El cansancio pesaba sobre mis huesos como una maldición silenciosa.
Llevaba días vagando sin rumbo, mis pies arrastrándose sobre la tierra seca, mis labios agrietados por la falta de agua.
El bosque era implacable; sus árboles desnudos se mecían con el viento, sus sombras alargadas parecían burlarse de mí.
El hambre y el agotamiento nublaban mis pensamientos, pero la ira que ardía en mi pecho mantenía mi voluntad firme.
No podía caer. No ahora.
De repente, unas voces femeninas flotaron entre los árboles. Mi instinto me hizo agazaparme detrás de un tronco seco, conteniendo la respiración.
—Ronan sigue siendo el Alfa más guapo de los cuatro reinos—dijo una de ellas, con una mezcla de admiración y deseo en su voz—. Qué lástima que quedara viudo.
—Y peor aún, que no acepte betas ni omegas para su esposa. Solo una alfa podría ocupar su lugar —respondió otra con un suspiro resignado—. Pero, ¿quién? No hay ninguna otra alfa disponible.
El silencio que siguió a su marcha quedó suspendido en el aire como una revelación. Ronan… ¿el Alfa del Fuego? Escuché muchas veces a Magnus hablar sobre el alfa del reino del Fuego, era su primer rival para dominar los cuatro reinos, ni Magnus lo soportaba ni el Alfa del Fuego a é.
Mi corazón latía con fuerza mientras procesaba sus palabras. Él no aceptaba betas ni omegas. Solo una alfa. Y yo lo era.
Mis garras arañaron la corteza del árbol mientras me incorporaba. La brisa nocturna agitó mi cabello enredado mientras cerraba los ojos y dejaba que mi loba tomara el control.
Sentí el ardor en mis huesos, la expansión de mis músculos, el estallido de energía que me envolvía como una segunda piel. En un instante, mi cuerpo se encogió en la figura de una loba plateada, de ojos fulgurantes como el hielo.
Corrí.
La frontera del Reino del Fuego no podía estar lejos. Y entonces, un olor conocido interrumpió mi concentración. Un lobo. No, no un lobo cualquiera.
Elliot.
Nos encontramos en medio del bosque, sus ojos dorados reflejando la luz de la luna. Se transformó primero, y yo lo imité. Apenas tuve tiempo de recuperar mi aliento antes de que me envolviera en un abrazo apretado.
—Astrid… pensé que nunca volvería a verte —susurró, su voz quebrada por la emoción.
Mi garganta se cerró. Elliot siempre había sido mi refugio, mi único verdadero amigo.
—Creí que Magnus te había… —No pude terminar la frase.
Él negó con la cabeza, apartándose lo justo para mirarme a los ojos.
—Me subestimaron. Burlé a los guardias y escapé. Pero no podía volver. No después de lo que hicieron contigo.
Sus palabras removieron un dolor profundo dentro de mí, pero aún había preguntas que necesitaban respuestas.
—¿Es cierto lo que dicen? ¿Traicionaste a Magnus? —le pregunté, buscando desesperadamente una negación en su rostro.
Elliot frunció el ceño, ofendido.
—No. Regresé al Reino del Fuego porque mi madre falleció. Necesitaba estar en su funeral. Mis padres eran de aquí, Astrid —continuó—. Siempre tuve razones más fuertes para quedarme en el reino del viento.
—Si eres del reino del Fuego Entonces, llévame con su alfa —le pedí, con una determinación renovada en mi voz.
Elliot me observó por un momento, evaluando mi decisión, y luego asintió.
—De acuerdo. Pero debemos ser cuidadosos. Ronan no confía en los extraños.
Emprendimos el camino juntos.
Cuando llegamos a la orilla de un río caudaloso, la luna iluminaba las aguas turbulentas. El sonido del agua fluyendo llenaba el silencio, pero fue interrumpido por un grito desgarrador.
Un niño.
