Mi cruel esposo: Cayendo en su trampa
Mi cruel esposo: Cayendo en su trampa
Por: Liliana Gómez
Capítulo 1: Mala vida.

Otro maldito día; la misma testada rutina, la misma insípida comida, la mayor parte de mi día trabajando en una aburrida oficina, tolerando a una arrogante y prepotente jefa.  

  Apenas llegue a mi casa veré por décima vez en esta semana la película: quiero matar a mi jefe.  

  Estuve matándome estudiando para terminar siendo la asistente de una infeliz millonaria clasista y sin corazón. Me endeudé en la universidad, pagando una costosa matrícula la cuál aún debo, ¿para esto? ¿Esta era mi gran meta en la vida?  

No sé qué es peor, ¿tener a la peor jefa del mundo o que la peor jefa del mundo sea mi ex compañera de universidad que siempre me detestó?

Por algún motivo que no entiendo, siempre estuvo en mi contra. Si yo decía que el pasto era verde, ella proclamaba que era amarillo. Si decía que el océano era azul, ella juraba que era rosado.

La vida era tan injusta. Mientras yo me endeudaba para poder pagar la universidad, ella iba a grandes fiesta, nunca estudiaba y pasaba los semestres gracias a los sobornos a los profesores.

  Dejé mi vida personal a un lado para dedicarme a mis estudios, porque la gente a mi alrededor me aseguraba que un título me llevaría lejos. Y lo más lejos que me ha llevado ha sido a conseguir un empleo en una empresa que ni siquiera se dedica al campo en el que me especialicé. Era esto o trabajar en un KFC.  

Y al graduarme, volví a dejar mi vida personal a un lado porque pensaba que si me esforzaba lo suficiente subiría de cargo. Y si lo hice. Pasé de ser la recoge abrigos de la jefa a su esclava personal por ocho horas al día y un sueldo de m****a.

Cuando llegué acá, ella no era la encargada, ni siquiera trabajaba aquí. Mi anterior jefa fue despedida y Katy la reemplazó con la mayor sonrisa.

Con el tiempo descubrí, que la empresa le pertenecía a su tío político. Aunque eso no aminoraba mi duda sobre la razón por la que decidió trabajar aquí. Pudo escoger la empresa de su madre, la de su padre, pero... ¿La de su tío?

Consideraba muy personal el hecho que esté trabajando en esta empresa solo para atormentarme. No tendría sentido que malgaste su energía en mí, ¿verdad?

―¡Erika! ―Esa voz chillona e insoportable buscaba lo último de paciencia que mi cerebro manejaba―. Erika, ¿dónde estás?

    Salí de mi pequeño escritorio y corrí a su oficina. Mi jefa estaba dando vueltas en su silla mientras tecleaba en su celular. Su cabello rubio caía en cascada por sus hombros. Era una mujer elegante, no lo negaba, pero su personalidad era un mar bravo. Ella tenía treinta años; un año mayor que yo.  

―Dígame, señora Katy.  

    Levantó sus cejas y me dirigió una mirada feroz.  

―¿Dónde carajos estabas? Estuve llamándote un buen rato y no venías.  

―Estaba justo aquí ―Señalé el otro lado de la pared de cristal, dónde se encontraba mi pequeño escritorio junto a su oficina―, al lado suyo. Me tomó solo diez segundos llegar.  

―Debió tomarte cinco ―dijo con sequedad.  

  Mi sonrisa era forzosa y mis dientes se apretaban entre si de una manera que creía se iban a romper.  

―Tiene toda la razón.  

  Llevarle la contraria a esta bruja era igual que pelear con la pared.  

―Como sea. Necesito que me consigas una reservación en mi restaurante favorito esta noche, para dos ―Una sonrisa triunfante se dibujó en su rostro.  

  Conocía esa mirada. Era una cita para concretar matrimonio. Ha visto a varios hombres pero ninguno dispuesto a compartir su vida con esta mujer. Y no los culpaba, es mas, hasta me alegraba por ellos. Aunque siempre era yo la que terminaba pagando los platos rotos y se desquitaba conmigo, sobrecargándome de tareas.  

  No quería saber quién era su próxima víctima.  

