RONAN
El aire en la casa real del Reino del Fuego era sofocante, y no tenía nada que ver con las llamas eternas que ardían en las grandes antorchas de los pasillos.
No. Era mi ira la que caldeaba la atmósfera.
Caminé con pasos firmes hasta mi estudio, sintiendo la presencia de los intrusos siguiéndome.
La tal Astrid y Elliot entraron detrás de mí, pero yo no tenía intenciones de prolongar este encuentro más de lo necesario.
—Sal de la habitación, Elliot —ordené sin mirarlo.
—Pero, Señor...
Lo interrumpí con un gruñido bajo.
—Ahora.
Elliot miró a Astrid, como si buscara permiso, pero ella se mantuvo impasible. Con evidente duda, se retiró cerrando la puerta tras de sí. Una vez solos, me giré hacia la mujer que se atrevía a venir a mi territorio con promesas de secretos y venganza.
Sin más preámbulos, cerré la distancia entre nosotros y la sujeté por el cuello con una mano, alzándola lo suficiente como para que sus pies apenas rozaran el suelo.
—Quiero la verdad —le advertí, mi voz un gruñido grave—. De lo contrario, será fácil para mí matarte aquí mismo. Habla. ¿Por qué abandonaste a tu esposo y a la manada del Viento?
Sus ojos celestes, marcados con el distintivo de un Alfa, brillaron con desafío. Se negaba a ceder al miedo, lo cual, lo admito, era digno de reconocimiento. Forzó su voz mientras luchaba por respirar.
—No fue por voluntad propia —logró decir—. Magnus me acusó de traición, me rechazó y me desterró para casarse con mi prima Sigrid.
La solté bruscamente, haciéndola caer de rodillas.
—Una historia conveniente. ¿Por qué habría de creer en la palabra de una exiliada? —espeté, cruzando los brazos—. Si tu propio esposo te acusó de traición, es porque seguramente lo eres.
Astrid se incorporó con rapidez, frotándose el cuello, y me lanzó una mirada feroz.
—¡No te atrevas a dudar de mi honor! —rugió—. He sido muchas cosas, pero jamás una traidora. Mi único pecado fue amar a un hombre que nunca me quiso. Me envenenaron para impedir que tuviera hijos. Me humillaron y me maldijeron con la infertilidad. Y ahora Magnus tiene lo que siempre quiso: a Sigrid en su cama y mi nombre pisoteado.
Su voz tembló al final, pero no por debilidad. Era furia contenida.
—Lo que quiero es venganza. Y si tú me lo permites, puedo darte información sobre las estrategias de guerra de Magnus. Puedo convertirme en parte de tu ejército de Betas.
Su propuesta me tomó por sorpresa, pero no dejé que se notara. Me acerqué con lentitud, observándola con detenimiento, evaluándola.
—¿Una Alfa... sirviendo entre mis Betas? —musité con sorna—. Eso sería un desperdicio.
Rápidamente, rompí su blusa de un tirón, dejando al descubierto su cuello. Mis ojos buscaron el collar de las compañeras del Alfa, aquel que Magnus debió haberle dado. Pero no estaba. Un signo claro de que su lazo con él estaba roto. Interesante.
Astrid se quedó inmóvil, sus puños cerrados con fuerza. Su orgullo era tangible, pero no dijo nada.
—Voy a pensar en tu propuesta —le informé finalmente, dejando caer los restos de tela de su blusa—. Te quedarás en la casa de Elliot esta noche. Mañana te daré mi respuesta.
Sin más, le señalé la puerta. Astrid se ajustó lo que quedaba de su ropa y salió sin mirar atrás.
Cuando quedé solo, exhalé con pesadez. Una Alfa desterrada con sed de venganza... Quizá Astrid podía ser más útil de lo que pensaba. Y sin duda, más peligrosa.
Mi mente me decía que desconfiara, pero algo en su mirada, en la forma en que su voz se quebró cuando habló de su destierro, me hacía dudar.
—Hijo…
La voz de mi madre me sacó de mis pensamientos. Me giré hacia ella con el ceño fruncido. Mi madre era una mujer fuerte, de mirada aguda y porte regio.
