Estuve la mayor parte de la fiesta embriagándome y hablando con la novia.
―Estás colocadísima, Erika ―dijo Kira, la novia. Su voz se escuchaba más aguda de lo normal y arrastraba las palabras. ―No más que tú ―Me reí. Estábamos bailando las dos juntas en medio de la pista, como si fuéramos una pareja. Nos tomábamos del cuello y la cintura, girando y siguiendo el ritmo de la salsa. El mundo me daba vueltas, pero no entendía como me mantenía de pie. Choqué con un señor mayor bailando con su esposa. ―Disculpa ―dije, entre risas. El señor me dirigió una mirada de desagrado antes de apartarse. No me importaba. Ya varias personas han intentado separarnos porque estábamos haciendo “el ridículo” según ellos. Principalmente los quejones eran de la familia de Kira y el novio. Venga ya, la mujer se está divirtiendo en su propia boda. ¿Ahora es eso un delito? Ella debería poder divertirse sin preocuparse por las normas sociales. ―Me alegra que hayas venido, me hubiera aburrido sin ti ―susurró―. Ellos querían tener una boda aburrida y silenciosa. Y de eso nada, no me gusta. Me entristecía por ella. Supongo que era una desventaja de nacer en cuna de oro, tener que entregarle tu vida a un hombre que no amas por un acuerdo para expandir la fortuna familiar. Estaba consciente. El alcohol no había afectado mi juicio… aún. Unas copitas más y la historia cambiaría. El tequila sunrise solo me permitió animarme, desenvolverme. De otra forma, estaría en una esquina, aburrida. Pero aquí estoy, bailando y riendo con mi amiga de hace una década. Ella fue una de las pocas personas que me ayudó a salir del infierno en el que vivía, hizo más llevadera mi estadía en aquella universidad prestigiosa y presuntuosa. Me apoyó en mi decisión de ejercer contacto cero con mi familia. Es una amistad que nació de lo improbable y perduró por más de una década. ―Me alegra haber venido. Necesitaba un descanso de la ogra de mi jefa. ―Sabes que puedes trabajar en mi empresa cuando tú quieras ―Iba a abrir la boca, pero se me adelantó―. Sí, sí, ya sé que quieres conseguir las cosas por tu propio mérito. Pero sé consciente que actualmente es muy difícil que subas de puesto cuando tienes a Cruella de jefa. Esa mujer nunca me cayó bien, venenosa. Le dediqué una sonrisa tímida. Mi orgullo era contradictorio. Podía pedirle de rodillas a una persona para que no me despidiera, pero no podía aceptar una generosa oferta de empleo, de una querida amiga. Porque al menos mi mugroso empleo fue algo que conseguí por mi misma y no me metieron debajo de la mesa para que me aceptarán. Kira siempre fue amable conmigo. Me ofreció vivienda, empleo y muchas cosas más. Pero yo me negaba. Ni siquiera le había dicho sobre mi deuda con los prestamistas-mafiosos y rogaba porque no se enterara. ―El zorro bancario no deja de verte. Fruncí las cejas. ―¿Zorro? Se encogió de hombros. ―Por ser un mujeriego incorregible que folla con todas sus candidatas a prometidas pero no está dispuesto a casarse ―habló con picardía. No pude reírme, el alcohol no me quitaba la amargura de escuchar ese nombre y pensar en las parejas sexuales que ha tenido―. Es como si lo hiciera a propósito para demostrarle algo a sus padres. O eso he oído por ahí. ―¿Demostrar qué? ―Yo tampoco sé. Es uno de los chismes en el club campestre. ―¿Y por eso lo llaman zorro bancario? Habíamos dejado de bailar. Estábamos quietas en medio de la pista mientras chismoseábamos como adolescentes. ―Sí. Por deshonrar la pureza de las hijas más codiciadas del país. Se ha ganado de enemigo a muchas de las familias más importantes por juguetear con las jóvenes de alta cuna ―Una risa