―Hoy todo debe salir perfecto. Mi cita es exigente y con un carácter fuerte, debo impresionarlo. A diferencia de lo demás, este si es un hombre de verdad.  

  Me quedé en silencio mientras me contaba su vida, cosa que no me interesaba.  

―Derek Fisher.  

  Agrandé los ojos y se me cortó la respiración. La piel se me puso de gallina y recuerdos atacaron mi mente. No pude disimular mi expresión y ella se dio cuenta.  

―Ah, se me olvida que tú estudiaste en la misma universidad que nosotros, aunque yo estaba un semestre por encima de ustedes ―Me inspeccionó de pies a cabeza y soltó una risita de suficiencia―. Ambos estudiaron juntos y se graduaron. Me pregunto que habrás hecho para poder pagar la matrícula de una universidad tan costosa.  

  Sabía lo que sugería y se me revolvió el estómago por lo asquerosa que era. Y lo peor es que la deuda la terminé pagando con un prestamista privado (gran error). Lo único que logré es que la deuda pasara de mano; a unas manos más crueles y cuyos intereses subían cada día.  

―¿Cómo es él? Sé que es atractivo por las fotos en las revistas, lo poderoso e influyente que es. Pero… hay rumores de su personalidad que quiero confirmar ―Bajó la voz a continuación, como si tuviera miedo de ser atrapada hablando sobre Derek―. Dicen que es cruel y desalmado. Que tiene un carácter pésimo y es muy controlador.  

  Vaya, lo describió a la perfección. Ese hombre era satanás en persona. Siempre tuvo ese aire de supremacía ya que era el único hijo de la familia Fisher, dueños de uno de los bancos más importante a nivel mundial con sucursales en cada país. Y como era de esperarse, ahora es él el que maneja la fortuna familiar y las empresas.  

―No éramos cercanos, ni siquiera amigos. No podría decirle nada importante.  

  No era exactamente mentira. Nunca fuimos amigos, solo era un joven mimado que le gustaba molestar a aquellos de ingresos inferiores. Yo jamás estuve entre los chicos a los que menospreciaba. Por algún motivo que no comprendía, él gustaba de mí. Se me declaró y yo lo rechacé, porque no me gustaba su comportamiento y la forma en la que trataba a las personas. Luego de ese rechazo, me ignoró durante toda la carrera. Fingió que no existía, que jamás lo rechacé y que él nunca gustó de mí.  

Miré atentamente a mi jefa, recordaba que ella intentó salir varias veces con Derek y siempre era rechazada. Al parecer no se cansa. ¿Piensa que tiene oportunidad ahora?

―Es de entender, su nivel bajaría si se hubiera juntado contigo ―El comentario cortó como un cuchillo. “Y aún así se me declaró” quise decirle, pero me mordí la lengua―. En fin, él estará aquí dentro de una hora para ir al restaurante. Espero que tengas todo listo.  

 ¿Una hora? El restaurante en el que debo reservar es muy solicitado y yo debo conseguir una mesa esta noche. ¡Malnacida!

  Sonrió con suficiente. Ella era consciente que me encomendó una misión imposible.  

  Giré sobre mis talones y antes de salir de la oficina dijo:

―Si no consigues esa reservación para esta noche, considérate despedida.  

  Tragué saliva, y aún así, no me atreví a mirarla a la cara. No le daría la satisfacción.

  Salí de la oficina, me fui a mi escritorio y llamé al número del restaurante. Supliqué, grité y me quejé para conseguir la reservación, pero nada. Ni siquiera la mesa junto a los baños.

Estaba a nada de sufrir un ataque de pánico. Evitaba ver al otro lado de la pared de vidrio, porque sabía que me encontraría con los ojos de mi jefa y esta me sonreiría triunfante.  

  No entendía porque esa mujer disfrutaba torturar a sus empleados. En especial a mí. Entre todos los estudiantes de aquella universidad, me escogió a mí como objetivo, ¿por qué?

  Tomé mi bolso y mi celular.  

  Si la montaña no va a mahoma, mahoma va a la montaña.  

―Vuelvo en una hora ―Avisé al aire.  

  Tomé un taxi hasta el restaurante. Hablé con el recepcionista, con los meseros, formé un espectáculo que me producía vergüenza a mi misma. Estaba desesperada. Este empleo lo era todo para mí, mi sustento diario, la deuda que crece día tras día.

