El rostro de Derek era tan severo como armonioso. Sus fosas nasales se ensanchaban, su mandíbula estaba tensa y sus labios eran una línea recta. Sus ojos grises me evaluaron de arriba abajo, recorriendo mis piernas desnudas, mi blusa suelta que dejaba a la imaginación mis curvas, mis pequeños pechos que no se notaban gracias a la tela. A una chica de busto grande o promedio se le hubieran notado los senos a través de la tela, la forma al menos. Pero a mí no. Mis limoncitos no resaltaban. Y aún así, Derek las miraba con una intensidad que me hacía preguntar que estaba pasando por su mente.
Por fin vio mi rostro y apartó la mirada sin mostrar expresión alguna. Aproveché y examiné su cuerpo. Tenía puesta una pijama sencilla; una camisa manga larga blanca y un pantalón gris de algodón. Parpadeé con pesadez. Mi cerebro aún estaba medio dormido, pero no comprendía porque se encontraba en esas fachas. Cómo si hubiera saltado de la cama. Pero eso no tenía sentido, porque había llamado a la oficina por lo cual debía estar trabajando. Negué con la cabeza cuando me percaté cual debía ser la pregunta más importante en estos momentos. ―¿Cómo carajos sabes dónde vivo? Parpadeó, incrédulo. Su vista viajó por la pequeña habitación y arrugó el rostro. ―¿Vives aquí? Las mejillas se me prendieron de vergüenza. Para él este lugar debe ser insignificante, digno de una cucaracha. Inclusive yo pensaba eso. Habré nacido pobre y vivido cada día de mi vida como una persona de bajos recursos, pero tenía aspiraciones, sueños y deseos. Yo no quería terminar en este lugar, por eso estudie y me endeudé. Porque pensaba que mis esfuerzos serían recompensados en el futuro. Recuerdo a mí yo del pasado y me daba pena, a pesar de las carencias y la desigualdad que experimenté a lo largo de mi vida, era una joven con esperanzas, con pensamientos fantasiosos. ¿Por qué pensaba que mi título ganado con sudor y lágrimas podría competir contra la herencia de papi y mami? Los dueños de las empresas preferían darles los puestos importantes a sus familiares y dejarles los empleos que no te permiten crecer al “resto". ―Vete ―dije con frialdad. Le abrí la puerta lo más que pude, dejándole claro que lo quería fuera de mi hogar. Sonrió con malicia y se paseó por la habitación, pasando su mano por las paredes y calificando el nivel de polvo. Se paró frente a la pequeña cama y la miró con repulsión. ―¿Aquí follas? ―habló con sorna―. ¿A los chicos con los que estás no les da asco? Apreté mi mano en la manija de la puerta. ―Eso no es de tu incumbencia. ―Bueno, seguro te acuestas con tipos de tu mismo círculo social. Deben estar acostumbrados a tan poca cosa. Azoté la puerta de golpe y la sangre me hirvió. Vi todo rojo. Me acerqué a él y alcé mi mano para abofetearlo, mas la detuvo. Sostuvo mi muñeca con la fuerza suficiente para inmovilizarme, pero sin llegar a lastimarme. Jaló mi muñeca hasta que nuestro espacio personal fue reducido a cero. Su rostro estaba a milímetros del mío. Mi estómago en lugar de mariposas tenía murciélagos. ―Tan impulsiva y temperamental como siempre. Ya tienes veintinueve, comporte con clase. Quería herirlo, lastimarlo, humillarlo. ―Ya han pasado diez años y sigues enamorado de mí. Tanto te importa la clase y la posición social, pero aquí estás; en la madrugada, en un apartamento de mala muerte, sosteniendo la muñeca de una asalariada. ¿Tan obsesionado estás que hasta sabías donde vivía a pesar de que no hablamos desde hace años? Su agarre se hizo más fuerte. Me arrojó sobre la cama y se montó a horcajadas sobre mí. Me costó procesarlo, pero fingí que no me afectó su tacto. El aroma de su perfume era ligero y su piel estaba caliente. Evité pensar en él como un hombre, uno atractivo que me estaba montando. Era lo más cerca que había estado de un hombre, la posición más comprometedora en la que he estado con una persona del sexo opuesto. ―No juegues con mi paciencia, no te va a gustar el resultado ―Exhaló contra mis labios. Sus ojos iracundo iban de mis labios a mis ojos azules. Mi orgullo estaba herido y quería herir el suyo. ―Por más que quieras negarlo, te gusto. Inclusive en este momento quieres besarme, ¿verdad? ―Levanté mi rostro, tentándolo con la rabia inundando mis venas. Tragó saliva. Y para mí sorpresa, la ira abandonó sus ojos y el deseo tomó su lugar. Quería que se cabreara más por mis insinuaciones, que me gritara, que se mostrara afectado por mis palabras. Sus labios cayeron sobre los míos. No fue gentil ni amable. Sentí la desesperación en su toque, la agresividad, el anhelo. Su lengua invadió mi boca y un hormigueo recorrió mi espina dorsal y se trasladó a mi vientre. Quería decir que era asqueroso, que no me gustaba, que lo odiaba. Pero no podía. El beso era agradable y me sentía tan bien. Instintivamente, le seguí el juego. No era una experta, pero la excitación me llamaba a participar. Me gustaba como nuestras lenguas jugaban, como su cuerpo se presionaba contra el mío, como nuestras narices se rozaban. La forma de agarrarme, besarme, tocarme, todo indicaba salvajismo de primera categoría. No podía seguirle el ritmo, pero lo intentaba. Me faltaba el aliento, mis pulmones ardían. Estaba perdiendo la batalla y no entendía como él podía resistir tanto tiempo sin respirar. ¿Era alguna clase de técnica que se aprendía con la práctica? Me mordió el labio inferior y solté un alarido. ―¡Maldición! Se apartó de mí con una sonrisa perversa en los labios. Contempló mi boca. El labio me palpitaba y chillaba de dolor. ―No te preocupes, me encargaré de hacerte pagar por ese rechazo. Pasó su lengua por mi labio sangrante. Un escalofrío viajó por mi cuerpo. Y sin más, se marchó, dejándome con un revoltijo de pensamientos. La mañana siguiente era un zombie. No tenía corrector para las ojeras ni polvo para ocultar mi piel reseca. Caminé al trabajo con una pesadez sobre mis hombros y con mis piernas ligeras como el papel. Que contradicción. Una minivan se detuvo frente a mí cuando iba a cruzar la calle. No pude ni reaccionar. Me introdujeron al vehículo de un tirón, mi hombro casi se sale de lugar. ―Que hermoso postre tenemos frente a nosotros. Es un privilegio amanecer viendo algo tan hermoso, ¿no es así, muchachos? Esa voz la conocía a la perfección. No quería levantar la vista porque sabía a quién me enfrentaría. ―Un bonito día, ¿verdad, Erika? Mantuve mi cabeza gacha, viendo el suelo tapizado del vehículo. El olor a puro invadió mi nariz. Una mano grande tomó el cabello en mi nuca, tirando y obligando a verme. Fue brusco y doloroso. Chillé por la sorpresa. ―Estoy hablando contigo, perra. No me ignores ―El prestamista de treinta y cinco años exhaló una gran cantidad de humo a mi rostro, ahogándome. El olor me mareó. Siempre estaba fumando. Con suerte, en unos cinco años sufriría de cáncer de pulmón. ―¿Cómo está, señor Martin? Hablé con normalidad, fingiendo que no le tengo terror. Ignorando que hace dos años me rompió el brazo por retrasarme dos meses con el pago. ―¿Y mi dinero? ―Su cabello rubio caía sobre su frente. Sus ojos marrones carecían de vida. ―Estoy en eso. Subiste la tasa de interés sin previo aviso, por eso me estoy tardando en conseguir el dinero. Negó con la cabeza. ―Eso es inaceptable. Ya debes un mes y medio. Sabes lo que ocurre cuando llega el límite de dos mes ―Sonrió, mostrando un diente de oro―. Tic, tac, tic, tac. Oh, falta dos semanas para eso. Un escalofrío bajó por las venas del brazo que fracturó en el pasado. Me azotó el recuerdo del dolor. ―Y tendré el dinero dentro de dos semanas. Lo prometo ―dije con poca convicción. Traté de sonreír, pero creo que daba las vibras de un chihuahua atemorizado. El silencio se tornó pesado y el sudor bajó por mi frente. Inhaló aquel horrible veneno y exhaló el humo en mi rostro. Tosí y los ojos se me humedecieron. El olor era muy fuerte para mi gusto y llegó a marearme. ―Está bien, confío en ti ―Me