“Sacrificar todo en tu vida para descubrir que tus esfuerzos no valen nada ante la riqueza de otros”. Erika Stone estudió en una universidad prestigiosa para conseguir un futuro prospero. Diez años después, ¿qué fue lo que ganó? Uno: una deuda asfixiante. Dos: Ser hostigada mensualmente por los prestamistas-mafiosos. Tres: conseguir un trabajo miserable como asistente de una bruja con delirios de grandeza. Y cuando creyó que su vida no podía empeorar, descubre que su jefa tiene una cita con Derek Fisher; dueño del banco más prestigioso del mundo, con sucursales en cada país del continente europeo, asiático y américo. Mejor conocido como: “monstruo bancario”. Ese hombre es descrito de muchas maneras: cruel, déspota, abusivo, narcisista, intimidante, rencoroso. Y lo peor, es que todo es cierto. Lo que muchos no saben, es que Erika y Derek se conocieron hace diez años, donde él se le declaró y fue rechazado sin compasión alguna. A pesar de haber pasado tantos años, la obsesión y el rencor por Erika no ha disminuido. Quiere vengarse, quiere poseerla, quiere romperla. Y no hay mejor plan que convertirla en su esposa en contra de su voluntad, con un contrato que se asemeja más a una prisión en lugar de un matrimonio. ¿Qué será más fuerte, las ansias por destruirla o el anhelo de protegerla?
Leer másApestaba. Siempre he sido amiga del alcohol, me ha acompañado en mis momentos más débiles, vulnerables, me ha ayudado a doparme cuando no puedo más con mis pensamientos negativos y su efecto me ha vuelto más animada cuando la tristeza prospera. Pero en estos momentos, odiaba el alcohol. Lo odiaba con mi alma. ―Puedes volver a besarme la mano ―habló con superioridad. Lo miré con odio, sin importarme que las lágrimas de impotencia bañaran mis ojos. ―¿No vas hacerlo? ―continuó. Apreté los labios, tensando la mandíbula. La rabia me carcomía por dentro. ―Déjanos solo ―Le ordenó al hombre, sin mirarlo a los ojos. Estaba muy ocupado viéndome a mí, desafiándome con la mirada. ―Señor, ¿está seguro? Sus ojos se clavaron en él. ―¿Crees que no me puedo hacer cargo de una cría? ―respondió con desdén. ―No quise decir eso, señor ―habló el hombre con prisa―. Me retiro. Conmigo actuaba como un monstruo, pero ante las órdenes de Martín no era más que un niño. ―Ahora sí, estamos solo
No sabía que responder a eso. Estos hombres jamás entenderían que los malos son ellos y que yo solo me estaba defendiendo de un secuestro que planearon. Para ellos, yo no soy más que una esclava que debe agachar la cabeza y aceptar las sobras que me den. Por más que esas sobras dañen mi cuerpo y espíritu. Es más, ellos prefieren que no tengan espíritu, así es más fácil doblegar al esclavo. Evité abrir la boca, no me quería ganar otra cachetada. ―Llama a tu amante y pídele dinero, ya que es obvio que tú no tienes ―Arrojó un celular a la cama, junto a mi cabeza. ―¿A qué te refieres? ―¿Crees que no te hemos visto andar con aquel hombre de ropa costosa? Sé que tienes un amante ―Aclaró Martín con indiferencia―. No me importa si te acuestas con él mientras se encargue de pagar tu deuda. ―Sabemos que él te da dinero. Hasta te viste con ropa fina ―añadió el torturador que continuaba sentado. ―No, no. Se confunden. Él no me da dinero, no es esa clase de relación ―hablé con
No podía concentrarme, la cabeza me daba vueltas. Mi vida había cambiado drásticamente en un corto periodo. Vivía con el enemigo, definitivamente. ¡Mil dólares! ¿A quién se le ocurría poner una cláusula por consumir alcohol y que esta constara mil dólares? Solo a un Fisher se le cruzaría por la mente. Al menos era un alivia que la suma sea “baja” si la comparamos con las demás. No es una suma que me tome años pagarla. Aunque eso no evita que esté caminando sobre suelo minado. Derek está esperando el momento exacto en que caiga en una de las clausulas que en verdad me pondrá a sus pies. Si llego a incumplir las clausulas de cien mil dólares o el de medio millón, estaré acabada. No importará el contrato de matrimonio, me convertirá en esclava por el resto de mi vida. ―Erika, ¿vas a usar la impresora? ―preguntó una de mis compañeras. ―Oh, lo siento ―dije al darme cuenta que me había quedado pensativa frente a la impresora―. Adelante. No podía vacilar ni cometer má
Era lunes por la mañana. Calculaba que debía ser como las ocho de la mañana. Sí el tránsito estaba de mi parte, lograría llegar a tiempo para descansar y después ir a la oficina. El conductor no me dirigió la palabra en todo el trayecto, solo dejó un sándwich envuelto en plástico sobre mi regazo. ¿Qué debía decir después de haber tenido sexo con mi propio esposo? Me limité a comer en silencio, siendo consciente de la nube lúgubre que rodeaba aquel ser. Lo último que quiero es sufrir un accidente automovilístico por su mal humor. Notaba lo molesto que estaba. Más de lo común. Tocaba el claxon cada vez que otro conductor lo repasaba. Insultaba como camionero por cualquier falta del resto de los conductores o transeúntes. Y no hablemos de la manera en la que tomaba la palanca, si fuese una persona ya estaría muerto. ¿Qué hombre está molesto luego de una noche de pasión? Enserio que se estaba esforzando por continuar bravo conmigo. Ya en la casa, nos fuimos a la habitación.