  Terminé en la oficina del gerente del restaurante. Me sentía como si estuviera en la oficina del director.  

―Podríamos llamar a la policía si quisiéramos por alterar el orden público ―Me acusó el gerente.  

―Pero no lo hizo. Supongo que a fin de cuentas, quiere algo a cambio de la reservación ―dije con convicción, fingiendo que hace cinco segundos no estaba cayendo en la desesperación―. Mi jefa estaría dispuesta a depositar una generosa contribución a este hermoso restaurante por una reservación esta noche.  

  Se rio.  

―¿Y en qué me beneficia eso? El dinero que le den a este restaurante no me sirve de nada. Soy solo un trabajador, no veré ni un centavo de su… generosa contribución.  

―Depositaremos el dinero en la cuenta que usted desee.  

  Negó con la cabeza, con un gesto de fastidio y aburrimiento escrito en su rostro.  

―Entonces, ¿qué quiere a cambio?

―Una mamada.  

  Parpadeé . Sus palabras se repitieron en mi mente.

―¿Cómo dijo?

―Quiero que me haga una mamada.  

  Estaba en shock. No sabía que responderle. Me refiero, era un “no” asegurado. Pero hasta me parecía una falta de respeto su ofrecimiento.  

―Si no me va a dar una mamada mejor salga de la oficina. Ese es mi precio y no pienso cambiarlo.  

  Cerró una carpeta delante de mí, dando por concluida la conversación.  

―¡No, no! Espere ―Mi voz me traicionó y dejó al descubierto mi necesidad―. Con el dinero que le estamos ofreciendo puede contratar a muchas mujeres para que le hagan una mamada diariamente.  

No podía creer la conversación que estaba teniendo en estos momentos.

―No quiero una mamada de prostitutas, quiero una tuya.  

  Estaba a nada de explotar. Tragué saliva y me contuve de discutir, porque sabía que este hombre no se estaba llevando por la lógica. Su motor principal era ejercer dominio sobre otra persona, humillarla.  

  La bilis me subió por la garganta y el asco lo tenía adherido a la lengua.  

―De acuerdo ―hablé.  

  Sus ojos se iluminaron como faros. Se levantó de su asiento y yo hice lo mismo. Se estaba aproximando y yo alejándome de él. No quería hacerlo, jamás he hecho una mamada y no quería que el primer hombre fuera un depredador como él.  

  Choqué contra la pared y el gerente me arrinconó hasta que nuestras caras quedaron a centímetros de distancia. Quería vomitar.  

  Cuando sus manos tomaron mi blusa, lo detuve.

―Espera ―La repulsión corría por mi sangre. Necesitaba ser más inteligente que él, engañarlo y conseguir lo que yo quería―. ¿Cómo puedo estar segura que una vez que haga… esto, me darás la reservación?  

Arqueó la ceja.

―¿Me estás tomando el pelo?  

―Solo me estoy asegurando que ambos cumplamos con nuestra parte del trato. Y es más probable que me dejes hacerte la mamada y nunca me des la reservación, a que yo te engañe.  

―¿Qué estás intentando decir?

―No te voy hacer una mamada en vano. Primero, que ocurra la cena y después, te doy la mamada. Yo vendré a recoger a mi jefa y ahí hacemos pues… eso ―Lo empujé y abrí la puerta de la oficina―. Tu recepcionista tiene los datos de mi jefa para la reservación, si me permite.  

  Y salí a paso rápido. No le iba a dar la oportunidad de llevarme la contraria. Varias calles lejos del local, vomité en un callejón.  

  Nunca le daré una mamada a ese asqueroso. Dejaré que la cena ocurra, no asistiré al supuesto “compromiso” con el gerente y rogare porque mi jefa consiga otro restaurante favorito en un futuro cercano.  

  Sentía que me habían extraído la vida en una conversación, al recordar las palabras de aquel hombre me provocaba náuseas. Al menos estaría en paz mientras mi jefa se ausentaba para conseguir marido.  

  Al entrar al edificio donde trabajo, choqué contra un hombre alto.  

―Disculpe… ―Me mordí la lengua al darme cuenta de quién se trataba.  

  Derek Fisher.  

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