La cabeza me palpitaba, tenía los labios agrietados y los ojos me pesaban. Me sentía como si hubiera ingerido una barra de hierro.
Mis sentidos se fueron activando. El olor era nuevo y limpio. El tacto era suave y acolchado. Definitivamente era una cama. No había bultos, huecos, resortes salidos. Solo comodidad. Nunca me había sentido tan cómoda y en calma. Estiré los brazos y me sorprendí de lo ancha que era. La cama en mi apartamento era tan pequeña que mis extremidades quedaban colgando. Seguí explorando aquel delicioso terreno. Mi mano chocó contra una pared dura y caliente. Y entonces escuché un gruñido. Abrí los ojos de golpe y me senté. Acerté, era una cama. El problema era quién estaba acostado junto a mí. Derek yacía bocarriba con los ojos cerrados. Su cabello negro le caía por la frente y su pecho desnudo estaba a la vista, podía detallar los músculos de su abdomen, pectorales y brazos. La sabana le cubría la cintura para bajo y tenía miedo de que no llevara nada debajo. Un chillido escapó de mis labios y me fui para atrás, cayendo de espalda en el piso. ―¿Qué coño? ―Escuché decir a Derek, con su voz ronca y somnolienta. Se sentó en la cama y se pasó la mano por los ojos y cabellera. Envidié su cabello, que se moldeó hacía atrás con un simple toque. Me levanté con las piernas temblando. La atención de Derek se centró en mí. Sus ojos eran inexpresivos, me evaluó de arriba abajo sin decir nada ―¿Por qué estamos en la misma cama? ―susurré, con miedo. El corazón me latía a mil por minuto. Bajé la vista a mi cuerpo. Ya no tenía mi vestido. Llevaba una camisa masculina encima que me quedaba grande y ancha. Las piernas me temblaron y un frío desagradable carcomió mis huesos. La cabeza me martilleaba y no era capaz de pensar con claridad. ―Porque dormimos juntos, claro está ―Se levantó de la cama con tranquilidad. Suspiré de alivio al ver que llevaba unos pantalones de dormir. Pero eso no significaba nada. No significaba que no hubiéramos tenido sexo. Me cambió de ropa, me había visto desnuda. Toqué mi cuerpo sobre la camisa, no llevaba sostén. ¿Qué tanto me había hecho ese hombre? ¿Hasta dónde llegó? Mi respiración estaba perdiendo el control. Mis ojos detallaron la alcoba; pantalla plana, chimenea, muebles costosos, ventanas anchas, balcón, espacio suficiente para ser confundido con un gran salón. La cabeza me dio vueltas y me tambalee. Un brazo se enroscó a mi cintura, la calidez del cuerpo de Derek fue trasmitida a mí. Mi vientre tocaba su piel. ―No entres en pánico y toma agua ―dijo con severidad. En su mano había un vaso de agua que me estaba ofreciendo, acercándolo a mi rostro. Por más oxígeno que inhalaba sentía que me faltaba el aire. Mis pulmones luchaban y mi vista se nublaba. Su agarre se hizo más fuerte. Tal vez sintió que mi cuerpo estaba perdiendo fuerzas. Me iba a desmayar de nuevo. ―Que bebas ―ordenó. Llevó el vaso a mis labios y me forzó a beber. Me ahogué por mi respiración errática. Apartó el vaso y me permitió toser. Subió la mano de mi cintura a mi espalda. Quería ayudarme, pero una de sus manos me sostenía para que no me cayera y la otra sujetaba el vaso de agua. Su expresión era de indiferencia, contrario a sus acciones. Una vez que me detuve, me volvió a poner el vaso en los labios y continué bebiendo. No me había dado cuento de lo sedienta que estaba hasta que yo misma agarré el vaso con las manos y lo vacíe de un trago. Mi respiración se estabilizó y mi cuerpo se relajó. Me quedé perdida en mis pensamientos mientras miraba su rostro. ―Deja de imaginar cosas. No es divertido el sexo cuando la otra persona está inconsciente. ―¿Qué hago aquí? ¿Y mi ropa? ―¿Hablas de ese pedazo de tela de imitación hecha jirones? La boté. Agrandé los ojos. Era mi vestido favorito. El más bonito que tenía. ―¿Cómo te atreves? Era mío. No puedes tomar esa decisión. Arqueó una ceja. ―Ese vestido era insalvable. Ya de por sí estaba desgastado. Fue piadoso haberlo botado. ―¡Igual, era mío! Me lo tienes que pagar, me costó mucho dinero. Se carcajeó en mi rostro. Su brazo bajó nuevamente a mi cintura, rozando el principio de mis nalgas. ―Espero no quedarme pobre por comprar tu valioso vestido. Lo empujé con fuerza, logrando liberarme. Trastabillé con mis propios pies mas pude mantenerme recta. ―Eres un imbécil. Tragó saliva. Apretó las manos a sus costados. Pude distinguir que lo afectó mi brusquedad, pero se recuperó con rapidez. ―No te has dado cuenta, ¿verdad? ―Ladeó la cabeza y me observó con suficiencia―. Supongo que no, porque estás muy tranquila. Está bien, ya te percataras. Espero con ansias el momento en que