Capítulo 6: Anillo sorpresa.

La cabeza me palpitaba, tenía los labios agrietados y los ojos me pesaban. Me sentía como si hubiera ingerido una barra de hierro.

Mis sentidos se fueron activando. El olor era nuevo y limpio. El tacto era suave y acolchado.

Definitivamente era una cama. No había bultos, huecos, resortes salidos. Solo comodidad. Nunca me había sentido tan cómoda y en calma. Estiré los brazos y me sorprendí de lo ancha que era.

La cama en mi apartamento era tan pequeña que mis extremidades quedaban colgando. Seguí explorando aquel delicioso terreno. Mi mano chocó contra una pared dura y caliente. Y entonces escuché un gruñido.

Abrí los ojos de golpe y me senté. Acerté, era una cama. El problema era quién estaba acostado junto a mí. Derek yacía bocarriba con los ojos cerrados. Su cabello negro le caía por la frente y su pecho desnudo estaba a la vista, podía detallar los músculos de su abdomen, pectorales y brazos. La sabana le cubría la cintura para bajo y tenía miedo de que no llevara nada debajo.

Un chillido escapó de mis labios y me fui para atrás, cayendo de espalda en el piso.

―¿Qué coño? ―Escuché decir a Derek, con su voz ronca y somnolienta.

Se sentó en la cama y se pasó la mano por los ojos y cabellera. Envidié su cabello, que se moldeó hacía atrás con un simple toque.

Me levanté con las piernas temblando. La atención de Derek se centró en mí. Sus ojos eran inexpresivos, me evaluó de arriba abajo sin decir nada

―¿Por qué estamos en la misma cama? ―susurré, con miedo.

El corazón me latía a mil por minuto. Bajé la vista a mi cuerpo. Ya no tenía mi vestido. Llevaba una camisa masculina encima que me quedaba grande y ancha. Las piernas me temblaron y un frío desagradable carcomió mis huesos. La cabeza me martilleaba y no era capaz de pensar con claridad.

―Porque dormimos juntos, claro está ―Se levantó de la cama con tranquilidad.

Suspiré de alivio al ver que llevaba unos pantalones de dormir. Pero eso no significaba nada.

No significaba que no hubiéramos tenido sexo. Me cambió de ropa, me había visto desnuda. Toqué mi cuerpo sobre la camisa, no llevaba sostén.

¿Qué tanto me había hecho ese hombre? ¿Hasta dónde llegó?

Mi respiración estaba perdiendo el control. Mis ojos detallaron la alcoba; pantalla plana, chimenea, muebles costosos, ventanas anchas, balcón, espacio suficiente para ser confundido con un gran salón.

La cabeza me dio vueltas y me tambalee. Un brazo se enroscó a mi cintura, la calidez del cuerpo de Derek fue trasmitida a mí. Mi vientre tocaba su piel.

―No entres en pánico y toma agua ―dijo con severidad.

En su mano había un vaso de agua que me estaba ofreciendo, acercándolo a mi rostro.

Por más oxígeno que inhalaba sentía que me faltaba el aire. Mis pulmones luchaban y mi vista se nublaba.

Su agarre se hizo más fuerte. Tal vez sintió que mi cuerpo estaba perdiendo fuerzas. Me iba a desmayar de nuevo.

―Que bebas ―ordenó.

Llevó el vaso a mis labios y me forzó a beber. Me ahogué por mi respiración errática. Apartó el vaso y me permitió toser. Subió la mano de mi cintura a mi espalda. Quería ayudarme, pero una de sus manos me sostenía para que no me cayera y la otra sujetaba el vaso de agua. Su expresión era de indiferencia, contrario a sus acciones.

Una vez que me detuve, me volvió a poner el vaso en los labios y continué bebiendo. No me había dado cuento de lo sedienta que estaba hasta que yo misma agarré el vaso con las manos y lo vacíe de un trago.

Mi respiración se estabilizó y mi cuerpo se relajó. Me quedé perdida en mis pensamientos mientras miraba su rostro.

―Deja de imaginar cosas. No es divertido el sexo cuando la otra persona está inconsciente.

―¿Qué hago aquí? ¿Y mi ropa?

―¿Hablas de ese pedazo de tela de imitación hecha jirones? La boté.

Agrandé los ojos.

Era mi vestido favorito. El más bonito que tenía.

―¿Cómo te atreves? Era mío. No puedes tomar esa decisión.

Arqueó una ceja.

―Ese vestido era insalvable. Ya de por sí estaba desgastado. Fue piadoso haberlo botado.

―¡Igual, era mío! Me lo tienes que pagar, me costó mucho dinero.

Se carcajeó en mi rostro. Su brazo bajó nuevamente a mi cintura, rozando el principio de mis nalgas.

―Espero no quedarme pobre por comprar tu valioso vestido.

Lo empujé con fuerza, logrando liberarme. Trastabillé con mis propios pies mas pude mantenerme recta.

―Eres un imbécil.

Tragó saliva. Apretó las manos a sus costados. Pude distinguir que lo afectó mi brusquedad, pero se recuperó con rapidez.

―No te has dado cuenta, ¿verdad? ―Ladeó la cabeza y me observó con suficiencia―. Supongo que no, porque estás muy tranquila. Está bien, ya te percataras. Espero con ansias el momento en que te dé un ataque de ira. Mientras tanto, baja, vamos a desayunar.

¿Qué?

Y sin más, salió de la habitación.

―Oye, necesito ropa ―grité en vano―. Una m****a con el desayuno, yo me voy.

Revisé la habitació, carecía de cajones y armarios. ¿Dónde guardaba las cosas? ¿No me había dejado un vestido para que me cambiara? No podía ir por ahí con solo una camiseta de hombre. Y mucho menos si era de Derek.

Abrí una puerta, para mi fortuna, era un vestier. Y para mí mala suerte poseía únicamente ropa de hombre. Abriendo y cerrando cajones y armarios me fijé que estaba repleta de artículos personales; corbatas, gemelos, cinturones, perfumes, relojes, ropa interior.

Indiscutiblemente, era el hogar de Derek.

Pasé gancho de ropa tras gancho de ropa, hasta que me fijé en algo que brillaba en mi dedo, de color dorado.

Detallé aquel anillo, observando mi mano como si fuera un extraterrestre. Dorado, reluciente, nuevo. Y tenía esa característica única que te hace diferenciar un anillo de matrimonio de cualquier otro.

Chillé.

Un chillido cargado de susto, horror e incertidumbre. Estaba aterrada a pesar que sabía que era imposible que estuviera casada. No recordaba nada, no estaba consciente, Derek me prefería muerta antes que considerarme digna de ser su esposa. Lo máximo en lo que me convertiría sería en su amante, pero jamás en la oficial. Esto no podía estar pasando.

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