Mantuve la mano en mi cartera, escondiendo el anillo. Entré y saludé a mis compañeros con normalidad. Por suerte, Derek había guardado la cartera que había llevado a la boda. Al llegar al último piso me recibió el silencio absoluto. Pasé junto a los cubículos diminutos acomodados unos junto a otros. Uno que otro compañero me saludó, otros tenían la cabeza metida en la computadora y otros rezaban en voz baja para acabar con esta miseria llamada empleo. A diferencia de los demás pisos que tienen la libertad de charlar, sonreír y descansar, nosotros no poseíamos ese privilegio. No cuando compartimos piso con la ladrona de felicidad. Los pies me pesaban al acercarme aquella oficina. Odiaba que mi escritorio estuviera junto a su oficina y que lo único que nos separaba era la pared de vidrio. Traté de hacer mis cosas con normalidad. Me costaba realizar las actividades priorizando una mano. Al redactar una carta en la computadora para nuestro nuevo socio, la bruja roba
••Narra Derek•• Con aburrimiento, escuchaba a nuestro jefe de ventas informarnos sobre el incremento de ganancias en el último mes. Estábamos reunidos en la sala de juntas con mis gerentes que manejaban distintas áreas del mercado. Me entretenía rellenando un libro de sopa de letras que guardaba para estas reuniones. Yo solo asistía por mi obligación como jefe. Todos los registros, datos almacenamiento, problemáticas, posibles soluciones a dichas problemáticas, mejorías; ya lo había leído. Aunque muchos no lo crean, la pila de papeles que ven junto al escritorio del jefe, si nos tomamos las molestias de revisarlo y no simplemente firmamos sin leer. Al menos, los jefes inteligentes. ―Si vuelvo a escucharte decir: “Y entonces” te arrancaré la lengua. Es la décima vez que lo dices en tres minutos ―advertí. ―Sí, jefe. Una disculpa. Escuché como más de uno respiró profundo. Y alguien en la sala susurró: ―Hoy está peor que otros días, ¿verdad? Creo que está de mal humor.
••Narra Erika•• Sentía el cuerpo pesado. La oscuridad me llamaba y no quería salir de ella. Pero algo me forzaba a volver; voces, gritos, gruñidos. Abrí los ojos y estos me ardían. Visualice a Derek sujetando la bata de un doctor. Ambos hombres se fijaron en mí. Los dos tenían algo que decir, pero no les di oportunidad. Volví a caer en la oscuridad. Las siguientes horas fueron humo. Entraba y salía de la oscuridad. Duraba un par de segundos con los ojos abiertos y de nuevo caía rendida. Era un bucle. Algunas veces, continuaba en la oscuridad, sin abrir los ojos, pero escuchaba las voces. ―¿Por qué sigue desmayándose? ―gritó Derek, la angustia era palpable en su voz. ―Es por el agotamiento. El cuerpo se está recuperando del cansancio y estrés ―respondió otra voz masculina. ―¿Y qué debo hacer? ―Solo necesita descansar. Puede llevar a su esposa a casa para que repose. Estaban hablando de mí. Las voces se esfumaron de mi mente. Mis pies estaban húmedos, mi fren
La noche fue pesada. Estuve moviéndome de lado a lado. La fiebre iba disminuyendo, pero mis ojos ardían. Cuando sentía que me estaba quedando dormida, la mano de Derek iba a mi frente y cuello, evaluando mi temperatura. Lo miraba desde su lado de la cama, como estiraba su mano y me observaba adormilado. El día siguiente fue vacío, aburrido. Estuve todo el día en la cama, solo me levantaba para ir al baño. Derek no fue a trabajar, estuvo entrando y saliendo de la habitación constantemente. A veces, cuando él pensaba que estaba dormida, se sentaba a mi lado y acariciaba mi rostro, me revisaba el pulso y me arropaba. Tuvimos una que otra pelea tras su insistencia para que comiera. Pensé que me metería la comida en la garganta, mas solo maldijo y se fue. Sé que me estaba matando de hambre, pero lo veía más como una salida en lugar de una penitencia. Me había quedado sin empleo, no podía pagar las cuotas de los dos meses, estaba destinada a prostituirme, a vender mi cuerpo,
