RONAN
El enojo todavía ardía en mi pecho mientras fulminaba con la mirada a Rambo.
—¡No debiste mencionar el matrimonio, maldición! —espeté, cruzando los brazos. —No tengo la menor intención de atarme a esa mujer.
Rambo se encogió de hombros, sin inmutarse.
—Tienes que admitir que es una buena jugada, Ronan. Ella necesita venganza y tú necesitas una reina alfa. Ambos ganan.
Iba a replicar, pero un par de pasitos resonando en el pasillo me hicieron callar. Antes de darme cuenta, una niña de rizos oscuros y ojos dorados como los míos corrió hacia mí y se aferró a mis piernas.
—Papá —chilló con una voz dulce y decidida. —Lucian no quiere jugar conmigo.
Suspiré y la cargué en mis brazos.
—Freya, deja de molestarlo. Ya sabes cómo es tu hermano.
—Pero es aburrido.
Rambo soltó una carcajada.
—Eso no te lo discuto.
La bajé y tomé su manita entre la mía.
—Vamos por él. Veamos qué está haciendo.
Caminamos juntos a través del pasillo y al llegar al jardín, encontré a Lucian riendo.
Pero no estaba solo.
Astrid se encontraba con él, sonriendo de una manera que no había visto en ella. Su semblante altivo y desafiante estaba suavizado, como si, por un instante, hubiera olvidado el rencor y la venganza que llevaba a cuestas. Mi hijo le decía algo entre risas, y ella asentía con la cabeza.
Freya jaló mi mano.
—¿Quién es ella, papá?
Astrid nos miró y detuvo su risa por una expresión dura. Lucian se giró y sonrió.
—¡Papá! Ella fue quien me salvó.
—Nunca me mencionaste que tenías hijos. —habló Astrid.
—No era necesario —respondí con frialdad. —No tengo que explicarle mi vida a desconocidas.
Vi un destello de algo en su mirada. Desprecio, quizá. Pero no hizo ademán de replicar. Rambo decidió interrumpir la tensión y se llevó a los niños de la mano.
—Vamos, pequeños, les conseguiré algo dulce que los hará más felices que escuchar a los adultos discutir.
—Adiós Astrid. —se despidió Lucian, mientras que Freya tomaba la delantera y corría sin despedirse.
Cuando nos quedamos solos, Astrid se cruzó de brazos.
—Acepto tu trato.
Levanté una ceja, desconfiando de esta mujer sospechosa…
—¿Estás segura?
—Lo haré—respondió fríamente, sin un atisbo de vacilación en su voz,—. Pero solo porque quiero mi venganza contra Magnus y Sigrid.
Me acerqué un paso, midiendo su expresión.
Sus ojos azules destellaron con luz, haciendo que mi corazón palpitara involuntariamente.
—Y yo solo quiero el poder de los cuatro reinos.
Nos miramos en silencio. No había ternura, ni afecto. Solo un pacto sellado por la ambición y la necesidad de victoria.
Extendí mi mano.
—Entonces, tenemos un acuerdo.
Ella me estrechó la mano con firmeza.
—Así es.
(...)
ASTRID
—¿Cómo pudiste aceptar casarte con Ronan? —me reclamó de inmediato Elliot.
Crucé los brazos sobre el pecho y le sostuve la mirada con firmeza.
—No tienes derecho a cuestionar mis decisiones, Elliot.
—¡Claro que lo tengo! —exclamó, acercándose un paso más—. Eres mi amiga, mi familia. No puedo quedarme de brazos cruzados viendo cómo te entregas a alguien como él.
Mis labios se curvaron en una sonrisa amarga.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que me quede de brazos cruzados esperando que Magnus siga reinando impune? ¿Que la maldición que él y Sigrid me lanzaron siga consumiéndome en silencio? —Mis palabras salieron con un veneno que ni siquiera intenté contener—. Me quitaron lo que más quería, Elliot. Magnus me negó la posibilidad de ser madre durante todo nuestro matrimonio, y cuando me atreví a desafiarlo… me condenó para siempre. Nunca podré tener hijos. Nunca podré experimentar lo que otras hembras lobo disfrutan con naturalidad.
Elliot cerró los ojos por un momento, como si el dolor que yo sentía lo atravesara a él también. Cuando volvió a abrirlos, su mirada ya no era de enojo, sino de comprensión y tristeza.
—Lo sé, Astrid. Sé cuánto te lastimó. Pero solo quiero protegerte…
—Y lo aprecio, de verdad —dije, apoyando una mano en su brazo—. Eres más que mi mejor amigo, Elliot. Eres el hermano que nunca tuve. Y me siento orgullosa de saber que siempre te tendré a mi lado.
Las palabras parecieron calmar su tormento interno. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa antes de que me envolviera en un abrazo cálido y protector. Nos quedamos así por unos segundos, en un silencio que lo decía todo.
Cuando nos separamos, le dediqué una mirada decidida.