picara se escapó de los labios de mi amiga―. Y aún así, todas esas familias van a retirar sus fondos y crearse cuentas en los bancos que le pertenecen a Derek. Indiscutiblemente, lo necesitan ya que ofrece el mejor servicio y protección para los poderosos del país. Si, no todos pueden abrirse una cuenta en los bancos de Derek. A mí, por ejemplo, me la negarían al instante. Necesito ganar cierta cantidad al año para ser aceptada. Y ni rogando llego a esa cifra. ―El único apodo por el que lo conocía era por monstruo empresarial. Y no solo por ser bueno en los negocios, sino por su horrible trato a los empleados. Me preguntó si es mejor que mi jefa. ―Sea como sea, te está mirando ―Mi amiga observa sobre mi hombro y la piel se me pone de gallina―. Y podrá ser un monstruo o lo que sea, pero si no estuviera casada me gustaría probar a ese fruto prohibido. Me encantan los chicos malos. ―¡Kira! ―Me reí. A pesar de estar carcajeándome, mis extremidades temblaban y la necesidad de ver para atrás me llamaba. ―Voy por más alcohol ―añadí. Al girar, me encontré con la mirada intensa de Derek. Sus ojos grises me penetraban y no disimulaba ni un poco. La rubia que vino con él le estaba hablando, mas no le prestaba atención. Me metí a la barra, dándole la espalda. ―Un tequila sunrise, por favor. Este era el cuarto o el quinto cóctel. No estaba segura. Los minutos pasaban y me quedé metida en la barra, sorbiendo mi bebida alcohólica. Me sentía fuera de lugar, la única que me hacía sentir cómoda era mi amiga. El resto de las personas se limitaron a lanzarme miradas o cuchichear sobre mi inferioridad. Sí, sí. No pertenezco a una familia de clase alta y tampoco amasé mi propio fortuna. Soy la asistente de una bruja prepotente. Supérenlo. El alcohol ayudaba a relajar mi cuerpo, evitar aquellos pensamientos que bajaban mi autoestima, a borrar momentáneamente toda la m****a con la que lidiaba. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de tequila sunrise que había ingerido. Ya no podía decir que mi juicio estaba sano. Me levanté del taburete, o debería decir: salté del taburete. Ya que era muy alto. No fue hecho para personas bajitas como yo. Casi me doblé el tobillo al pisar mal. Me aguanté de la barra y me reí de mi propia estupidez. Estaba muy mareada. Salí del gran salón dando tumbos y sujetándome de las mesas porque veía el piso moverse. Entré a la sala de recepción y me dejé caer en un mueble. Cerré los ojos y respiré. Tal vez debí pedir un jugo de naranja para bajarme el mareo en lugar de venirme para acá. El mueble se hundió a mi lado. Abrí los ojos con pesadez. La imagen era borrosa; un hombre con cabellera negra y traje. ―Derek… Parpadeé, enfocando al sujeto. No era Derek. Sus ojos y sus facciones eran totalmente diferente. Y su aura no me gustaba. ―Hola, guapa. Te estuve viendo toda la noche. ―Seguro eso les dices a todas. En estos momentos mis pensamientos y mi lengua estaban combinadas. Por lo cual, lo que pensaba lo decía. ―Te veías muy sexy bailando con la novia. Ustedes son amigas desde la universidad. Analicé al hombre con mis ojos borrachos, barriéndolo con la mirada. Era más joven que yo, tal vez por uno o dos años. ―¿Tú cómo sabes eso? ―Nos entretenemos poniéndonos al día sobre los sucesos pocos comunes. Y que un chica humilde sea invitada a una fiesta de clase alta dónde el eslabón más bajo que asistió el día de hoy es el hijo bastardo de un jeque que heredará el quince porciento de la industria petrolera de la familia, es un gran acontecimiento. Me gustaría decir que sus palabras me desagradaron, pero no pude encontrar esa emoción porque estaba