Giré la cabeza justo a tiempo para ver a un pequeño forcejeando contra la corriente, sus manitas tratando en vano de aferrarse a una roca resbaladiza.
No lo pensé dos veces.
—¡Astrid! —gritó Elliot, pero yo ya me había lanzado.
El agua helada me golpeó con fuerza, robándome el aliento. Nadé con desesperación, mis brazos cortando la corriente con cada brazada. El niño desaparecía y reaparecía entre las olas, su cabecita apenas visible.
Mis músculos ardían cuando finalmente lo alcancé. Lo sujeté con fuerza contra mi pecho y empecé a nadar de regreso. La corriente tiraba de nosotros, hambrienta, pero mi determinación era más fuerte. No iba a dejar que muriera. No cuando aún tenía tanto por lo que luchar.
Con un último esfuerzo, logré alcanzar la orilla. Me desplomé en la hierba, jadeando, con el niño en mis brazos. Él tosió, expulsando agua, y entonces abrió los ojos.
—Gracias… —susurró con voz temblorosa.
Una voz profunda y firme interrumpió el momento.
—¿Qué está pasando aquí?
Levanté la cabeza y vi a un hombre imponente de pie a unos metros de nosotros. Alto, de cabellos oscuros, con ojos celestes como el fuego contenido en una tormenta. Su presencia irradiaba poder y dominio.
Elliot se puso de pie de inmediato.
—Ronan…
Mi corazón se aceleró.
Había encontrado al Alfa del Reino del Fuego. Y él ahora me estaba observando con intensidad, como si intentara descifrar quién era yo y qué estaba haciendo en su territorio.
Con un movimiento de la cabeza, ordenó a uno de sus hombres llevar al pequeño a la casa real. La tensión en el aire era palpable. Los hombres obedecieron y se mezclaron en medio del bosque. Quedándonos solos.
Me crucé de brazos y levanté la barbilla cuando sus ojos ardientes se fijaron en los míos.
—¿Quién eres y qué haces en mi territorio? —preguntó con voz profunda, cada palabra como un filo cortante.
Antes de que pudiera responder, Elliot se adelantó.
—Es mi amiga, mi Alfa. No es una amenaza.
Lo miré con una mezcla de gratitud e irritación. No necesitaba que hablara por mí. Di un paso adelante y clavé la mirada en Ronan.
—Soy Astrid, del Reino del Viento. Vine aquí porque quiero convertirme en miembro del Reino del Fuego.
Los ojos de Ronan centellearon con interés momentáneo, pero su expresión se endureció rápidamente.
—¿Y por qué aceptaría a una exiliada? —su tono fue despectivo.
—Porque puedo darte información sobre los secretos del Reino del Viento. Secretos que podrían darte ventaja sobre Magnus.
—Yo no soy un cobarde —dijo finalmente, con voz fría—. No necesito trucos baratos ni información robada para enfrentar a mis enemigos. Si crees que vendrás aquí a susurrar traiciones al oído de un Alfa, estás equivocada. No acepto traidores en mi manada. Lárgate de mi territorio.
Mi corazón se encogió por un instante, pero no estaba dispuesta a retroceder. Antes de que pudiera insistir, Elliot habló con voz firme.
—Astrid no es cualquier loba. ¡Es una Alfa!. La exesposa de Magnus, el Alfa del Reino del Viento.