sonrió―. Estoy siendo generoso contigo porque eres guapa. Me gusta, señorita Erika Stone. A las demás muchachas que están en tu posición las hacemos pagar de otra forma ―Ladeó la cabeza de un lado a otro. Sabía a lo que se refería y se me revolvió el estómago. Sus ojos fueron a mi cuerpo y quise encogerme, taparme―. Mientras tanto tú, estás pagando con tu arduo trabajo en una oficina. Pero mi paciencia es poca y mis ansias de dinero es mucha. Si no me pagas la cuota mensual que acordamos, le vamos a tener que dar uso a ese cuerpecito suyo. Se me cortó la respiración. Sentí que el peso en mis hombros incrementaba y el miedo carcomía mis huesos. ―Ya puedes irte ―sentenció. Salí del vehículo desorientada, su amenaza había afectado mi sistema. Estaba en el mismo lugar donde fui secuestrada, a unas calles de la oficina. Podía ver el edificio a la distancia. Y aún así, no fui capaz de reunir el valor de moverme hasta dentro de unos minutos. “Debía conseguir el dinero como dé lugar, me iban a violar, venderían mi cuerpo como mercancía, no les importaría en lo más mínimo si lloraba, gritaba y me negaba”. Llegué a la oficina y mis compañeros me saludaron con asentimientos de cabeza. No se oía ni el cantar de las aves. Eso solo significaba una cosa: La bruja estaba en la oficina. Y por primera vez en mi vida, me alegraba. Necesitaba pedirle un adelanto. Los intereses de los prestamistas-mafiosos subieron y el sueldo de m****a no alcanzaba. Subí al último piso con el corazón en la mano. Dejé mis pertenencias en mi escritorio junto a la oficina de mi jefa y entré al territorio de la bruja roba almas. Me detuve en seco cuando me fijé que la bruja no estaba sola, Derek y un desconocido estaban sentados frente a ella. Los tres pares de ojos voltearon en mi dirección, pero yo solo pude fijarme en Derek. Su mirada era fría. Volvió a centrar su atención en la bruja, ignorándome. Los demás seguían viéndome. ―Estoy en una reunión, ¿no ves o eres estúpida? ―Me dijo mi jefa Katy, con desdén. Noté como los hombres de Derek se tensaban ante el comentario de Katy. ―Una disculpa. Las persianas estaban abajo, no pude ver que tenía compañía. Vuelvo después. ―No, no. Aprovecharé tu equivocación para pedirte que traigas la carpeta azul de finanza. Y rápido ―Sentenció. ―Entendido. Salí de la oficina de Katy y fui a la sala de archivos, tomando la carpeta correspondiente de la pila. Volví en silencio y los dejé conversar. ―Sería un placer que nuestras empresas colaborarán, señor Fisher ―dijo mi jefa. ―Lo mismo digo, señora Smith. El patriarca y su sucesor, Derek Fisher, le ven un futuro brillante a esta sociedad ―dijo el desconocido. ¿Patriarca? ¿Se refiere al fundador de los bancos Fisher? Repasé al desconocido y no se parecía en nada a Derek. Este tenía cabello rubio, ojos negros y piel tostada. Si los comparaba, los rasgos de sus rostros eran opuestos. El desconocido se veía más joven y poseía facciones angelicales. Mientras que Derek tenía facciones varoniles y fuertes, dignas de un gladiador o un alfa. Negué con la cabeza y pensé en otra parte de la conversación. Hablaron sobre colaboración y sociedad. Significaba que vería a Derek con frecuencia. Lo miré de reojo mientras rodeaba el escritorio y me ponía al lado de Katy. Sus ojos estaban en cualquier otra parte que no fuera yo. De pronto, parpadeó de una manera inusual. Inhaló profundamente y se dignó a verme. Su expresión impasible pasó a ser una de molestia. Se levantó bruscamente de la silla, robándose la atención de los presentes. Agrandé los ojos cuando vino en mi dirección; no sabía si retroceder o apartarme. Su mano se cerró en mi muñeca y me jaló hacía él. Puso su otra mano en mi nuca, manteniéndome en mi lugar. Enterró su nariz en mi cuello, rozando mi piel. Los recuerdos del día anterior invadieron mi mente. Las mejillas me ardieron y se me cerró la garganta. Mi corazón iba a mil por minuto. Apartó su rostro y me miró fijamente. ―¿Estabas