No podía concentrarme, la cabeza me daba vueltas. Mi vida había cambiado drásticamente en un corto periodo. Vivía con el enemigo, definitivamente. ¡Mil dólares! ¿A quién se le ocurría poner una cláusula por consumir alcohol y que esta constara mil dólares? Solo a un Fisher se le cruzaría por la mente. Al menos era un alivia que la suma sea “baja” si la comparamos con las demás. No es una suma que me tome años pagarla. Aunque eso no evita que esté caminando sobre suelo minado. Derek está esperando el momento exacto en que caiga en una de las clausulas que en verdad me pondrá a sus pies. Si llego a incumplir las clausulas de cien mil dólares o el de medio millón, estaré acabada. No importará el contrato de matrimonio, me convertirá en esclava por el resto de mi vida. ―Erika, ¿vas a usar la impresora? ―preguntó una de mis compañeras. ―Oh, lo siento ―dije al darme cuenta que me había quedado pensativa frente a la impresora―. Adelante. No podía vacilar ni cometer má
No sabía que responder a eso. Estos hombres jamás entenderían que los malos son ellos y que yo solo me estaba defendiendo de un secuestro que planearon. Para ellos, yo no soy más que una esclava que debe agachar la cabeza y aceptar las sobras que me den. Por más que esas sobras dañen mi cuerpo y espíritu. Es más, ellos prefieren que no tengan espíritu, así es más fácil doblegar al esclavo. Evité abrir la boca, no me quería ganar otra cachetada. ―Llama a tu amante y pídele dinero, ya que es obvio que tú no tienes ―Arrojó un celular a la cama, junto a mi cabeza. ―¿A qué te refieres? ―¿Crees que no te hemos visto andar con aquel hombre de ropa costosa? Sé que tienes un amante ―Aclaró Martín con indiferencia―. No me importa si te acuestas con él mientras se encargue de pagar tu deuda. ―Sabemos que él te da dinero. Hasta te viste con ropa fina ―añadió el torturador que continuaba sentado. ―No, no. Se confunden. Él no me da dinero, no es esa clase de relación ―hablé con
Apestaba. Siempre he sido amiga del alcohol, me ha acompañado en mis momentos más débiles, vulnerables, me ha ayudado a doparme cuando no puedo más con mis pensamientos negativos y su efecto me ha vuelto más animada cuando la tristeza prospera. Pero en estos momentos, odiaba el alcohol. Lo odiaba con mi alma. ―Puedes volver a besarme la mano ―habló con superioridad. Lo miré con odio, sin importarme que las lágrimas de impotencia bañaran mis ojos. ―¿No vas hacerlo? ―continuó. Apreté los labios, tensando la mandíbula. La rabia me carcomía por dentro. ―Déjanos solo ―Le ordenó al hombre, sin mirarlo a los ojos. Estaba muy ocupado viéndome a mí, desafiándome con la mirada. ―Señor, ¿está seguro? Sus ojos se clavaron en él. ―¿Crees que no me puedo hacer cargo de una cría? ―respondió con desdén. ―No quise decir eso, señor ―habló el hombre con prisa―. Me retiro. Conmigo actuaba como un monstruo, pero ante las órdenes de Martín no era más que un niño. ―Ahora sí, estamos solo
••Narra Derek•• ¿Dónde estaba esa mujer? ¿Dónde me faltaba buscar? ―Tampoco está en el apartamento, señor Fisher ―habló mi empleado. ―Pues sigue buscando ―ordené con ira. Sabía que no estaba ahí. Ya no tiene la llave de ese lugar destartalado y según el casero, está deshabitado. Tampoco está en su antiguo trabajo, ni en casa de Kira. O al menos, ella niega que esté ahí. Pero es su mejor amiga, tendría sentido que la escondiera. Erika no tiene los medios para esconderse de mí, pero la familia de Kira si. Es mejor que no tengan nada que ver, porque me aseguraré de cortar negocios con su familia y me encargaré que caiga en la ruina. Ellos no tiene ningún derecho de apartarme de mi esposa. ―Encárguense de repartir su fotografía en todas las líneas de autobuses, aeropuertos y embarcaciones que salgan de la ciudad. Ofrezcan una generosa cantidad de dinero por dar con su paradero y prohibirle la salida ―ordené al aire. Uno de los muchos empleados que se encontraban en la casa
