratitud. Sabía que mi apariencia era un desastre después del enfrentamiento con Ronan. Me puse la blusa y suspiré, sintiéndome un poco más cómoda.
Lila nos miró con curiosidad. —He escuchado rumores de que hay una forastera en el Reino del Fuego. No esperaba que fueras una Alfa…Tus ojos te revelan.
Mis ojos celestes de Alfa, cualquiera que me viera podía deducirlo.
Antes de que pudiera responder, un aullido resonó en el aire, seguido de varios más. Lila se puso de pie de inmediato, con el rostro serio.
—Es una señal —dijo—. Los betas han regresado con noticias de la pelea contra el Reino de la Tierra.
Sin dudarlo, los tres salimos de la casa y nos dirigimos al punto de reunión. La manada ya se había reunido en la explanada central. Ronan estaba al frente, con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho, esperando a que los betas hablaran.
Uno de ellos se adelantó, con la respiración agitada.
—Hemos perdido la tierra que pactamos para los cultivos —informó, su voz temblorosa.
Un murmullo de incredulidad recorrió la multitud.
Ronan dio un paso adelante.
—Explícate —exigió, con la voz llena de amenaza.
—Magnus llegó antes que nosotros —continuó el beta—. Negoció con el Alfa del Reino de la Tierra y le ofreció un trato mejor. No tuvimos opción. Perdimos la tierra sin siquiera luchar.
La furia en el rostro de Ronan era evidente. Sus ojos dorados brillaban con un fuego peligroso. De un solo golpe, derribó un barril cercano, haciéndolo estallar en pedazos.
—¡Maldita sea! —rugió, su voz retumbando en el aire—. ¡Ese bastardo nos ha robado lo que era nuestro!
Todos guardaron silencio, temerosos de su ira. Observé a Ronan con atención. Era un líder fuerte, un guerrero nato, pero en ese momento también estaba al borde de la desesperación. Sabía que perder esa tierra significaba problemas para su gente. El invierno se acercaba, y sin cultivos suficientes, el Reino del Fuego enfrentaría una crisis.
—¡Largo todos! —ordenó.
De par en par todo fueron desapareciendo.
—Es momento de irnos. —indicó Lila,
Sin embargo, yo me quedé parada en el mismo lugar. Sentí la mirada de Ronan, y dejé intimidar. Lo miré directamente a los ojos
—¡Astrid! —gritó mi nombre.
No tuvo que mencionar ni una otra palabra, él quería que entrara a su casa.
—Regresaré pronto —les aseguré, tratando de sonar firme.
—No vayas —insistió Elliot, sujetándome del brazo—. Ronan puede tratarte mal.
Me solté con suavidad y lo miré con determinación.
—No voy a permitir que me humille, no otra vez.
Sin más, caminé con la cabeza en alto hacia la casa real, siguiendo los pasos de Ronan. Un beta de complexión robusta me esperaba en la entrada. Tenía el porte de un guerrero y una mirada astuta que escaneó cada uno de mis movimientos.
—Sígueme —ordenó con voz grave—. Soy Rambo. Beta principal de Ronan. —se presentó.
No respondí. Simplemente, asentí y caminé detrás de él, pasando por los largos pasillos de la casa real hasta llegar a una habitación imponente. Dentro, Ronan me esperaba con los brazos cruzados, su expresión pétrea y desafiante.
—Háblame de Magnus —exigió sin rodeos.
Solté una carcajada sin humor y crucé los brazos.
—Primero, mi lugar en la manada. Quiero ser parte del ejército beta.
Ronan entrecerró los ojos y se acercó lentamente.
—Ya eres parte de la manada —afirmó con dureza.
¡Excelente ya era parte de la manada!
—No puedes ser parte del ejército beta. —intervino Rambo.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué no? —desafié, apretando los puños.
—Porque eres una Alfa —explicó Rambo—. Las Alfas no están en el ejército beta. Su lugar es en la casa real, junto al Alfa de la manada.
Lo miré, tratando de encontrar algún doble sentido en sus palabras, pero no lo había. La verdad me golpeó con fuerza.
—¿De qué demonios estás hablando? —pregunté, girándome hacia Ronan.
Rambo soltó un suspiro, como si explicarme esto le pareciera obvio.
—Ronan es un hombre tradicionalista. Y según la ley de los lobos, el Alfa debe casarse con una mujer Alfa de la manada. Tú eres la única mujer Alfa en nuestra manada.
El silencio se apoderó de la habitación.
—No —dije finalmente, con una risa amarga—. Ni en un millón de años. No voy a casarme con ese Alfa antipático y arrogante.
Ronan dejó escapar un gruñido bajo, pero no dijo nada. Su mirada, oscura e inescrutable, me evaluaba como un depredador que contempla a su presa.