—Lucian quiere verte —anunció con suavidad, pero con urgencia.
El aire abandonó mis pulmones en un instante. Salí de la habitación apresurado, mis pasos resonando con furia mientras me dirigía a los aposentos de mi hijo.
Cuando abrí la puerta, lo encontré sentado en la cama, envuelto en mantas gruesas. Su pequeño rostro estaba pálido, pero sus ojos negros me miraban con determinación. Su ropa aún estaba húmeda, y la chimenea encendida intentaba devolverle el calor perdido.
—¿Cómo demonios terminaste en ese río? —rugí, mi voz llena de ira y preocupación. Miré a los sirvientes que rodeaban la cama, esperando respuestas.
Todos bajaron la cabeza, ninguno se atrevió a hablar.
—Salgan todos —ordené a los sirvientes. Sólo mi madre y Rambo, mi beta líder y mano derecha, se quedaron en la habitación.
—¡Estoy esperando! —gruñí, con el lobo rugiendo en mi interior, exigiendo justicia.
Lucian carraspeó y me miró con vergüenza.
—Escapé… Quería demostrar que podía nadar solo, pero la corriente era más fuerte de lo que pensé…
Exhalé bruscamente, pasando una mano por mi cabello, tratando de contener mi furia. Miré a mi madre, quien se acercó a la cama y acarició la cabeza de mi hijo con ternura.
—Lo importante es que está bien —dijo con calma.
—No defiendas sus travesuras —le advertí, volviendo mi atención a Lucian—. No vuelvas a hacer una estupidez como esa. Si te hubieras ahogado…
No terminé la frase. No podía. La idea de perder a mi hijo era insoportable. Lucian asintió, bajando la mirada, realmente arrepentido.
Salí de la habitación y Rambo me siguió.
—Háblame de la mujer que rescató a Lucian —dijo finalmente.
Mi mandíbula se tensó.
—Astrid —murmuré, como si su nombre me quemara la lengua—. Exesposa de Magnus. Quiere unirse a nuestra manada. Dice que puede darme información sobre Magnus y sus estrategias de guerra.
Rambo alzó una ceja.
—¿Y tú qué opinas?
—Que no soy un cobarde —gruñí—. Si voy a enfrentarme a Magnus, no será usando secretos ajenos, sino en batalla, con honor.
Mi amigo sonrió de lado.
—Claro, claro, siempre el honorable Alfa Ronan. —Su tono tenía un deje de burla—. Pero dime, ¿ella te pidió algo más?
Asentí.
—Quiere ser parte del ejército de los Betas. Dice que es lo único que tiene ahora.
Rambo soltó una carcajada grave.
—Vaya propuesta interesante… Pero se me ocurre una mejor idea.
Entrecerré los ojos, conociéndolo lo suficiente para saber que estaba tramando algo.
—Dilo de una vez.
—Cásate con ella.
Su sugerencia golpeó como un relámpago en medio de la tormenta. Mi lobo gruñó ante la idea, y di un paso hacia él, sintiendo la rabia encenderse en mis venas.
—¡No voy a desposarme con esa mujer! —rugí, sintiendo mi pecho elevarse con furia.
Rambo no se inmutó. En su lugar, cruzó los brazos y me miró con tranquilidad.
—Piénsalo. Ella necesita venganza, tú necesitas una reina Alfa. Con su unión podrías fortalecer tu posición y eliminar a Magnus con más facilidad. Además, no cualquiera puede tener a una Alfa como compañera…
Sacudí la cabeza, negándome a considerar siquiera la idea.
—No. No la quiero como mi reina.
Mi amigo suspiró y se encogió de hombros.
—No te apresures a descartarla, Ronan. Puede que ella sea tu salvación.
Mis puños se cerraron con fuerza.
La idea de compartir mi vida con Astrid, con esa mujer orgullosa y herida, era tan absurda como peligrosa. Pero, por primera vez en mucho tiempo, algo dentro de mí no la rechazó del todo.
Había rechazado docena de mujeres, pero con ella me lo pensaba.