••Narra Derek•• Debí hacerlo desde el principio, hubiese sido lo más fácil. Pero una parte ingenua y tonta dentro de mí aún creía que Erika sería capaz de amarme. Pero alguien tan correcta y bondadosa nunca se enamoraría de mí. Sin contar, que no quería verla destruida en un juicio. Me destruiría el corazón verla en esa situación, convertirla en una escoria. Pero tenía que hacerlo.Salí de la casa y me subí a la parte trasera del coche. ―¡Conduzca más rápido!Solté una maldición cuando nos detuvimos de golpe. ―¿Qué carajos te pasa? ―grité. ―Señor, esa es… ―El conductor no pudo terminar la oración, en su lugar, señaló al frente. Seguí su mirada. Y ahí estaba. Las luces del coche la alumbraban, haciéndola parecer más pálida. Estaba caminando en nuestra dirección. El cabello estaba desordenado, cubriéndole el rostro, su blusa estaba exhibiendo el sostén y los senos. Los pasos eran descoordinados, se iba de lado constantemente. No podía verle la cara con claridad debido a la
••Narra Derek•• El doctor continuaba con ella y yo no podía verla. Era su esposo y fui corrido de la habitación. Caminé en círculos en la solitaria sala de espera y me di cuenta que no tenía a nadie con quién compartir mis preocupaciones. Ni siquiera estaba mi asistente porque lo había despedido por traidor. No tenía con quien compartir la culpa que sentía. Mis acciones hacía Erika han sido desastrosas. Quería vengarme, pero también quería que me amara. Y lo único que logré es que me tuviese miedo. “Derek, ya son más de las nueve” Yo sabía lo que quería decir. No estaba informándome la hora, mucho menos estaba preocupada por llegar a mí lado porque se sentía segura conmigo. Vino caminando, desorientada, a través de la carretera y a nada de colapsar con la intención de llegar a tiempo. Con la esperanza que no la demandará. No le preocupaba el estado de su cuerpo, lo único que quería evitar era que yo la convirtiera en un deudor y ella sabía que yo estaba esperando la oportu
••Narra Erika•• El brazo… Dios, dolía demasiado, ardía. Era insoportable. Derek no me dijo nada, se negó a darme la hora. No me ha dicho nada por el anillo, ¿no sé había dado cuenta? ¿Yo misma me expuse? Un doctor entró en la habitación. Arrugué la frente, recorriendo la habitación. No me había percatado que estaba en una habitación de hospital. Y mi brazo izquierdo estaba vendado hasta el codo. Recordé los espantosos sonidos que emitía mi dedo cuando lo movía para poder escapar. Un escalofrío recorrió mi columna. Logré escapar del señor Martín y caí en los brazos de Derek. Cambié una celda por una jaula. Por más que mi cuerpo se estuviese desgarrando de afuera hacía dentro, no me importaba. Necesitaba saber mi condena, necesitaba saber los números fijos a los que había subido mi deuda. ―Señora Erika ―Una voz se escuchaba a la lejanía, pero no era capaz de saber de quien provenía porque estaba ocupada viendo a Derek, esperando que marcara mi destino. ―Erika, ¿puede esc
Otro maldito día; la misma testada rutina, la misma insípida comida, la mayor parte de mi día trabajando en una aburrida oficina, tolerando a una arrogante y prepotente jefa. Apenas llegue a mi casa veré por décima vez en esta semana la película: quiero matar a mi jefe. Estuve matándome estudiando para terminar siendo la asistente de una infeliz millonaria clasista y sin corazón. Me endeudé en la universidad, pagando una costosa matrícula la cuál aún debo, ¿para esto? ¿Esta era mi gran meta en la vida? No sé qué es peor, ¿tener a la peor jefa del mundo o que la peor jefa del mundo sea mi ex compañera de universidad que siempre me detestó? Por algún motivo que no entiendo, siempre estuvo en mi contra. Si yo decía que el pasto era verde, ella proclamaba que era amarillo. Si decía que el océano era azul, ella juraba que era rosado. La vida era tan injusta. Mientras yo me endeudaba para poder pagar la universidad, ella iba a grandes fiesta, nunca estudiaba y pasaba los semestr