―Erika, sal del maldito coche ―gruñó y me obligó a salir del coche de un tirón, tomando mi mano con posesión. Me enfrenté a la vista del edificio, se sentía más grande e imponente, como si fuera a caerse sobre mí. Inconscientemente, apreté su mano. Él aprovechó la acción para hacerme avanzar. ―¡Derek, por favor! ―supliqué. Entramos en el edificio. Apenas dimos un paso cuando el silencio cayó sobre nosotros, decenas de cuellos giraron en nuestra dirección. Derek me susurró con una sonrisa calculadora:―La última vez que estuviste aquí fuiste humillada, golpeada, despedida y saliste huyendo. ¿Quiere qué te vean derrotada ahora que volviste? Sus palabras me chocaron y algo hirvió en lo profundo de mi pecho. Tomé aire y levanté el mentón, desafiante. Mi cuerpo se sentía ligero, sin fuerza, pero necesitaba que estas personas vieran lo contrario. Avanzamos entre los murmullos y miradas perspicaces. El ascensor se abrió, estaba repleto de personas; nos miraban estupefa
La espera fue tortuosa. Las manos de Derek viajaban de mi cintura a otras partes de mi cuerpo. No sé que zona me causaba más conflicto, cuando tocaba descaradamente la silueta de mis caderas o cuando manoseaba mis costillas, un centímetro por debajo de mis pechos. Y yo no podía hacer más que aceptar sus caricias.Katy nos miraba con los brazos cruzados y los labios apretados. Podía ver la envidia dominando sus ojos. Ella quería estar en mí lugar, ella quería ser la señora Fisher. Siempre lo ha deseado. Admitió delante de todos que yo era su esposa y no podía negarlo porque era la verdad. Aunque la razón y la forma en la que sucedió este matrimonio haya sido turbia.Su barbilla descansaba en mi cabeza, demostrando la diferencia de altura. Tarareaba una canción, despreocupado. Cómo si todos los ojos en la habitación no estuvieran sobre nosotros.Me puse rígida al ver entrar al tío de Katy. Derek notó mi cambio drástico y resopló con molestia. Me susurró al oído:―¿Puedes dejar de senti
Pensé que me llevaría a su mansión, que me encerraría en su habitación. En su lugar, me trajo a un restaurante costoso en una terraza. El restaurante estaba frente al edificio donde trabajo… trabajaba. Me depositó en una silla y él se sentó frente a mí. No le importó que los comensales nos vieran de esa manera. Un mesero nos saludó con cortesía.―Buenos días, señor Fisher ―Nos entregó el menú―. Es un placer tenerlo con nosotros.―Javier, ya te he dicho miles de veces que no necesitas entregarme un menú, me lo sé de memoria. Derek tomó el menú que me habían dado y lo devolvió junto al suyo.―Como el día de hoy trajo compañía, pensé en seguir la normativa.―No es necesario. Ella es mi esposa. El mesero abrió los ojos de par en par y se sobresaltó.―¡Señor, pensé que era soltero! No sabía que estaba casado.―Lo era. Nuestro matrimonio es reciente ―Derek estaba hablando con este camarero como si se llevarán bien. No me imaginaba a Derek entablando una educada conversación con alguien
El líquido frío enchumbaba mi cabello, provocándome escalofríos. La mujer se encargaba de cubrir cada mechón con aquella sustancia olorosa. Me impacientaba estar quieta tanto tiempo. Luego de media hora, la estilista enrollo mi cabello en un gorro y por fin fui libre.―Descansa una hora y luego vendré a enjuagarlo ―Me dijo la mujer con una amplia sonrisa antes de retirarse con otra clienta. Me dejó una taza de té de frutos rojos. Luego de unos diez minutos de aburrimiento viendo a otras mujeres realizándose tratamientos de belleza, fui a la sala de espera, en busca de aquel hombre frío, pálido y de cabello oscuro. Lo encontré en una de las sillas, leyendo una de las revistas del local. Su expresión era de confusión mientras pasaba página tras página. Caminé hacia él con la bata de la peluquería cubriendo mi cuerpo y el gorro mi cabello.Levantó la cabeza en mi dirección. Me sobresalté por la forma en la que sintió mi presencia. Me senté a su lado, incómoda.―¿Ocurrió algo? ―habló c