dopada de la borrachera. Me daba igual. Dejé que hablara de las personas como si fueran objetos de valor. Luché contra mi peinado hasta lograr soltar mi melena color caramelo. ―¿Cuánto quieres? ―preguntó. Había perdido el hilo de la conversación. ―¿Eh? ―Por tener sexo ―Colocó su mano en mi rodilla descubierta por la abertura del vestido―. Puedo darte una casa, un carro. Lo que tú quieras. Sonreí pese a que me estaba ofendiendo, mas no me interesaba. ―Puedes conseguir cualquier chica que quieras y se te lanzarían encima por tu dinero. ¿Por qué te esfuerzas tanto por una chica que no ha demostrado interés en ti? ¿No te da vergüenza? Noté como su sonrisa se endureció. Le había dado en un nervio sensible. Los ojos me pesaban y los cerré unos segundos mientras él hablaba. ―Eso estoy haciendo. Tú eres pobre, por lo cual estoy intentando llegar a un acuerdo contigo. Tú satisfaces mis necesidades por el día de hoy y yo te libero de una de tus carencias. Se me olvidaba que esta gente pensaba lo mismo sobre las personas de mi clase social: objetos fáciles de usar, manipular y desechar. Básicamente, entretenimiento. ―Déjame en paz, quiero dormir. Bostece. Los ojos se me cerraban por si solos, mas me negaba a caer en la inconsciencia. Subió su mano de mi rodilla a mis muslos. No sé de donde saqué la lucidez y coordinación para detener su mano. La sangre volvió a circular por mi venas. Me levanté con rapidez, tambaleante. ―Dije que no. Frunció el ceño y sujetó la parte inferior de mi vestido, jalando de el. Mis muslos estaban a la vista y el hombre me observaba como un juguete. Retrocedí. Escuché la tela rasgarse y seguí forcejeando hasta que la parte inferior del vestido se desprendió. Caí al suelo por mi propio impulso. Vi mis piernas descubiertas y el corte irregular de la tela que apenas cubría mi ropa interior. Los ojos se me cristalizaron al ver en el estado en el que estaba, la forma en la que me trataban, mi vestido favorito hecho pedazos. Había tocado fondo. Las lágrimas bajaron por mis mejillas. El hombre se puso de pie pero no me atreví a verlo. Mi vista estaba fija en el corte de mi vestido. ―Venga ya, ¿vas a llorar por ese vestido de imitación? Me lanzó la parte arrancada del vestido a las piernas. ―Cameron ―Una voz que conocía desde hace años llenó la estancia. Su tono era severo, sus pasos lentos pero seguros. Se detuvo frente al hombre, sus zapatos costosos entraron a mi campo de visión y su perfume era lo suficientemente fuerte para percibirlo―. Cuanto tiempo. Las mejillas se me sonrojaron al ser consciente de lo patética que debía verme en el suelo. Derek debía estar satisfecho al encontrarme en ese estado. Hice un esfuerzo por contener las lágrimas pero era inútil. Mi cuerpo sufría espasmos por la impotencia que traía atorada en la garganta. ―Fisher, cuánto tiempo sin verte ―Noté el nerviosismo en la voz del sujeto cuyo nombre era Cameron. ―¿Qué haces, amigo? ―preguntó Derek. Su voz carecía de emoción, no concordaba con sus palabras. ―Eh, no. Nada importante. Hablaban como si no estuviera tirada a su lado. Un sonido estrangulado llamó mi atención. Subí la mirada y vi a Derek rodeando el cuello de Cameron con su mano. No estaba simplemente sujetándolo, lo asfixiaba. Cameron intentaba hablar, pero salían palabras entrecortadas. Los pies del pervertido apenas tocaban el suelo, estaba de puntilla. La mirada de Derek era felina, como un depredador viendo una presa fácil. Su mano no vacilaba a la hora de apretar la tráquea del hombre. Iba a matarlo. ―Te ves muy despreocupado para ser alguien que sacó medio millón de dólares de la cuenta de su padre para