CAPÍTULO 02

El cansancio pesaba sobre mis huesos como una maldición silenciosa. 

Llevaba días vagando sin rumbo, mis pies arrastrándose sobre la tierra seca, mis labios agrietados por la falta de agua. 

El bosque era implacable; sus árboles desnudos se mecían con el viento, sus sombras alargadas parecían burlarse de mí. 

El hambre y el agotamiento nublaban mis pensamientos, pero la ira que ardía en mi pecho mantenía mi voluntad firme. 

No podía caer. No ahora.

De repente, unas voces femeninas flotaron entre los árboles. Mi instinto me hizo agazaparme detrás de un tronco seco, conteniendo la respiración.

—Ronan sigue siendo el Alfa más guapo de los cuatro reinos—dijo una de ellas, con una mezcla de admiración y deseo en su voz—. Qué lástima que quedara viudo.

—Y peor aún, que no acepte betas ni omegas para su esposa. Solo una alfa podría ocupar su lugar —respondió otra con un suspiro resignado—. Pero, ¿quién? No hay ninguna otra alfa disponible.

El silencio que siguió a su marcha quedó suspendido en el aire como una revelación. Ronan… ¿el Alfa del Fuego? Escuché muchas veces a Magnus hablar sobre el alfa del reino del Fuego, era su primer rival para dominar los cuatro reinos, ni Magnus lo soportaba ni el Alfa del Fuego a é. 

Mi corazón latía con fuerza mientras procesaba sus palabras. Él no aceptaba betas ni omegas. Solo una alfa. Y yo lo era.

Mis garras arañaron la corteza del árbol mientras me incorporaba. La brisa nocturna agitó mi cabello enredado mientras cerraba los ojos y dejaba que mi loba tomara el control. 

Sentí el ardor en mis huesos, la expansión de mis músculos, el estallido de energía que me envolvía como una segunda piel. En un instante, mi cuerpo se encogió en la figura de una loba plateada, de ojos fulgurantes como el hielo.

Corrí.

La frontera del Reino del Fuego no podía estar lejos. Y entonces, un olor conocido interrumpió mi concentración. Un lobo. No, no un lobo cualquiera.

Elliot.

Nos encontramos en medio del bosque, sus ojos dorados reflejando la luz de la luna. Se transformó primero, y yo lo imité. Apenas tuve tiempo de recuperar mi aliento antes de que me envolviera en un abrazo apretado.

—Astrid… pensé que nunca volvería a verte —susurró, su voz quebrada por la emoción.

Mi garganta se cerró. Elliot siempre había sido mi refugio, mi único verdadero amigo.

—Creí que Magnus te había… —No pude terminar la frase.

Él negó con la cabeza, apartándose lo justo para mirarme a los ojos.

—Me subestimaron. Burlé a los guardias y escapé. Pero no podía volver. No después de lo que hicieron contigo.

Sus palabras removieron un dolor profundo dentro de mí, pero aún había preguntas que necesitaban respuestas.

—¿Es cierto lo que dicen? ¿Traicionaste a Magnus? —le pregunté, buscando desesperadamente una negación en su rostro.

Elliot frunció el ceño, ofendido.

—No. Regresé al Reino del Fuego porque mi madre falleció. Necesitaba estar en su funeral. Mis padres eran de aquí, Astrid —continuó—. Siempre tuve razones más fuertes para  quedarme en el reino del viento.

—Si eres del reino del Fuego Entonces, llévame con su alfa —le pedí, con una determinación renovada en mi voz.

Elliot me observó por un momento, evaluando mi decisión, y luego asintió.

—De acuerdo. Pero debemos ser cuidadosos. Ronan no confía en los extraños.

Emprendimos el camino juntos.

Cuando llegamos a la orilla de un río caudaloso, la luna iluminaba las aguas turbulentas. El sonido del agua fluyendo llenaba el silencio, pero fue interrumpido por un grito desgarrador.

Un niño.

Giré la cabeza justo a tiempo para ver a un pequeño forcejeando contra la corriente, sus manitas tratando en vano de aferrarse a una roca resbaladiza.

No lo pensé dos veces.

—¡Astrid! —gritó Elliot, pero yo ya me había lanzado.

El agua helada me golpeó con fuerza, robándome el aliento. Nadé con desesperación, mis brazos cortando la corriente con cada brazada. El niño desaparecía y reaparecía entre las olas, su cabecita apenas visible.

Mis músculos ardían cuando finalmente lo alcancé. Lo sujeté con fuerza contra mi pecho y empecé a nadar de regreso. La corriente tiraba de nosotros, hambrienta, pero mi determinación era más fuerte. No iba a dejar que muriera. No cuando aún tenía tanto por lo que luchar.

Con un último esfuerzo, logré alcanzar la orilla. Me desplomé en la hierba, jadeando, con el niño en mis brazos. Él tosió, expulsando agua, y entonces abrió los ojos.

—Gracias… —susurró con voz temblorosa.

Una voz profunda y firme interrumpió el momento.

—¿Qué está pasando aquí?

Levanté la cabeza y vi a un hombre imponente de pie a unos metros de nosotros. Alto, de cabellos oscuros, con ojos celestes como el fuego contenido en una tormenta. Su presencia irradiaba poder y dominio.

Elliot se puso de pie de inmediato.

—Ronan…

Mi corazón se aceleró.

Había encontrado al Alfa del Reino del Fuego. Y él ahora me estaba observando con intensidad, como si intentara descifrar quién era yo y qué estaba haciendo en su territorio.

Con un movimiento de la cabeza, ordenó a uno de sus hombres llevar al pequeño a la casa real. La tensión en el aire era palpable. Los hombres obedecieron y se mezclaron en medio del bosque. Quedándonos solos. 

Me crucé de brazos y levanté la barbilla cuando sus ojos ardientes se fijaron en los míos.

—¿Quién eres y qué haces en mi territorio? —preguntó con voz profunda, cada palabra como un filo cortante.

Antes de que pudiera responder, Elliot se adelantó.

—Es mi amiga, mi Alfa. No es una amenaza.

Lo miré con una mezcla de gratitud e irritación. No necesitaba que hablara por mí. Di un paso adelante y clavé la mirada en Ronan.

—Soy Astrid, del Reino del Viento. Vine aquí porque quiero convertirme en miembro del Reino del Fuego.

Los ojos de Ronan centellearon con interés momentáneo, pero su expresión se endureció rápidamente.

—¿Y por qué aceptaría a una exiliada? —su tono fue despectivo.

—Porque puedo darte información sobre los secretos del Reino del Viento. Secretos que podrían darte ventaja sobre Magnus.

—Yo no soy un cobarde —dijo finalmente, con voz fría—. No necesito trucos baratos ni información robada para enfrentar a mis enemigos. Si crees que vendrás aquí a susurrar traiciones al oído de un Alfa, estás equivocada. No acepto traidores en mi manada. Lárgate de mi territorio.

Mi corazón se encogió por un instante, pero no estaba dispuesta a retroceder. Antes de que pudiera insistir, Elliot habló con voz firme.

—Astrid no es cualquier loba. ¡Es una Alfa!. La exesposa de Magnus, el Alfa del Reino del Viento.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP