Otro maldito día; la misma testada rutina, la misma insípida comida, la mayor parte de mi día trabajando en una aburrida oficina, tolerando a una arrogante y prepotente jefa.
Apenas llegue a mi casa veré por décima vez en esta semana la película: quiero matar a mi jefe. Estuve matándome estudiando para terminar siendo la asistente de una infeliz millonaria clasista y sin corazón. Me endeudé en la universidad, pagando una costosa matrícula la cuál aún debo, ¿para esto? ¿Esta era mi gran meta en la vida? No sé qué es peor, ¿tener a la peor jefa del mundo o que la peor jefa del mundo sea mi ex compañera de universidad que siempre me detestó? Por algún motivo que no entiendo, siempre estuvo en mi contra. Si yo decía que el pasto era verde, ella proclamaba que era amarillo. Si decía que el océano era azul, ella juraba que era rosado. La vida era tan injusta. Mientras yo me endeudaba para poder pagar la universidad, ella iba a grandes fiesta, nunca estudiaba y pasaba los semestres gracias a los sobornos a los profesores. Dejé mi vida personal a un lado para dedicarme a mis estudios, porque la gente a mi alrededor me aseguraba que un título me llevaría lejos. Y lo más lejos que me ha llevado ha sido a conseguir un empleo en una empresa que ni siquiera se dedica al campo en el que me especialicé. Era esto o trabajar en un KFC. Y al graduarme, volví a dejar mi vida personal a un lado porque pensaba que si me esforzaba lo suficiente subiría de cargo. Y si lo hice. Pasé de ser la recoge abrigos de la jefa a su esclava personal por ocho horas al día y un sueldo de m****a. Cuando llegué acá, ella no era la encargada, ni siquiera trabajaba aquí. Mi anterior jefa fue despedida y Katy la reemplazó con la mayor sonrisa. Con el tiempo descubrí, que la empresa le pertenecía a su tío político. Aunque eso no aminoraba mi duda sobre la razón por la que decidió trabajar aquí. Pudo escoger la empresa de su madre, la de su padre, pero... ¿La de su tío? Consideraba muy personal el hecho que esté trabajando en esta empresa solo para atormentarme. No tendría sentido que malgaste su energía en mí, ¿verdad? ―¡Erika! ―Esa voz chillona e insoportable buscaba lo último de paciencia que mi cerebro manejaba―. Erika, ¿dónde estás? Salí de mi pequeño escritorio y corrí a su oficina. Mi jefa estaba dando vueltas en su silla mientras tecleaba en su celular. Su cabello rubio caía en cascada por sus hombros. Era una mujer elegante, no lo negaba, pero su personalidad era un mar bravo. Ella tenía treinta años; un año mayor que yo. ―Dígame, señora Katy. Levantó sus cejas y me dirigió una mirada feroz. ―¿Dónde carajos estabas? Estuve llamándote un buen rato y no venías. ―Estaba justo aquí ―Señalé el otro lado de la pared de cristal, dónde se encontraba mi pequeño escritorio junto a su oficina―, al lado suyo. Me tomó solo diez segundos llegar. ―Debió tomarte cinco ―dijo con sequedad. Mi sonrisa era forzosa y mis dientes se apretaban entre si de una manera que creía se iban a romper. ―Tiene toda la razón. Llevarle la contraria a esta bruja era igual que pelear con la pared. ―Como sea. Necesito que me consigas una reservación en mi restaurante favorito esta noche, para dos ―Una sonrisa triunfante se dibujó en su rostro. Conocía esa mirada. Era una cita para concretar matrimonio. Ha visto a varios hombres pero ninguno dispuesto a compartir su vida con esta mujer. Y no los culpaba, es mas, hasta me alegraba por ellos. Aunque siempre era yo la que terminaba pagando los platos rotos y se desquitaba conmigo, sobrecargándome de tareas. No quería saber quién era su próxima víctima. ―Hoy todo debe salir perfecto. Mi cita es exigente y con un carácter fuerte, debo impresionarlo. A diferencia de lo demás, este si es un hombre de verdad. Me quedé en silencio mientras me contaba su vida, cosa que no me interesaba. ―Derek Fisher. Agrandé los ojos y se me cortó la respiración. La piel se me puso de gallina y recuerdos atacaron mi mente. No pude disimular mi expresión y ella se dio cuenta. ―Ah, se me olvida que tú estudiaste en la misma universidad que nosotros, aunque yo estaba un semestre por encima de ustedes ―Me inspeccionó de pies a cabeza y soltó una risita de suficiencia―. Ambos estudiaron juntos y se graduaron. Me pregunto que habrás hecho para poder pagar la matrícula de una universidad tan costosa. Sabía lo que sugería y se me revolvió el estómago por lo asquerosa que era. Y lo peor es que la deuda la terminé pagando con un prestamista privado (gran error). Lo único que logré es que la deuda pasara de mano; a unas manos más crueles y cuyos intereses subían cada día. ―¿Cómo es él? Sé que es atractivo por las fotos en las revistas, lo poderoso e influyente que es. Pero… hay rumores de su personalidad que quiero confirmar ―Bajó la voz a continuación, como si tuviera miedo de ser atrapada hablando sobre Derek―. Dicen que es cruel y desalmado. Que tiene un carácter pésimo y es muy controlador. Vaya, lo describió a la perfección. Ese hombre era satanás en persona. Siempre tuvo ese aire de supremacía ya que era el único hijo de la familia Fisher, dueños de uno de los bancos más importante a nivel mundial con sucursales en cada país. Y como era de esperarse, ahora es él el que maneja la fortuna familiar y las empresas. ―No éramos cercanos, ni siquiera amigos. No podría decirle nada importante. No era exactamente mentira. Nunca fuimos amigos, solo era un joven mimado que le gustaba molestar a aquellos de ingresos inferiores. Yo jamás estuve entre los chicos a los que menospreciaba. Por algún motivo que no comprendía, él gustaba de mí. Se me declaró y yo lo rechacé, porque no me gustaba su comportamiento y la forma en la que trataba a las personas. Luego de ese rechazo, me ignoró durante toda la carrera. Fingió que no existía, que jamás lo rechacé y que él nunca gustó de mí. Miré atentamente a mi jefa, recordaba que ella intentó salir varias veces con Derek y siempre era rechazada. Al parecer no se cansa. ¿Piensa que tiene oportunidad ahora? ―Es de entender, su nivel bajaría si se hubiera juntado contigo ―El comentario cortó como un cuchillo. “Y aún así se me declaró” quise decirle, pero me mordí la lengua―. En fin, él estará aquí dentro de una hora para ir al restaurante. Espero que tengas todo listo. ¿Una hora? El restaurante en el que debo reservar es muy solicitado y yo debo conseguir una mesa esta noche. ¡Malnacida! Sonrió con suficiente. Ella era consciente que me encomendó una misión imposible. Giré sobre mis talones y antes de salir de la oficina dijo: ―Si no consigues esa reservación para esta noche, considérate despedida. Tragué saliva, y aún así, no me atreví a mirarla a la cara. No le daría la satisfacción. Salí de la oficina, me fui a mi escritorio y llamé al número del restaurante. Supliqué, grité y me quejé para conseguir la reservación, pero nada. Ni siquiera la mesa junto a los baños. Estaba a nada de sufrir un ataque de pánico. Evitaba ver al otro lado de la pared de vidrio, porque sabía que me encontraría con los ojos de mi jefa y esta me sonreiría triunfante. No entendía porque esa mujer disfrutaba torturar a sus empleados. En especial a mí. Entre todos los estudiantes de aquella universidad, me escogió a mí como objetivo, ¿por qué? Tomé mi bolso y mi celular. Si la montaña no va a mahoma, mahoma va a la montaña. ―Vuelvo en una hora ―Avisé al aire. Tomé un taxi hasta el restaurante. Hablé con el recepcionista, con los meseros, formé un espectáculo que me producía vergüenza a mi misma. Estaba desesperada. Este empleo lo era todo para mí, mi sustento diario, la deuda que crece día tras día. Terminé en la oficina del gerente del restaurante. Me sentía como si estuviera en la oficina del director. ―Podríamos llamar a la policía si quisiéramos por alterar el orden público ―Me acusó el gerente. ―Pero no lo hizo. Supongo que a fin de cuentas, quiere algo a cambio de la reservación ―dije con convicción, fingiendo que hace cinco segundos no estaba cayendo en la desesperación―. Mi jefa estaría dispuesta a depositar una generosa contribución a este hermoso restaurante por una reservación esta noche. Se rio. ―¿Y en qué me beneficia eso? El dinero que le den a este restaurante no me sirve de nada. Soy solo un trabajador, no veré ni un centavo de su… generosa contribución. ―Depositaremos el dinero en la cuenta que usted desee. Negó con la cabeza, con un gesto de fastidio y aburrimiento escrito en su rostro. ―Entonces, ¿qué quiere a cambio? ―Una mamada. Parpadeé . Sus palabras se repitieron en mi mente. ―¿Cómo dijo? ―Quiero que me haga una mamada. Estaba en shock. No sabía que responderle. Me refiero, era un “no” asegurado. Pero hasta me parecía una falta de respeto su ofrecimiento. ―Si no me va a dar una mamada mejor salga de la oficina. Ese es mi precio y no pienso cambiarlo. Cerró una carpeta delante de mí, dando por concluida la conversación. ―¡No, no! Espere ―Mi voz me traicionó y dejó al descubierto mi necesidad―. Con el dinero que le estamos ofreciendo puede contratar a muchas mujeres para que le hagan una mamada diariamente. No podía creer la conversación que estaba teniendo en estos momentos. ―No quiero una mamada de prostitutas, quiero una tuya. Estaba a nada de explotar. Tragué saliva y me contuve de discutir, porque sabía que este hombre no se estaba llevando por la lógica. Su motor principal era ejercer dominio sobre otra persona, humillarla. La bilis me subió por la garganta y el asco lo tenía adherido a la lengua. ―De acuerdo ―hablé. Sus ojos se iluminaron como faros. Se levantó de su asiento y yo hice lo mismo. Se estaba aproximando y yo alejándome de él. No quería hacerlo, jamás he hecho una mamada y no quería que el primer hombre fuera un depredador como él. Choqué contra la pared y el gerente me arrinconó hasta que nuestras caras quedaron a centímetros de distancia. Quería vomitar. Cuando sus manos tomaron mi blusa, lo detuve. ―Espera ―La repulsión corría por mi sangre. Necesitaba ser más inteligente que él, engañarlo y conseguir lo que yo quería―. ¿Cómo puedo estar segura que una vez que haga… esto, me darás la reservación? Arqueó la ceja. ―¿Me estás tomando el pelo? ―Solo me estoy asegurando que ambos cumplamos con nuestra parte del trato. Y es más probable que me dejes hacerte la mamada y nunca me des la reservación, a que yo te engañe. ―¿Qué estás intentando decir? ―No te voy hacer una mamada en vano. Primero, que ocurra la cena y después, te doy la mamada. Yo vendré a recoger a mi jefa y ahí hacemos pues… eso ―Lo empujé y abrí la puerta de la oficina―. Tu recepcionista tiene los datos de mi jefa para la reservación, si me permite. Y salí a paso rápido. No le iba a dar la oportunidad de llevarme la contraria. Varias calles lejos del local, vomité en un callejón. Nunca le daré una mamada a ese asqueroso. Dejaré que la cena ocurra, no asistiré al supuesto “compromiso” con el gerente y rogare porque mi jefa consiga otro restaurante favorito en un futuro cercano. Sentía que me habían extraído la vida en una conversación, al recordar las palabras de aquel hombre me provocaba náuseas. Al menos estaría en paz mientras mi jefa se ausentaba para conseguir marido. Al entrar al edificio donde trabajo, choqué contra un hombre alto. ―Disculpe… ―Me mordí la lengua al darme cuenta de quién se trataba. Derek Fisher.Se me cortó la respiración. Llevaba años sin verlo en persona, específicamente desde los veintiuno. No podía negar que este hombre siempre fue atractivo hasta el punto de ser doloroso. Y los años solo lo mejoraron y le dieron un aire de madurez y sofisticación difícil de pasar por alto. Su estatura rozaba el metro noventa, sus piernas eran largas y bien definidas. Sus hombros anchos cubiertos con el traje de vestir. Siempre tuvo una contextura envidiable, no era ni muy robusto ni muy flaco, un equilibrio perfecto entre ambos. Me preguntaba cómo se vería sin camisa, que tanto se le marcarían los músculos. Me encontré con su mandíbula marcada y las facciones de su rostro eran armoniosas. Su cabello negro azabache estaba peinado hacía atrás y sus ojos grises creaban un gran contraste con su piel pálida. Jamás lo negué, físicamente me atraía, pero su personalidad me alejaba. Un brillo burlón bailaba en sus ojos grises. No sabía que expresión tenía mi rostro, pero debí que
El rostro de Derek era tan severo como armonioso. Sus fosas nasales se ensanchaban, su mandíbula estaba tensa y sus labios eran una línea recta. Sus ojos grises me evaluaron de arriba abajo, recorriendo mis piernas desnudas, mi blusa suelta que dejaba a la imaginación mis curvas, mis pequeños pechos que no se notaban gracias a la tela. A una chica de busto grande o promedio se le hubieran notado los senos a través de la tela, la forma al menos. Pero a mí no. Mis limoncitos no resaltaban. Y aún así, Derek las miraba con una intensidad que me hacía preguntar que estaba pasando por su mente. Por fin vio mi rostro y apartó la mirada sin mostrar expresión alguna. Aproveché y examiné su cuerpo. Tenía puesta una pijama sencilla; una camisa manga larga blanca y un pantalón gris de algodón. Parpadeé con pesadez. Mi cerebro aún estaba medio dormido, pero no comprendía porque se encontraba en esas fachas. Cómo si hubiera saltado de la cama. Pero eso no tenía sentido, porque había llamad
Me aclaré la garganta, pasando del rostro de Derek, al de su acompañante y el de mi jefa. Katy se encontraba con el ceño fruncido, los labios rojos apretados y la mandíbula tensa. Estaba celosa. El hombre con el que estaba intentando concertar un matrimonio tiene sus manos puestas sobre una secretaria que estudió en el pasado con él. Me solté bruscamente. ―No, no estaba fumando. Recordé al desgraciado de Martin; el prestamista, y lo maldije mentalmente. No era consciente del calibre de mi olor porque el humo que soltó en mi cara bloqueó mis fosas nasales. Pero debió ser tan grave para que Derek se diera cuenta solo por pasarle por el lado. Volvió a sujetar mi muñeca y llevó su nariz a la palma de mi mano. Mi corazón dio un vuelco por su forma tan íntima y personal de tocarme. No podía negar que este hombre me afectaba, no estaba hecha de hierro. Tenía corazón y hormonas como el resto de las mujeres. Físicamente era perfecto, el problema era su forma de tr
Estuve la mayor parte de la fiesta embriagándome y hablando con la novia. ―Estás colocadísima, Erika ―dijo Kira, la novia. Su voz se escuchaba más aguda de lo normal y arrastraba las palabras. ―No más que tú ―Me reí. Estábamos bailando las dos juntas en medio de la pista, como si fuéramos una pareja. Nos tomábamos del cuello y la cintura, girando y siguiendo el ritmo de la salsa. El mundo me daba vueltas, pero no entendía como me mantenía de pie. Choqué con un señor mayor bailando con su esposa. ―Disculpa ―dije, entre risas. El señor me dirigió una mirada de desagrado antes de apartarse. No me importaba. Ya varias personas han intentado separarnos porque estábamos haciendo “el ridículo” según ellos. Principalmente los quejones eran de la familia de Kira y el novio. Venga ya, la mujer se está divirtiendo en su propia boda. ¿Ahora es eso un delito? Ella debería poder divertirse sin preocuparse por las normas sociales. ―Me alegra que hayas venido, me hubiera a