pagar las deudas de apuesta. ¿Debería decirle? Derek dejó la pregunta al aire, porque obviamente Cameron no iba ser capaz de responder. Sus ojos estaban perdiendo brillo y saliéndose de órbita. El rostro se le tornaba rojo y la baba le resbalaba por la barbilla. Derek lo soltó y este cayó en el piso, a mi lado, con un sonido sordo. Tosió e inhaló con brusquedad, agarrándose él mismo el cuello para comprobar que seguía en su lugar. No me sorprendía que Cameron estuviera en tan mal estado. Derek le sacaba una cabeza de altura y los músculos de los brazos se apretaban a su saco por el más mínimo movimiento que realizaba. Era un hombre formidable e imponente. ―¿No piensas responder, basura? Me sobresalté cuando pateó su rostro, terminándolo de arrojar al suelo. La única respuesta fue un alarido cortado por la falta de oxígeno. ―Me das vergüenza ―Piso la sien de Cameron, presionando el rostro del hombre contra el piso. Podría defenderse, contratacar. Es un hombre contra otro hombre. Pero no, porque él sentía la misma presión de poder que ejercía Derek a su alrededor, un aura intocable que dejaba claro que Cameron y su familia tenían dinero, pero no más que él. ―Por favor, no le digas. Te lo suplico. Solo fue una inversión que salió mal. El demonio de ojos grises tarareó una canción y ejerció más presión en su pie. Cameron chilló. Las lágrimas dejaron de brotar de mis ojos, se me congelaron en las mejillas. Estaba estupefacto y luchaba contra los mareos por el alcohol. Derek apartó el pie y nos rodeó a los dos, dando vueltas a nuestro alrededor. Caí en cuenta que yo formaba parte de su acto, que Cameron no era su único objetivo. ―Me da igual, la verdad. Mientras que tus estupideces no afecten la mensualidad de tu padre en mis bancos, puedes suicidarte si quieres. Cameron se reincorporaba con torpeza. ―Puedes irte ―sentenció Derek Fisher. Y sin más, lo obedeció. Vi a Camarón marcharse. Me agarró desprevenida cuando Derek se acuclilló y tomó mi barbilla. Dejé de respirar. Sus ojos eran penetrantes y carecían de calidez. Me pasó el pulgar por el labio partido y ladeó la cabeza. Sus pensamientos eran un enigma para mí. ―Y pensar que tú vida pudo ser diferente, pudiste tenerlo todo y nadie se hubiera atrevido siquiera a tratarte de tal forma. Pero decidiste desechar esa vida. ¿Estás feliz con el resultado? ¿Estás conforme con las consecuencias de tus acciones? ¿Esta era la vida que querías? No, no, no, no. No a todo. ―¿A esto te referías con vengarte de mí? Humillarme constantemente, mostrar el poder que puedes ejercer sobre mí por ser alguien de bajos recursos, interferir y gobernar mi vida laboral. Sonrió, pero esa sonrisa no llegó a sus ojos. Con su mano disponible enjuagó una de mis lágrimas que se estaba secando en mi mejilla. ―Esto es el principio. Haré que tu mundo giré en torno a mí. Yo seré tu todo. La habitación me daba vueltas, el desgaste emocional y psicológico estaba ganando la batalla. La oscuridad cubrió mis ojos y caí a un abismo en brazos de aquel hombre cruel.La cabeza me palpitaba, tenía los labios agrietados y los ojos me pesaban. Me sentía como si hubiera ingerido una barra de hierro. Mis sentidos se fueron activando. El olor era nuevo y limpio. El tacto era suave y acolchado. Definitivamente era una cama. No había bultos, huecos, resortes salidos. Solo comodidad. Nunca me había sentido tan cómoda y en calma. Estiré los brazos y me sorprendí de lo ancha que era. La cama en mi apartamento era tan pequeña que mis extremidades quedaban colgando. Seguí explorando aquel delicioso terreno. Mi mano chocó contra una pared dura y caliente. Y entonces escuché un gruñido. Abrí los ojos de golpe y me senté. Acerté, era una cama. El problema era quién estaba acostado junto a mí. Derek yacía bocarriba con los ojos cerrados. Su cabello negro le caía por la frente y su pecho desnudo estaba a la vista, podía detallar los músculos de su abdomen, pectorales y brazos. La sabana le cubría la cintura para bajo y tenía miedo de que no llevara