ASTRID Elliot y yo caminamos en silencio por el sendero de tierra que nos llevaba a su casa. La noche caía lentamente, y el aire estaba cargado de cenizas y humo, un recordatorio constante de que estábamos en las tierras del Fuego.—Me preocupa la manera en que Ronan te trata —dijo Elliot de repente, rompiendo el silencio.Me giré para mirarlo. Su expresión reflejaba una mezcla de inquietud y enojo.—No te preocupes —confesé, sintiendo el peso de sus palabras en mi pecho—. Pero no puedo permitirme demostrar miedo. No después de todo lo que he pasado.Elliot suspiró, pero no dijo nada más. Sabía que no serviría de nada insistir. Yo ya había tomado mi decisión.Al llegar a la casa de los padres de Elliot, nos encontramos con la puerta cerrada. Elliot frunció el ceño y se acercó para abrirla, pero antes de que pudiera tocar la madera, una figura apareció de la nada y lo atacó con una velocidad impresionante. La vi lanzar a Elliot al suelo con un golpe seco, sujetándolo del cuello.—¿Qui
RONANEl enojo todavía ardía en mi pecho mientras fulminaba con la mirada a Rambo.—¡No debiste mencionar el matrimonio, maldición! —espeté, cruzando los brazos. —No tengo la menor intención de atarme a esa mujer.Rambo se encogió de hombros, sin inmutarse.—Tienes que admitir que es una buena jugada, Ronan. Ella necesita venganza y tú necesitas una reina alfa. Ambos ganan.Iba a replicar, pero un par de pasitos resonando en el pasillo me hicieron callar. Antes de darme cuenta, una niña de rizos oscuros y ojos dorados como los míos corrió hacia mí y se aferró a mis piernas.—Papá —chilló con una voz dulce y decidida. —Lucian no quiere jugar conmigo.Suspiré y la cargué en mis brazos.—Freya, deja de molestarlo. Ya sabes cómo es tu hermano.—Pero es aburrido.Rambo soltó una carcajada.—Eso no te lo discuto.La bajé y tomé su manita entre la mía.—Vamos por él. Veamos qué está haciendo.Caminamos juntos a través del pasillo y al llegar al jardín, encontré a Lucian riendo.Pero no estab
MAGNUS —El trato con el Alfa del Reino de la Tierra fue un éxito, mi señor —anunció el primero de mis betas, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto—. Aceptó todas sus condiciones sin objeciones.—Perfecto —respondí con una sonrisa satisfecha—. Ronan nunca podrá quitarme el poder de los cuatro reinos. El viejo Alfa de la Tierra apenas puede mantenerse en pie, y su hijo… —solté una carcajada seca—. Un niño débil, fácil de manipular. No será una amenaza.Los betas asintieron, pero antes de que pudieran continuar con el informe, la puerta se abrió de golpe. Ingrid, la madre de Sigrid, entró en la habitación con una expresión de júbilo. Hice un gesto con la mano para que los betas se retiraran. Ellos obedecieron al instante, cerrando la puerta tras ellos.—Magnus, querido, todo está listo para la boda —anunció Ingrid con entusiasmo.Me recliné en mi silla, observándola con frialdad.—¿Y Astrid? —pregunté, sabiendo que la simple mención de su nombre le desagradaría.Tal como
ASTRIDLa luna brillaba en lo alto, testigo del momento que estaba a punto de cambiar mi vida para siempre. A mi alrededor, los miembros de la manada aullaban en celebración, sus voces entrelazándose en un cántico ancestral que vibraba en el aire. Sentí el peso de todas las miradas sobre mí, pero solo una importaba.Ronan.Él se acercó con paso firme, con esa mirada intensa que siempre parecía atravesarme hasta el alma. En sus manos, un collar de oro relucía bajo la luz de la luna. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, una mezcla de emoción y miedo recorriéndome por completo.Cuando Ronan se paró frente a mí, sus dedos rozaron la piel de mi cuello mientras aseguraba el collar en su lugar. Era un gesto simbólico, la marca de una unión irrompible. No esperaba que su toque me provocara un escalofrío, ni que su cercanía me hiciera olvidar momentáneamente el pasado.—Ahora eres mi compañera —declaró con voz firme.El sonido de los aullidos se intensificó, llenando el aire con una energí