te dé un ataque de ira. Mientras tanto, baja, vamos a desayunar. ¿Qué? Y sin más, salió de la habitación. ―Oye, necesito ropa ―grité en vano―. Una m****a con el desayuno, yo me voy. Revisé la habitació, carecía de cajones y armarios. ¿Dónde guardaba las cosas? ¿No me había dejado un vestido para que me cambiara? No podía ir por ahí con solo una camiseta de hombre. Y mucho menos si era de Derek. Abrí una puerta, para mi fortuna, era un vestier. Y para mí mala suerte poseía únicamente ropa de hombre. Abriendo y cerrando cajones y armarios me fijé que estaba repleta de artículos personales; corbatas, gemelos, cinturones, perfumes, relojes, ropa interior. Indiscutiblemente, era el hogar de Derek. Pasé gancho de ropa tras gancho de ropa, hasta que me fijé en algo que brillaba en mi dedo, de color dorado. Detallé aquel anillo, observando mi mano como si fuera un extraterrestre. Dorado, reluciente, nuevo. Y tenía esa característica única que te hace diferenciar un anillo de matrimonio de cualquier otro. Chillé. Un chillido cargado de susto, horror e incertidumbre. Estaba aterrada a pesar que sabía que era imposible que estuviera casada. No recordaba nada, no estaba consciente, Derek me prefería muerta antes que considerarme digna de ser su esposa. Lo máximo en lo que me convertiría sería en su amante, pero jamás en la oficial. Esto no podía estar pasando.Salí corriendo de la habitación en busca de Derek. Pasé por pasillos anchos y elegantes, me metí en varias habitaciones, entre ellas había una sala de cine y un gimnasio. Al salir de una de las habitaciones me topé de cara con una señora de servicio. Por poco choco con ella. La señora me sonreía, una sonrisa robótica y que perfeccionó con los años. Tenía una falda larga de tubo y una camisa blanca. ―Buenos días, señora Fisher. El señor Fisher la está esperando abajo para desayunar ―habló la mujer mayor de cabello cano―. Acompáñeme, por favor. No me dejó protestar y dio medía vuelta, alejándose. La seguí por instinto. Me acababa de llamar “Señora Fisher”. ¿Por qué me llamó así? ―¿No hay algo de ropa femenina que me pueda poner? ―pregunté en voz baja. ―No, pero tranquila, mi señora. El señor Fisher mandará esta tarde a llenar el vestier con su ropa. ―¿Por qué me llama así? Yo no soy la señora Fisher. Se volteó y con una sonrisa radiante me dijo: ―Ustedes se casaron anoc
Me encerré en la habitación de Derek. No sabía adónde más ir, no tenía ropa y estaba descalza. Era un manojo de nervios, no podía controlar las lágrimas y sentía que no respiraba. Me encontraba enrollada en las sábanas, en posición fetal. Tenía el estómago revuelto y me dolía la cabeza. Derek no se había molestado en seguirme y calculaba que había pasado al menos una hora desde la espantosa conversación. Mi mente no podía dejar de procesar las distintas formas en las que Derek me torturaría, lo que me obligaría hacer. ¿Llegaría a pegarme? ¿Lo ansiaba? ¿Cuánto tiempo se habrá imaginado golpear mi cabeza contra la pared? Quería vengarse de mí, hacerme sufrir. Y no me quería imaginar las clausulas, si ya de por sí había una cláusula de cien mil dólares, las demás imposiciones serían una locura. ¿Me convertiría en su esclava? ―Deja de llorar, es desagradable ―La voz de Derek inundó la habitación. No sabía en qué momento había entrado porque estaba de espalda a la
No fui a mi apartamento, los empleados de Derek me trajeron ropa suficiente para tirar al techo. Me deleité viendo los distintos y elegantes vestidos; había variedad para cualquier ocasión: estilo cóctel, noche, eventos especiales, bodas, fiesta y oficina. Pasé los dedos por la tela fina y suave. No podía negar que era como un sueño, tanta ropa solo para mí. La ropa que me correspondía estaba de un lado del vestier y del otro lado estaba la de Derek. Estábamos compartiendo el vestuario de la habitación. Y eso significaba que no dormiría en esta mansión simplemente, dormiríamos en la misma habitación. Pasé mi mano por las faldas y pantalones, recorriendo la zona. Llegué al espejo de cuerpo completo que me reflejaba, mi cabello estaba desordenado, la piel de mi rostro más pálida de lo normal y unas ojeras adornaban mis ojos azules. Mi pequeño cuerpo estaba cubierto por la camisa de Derek, no me veía muy sexy en la parte superior porque mi busto era chico y estaba flaca. Era cons