Un alarido desgarró mi garganta. ¿O fue un gemido? No comprendía mi cuerpo, no entendía si me gustaba o no la sensación. Lo único que tenía seguro fue que alteró mi sistema. Me sentía llena, sin espacio. La zona estaba acalambrada. ―Ya te hice el favor de meterlo, ahora muévete ―Enterró sus uñas en la piel de mi cadera. A pesar de sonar desinteresado, su cuerpo me exigía que me moviera, sus ojos me suplicaban que lo aliviara. Con dificultad, logré subir mis caderas, sintiendo los cambios en mi interior. Todo se movía. Respiraba con dificultad. El sudor bajaba por mi frente. ¿Por qué algo que se veía tan sencillo y gustoso en las porno me hacía pasar tanto trabajo? Volví a bajar las caderas, sintiendo como mis paredes vaginales cedían ante su pene. Un escalofrío recorrió mi espina. Podía percibir que mis movimientos eran torpes y sin ritmo. La exasperación estaba escrita en su expresión. Creo que en lugar de complacerlo lo estaba torturando. Intenté ir más rápido, per
••Narra Erika•• ―¿No vas a gritarme? ―hablé en voz baja. Se limitó a observarme con gesto acusador. No dijo ni una palabra, sin embargo, sus ojos delataban sus pensamientos: “mujer estúpida”. Me dio la espalda y se quitó la camisa, exponiendo los músculos bien formados de su espada. ―No me arrepiento de lo que hice, lo volvería hacer ―hablé en voz alta, pero la convicción se rompió a mitad de la oración. Los oídos aún me dolían. En mi mente sigue presente el zumbido de la escopeta. Juro que sentí la bala pasar al costado de mi cabeza. Derek volteó, dedicándome una expresión de molestia. ―¡Eres una mujer irracional! ¿Cómo se te ocurre meterte en el medio de un cazador y su presa? Y aún peor, ¿cómo se te ocurre decirme a la cara que lo volverías hacer? ―Como una dinamita, estalló. Buscaba una reacción de su parte, mas estoy sorprendida con el resultado―. ¿Ibas a dejar que yo te asesinara como un animal? ¿Permitirías que me convirtiera en un asesino? ¿Quieres morir? ¿Prefieres
••Narra Derek•• Convencer a estos hombres que es buena idea adelantar el proyecto fue una tarea difícil, pero lo logré. Principalmente porque ellos buscaban demorarlo el mayor tiempo posible ya que estaban reacios a compartir banco con la gente de clase media. En mi banco solo podían abrir cuentas aquellos que ganaban cierta cantidad de dinero anual. Decidí reducir la cifra drásticamente para hacerla accesible a un mayor público. Se ganaba muy bien con los aportes de los ricos y poderosos, pero no puedo depender de esa gente y mucho menos convertirme en su títere en el futuro. Ellos no pueden ser mi principal fuente de ingreso en el banco. Aunque ese no es el proyecto que tanto he estado guardando en secreto, pero es uno de los pasos a seguir para lograrlo, ya que mi proyecto va dividido en tres fases. El acceso al público es la primera. ―Da el golpe de gloria, Fisher. Falta tu ciervo ―habló el anciano, Cash. Sonreí con hipocresía. El ciervo estaba a la vista, mastican
Me puse la lencería de encaje que mejor traje, rojo pasión. La cual no recuerdo haber metido en la maleta, pero algo me dice que Carla tuvo que ver con eso. Las manos me temblaban, las piernas me temblaban, el estómago me dolía. Todo gritaba: nervios. Estaba nerviosa porque yo daría el primer paso. Estaba nerviosa porque Derek me vería medio desnuda. Estaba nerviosa porque, si las cosas salían bien, lo volvería a sentir dentro de mí, abriéndome, llenándome. Me palmee los cachetes como si esa fuera la solución para hacerme entrar en razón, para que mis mejillas dejarán de arder. ―No tenía que sentirme avergonzada, él ya me había visto desnuda, ya hemos hecho… pues, eso ―Me dije a mí misma una y otra vez. La hora de la cena se acercaba y los cazadores no volvían. No me atreví asomarme por la ventana, no estaba tan loca como para que me vean en sostén y bragas. Esperaba que Derek decidiera subir a la habitación en lugar de ir al comedor a cenar. Me acomodé en medio de l
Las presentaciones y conversaciones fueron banales. No hablamos de nada importante y Derek no sacó el tema de la propuesta que hasta yo desconocía. Evité hacer las preguntas inadecuadas que me llevarían a terminar con la nalga morada. Adentro de la cabaña era tal y como lo esperaba, espacioso y lujoso. Sin embargo, poseía ese toque rústico y antiguo que hacía la ilusión de “cabaña”. Me incomodaba estar rodeada de hombres armados libremente. Me estremecía cuando agitaban los rifles, pensando que alguno podría disparar por error o querer hacernos una mala broma. Observé a Derek sentado en un sillón, cargando el rifle que descansaba sobre su regazo. Sus antebrazos estaban al descubierto, sus músculos eran notorios, fuertes… Tragué saliva, siendo consciente de mis mejillas sonrojadas y mis ojos intensos. Negué con la cabeza, apartando la mirada. ¿Por qué lo estaba viendo tan fijamente? ¿Por qué no me causaba miedo verlo con un arma mientras que los otros hombres me aterrab