—Ese collar es falso.Me giré de inmediato, encontrándolo apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho. Su mirada, oscura y afilada. —¿Qué? —mi voz salió más baja de lo que pretendía.Ronan avanzó un paso, y su presencia llenó el espacio como una tormenta a punto de estallar.—Nunca tuve intención de darte el collar genuino —dijo con frialdad—. No voy a condenarme a una relación eterna contigo. Entre más pronto ambos cumplamos nuestros propósitos, mejor será para los dos.El aire se tornó denso entre nosotros.Dolió. No podía negarlo. Pero ese era el trato desde el principio. No porque esperara amor de él, pero sí un mínimo de respeto. Pero estaba claro que eso era pedir demasiado.Cerré los dedos alrededor del dije, como si pudiera destrozarlo entre mis manos.—¿Y meter mujeres a tu habitación forma parte de tus propósitos también?Ronan sonrió de lado, con esa maldita expresión arrogante que me sacaba de quicio.—Debo cubrir mis necesidades.Furiosa,
—Soy Livia.Livia.Caminó hacia mí con la seguridad de quien sabe que pertenece a este lugar mucho más que yo. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en una trenza apretada, y su mirada tenía un brillo de desafío.Cuando se detuvo frente a mí, hizo una ligera reverencia. Una burla descarada.Lo supe por la forma en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible.—Luna —dijo con voz melosa.No respondí.Simplemente, le sostuve la mirada, dejando que el silencio hablara por mí. Livia mantuvo su postura un segundo más y luego tomó un asiento, sin dejar de sonreír.Respiré hondo y me senté también, justo al lado de Ronan. —¡Mamá! —una voz se escuchó desde el fondo. Un torbellino de energía me golpeó antes de que pudiera procesar lo que ocurría.Lucian, ingresó al comedor, me abrazó con fuerza, enterrando su rostro en mi pecho con la naturalidad de un niño que no entiende de protocolos ni jerarquías.—Buenos días, pequeño —murmuré, correspondiendo su abrazo.Freya entró
1 AÑO DESPUÉS…RONANDesde la ventana de mi despacho, la observo sin querer hacerlo. Astrid está en el jardín, suelta una carcajada mientras esquiva a Lucian, quien intenta atraparla con sus pequeñas manos. La escena es ridículamente simple, y sin embargo, hay algo en ella que me mantiene fijo en mi lugar.El sonido de la puerta interrumpió mis pensamientos. Rambo entró con su andar despreocupado y se detuvo a mi lado. Sin preguntar, siguió la dirección de mi mirada y soltó una risa baja.—Al parecer, para Astrid ha sido muy conveniente pertenecer a la manada del Fuego —comentó—. Se ve hermosa.—Si Camila te escucha, vas a terminar con una espada en el cuello.—Camila me cortaría algo más que el cuello —se burló—. Pero hablando en serio, Ronan, después de un año, ¿de verdad sigues desconfiando de ella?Me crucé de brazos.—Astrid ha sido de ayuda, pero sigue siendo solo una integrante más de la manada.Rambo chasqueó la lengua y apoyó un brazo en el marco de la ventana.—Cuando ambos
ASTRID —¡Lo odio! ¡Lo odio! —me quejeLlevaba una caja de alimentos en mis manos, destinada a la aldea más lejana del territorio de la manada de fuego. El peso físico de la caja era mínimo en comparación con la carga emocional que llevaba dentro.—¡Maldito Ronan! —murmuré entre dientes, sintiendo cómo la frustración hervía en mi interior—. ¿Cómo puede ser tan insensible? ¿Acaso no ve las necesidades de su propia gente?Había pasado un año desde que asumí el rol de Luna en el reino del fuego. Un año desde que dejé atrás la opresión de ser la esposa de Magnus. Aquí, en esta nueva tierra, me sentía más libre, más útil, más viva. Había encontrado mi lugar entre los miembros de la manada, ganándome su respeto y confianza. Sin embargo, la relación con Ronan, el Alfa, era una constante fuente de conflicto.Sabía de su intensa relación con Livia. No era un secreto para nadie. Al principio, pensé que me molestaría, que sentiría celos o resentimiento. Pero, para mi sorpresa, no fue así.