—Quiero que tú y Lila me acompañen a la casa real. Necesito aliados en este lugar y quiero tenerlos cerca. Lila será mi dama de compañía y a ti te conseguiré un puesto digno de tu talento.
Lila, que hasta ese momento había permanecido en silencio, asintió con entusiasmo.
—Sería un honor, Astrid. Vivir en la casa real, es un sueño.
Para mí era mas una pesadilla.
—Entonces, prepárense. La boda será en dos días.
(...)
El día había llegado. No había vuelta atrás.
Me miré al espejo una última vez. Lila había hecho un trabajo impecable. Mi vestido color hueso era elegante y sobrio, sin adornos innecesarios, pero con un corte que destacaba mi porte alfa.
Mi cabello estaba recogido en una trenza intrincada y delicada, y mis labios tenían un leve tono carmesí. No era una novia común. No había dulzura ni romanticismo en este enlace. Era un pacto, un trato sellado con ambición y venganza.
Mis ojos celestes brillaban mucho más este día.
—Eres hermosa, Astrid —dijo Lila con una sonrisa emocionada—. Convertirse en la esposa del Alfa es un honor.
Un golpe en la puerta interrumpió nuestros pensamientos. Una omega del servicio asomó la cabeza con respeto.
—Mi señora, es hora de bajar para la ceremonia.
Sentí un nudo en el estómago. No por miedo, sino por lo que esto significaba. Casarse con un Alfa no era solo un título. Era sumergirse en un mundo donde la fuerza y el poder dictaban las reglas.
Inspiré profundamente y solté el aire con lentitud. No había tiempo para dudas.
—Vamos —dije finalmente, con voz firme.
Y salí de la habitación, lista para enfrentar mi destino y destruir a Magnus.
MAGNUS —El trato con el Alfa del Reino de la Tierra fue un éxito, mi señor —anunció el primero de mis betas, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto—. Aceptó todas sus condiciones sin objeciones.—Perfecto —respondí con una sonrisa satisfecha—. Ronan nunca podrá quitarme el poder de los cuatro reinos. El viejo Alfa de la Tierra apenas puede mantenerse en pie, y su hijo… —solté una carcajada seca—. Un niño débil, fácil de manipular. No será una amenaza.Los betas asintieron, pero antes de que pudieran continuar con el informe, la puerta se abrió de golpe. Ingrid, la madre de Sigrid, entró en la habitación con una expresión de júbilo. Hice un gesto con la mano para que los betas se retiraran. Ellos obedecieron al instante, cerrando la puerta tras ellos.—Magnus, querido, todo está listo para la boda —anunció Ingrid con entusiasmo.Me recliné en mi silla, observándola con frialdad.—¿Y Astrid? —pregunté, sabiendo que la simple mención de su nombre le desagradaría.Tal como
ASTRIDLa luna brillaba en lo alto, testigo del momento que estaba a punto de cambiar mi vida para siempre. A mi alrededor, los miembros de la manada aullaban en celebración, sus voces entrelazándose en un cántico ancestral que vibraba en el aire. Sentí el peso de todas las miradas sobre mí, pero solo una importaba.Ronan.Él se acercó con paso firme, con esa mirada intensa que siempre parecía atravesarme hasta el alma. En sus manos, un collar de oro relucía bajo la luz de la luna. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, una mezcla de emoción y miedo recorriéndome por completo.Cuando Ronan se paró frente a mí, sus dedos rozaron la piel de mi cuello mientras aseguraba el collar en su lugar. Era un gesto simbólico, la marca de una unión irrompible. No esperaba que su toque me provocara un escalofrío, ni que su cercanía me hiciera olvidar momentáneamente el pasado.—Ahora eres mi compañera —declaró con voz firme.El sonido de los aullidos se intensificó, llenando el aire con una energí
—Ese collar es falso.Me giré de inmediato, encontrándolo apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho. Su mirada, oscura y afilada. —¿Qué? —mi voz salió más baja de lo que pretendía.Ronan avanzó un paso, y su presencia llenó el espacio como una tormenta a punto de estallar.—Nunca tuve intención de darte el collar genuino —dijo con frialdad—. No voy a condenarme a una relación eterna contigo. Entre más pronto ambos cumplamos nuestros propósitos, mejor será para los dos.El aire se tornó denso entre nosotros.Dolió. No podía negarlo. Pero ese era el trato desde el principio. No porque esperara amor de él, pero sí un mínimo de respeto. Pero estaba claro que eso era pedir demasiado.Cerré los dedos alrededor del dije, como si pudiera destrozarlo entre mis manos.—¿Y meter mujeres a tu habitación forma parte de tus propósitos también?Ronan sonrió de lado, con esa maldita expresión arrogante que me sacaba de quicio.—Debo cubrir mis necesidades.Furiosa,