Salí corriendo de la habitación en busca de Derek. Pasé por pasillos anchos y elegantes, me metí en varias habitaciones, entre ellas había una sala de cine y un gimnasio. Al salir de una de las habitaciones me topé de cara con una señora de servicio. Por poco choco con ella. La señora me sonreía, una sonrisa robótica y que perfeccionó con los años. Tenía una falda larga de tubo y una camisa blanca. ―Buenos días, señora Fisher. El señor Fisher la está esperando abajo para desayunar ―habló la mujer mayor de cabello cano―. Acompáñeme, por favor. No me dejó protestar y dio medía vuelta, alejándose. La seguí por instinto. Me acababa de llamar “Señora Fisher”. ¿Por qué me llamó así? ―¿No hay algo de ropa femenina que me pueda poner? ―pregunté en voz baja. ―No, pero tranquila, mi señora. El señor Fisher mandará esta tarde a llenar el vestier con su ropa. ―¿Por qué me llama así? Yo no soy la señora Fisher. Se volteó y con una sonrisa radiante me dijo: ―Ustedes se casaron anoc
Me encerré en la habitación de Derek. No sabía adónde más ir, no tenía ropa y estaba descalza. Era un manojo de nervios, no podía controlar las lágrimas y sentía que no respiraba. Me encontraba enrollada en las sábanas, en posición fetal. Tenía el estómago revuelto y me dolía la cabeza. Derek no se había molestado en seguirme y calculaba que había pasado al menos una hora desde la espantosa conversación. Mi mente no podía dejar de procesar las distintas formas en las que Derek me torturaría, lo que me obligaría hacer. ¿Llegaría a pegarme? ¿Lo ansiaba? ¿Cuánto tiempo se habrá imaginado golpear mi cabeza contra la pared? Quería vengarse de mí, hacerme sufrir. Y no me quería imaginar las clausulas, si ya de por sí había una cláusula de cien mil dólares, las demás imposiciones serían una locura. ¿Me convertiría en su esclava? ―Deja de llorar, es desagradable ―La voz de Derek inundó la habitación. No sabía en qué momento había entrado porque estaba de espalda a la
No fui a mi apartamento, los empleados de Derek me trajeron ropa suficiente para tirar al techo. Me deleité viendo los distintos y elegantes vestidos; había variedad para cualquier ocasión: estilo cóctel, noche, eventos especiales, bodas, fiesta y oficina. Pasé los dedos por la tela fina y suave. No podía negar que era como un sueño, tanta ropa solo para mí. La ropa que me correspondía estaba de un lado del vestier y del otro lado estaba la de Derek. Estábamos compartiendo el vestuario de la habitación. Y eso significaba que no dormiría en esta mansión simplemente, dormiríamos en la misma habitación. Pasé mi mano por las faldas y pantalones, recorriendo la zona. Llegué al espejo de cuerpo completo que me reflejaba, mi cabello estaba desordenado, la piel de mi rostro más pálida de lo normal y unas ojeras adornaban mis ojos azules. Mi pequeño cuerpo estaba cubierto por la camisa de Derek, no me veía muy sexy en la parte superior porque mi busto era chico y estaba flaca. Era cons