fumando? ―dijo con rabia. La oficina se quedó en silencio.Me aclaré la garganta, pasando del rostro de Derek, al de su acompañante y el de mi jefa. Katy se encontraba con el ceño fruncido, los labios rojos apretados y la mandíbula tensa. Estaba celosa. El hombre con el que estaba intentando concertar un matrimonio tiene sus manos puestas sobre una secretaria que estudió en el pasado con él. Me solté bruscamente. ―No, no estaba fumando. Recordé al desgraciado de Martin; el prestamista, y lo maldije mentalmente. No era consciente del calibre de mi olor porque el humo que soltó en mi cara bloqueó mis fosas nasales. Pero debió ser tan grave para que Derek se diera cuenta solo por pasarle por el lado. Volvió a sujetar mi muñeca y llevó su nariz a la palma de mi mano. Mi corazón dio un vuelco por su forma tan íntima y personal de tocarme. No podía negar que este hombre me afectaba, no estaba hecha de hierro. Tenía corazón y hormonas como el resto de las mujeres. Físicamente era perfecto, el problema era su forma de tr
Estuve la mayor parte de la fiesta embriagándome y hablando con la novia. ―Estás colocadísima, Erika ―dijo Kira, la novia. Su voz se escuchaba más aguda de lo normal y arrastraba las palabras. ―No más que tú ―Me reí. Estábamos bailando las dos juntas en medio de la pista, como si fuéramos una pareja. Nos tomábamos del cuello y la cintura, girando y siguiendo el ritmo de la salsa. El mundo me daba vueltas, pero no entendía como me mantenía de pie. Choqué con un señor mayor bailando con su esposa. ―Disculpa ―dije, entre risas. El señor me dirigió una mirada de desagrado antes de apartarse. No me importaba. Ya varias personas han intentado separarnos porque estábamos haciendo “el ridículo” según ellos. Principalmente los quejones eran de la familia de Kira y el novio. Venga ya, la mujer se está divirtiendo en su propia boda. ¿Ahora es eso un delito? Ella debería poder divertirse sin preocuparse por las normas sociales. ―Me alegra que hayas venido, me hubiera a
La cabeza me palpitaba, tenía los labios agrietados y los ojos me pesaban. Me sentía como si hubiera ingerido una barra de hierro. Mis sentidos se fueron activando. El olor era nuevo y limpio. El tacto era suave y acolchado. Definitivamente era una cama. No había bultos, huecos, resortes salidos. Solo comodidad. Nunca me había sentido tan cómoda y en calma. Estiré los brazos y me sorprendí de lo ancha que era. La cama en mi apartamento era tan pequeña que mis extremidades quedaban colgando. Seguí explorando aquel delicioso terreno. Mi mano chocó contra una pared dura y caliente. Y entonces escuché un gruñido. Abrí los ojos de golpe y me senté. Acerté, era una cama. El problema era quién estaba acostado junto a mí. Derek yacía bocarriba con los ojos cerrados. Su cabello negro le caía por la frente y su pecho desnudo estaba a la vista, podía detallar los músculos de su abdomen, pectorales y brazos. La sabana le cubría la cintura para bajo y tenía miedo de que no llevara
Salí corriendo de la habitación en busca de Derek. Pasé por pasillos anchos y elegantes, me metí en varias habitaciones, entre ellas había una sala de cine y un gimnasio. Al salir de una de las habitaciones me topé de cara con una señora de servicio. Por poco choco con ella. La señora me sonreía, una sonrisa robótica y que perfeccionó con los años. Tenía una falda larga de tubo y una camisa blanca. ―Buenos días, señora Fisher. El señor Fisher la está esperando abajo para desayunar ―habló la mujer mayor de cabello cano―. Acompáñeme, por favor. No me dejó protestar y dio medía vuelta, alejándose. La seguí por instinto. Me acababa de llamar “Señora Fisher”. ¿Por qué me llamó así? ―¿No hay algo de ropa femenina que me pueda poner? ―pregunté en voz baja. ―No, pero tranquila, mi señora. El señor Fisher mandará esta tarde a llenar el vestier con su ropa. ―¿Por qué me llama así? Yo no soy la señora Fisher. Se volteó y con una sonrisa radiante me dijo: ―Ustedes se casaron anoc