Me sobresalté y alejé hasta que choqué contra la pared. Nuestra distancia no era mucha. El impulso de cubrirme tomó el control. Una mano fue a mi zona íntima y la otra a mis tetas. Mis esfuerzos eran inútiles, podía ver más de lo que me gustaría admitir. Estaba sin palabras, no procesaba lo ocurrido. Mis ojos fueron de su cabello mojado a su sonrisa cautivadora y perversa. Gotas resbalaban de su pecho definido a su abdomen marcado. Subí la mirada para evitar ver más… abajo. Pero mis ojos parecían tener vida propia, buscaban ver lo que tenía entre las piernas y me encontraba constantemente luchando contra ese instinto lujurioso. Con gran esfuerzo logré concentrarme en sus ojos. Pensé que él estaría detallando mi cuerpo con una mirada morbosa, pero no. Estaba pendiente de mi rostro, de mis gestos. Estaba en un momento vulnerable y expuesta, e igual no se molestaba en evaluar mi cuerpo. Tragué saliva. ―¿Qué haces aquí? Sonrió con malicia. ―Somos esposos, es normal
Mantuve la mano en mi cartera, escondiendo el anillo. Entré y saludé a mis compañeros con normalidad. Por suerte, Derek había guardado la cartera que había llevado a la boda. Al llegar al último piso me recibió el silencio absoluto. Pasé junto a los cubículos diminutos acomodados unos junto a otros. Uno que otro compañero me saludó, otros tenían la cabeza metida en la computadora y otros rezaban en voz baja para acabar con esta miseria llamada empleo. A diferencia de los demás pisos que tienen la libertad de charlar, sonreír y descansar, nosotros no poseíamos ese privilegio. No cuando compartimos piso con la ladrona de felicidad. Los pies me pesaban al acercarme aquella oficina. Odiaba que mi escritorio estuviera junto a su oficina y que lo único que nos separaba era la pared de vidrio. Traté de hacer mis cosas con normalidad. Me costaba realizar las actividades priorizando una mano. Al redactar una carta en la computadora para nuestro nuevo socio, la bruja roba
••Narra Derek•• Con aburrimiento, escuchaba a nuestro jefe de ventas informarnos sobre el incremento de ganancias en el último mes. Estábamos reunidos en la sala de juntas con mis gerentes que manejaban distintas áreas del mercado. Me entretenía rellenando un libro de sopa de letras que guardaba para estas reuniones. Yo solo asistía por mi obligación como jefe. Todos los registros, datos almacenamiento, problemáticas, posibles soluciones a dichas problemáticas, mejorías; ya lo había leído. Aunque muchos no lo crean, la pila de papeles que ven junto al escritorio del jefe, si nos tomamos las molestias de revisarlo y no simplemente firmamos sin leer. Al menos, los jefes inteligentes. ―Si vuelvo a escucharte decir: “Y entonces” te arrancaré la lengua. Es la décima vez que lo dices en tres minutos ―advertí. ―Sí, jefe. Una disculpa. Escuché como más de uno respiró profundo. Y alguien en la sala susurró: ―Hoy está peor que otros días, ¿verdad? Creo que está de mal humor.
••Narra Erika•• Sentía el cuerpo pesado. La oscuridad me llamaba y no quería salir de ella. Pero algo me forzaba a volver; voces, gritos, gruñidos. Abrí los ojos y estos me ardían. Visualice a Derek sujetando la bata de un doctor. Ambos hombres se fijaron en mí. Los dos tenían algo que decir, pero no les di oportunidad. Volví a caer en la oscuridad. Las siguientes horas fueron humo. Entraba y salía de la oscuridad. Duraba un par de segundos con los ojos abiertos y de nuevo caía rendida. Era un bucle. Algunas veces, continuaba en la oscuridad, sin abrir los ojos, pero escuchaba las voces. ―¿Por qué sigue desmayándose? ―gritó Derek, la angustia era palpable en su voz. ―Es por el agotamiento. El cuerpo se está recuperando del cansancio y estrés ―respondió otra voz masculina. ―¿Y qué debo hacer? ―Solo necesita descansar. Puede llevar a su esposa a casa para que repose. Estaban hablando de mí. Las voces se esfumaron de mi mente. Mis pies estaban húmedos, mi fren
La noche fue pesada. Estuve moviéndome de lado a lado. La fiebre iba disminuyendo, pero mis ojos ardían. Cuando sentía que me estaba quedando dormida, la mano de Derek iba a mi frente y cuello, evaluando mi temperatura. Lo miraba desde su lado de la cama, como estiraba su mano y me observaba adormilado. El día siguiente fue vacío, aburrido. Estuve todo el día en la cama, solo me levantaba para ir al baño. Derek no fue a trabajar, estuvo entrando y saliendo de la habitación constantemente. A veces, cuando él pensaba que estaba dormida, se sentaba a mi lado y acariciaba mi rostro, me revisaba el pulso y me arropaba. Tuvimos una que otra pelea tras su insistencia para que comiera. Pensé que me metería la comida en la garganta, mas solo maldijo y se fue. Sé que me estaba matando de hambre, pero lo veía más como una salida en lugar de una penitencia. Me había quedado sin empleo, no podía pagar las cuotas de los dos meses, estaba destinada a prostituirme, a vender mi cuerpo,