—Soy Livia.Livia.Caminó hacia mí con la seguridad de quien sabe que pertenece a este lugar mucho más que yo. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en una trenza apretada, y su mirada tenía un brillo de desafío.Cuando se detuvo frente a mí, hizo una ligera reverencia. Una burla descarada.Lo supe por la forma en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible.—Luna —dijo con voz melosa.No respondí.Simplemente, le sostuve la mirada, dejando que el silencio hablara por mí. Livia mantuvo su postura un segundo más y luego tomó un asiento, sin dejar de sonreír.Respiré hondo y me senté también, justo al lado de Ronan. —¡Mamá! —una voz se escuchó desde el fondo. Un torbellino de energía me golpeó antes de que pudiera procesar lo que ocurría.Lucian, ingresó al comedor, me abrazó con fuerza, enterrando su rostro en mi pecho con la naturalidad de un niño que no entiende de protocolos ni jerarquías.—Buenos días, pequeño —murmuré, correspondiendo su abrazo.Freya entró
1 AÑO DESPUÉS…RONANDesde la ventana de mi despacho, la observo sin querer hacerlo. Astrid está en el jardín, suelta una carcajada mientras esquiva a Lucian, quien intenta atraparla con sus pequeñas manos. La escena es ridículamente simple, y sin embargo, hay algo en ella que me mantiene fijo en mi lugar.El sonido de la puerta interrumpió mis pensamientos. Rambo entró con su andar despreocupado y se detuvo a mi lado. Sin preguntar, siguió la dirección de mi mirada y soltó una risa baja.—Al parecer, para Astrid ha sido muy conveniente pertenecer a la manada del Fuego —comentó—. Se ve hermosa.—Si Camila te escucha, vas a terminar con una espada en el cuello.—Camila me cortaría algo más que el cuello —se burló—. Pero hablando en serio, Ronan, después de un año, ¿de verdad sigues desconfiando de ella?Me crucé de brazos.—Astrid ha sido de ayuda, pero sigue siendo solo una integrante más de la manada.Rambo chasqueó la lengua y apoyó un brazo en el marco de la ventana.—Cuando ambos
ASTRID —¡Lo odio! ¡Lo odio! —me quejeLlevaba una caja de alimentos en mis manos, destinada a la aldea más lejana del territorio de la manada de fuego. El peso físico de la caja era mínimo en comparación con la carga emocional que llevaba dentro.—¡Maldito Ronan! —murmuré entre dientes, sintiendo cómo la frustración hervía en mi interior—. ¿Cómo puede ser tan insensible? ¿Acaso no ve las necesidades de su propia gente?Había pasado un año desde que asumí el rol de Luna en el reino del fuego. Un año desde que dejé atrás la opresión de ser la esposa de Magnus. Aquí, en esta nueva tierra, me sentía más libre, más útil, más viva. Había encontrado mi lugar entre los miembros de la manada, ganándome su respeto y confianza. Sin embargo, la relación con Ronan, el Alfa, era una constante fuente de conflicto.Sabía de su intensa relación con Livia. No era un secreto para nadie. Al principio, pensé que me molestaría, que sentiría celos o resentimiento. Pero, para mi sorpresa, no fue así.
“No hay embarazo. Fue solo una falsa señal.”Sus palabras todavía resonaban en mi cabeza como un eco cruel.Había sido una mentira. Mi esperanza, mi fe ciega en que por fin estaba embarazada, que al fin cumpliría mi propósito como Luna del Reino del Viento… todo se había desmoronado en cuestión de segundos.Caminé sin rumbo fijo, mis pasos guiándome de regreso al castillo, pero mi mente perdida en el vacío. En el camino, pasé junto a un grupo de niños betas, ojos color verde; jugando con una pelota de cuero. Los lobos eran clasificados según el color de sus ojos, una jerarquía impuesta por la misma naturaleza. Los alfas, de ojos celestes, nacían para liderar. Los betas, con ojos verdes, eran su base, su ejército, su fortaleza. Y los omegas… los más frágiles de la manada, los más dependientes, los que vivían en los márgenes, de ojos amarillos.Y yo, Astrid, nacida con los ojos más azules que el cielo, la Luna me había elegido para estar al lado de Magnus. Había aceptado mi destino si
El cansancio pesaba sobre mis huesos como una maldición silenciosa. Llevaba días vagando sin rumbo, mis pies arrastrándose sobre la tierra seca, mis labios agrietados por la falta de agua. El bosque era implacable; sus árboles desnudos se mecían con el viento, sus sombras alargadas parecían burlarse de mí. El hambre y el agotamiento nublaban mis pensamientos, pero la ira que ardía en mi pecho mantenía mi voluntad firme. No podía caer. No ahora.De repente, unas voces femeninas flotaron entre los árboles. Mi instinto me hizo agazaparme detrás de un tronco seco, conteniendo la respiración.—Ronan sigue siendo el Alfa más guapo de los cuatro reinos—dijo una de ellas, con una mezcla de admiración y deseo en su voz—. Qué lástima que quedara viudo.—Y peor aún, que no acepte betas ni omegas para su esposa. Solo una alfa podría ocupar su lugar —respondió otra con un suspiro resignado—. Pero, ¿quién? No hay ninguna otra alfa disponible.El silencio que siguió a su marcha quedó suspendido