CAPÍTULO 05

RONAN

El enojo todavía ardía en mi pecho mientras fulminaba con la mirada a Rambo.

—¡No debiste mencionar el matrimonio, maldición! —espeté, cruzando los brazos. —No tengo la menor intención de atarme a esa mujer.

Rambo se encogió de hombros, sin inmutarse.

—Tienes que admitir que es una buena jugada, Ronan. Ella necesita venganza y tú necesitas una reina alfa. Ambos ganan.

Iba a replicar, pero un par de pasitos resonando en el pasillo me hicieron callar. Antes de darme cuenta, una niña de rizos oscuros y ojos dorados como los míos corrió hacia mí y se aferró a mis piernas.

—Papá —chilló con una voz dulce y decidida. —Lucian no quiere jugar conmigo.

Suspiré y la cargué en mis brazos.

—Freya, deja de molestarlo. Ya sabes cómo es tu hermano.

—Pero es aburrido.

Rambo soltó una carcajada.

—Eso no te lo discuto.

La bajé y tomé su manita entre la mía.

—Vamos por él. Veamos qué está haciendo.

Caminamos juntos a través del pasillo y al llegar al jardín, encontré a Lucian riendo.

Pero no estaba solo.

Astrid se encontraba con él, sonriendo de una manera que no había visto en ella. Su semblante altivo y desafiante estaba suavizado, como si, por un instante, hubiera olvidado el rencor y la venganza que llevaba a cuestas. Mi hijo le decía algo entre risas, y ella asentía con la cabeza.

Freya jaló mi mano.

—¿Quién es ella, papá?

Astrid nos miró y detuvo su risa por una expresión dura.  Lucian se giró y sonrió.

—¡Papá! Ella fue quien me salvó.

—Nunca me mencionaste que tenías hijos. —habló Astrid. 

—No era necesario —respondí con frialdad. —No tengo que explicarle mi vida a desconocidas.

Vi un destello de algo en su mirada. Desprecio, quizá. Pero no hizo ademán de replicar. Rambo decidió interrumpir la tensión y se llevó a los niños de la mano.

—Vamos, pequeños, les conseguiré algo dulce que los hará más felices que escuchar a los adultos discutir.

—Adiós Astrid. —se despidió Lucian, mientras que Freya tomaba la delantera y corría sin despedirse. 

Cuando nos quedamos solos, Astrid se cruzó de brazos.

—Acepto tu trato. 

Levanté una ceja, desconfiando de esta mujer sospechosa…

—¿Estás segura?

—Lo haré—respondió fríamente, sin un atisbo de vacilación en su voz,—. Pero solo porque quiero mi venganza contra Magnus y Sigrid.

Me acerqué un paso, midiendo su expresión.

Sus ojos azules destellaron con luz, haciendo que mi corazón palpitara involuntariamente.

—Y yo solo quiero el poder de los cuatro reinos.

Nos miramos en silencio. No había ternura, ni afecto. Solo un pacto sellado por la ambición y la necesidad de victoria.

Extendí mi mano.

—Entonces, tenemos un acuerdo.

Ella me estrechó la mano con firmeza.

—Así es.

(...)

ASTRID

—¿Cómo pudiste aceptar casarte con Ronan? —me reclamó de inmediato Elliot. 

Crucé los brazos sobre el pecho y le sostuve la mirada con firmeza.

—No tienes derecho a cuestionar mis decisiones, Elliot.

—¡Claro que lo tengo! —exclamó, acercándose un paso más—. Eres mi amiga, mi familia. No puedo quedarme de brazos cruzados viendo cómo te entregas a alguien como él.

Mis labios se curvaron en una sonrisa amarga.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Que me quede de brazos cruzados esperando que Magnus siga reinando impune? ¿Que la maldición que él y Sigrid me lanzaron siga consumiéndome en silencio? —Mis palabras salieron con un veneno que ni siquiera intenté contener—. Me quitaron lo que más quería, Elliot. Magnus me negó la posibilidad de ser madre durante todo nuestro matrimonio, y cuando me atreví a desafiarlo… me condenó para siempre. Nunca podré tener hijos. Nunca podré experimentar lo que otras hembras lobo disfrutan con naturalidad.

Elliot cerró los ojos por un momento, como si el dolor que yo sentía lo atravesara a él también. Cuando volvió a abrirlos, su mirada ya no era de enojo, sino de comprensión y tristeza.

—Lo sé, Astrid. Sé cuánto te lastimó. Pero solo quiero protegerte…

—Y lo aprecio, de verdad —dije, apoyando una mano en su brazo—. Eres más que mi mejor amigo, Elliot. Eres el hermano que nunca tuve. Y me siento orgullosa de saber que siempre te tendré a mi lado.

Las palabras parecieron calmar su tormento interno. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa antes de que me envolviera en un abrazo cálido y protector. Nos quedamos así por unos segundos, en un silencio que lo decía todo.

Cuando nos separamos, le dediqué una mirada decidida.

—Quiero que tú y Lila me acompañen a la casa real. Necesito aliados en este lugar y quiero tenerlos cerca. Lila será mi dama de compañía y a ti te conseguiré un puesto digno de tu talento.

Lila, que hasta ese momento había permanecido en silencio, asintió con entusiasmo.

—Sería un honor, Astrid. Vivir en la casa real, es un sueño. 

Para mí era mas una pesadilla. 

—Entonces, prepárense. La boda será en dos días.

(...)

El día había llegado. No había vuelta atrás.

Me miré al espejo una última vez. Lila había hecho un trabajo impecable. Mi vestido color hueso era elegante y sobrio, sin adornos innecesarios, pero con un corte que destacaba mi porte alfa. 

Mi cabello estaba recogido en una trenza intrincada y delicada, y mis labios tenían un leve tono carmesí. No era una novia común. No había dulzura ni romanticismo en este enlace. Era un pacto, un trato sellado con ambición y venganza.

Mis ojos celestes brillaban mucho más este día. 

—Eres hermosa, Astrid —dijo Lila con una sonrisa emocionada—. Convertirse en la esposa del Alfa es un honor.

Un golpe en la puerta interrumpió nuestros pensamientos. Una omega del servicio asomó la cabeza con respeto.

—Mi señora, es hora de bajar para la ceremonia.

Sentí un nudo en el estómago. No por miedo, sino por lo que esto significaba. Casarse con un Alfa no era solo un título. Era sumergirse en un mundo donde la fuerza y el poder dictaban las reglas.

Inspiré profundamente y solté el aire con lentitud. No había tiempo para dudas.

—Vamos —dije finalmente, con voz firme.

Y salí de la habitación, lista para enfrentar mi destino y destruir a Magnus. 

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