Me sobresalté y alejé hasta que choqué contra la pared. Nuestra distancia no era mucha. El impulso de cubrirme tomó el control. Una mano fue a mi zona íntima y la otra a mis tetas. Mis esfuerzos eran inútiles, podía ver más de lo que me gustaría admitir. Estaba sin palabras, no procesaba lo ocurrido. Mis ojos fueron de su cabello mojado a su sonrisa cautivadora y perversa. Gotas resbalaban de su pecho definido a su abdomen marcado. Subí la mirada para evitar ver más… abajo. Pero mis ojos parecían tener vida propia, buscaban ver lo que tenía entre las piernas y me encontraba constantemente luchando contra ese instinto lujurioso. Con gran esfuerzo logré concentrarme en sus ojos. Pensé que él estaría detallando mi cuerpo con una mirada morbosa, pero no. Estaba pendiente de mi rostro, de mis gestos. Estaba en un momento vulnerable y expuesta, e igual no se molestaba en evaluar mi cuerpo. Tragué saliva. ―¿Qué haces aquí? Sonrió con malicia. ―Somos esposos, es normal
Mantuve la mano en mi cartera, escondiendo el anillo. Entré y saludé a mis compañeros con normalidad. Por suerte, Derek había guardado la cartera que había llevado a la boda. Al llegar al último piso me recibió el silencio absoluto. Pasé junto a los cubículos diminutos acomodados unos junto a otros. Uno que otro compañero me saludó, otros tenían la cabeza metida en la computadora y otros rezaban en voz baja para acabar con esta miseria llamada empleo. A diferencia de los demás pisos que tienen la libertad de charlar, sonreír y descansar, nosotros no poseíamos ese privilegio. No cuando compartimos piso con la ladrona de felicidad. Los pies me pesaban al acercarme aquella oficina. Odiaba que mi escritorio estuviera junto a su oficina y que lo único que nos separaba era la pared de vidrio. Traté de hacer mis cosas con normalidad. Me costaba realizar las actividades priorizando una mano. Al redactar una carta en la computadora para nuestro nuevo socio, la bruja roba
••Narra Derek•• Con aburrimiento, escuchaba a nuestro jefe de ventas informarnos sobre el incremento de ganancias en el último mes. Estábamos reunidos en la sala de juntas con mis gerentes que manejaban distintas áreas del mercado. Me entretenía rellenando un libro de sopa de letras que guardaba para estas reuniones. Yo solo asistía por mi obligación como jefe. Todos los registros, datos almacenamiento, problemáticas, posibles soluciones a dichas problemáticas, mejorías; ya lo había leído. Aunque muchos no lo crean, la pila de papeles que ven junto al escritorio del jefe, si nos tomamos las molestias de revisarlo y no simplemente firmamos sin leer. Al menos, los jefes inteligentes. ―Si vuelvo a escucharte decir: “Y entonces” te arrancaré la lengua. Es la décima vez que lo dices en tres minutos ―advertí. ―Sí, jefe. Una disculpa. Escuché como más de uno respiró profundo. Y alguien en la sala susurró: ―Hoy está peor que otros días, ¿verdad? Creo que está de mal humor.
••Narra Erika•• Sentía el cuerpo pesado. La oscuridad me llamaba y no quería salir de ella. Pero algo me forzaba a volver; voces, gritos, gruñidos. Abrí los ojos y estos me ardían. Visualice a Derek sujetando la bata de un doctor. Ambos hombres se fijaron en mí. Los dos tenían algo que decir, pero no les di oportunidad. Volví a caer en la oscuridad. Las siguientes horas fueron humo. Entraba y salía de la oscuridad. Duraba un par de segundos con los ojos abiertos y de nuevo caía rendida. Era un bucle. Algunas veces, continuaba en la oscuridad, sin abrir los ojos, pero escuchaba las voces. ―¿Por qué sigue desmayándose? ―gritó Derek, la angustia era palpable en su voz. ―Es por el agotamiento. El cuerpo se está recuperando del cansancio y estrés ―respondió otra voz masculina. ―¿Y qué debo hacer? ―Solo necesita descansar. Puede llevar a su esposa a casa para que repose. Estaban hablando de mí. Las voces se esfumaron de mi mente. Mis pies estaban húmedos, mi fren