La cabeza me palpitaba, tenía los labios agrietados y los ojos me pesaban. Me sentía como si hubiera ingerido una barra de hierro. Mis sentidos se fueron activando. El olor era nuevo y limpio. El tacto era suave y acolchado. Definitivamente era una cama. No había bultos, huecos, resortes salidos. Solo comodidad. Nunca me había sentido tan cómoda y en calma. Estiré los brazos y me sorprendí de lo ancha que era. La cama en mi apartamento era tan pequeña que mis extremidades quedaban colgando. Seguí explorando aquel delicioso terreno. Mi mano chocó contra una pared dura y caliente. Y entonces escuché un gruñido. Abrí los ojos de golpe y me senté. Acerté, era una cama. El problema era quién estaba acostado junto a mí. Derek yacía bocarriba con los ojos cerrados. Su cabello negro le caía por la frente y su pecho desnudo estaba a la vista, podía detallar los músculos de su abdomen, pectorales y brazos. La sabana le cubría la cintura para bajo y tenía miedo de que no llevara
Salí corriendo de la habitación en busca de Derek. Pasé por pasillos anchos y elegantes, me metí en varias habitaciones, entre ellas había una sala de cine y un gimnasio. Al salir de una de las habitaciones me topé de cara con una señora de servicio. Por poco choco con ella. La señora me sonreía, una sonrisa robótica y que perfeccionó con los años. Tenía una falda larga de tubo y una camisa blanca. ―Buenos días, señora Fisher. El señor Fisher la está esperando abajo para desayunar ―habló la mujer mayor de cabello cano―. Acompáñeme, por favor. No me dejó protestar y dio medía vuelta, alejándose. La seguí por instinto. Me acababa de llamar “Señora Fisher”. ¿Por qué me llamó así? ―¿No hay algo de ropa femenina que me pueda poner? ―pregunté en voz baja. ―No, pero tranquila, mi señora. El señor Fisher mandará esta tarde a llenar el vestier con su ropa. ―¿Por qué me llama así? Yo no soy la señora Fisher. Se volteó y con una sonrisa radiante me dijo: ―Ustedes se casaron anoc
Me encerré en la habitación de Derek. No sabía adónde más ir, no tenía ropa y estaba descalza. Era un manojo de nervios, no podía controlar las lágrimas y sentía que no respiraba. Me encontraba enrollada en las sábanas, en posición fetal. Tenía el estómago revuelto y me dolía la cabeza. Derek no se había molestado en seguirme y calculaba que había pasado al menos una hora desde la espantosa conversación. Mi mente no podía dejar de procesar las distintas formas en las que Derek me torturaría, lo que me obligaría hacer. ¿Llegaría a pegarme? ¿Lo ansiaba? ¿Cuánto tiempo se habrá imaginado golpear mi cabeza contra la pared? Quería vengarse de mí, hacerme sufrir. Y no me quería imaginar las clausulas, si ya de por sí había una cláusula de cien mil dólares, las demás imposiciones serían una locura. ¿Me convertiría en su esclava? ―Deja de llorar, es desagradable ―La voz de Derek inundó la habitación. No sabía en qué momento había entrado porque estaba de espalda a la
No fui a mi apartamento, los empleados de Derek me trajeron ropa suficiente para tirar al techo. Me deleité viendo los distintos y elegantes vestidos; había variedad para cualquier ocasión: estilo cóctel, noche, eventos especiales, bodas, fiesta y oficina. Pasé los dedos por la tela fina y suave. No podía negar que era como un sueño, tanta ropa solo para mí. La ropa que me correspondía estaba de un lado del vestier y del otro lado estaba la de Derek. Estábamos compartiendo el vestuario de la habitación. Y eso significaba que no dormiría en esta mansión simplemente, dormiríamos en la misma habitación. Pasé mi mano por las faldas y pantalones, recorriendo la zona. Llegué al espejo de cuerpo completo que me reflejaba, mi cabello estaba desordenado, la piel de mi rostro más pálida de lo normal y unas ojeras adornaban mis ojos azules. Mi pequeño cuerpo estaba cubierto por la camisa de Derek, no me veía muy sexy en la parte superior porque mi busto era chico y estaba flaca. Era cons