—No tienes opción —afirmó Rambo con calma.
—Siempre hay opción —repliqué con veneno—. Y mi respuesta es no.
—Entonces no hay trato —sentenció Ronan, su voz firme como el acero.
Lo miré con furia.
—¿Quieres saber los secretos de Magnus o no?
Ronan me sostuvo la mirada sin pestañear y yo hice lo mismo.
—No voy a volver a casarme. —repetí. Me di la vuelta y salí de aquella habitación, curse por los pasillos y antes de cruzar la puerta un niño se me atravesó.
—Lo siento. —se disculpó. Lo miré detenidamente y me agaché. De inmediato los recuerdos regresaron a mí. Se trataba del niño del río, al que había salvado—. ¡Es usted! La mujer que me salvó. Soy Lucian. —Extendió su pequeña mano.
Me agaché a su altura y tomé su pequeña mano y le sonreí.
—Mucho gusto Lucian. —vi sus ojos, eran negros. Una condición extraña, significaba que él aún no tenía definido el tipo de lobo en el que se convertiría—. Dime ¿Dónde están tus padres?
El niño agachó su rostro.
—Yo… soy hijo del Alfa.
RONANEl enojo todavía ardía en mi pecho mientras fulminaba con la mirada a Rambo.—¡No debiste mencionar el matrimonio, maldición! —espeté, cruzando los brazos. —No tengo la menor intención de atarme a esa mujer.Rambo se encogió de hombros, sin inmutarse.—Tienes que admitir que es una buena jugada, Ronan. Ella necesita venganza y tú necesitas una reina alfa. Ambos ganan.Iba a replicar, pero un par de pasitos resonando en el pasillo me hicieron callar. Antes de darme cuenta, una niña de rizos oscuros y ojos dorados como los míos corrió hacia mí y se aferró a mis piernas.—Papá —chilló con una voz dulce y decidida. —Lucian no quiere jugar conmigo.Suspiré y la cargué en mis brazos.—Freya, deja de molestarlo. Ya sabes cómo es tu hermano.—Pero es aburrido.Rambo soltó una carcajada.—Eso no te lo discuto.La bajé y tomé su manita entre la mía.—Vamos por él. Veamos qué está haciendo.Caminamos juntos a través del pasillo y al llegar al jardín, encontré a Lucian riendo.Pero no estab
MAGNUS —El trato con el Alfa del Reino de la Tierra fue un éxito, mi señor —anunció el primero de mis betas, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto—. Aceptó todas sus condiciones sin objeciones.—Perfecto —respondí con una sonrisa satisfecha—. Ronan nunca podrá quitarme el poder de los cuatro reinos. El viejo Alfa de la Tierra apenas puede mantenerse en pie, y su hijo… —solté una carcajada seca—. Un niño débil, fácil de manipular. No será una amenaza.Los betas asintieron, pero antes de que pudieran continuar con el informe, la puerta se abrió de golpe. Ingrid, la madre de Sigrid, entró en la habitación con una expresión de júbilo. Hice un gesto con la mano para que los betas se retiraran. Ellos obedecieron al instante, cerrando la puerta tras ellos.—Magnus, querido, todo está listo para la boda —anunció Ingrid con entusiasmo.Me recliné en mi silla, observándola con frialdad.—¿Y Astrid? —pregunté, sabiendo que la simple mención de su nombre le desagradaría.Tal como
ASTRIDLa luna brillaba en lo alto, testigo del momento que estaba a punto de cambiar mi vida para siempre. A mi alrededor, los miembros de la manada aullaban en celebración, sus voces entrelazándose en un cántico ancestral que vibraba en el aire. Sentí el peso de todas las miradas sobre mí, pero solo una importaba.Ronan.Él se acercó con paso firme, con esa mirada intensa que siempre parecía atravesarme hasta el alma. En sus manos, un collar de oro relucía bajo la luz de la luna. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, una mezcla de emoción y miedo recorriéndome por completo.Cuando Ronan se paró frente a mí, sus dedos rozaron la piel de mi cuello mientras aseguraba el collar en su lugar. Era un gesto simbólico, la marca de una unión irrompible. No esperaba que su toque me provocara un escalofrío, ni que su cercanía me hiciera olvidar momentáneamente el pasado.—Ahora eres mi compañera —declaró con voz firme.El sonido de los aullidos se intensificó, llenando el aire con una energí