Me encerré en la habitación de Derek. No sabía adónde más ir, no tenía ropa y estaba descalza. Era un manojo de nervios, no podía controlar las lágrimas y sentía que no respiraba. Me encontraba enrollada en las sábanas, en posición fetal. Tenía el estómago revuelto y me dolía la cabeza. Derek no se había molestado en seguirme y calculaba que había pasado al menos una hora desde la espantosa conversación. Mi mente no podía dejar de procesar las distintas formas en las que Derek me torturaría, lo que me obligaría hacer. ¿Llegaría a pegarme? ¿Lo ansiaba? ¿Cuánto tiempo se habrá imaginado golpear mi cabeza contra la pared? Quería vengarse de mí, hacerme sufrir. Y no me quería imaginar las clausulas, si ya de por sí había una cláusula de cien mil dólares, las demás imposiciones serían una locura. ¿Me convertiría en su esclava? ―Deja de llorar, es desagradable ―La voz de Derek inundó la habitación. No sabía en qué momento había entrado porque estaba de espalda a la
No fui a mi apartamento, los empleados de Derek me trajeron ropa suficiente para tirar al techo. Me deleité viendo los distintos y elegantes vestidos; había variedad para cualquier ocasión: estilo cóctel, noche, eventos especiales, bodas, fiesta y oficina. Pasé los dedos por la tela fina y suave. No podía negar que era como un sueño, tanta ropa solo para mí. La ropa que me correspondía estaba de un lado del vestier y del otro lado estaba la de Derek. Estábamos compartiendo el vestuario de la habitación. Y eso significaba que no dormiría en esta mansión simplemente, dormiríamos en la misma habitación. Pasé mi mano por las faldas y pantalones, recorriendo la zona. Llegué al espejo de cuerpo completo que me reflejaba, mi cabello estaba desordenado, la piel de mi rostro más pálida de lo normal y unas ojeras adornaban mis ojos azules. Mi pequeño cuerpo estaba cubierto por la camisa de Derek, no me veía muy sexy en la parte superior porque mi busto era chico y estaba flaca. Era cons
Me sobresalté y alejé hasta que choqué contra la pared. Nuestra distancia no era mucha. El impulso de cubrirme tomó el control. Una mano fue a mi zona íntima y la otra a mis tetas. Mis esfuerzos eran inútiles, podía ver más de lo que me gustaría admitir. Estaba sin palabras, no procesaba lo ocurrido. Mis ojos fueron de su cabello mojado a su sonrisa cautivadora y perversa. Gotas resbalaban de su pecho definido a su abdomen marcado. Subí la mirada para evitar ver más… abajo. Pero mis ojos parecían tener vida propia, buscaban ver lo que tenía entre las piernas y me encontraba constantemente luchando contra ese instinto lujurioso. Con gran esfuerzo logré concentrarme en sus ojos. Pensé que él estaría detallando mi cuerpo con una mirada morbosa, pero no. Estaba pendiente de mi rostro, de mis gestos. Estaba en un momento vulnerable y expuesta, e igual no se molestaba en evaluar mi cuerpo. Tragué saliva. ―¿Qué haces aquí? Sonrió con malicia. ―Somos esposos, es normal
Mantuve la mano en mi cartera, escondiendo el anillo. Entré y saludé a mis compañeros con normalidad. Por suerte, Derek había guardado la cartera que había llevado a la boda. Al llegar al último piso me recibió el silencio absoluto. Pasé junto a los cubículos diminutos acomodados unos junto a otros. Uno que otro compañero me saludó, otros tenían la cabeza metida en la computadora y otros rezaban en voz baja para acabar con esta miseria llamada empleo. A diferencia de los demás pisos que tienen la libertad de charlar, sonreír y descansar, nosotros no poseíamos ese privilegio. No cuando compartimos piso con la ladrona de felicidad. Los pies me pesaban al acercarme aquella oficina. Odiaba que mi escritorio estuviera junto a su oficina y que lo único que nos separaba era la pared de vidrio. Traté de hacer mis cosas con normalidad. Me costaba realizar las actividades priorizando una mano. Al redactar una carta en la computadora para nuestro nuevo socio, la bruja roba