RONANEl aire en la casa real del Reino del Fuego era sofocante, y no tenía nada que ver con las llamas eternas que ardían en las grandes antorchas de los pasillos. No. Era mi ira la que caldeaba la atmósfera. Caminé con pasos firmes hasta mi estudio, sintiendo la presencia de los intrusos siguiéndome.La tal Astrid y Elliot entraron detrás de mí, pero yo no tenía intenciones de prolongar este encuentro más de lo necesario.—Sal de la habitación, Elliot —ordené sin mirarlo.—Pero, Señor...Lo interrumpí con un gruñido bajo.—Ahora.Elliot miró a Astrid, como si buscara permiso, pero ella se mantuvo impasible. Con evidente duda, se retiró cerrando la puerta tras de sí. Una vez solos, me giré hacia la mujer que se atrevía a venir a mi territorio con promesas de secretos y venganza.Sin más preámbulos, cerré la distancia entre nosotros y la sujeté por el cuello con una mano, alzándola lo suficiente como para que sus pies apenas rozaran el suelo.—Quiero la verdad —le advertí, mi voz un
ASTRID Elliot y yo caminamos en silencio por el sendero de tierra que nos llevaba a su casa. La noche caía lentamente, y el aire estaba cargado de cenizas y humo, un recordatorio constante de que estábamos en las tierras del Fuego.—Me preocupa la manera en que Ronan te trata —dijo Elliot de repente, rompiendo el silencio.Me giré para mirarlo. Su expresión reflejaba una mezcla de inquietud y enojo.—No te preocupes —confesé, sintiendo el peso de sus palabras en mi pecho—. Pero no puedo permitirme demostrar miedo. No después de todo lo que he pasado.Elliot suspiró, pero no dijo nada más. Sabía que no serviría de nada insistir. Yo ya había tomado mi decisión.Al llegar a la casa de los padres de Elliot, nos encontramos con la puerta cerrada. Elliot frunció el ceño y se acercó para abrirla, pero antes de que pudiera tocar la madera, una figura apareció de la nada y lo atacó con una velocidad impresionante. La vi lanzar a Elliot al suelo con un golpe seco, sujetándolo del cuello.—¿Qui
RONANEl enojo todavía ardía en mi pecho mientras fulminaba con la mirada a Rambo.—¡No debiste mencionar el matrimonio, maldición! —espeté, cruzando los brazos. —No tengo la menor intención de atarme a esa mujer.Rambo se encogió de hombros, sin inmutarse.—Tienes que admitir que es una buena jugada, Ronan. Ella necesita venganza y tú necesitas una reina alfa. Ambos ganan.Iba a replicar, pero un par de pasitos resonando en el pasillo me hicieron callar. Antes de darme cuenta, una niña de rizos oscuros y ojos dorados como los míos corrió hacia mí y se aferró a mis piernas.—Papá —chilló con una voz dulce y decidida. —Lucian no quiere jugar conmigo.Suspiré y la cargué en mis brazos.—Freya, deja de molestarlo. Ya sabes cómo es tu hermano.—Pero es aburrido.Rambo soltó una carcajada.—Eso no te lo discuto.La bajé y tomé su manita entre la mía.—Vamos por él. Veamos qué está haciendo.Caminamos juntos a través del pasillo y al llegar al jardín, encontré a Lucian riendo.Pero no estab
MAGNUS —El trato con el Alfa del Reino de la Tierra fue un éxito, mi señor —anunció el primero de mis betas, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto—. Aceptó todas sus condiciones sin objeciones.—Perfecto —respondí con una sonrisa satisfecha—. Ronan nunca podrá quitarme el poder de los cuatro reinos. El viejo Alfa de la Tierra apenas puede mantenerse en pie, y su hijo… —solté una carcajada seca—. Un niño débil, fácil de manipular. No será una amenaza.Los betas asintieron, pero antes de que pudieran continuar con el informe, la puerta se abrió de golpe. Ingrid, la madre de Sigrid, entró en la habitación con una expresión de júbilo. Hice un gesto con la mano para que los betas se retiraran. Ellos obedecieron al instante, cerrando la puerta tras ellos.—Magnus, querido, todo está listo para la boda —anunció Ingrid con entusiasmo.Me recliné en mi silla, observándola con frialdad.—¿Y Astrid? —pregunté, sabiendo que la simple mención de su nombre le desagradaría.Tal como