—Ese collar es falso.Me giré de inmediato, encontrándolo apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho. Su mirada, oscura y afilada. —¿Qué? —mi voz salió más baja de lo que pretendía.Ronan avanzó un paso, y su presencia llenó el espacio como una tormenta a punto de estallar.—Nunca tuve intención de darte el collar genuino —dijo con frialdad—. No voy a condenarme a una relación eterna contigo. Entre más pronto ambos cumplamos nuestros propósitos, mejor será para los dos.El aire se tornó denso entre nosotros.Dolió. No podía negarlo. Pero ese era el trato desde el principio. No porque esperara amor de él, pero sí un mínimo de respeto. Pero estaba claro que eso era pedir demasiado.Cerré los dedos alrededor del dije, como si pudiera destrozarlo entre mis manos.—¿Y meter mujeres a tu habitación forma parte de tus propósitos también?Ronan sonrió de lado, con esa maldita expresión arrogante que me sacaba de quicio.—Debo cubrir mis necesidades.Furiosa,
—Soy Livia.Livia.Caminó hacia mí con la seguridad de quien sabe que pertenece a este lugar mucho más que yo. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en una trenza apretada, y su mirada tenía un brillo de desafío.Cuando se detuvo frente a mí, hizo una ligera reverencia. Una burla descarada.Lo supe por la forma en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible.—Luna —dijo con voz melosa.No respondí.Simplemente, le sostuve la mirada, dejando que el silencio hablara por mí. Livia mantuvo su postura un segundo más y luego tomó un asiento, sin dejar de sonreír.Respiré hondo y me senté también, justo al lado de Ronan. —¡Mamá! —una voz se escuchó desde el fondo. Un torbellino de energía me golpeó antes de que pudiera procesar lo que ocurría.Lucian, ingresó al comedor, me abrazó con fuerza, enterrando su rostro en mi pecho con la naturalidad de un niño que no entiende de protocolos ni jerarquías.—Buenos días, pequeño —murmuré, correspondiendo su abrazo.Freya entró
1 AÑO DESPUÉS…RONANDesde la ventana de mi despacho, la observo sin querer hacerlo. Astrid está en el jardín, suelta una carcajada mientras esquiva a Lucian, quien intenta atraparla con sus pequeñas manos. La escena es ridículamente simple, y sin embargo, hay algo en ella que me mantiene fijo en mi lugar.El sonido de la puerta interrumpió mis pensamientos. Rambo entró con su andar despreocupado y se detuvo a mi lado. Sin preguntar, siguió la dirección de mi mirada y soltó una risa baja.—Al parecer, para Astrid ha sido muy conveniente pertenecer a la manada del Fuego —comentó—. Se ve hermosa.—Si Camila te escucha, vas a terminar con una espada en el cuello.—Camila me cortaría algo más que el cuello —se burló—. Pero hablando en serio, Ronan, después de un año, ¿de verdad sigues desconfiando de ella?Me crucé de brazos.—Astrid ha sido de ayuda, pero sigue siendo solo una integrante más de la manada.Rambo chasqueó la lengua y apoyó un brazo en el marco de la ventana.—Cuando ambos
ASTRID —¡Lo odio! ¡Lo odio! —me quejeLlevaba una caja de alimentos en mis manos, destinada a la aldea más lejana del territorio de la manada de fuego. El peso físico de la caja era mínimo en comparación con la carga emocional que llevaba dentro.—¡Maldito Ronan! —murmuré entre dientes, sintiendo cómo la frustración hervía en mi interior—. ¿Cómo puede ser tan insensible? ¿Acaso no ve las necesidades de su propia gente?Había pasado un año desde que asumí el rol de Luna en el reino del fuego. Un año desde que dejé atrás la opresión de ser la esposa de Magnus. Aquí, en esta nueva tierra, me sentía más libre, más útil, más viva. Había encontrado mi lugar entre los miembros de la manada, ganándome su respeto y confianza. Sin embargo, la relación con Ronan, el Alfa, era una constante fuente de conflicto.Sabía de su intensa relación con Livia. No era un secreto para nadie. Al principio, pensé que me molestaría, que sentiría celos o resentimiento. Pero, para mi sorpresa, no fue así.
“No hay embarazo. Fue solo una falsa señal.”Sus palabras todavía resonaban en mi cabeza como un eco cruel.Había sido una mentira. Mi esperanza, mi fe ciega en que por fin estaba embarazada, que al fin cumpliría mi propósito como Luna del Reino del Viento… todo se había desmoronado en cuestión de segundos.Caminé sin rumbo fijo, mis pasos guiándome de regreso al castillo, pero mi mente perdida en el vacío. En el camino, pasé junto a un grupo de niños betas, ojos color verde; jugando con una pelota de cuero. Los lobos eran clasificados según el color de sus ojos, una jerarquía impuesta por la misma naturaleza. Los alfas, de ojos celestes, nacían para liderar. Los betas, con ojos verdes, eran su base, su ejército, su fortaleza. Y los omegas… los más frágiles de la manada, los más dependientes, los que vivían en los márgenes, de ojos amarillos.Y yo, Astrid, nacida con los ojos más azules que el cielo, la Luna me había elegido para estar al lado de Magnus. Había aceptado mi destino si