ASTRIDLa luna brillaba en lo alto, testigo del momento que estaba a punto de cambiar mi vida para siempre. A mi alrededor, los miembros de la manada aullaban en celebración, sus voces entrelazándose en un cántico ancestral que vibraba en el aire. Sentí el peso de todas las miradas sobre mí, pero solo una importaba.Ronan.Él se acercó con paso firme, con esa mirada intensa que siempre parecía atravesarme hasta el alma. En sus manos, un collar de oro relucía bajo la luz de la luna. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, una mezcla de emoción y miedo recorriéndome por completo.Cuando Ronan se paró frente a mí, sus dedos rozaron la piel de mi cuello mientras aseguraba el collar en su lugar. Era un gesto simbólico, la marca de una unión irrompible. No esperaba que su toque me provocara un escalofrío, ni que su cercanía me hiciera olvidar momentáneamente el pasado.—Ahora eres mi compañera —declaró con voz firme.El sonido de los aullidos se intensificó, llenando el aire con una energí
—Ese collar es falso.Me giré de inmediato, encontrándolo apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho. Su mirada, oscura y afilada. —¿Qué? —mi voz salió más baja de lo que pretendía.Ronan avanzó un paso, y su presencia llenó el espacio como una tormenta a punto de estallar.—Nunca tuve intención de darte el collar genuino —dijo con frialdad—. No voy a condenarme a una relación eterna contigo. Entre más pronto ambos cumplamos nuestros propósitos, mejor será para los dos.El aire se tornó denso entre nosotros.Dolió. No podía negarlo. Pero ese era el trato desde el principio. No porque esperara amor de él, pero sí un mínimo de respeto. Pero estaba claro que eso era pedir demasiado.Cerré los dedos alrededor del dije, como si pudiera destrozarlo entre mis manos.—¿Y meter mujeres a tu habitación forma parte de tus propósitos también?Ronan sonrió de lado, con esa maldita expresión arrogante que me sacaba de quicio.—Debo cubrir mis necesidades.Furiosa,
—Soy Livia.Livia.Caminó hacia mí con la seguridad de quien sabe que pertenece a este lugar mucho más que yo. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en una trenza apretada, y su mirada tenía un brillo de desafío.Cuando se detuvo frente a mí, hizo una ligera reverencia. Una burla descarada.Lo supe por la forma en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible.—Luna —dijo con voz melosa.No respondí.Simplemente, le sostuve la mirada, dejando que el silencio hablara por mí. Livia mantuvo su postura un segundo más y luego tomó un asiento, sin dejar de sonreír.Respiré hondo y me senté también, justo al lado de Ronan. —¡Mamá! —una voz se escuchó desde el fondo. Un torbellino de energía me golpeó antes de que pudiera procesar lo que ocurría.Lucian, ingresó al comedor, me abrazó con fuerza, enterrando su rostro en mi pecho con la naturalidad de un niño que no entiende de protocolos ni jerarquías.—Buenos días, pequeño —murmuré, correspondiendo su abrazo.Freya entró
1 AÑO DESPUÉS…RONANDesde la ventana de mi despacho, la observo sin querer hacerlo. Astrid está en el jardín, suelta una carcajada mientras esquiva a Lucian, quien intenta atraparla con sus pequeñas manos. La escena es ridículamente simple, y sin embargo, hay algo en ella que me mantiene fijo en mi lugar.El sonido de la puerta interrumpió mis pensamientos. Rambo entró con su andar despreocupado y se detuvo a mi lado. Sin preguntar, siguió la dirección de mi mirada y soltó una risa baja.—Al parecer, para Astrid ha sido muy conveniente pertenecer a la manada del Fuego —comentó—. Se ve hermosa.—Si Camila te escucha, vas a terminar con una espada en el cuello.—Camila me cortaría algo más que el cuello —se burló—. Pero hablando en serio, Ronan, después de un año, ¿de verdad sigues desconfiando de ella?Me crucé de brazos.—Astrid ha sido de ayuda, pero sigue siendo solo una integrante más de la manada.Rambo chasqueó la lengua y apoyó un brazo en el marco de la ventana.—Cuando ambos