Capítulo 4: Malentendido.

Me aclaré la garganta, pasando del rostro de Derek, al de su acompañante y el de mi jefa. Katy se encontraba con el ceño fruncido, los labios rojos apretados y la mandíbula tensa.

Estaba celosa.

El hombre con el que estaba intentando concertar un matrimonio tiene sus manos puestas sobre una secretaria que estudió en el pasado con él.

Me solté bruscamente.

―No, no estaba fumando.

Recordé al desgraciado de Martin; el prestamista, y lo maldije mentalmente. No era consciente del calibre de mi olor porque el humo que soltó en mi cara bloqueó mis fosas nasales. Pero debió ser tan grave para que Derek se diera cuenta solo por pasarle por el lado.

Volvió a sujetar mi muñeca y llevó su nariz a la palma de mi mano. Mi corazón dio un vuelco por su forma tan íntima y personal de tocarme.

No podía negar que este hombre me afectaba, no estaba hecha de hierro. Tenía corazón y hormonas como el resto de las mujeres. Físicamente era perfecto, el problema era su forma de tratar a los demás.

―Que raro, tus manos no huelen a tabaco ―dijo, concentrado. No le importaba lo que pensarán los demás sobre esto, al parecer. Se separó de mí sin soltar mi muñeca. Visualmente me estaba evaluando, juzgándome, analizando―. ¿Por qué tu rostro huele a tabaco y tus manos no? No tiene sentido. ¿Fumas?

Pero, ¿con qué derecho me preguntaba eso? No era ilegal fumar, pero él lo hacía ver cómo si me estuviera drogando con heroína.

―Abre la boca ―exigió. Con su mano disponible tomó mi mandíbula. No le hice caso y mantuve la boca cerrada a pesar que quería gritarle. Acercó su nariz a mi boca―. Erika, obedece.

―¡Suficiente! ―Mi jefa se levantó de su puesto, aproximándose a nosotros. Sus ojos pasaban de Derek a mí, sus celos eran evidentes―. Señor Fisher, no tiene derecho de hostigar de esa forma a mi empleada. Debe soltarla.

Sabía que no me estaba defendiendo, solo buscaba una excusa para apartarme de Derek.

Katy metió su mano entre nosotros y aquellos ojos grises la fulminaron.

―Derek, te estás excediendo ―dijo el acompañante, jalando el cuello de la camisa de Derek. En su voz había nerviosismo y carecía de autoridad.

Katy estaba forcejeando con los brazos y el pecho de Derek, esforzándose por apartarme. Pero Derek no cedía.

―¿No le preocupa que sus empleados lleguen oliendo a puro? ¿No tienen códigos de conducta? Está en horario laboral y apesta ―Le gruñó Derek, como si fuera culpa de Katy que yo fumara (cosa que no hago)

¿Qué estaba diciendo ese hombre? Prácticamente le estaba dando razones a esta mujer para despedirme. ¿A esto se refería con hacerme pagar por su rechazo? ¿Estaba buscando que me despidieran?

La rabia inundó mis venas y caí presa del pánico por las palabras que salían de la boca de ese hombre.

Mi mano se movió más rápido que mi cerebro y lo abofetee. El ruido fue sonoro y la mano me hormigueó por la fuerza añadida. Su gesto se endureció y sus ojos me fulminaban. Sabía que le había dado con fuerza porque la mano me dolía, mas no logré girar su cuello. Cómo si hubiera golpeado cemento. Aparté su mano de mi rostro.

―Tú no eres mi jefe. No tienes derecho a decirme que hacer y no estoy haciendo nada malo ―Luché porque soltará mi muñeca, pero se negaba. Jale con rabia, empujándolo. No se movía, se limitaba a ver cómo estaba perdiendo la paciencia―. Eres un maldito hijo de puta, impulsivo, volátil, insensible con los sentimientos de los demás, no mides la consecuencia de tus acciones.

―¡Erika! ―gritó Katy, llamando mi atención. Mi respiración estaba agitada, tragué saliva y di un último tirón a mi mano secuestrada sin conseguir que me liberara―. No puedes hablarle así, es una falta de respeto a nuestro socio. Discúlpate.

―¿Qué? ―susurré.

Este hombre acaba de hostigarme, gritarme, invadir mi espacio personal, sujetarme, acusarme y tratar de hacer que me despidieran. Pero, ¿yo soy la mala por defenderme?

―No puedes hablarle así a nuestro socio por más molesta que estés. Le debes respeto ―Su mirada era gélida, mas sus palabras estaban bien calculadas. Quería recordarle a Derek que no soy más que una secretaria sin poder, que no represento una amenaza para su posible matrimonio y que ella está por encima de mí―. ¿Qué estás esperando? Discúlpate.

¿Ella no se daba cuenta que yo no era una amenaza? Derek jamás se casaría con alguien como yo.

No me atrevía a mirar a Derek. Debía tener una expresión de gozo al darse cuenta que me tenía que humillar ante él.

Cerré los ojos, ignorando mi ego herido, pensando en lo que realmente importaba. “Necesitaba este empleo, necesitaba pedir un adelanto. Si no conseguía el dinero me venderían como una yegua”.

Tragué saliva y respiré profundo.

―Me disculpo ―dijo Derek, llamando mi atención. Sus ojos grises me carcomían con intensidad a pesar de no mostrar expresión alguna―. No debí arrinconarte de esa manera.

Me quedé anonadada. Él se estaba disculpando conmigo. Y yo no me lo podía creer.

―Jamás pensé que llegaría el día en que escucharía a Derek disculparse ―susurró su acompañante.

Mi jefa estaba consternada. La mitad de su rostro estaba sumida en una sonrisa falsa y la otra mitad luchaba por ocultar una mueca de desagrado.

―Usted no necesita disculparse, señor Fisher ―Mi jefa dio un paso adelante y dejó descansar su mano sobre el brazo de Derek, subiendo y bajando su mano a lo largo de su extremidad. Estaba analizando su cuerpo, su musculatura. Y al mismo tiempo, le estaba dejando claro sus intenciones de ser más que una socia―. Ella fue la maleducada. Y será sancionada por eso. Un mes sin paga.

Se me escapó una exclamación de sorpresa y preocupación.

―No, no, no. Jefa, por favor, discúlpeme ―hablé con prisa. Ya no me importaba mi orgullo pisoteado. Me pondría de rodillas si es necesario para poder pagarle a los prestamistas. Miré fijamente a Derek―. Me disculpo desde el fondo de mi corazón. Fui una maleducada, no medí mis palabras y te insulté. Discúlpame por golpearte. Si quieres puedes pegarme para estar a mano.

Derek notó mi brusco cambio de actitud, lo sé por la manera de mirarme. Estaba cabreado, no sabia si conmigo o con la situación. Lo más probable que fuese conmigo. Sus cosas nasales se ensancharon, su mandíbula se tensó y su gesto se endureció aún más.

Pensé que me gritaría, que se burlaría, que me obligaría a besarle los pies.

―Acepto tus disculpas.

Eso fue todo lo que dijo.

―Muy bien, puedes retirarte, Erika ―habló mi jefa.

Con la cabeza gacha, me dispuse a irme. Al tomar la perilla de la puerta, la voz de Derek retumbó en la habitación, con una firmeza y autoridad que recordaba perfectamente de nuestro tiempo en la universidad.

―Y se le pagará normalmente. No gano nada quitándole el sueldo a una asalariada.

Miré sobre mi hombro para poder observar a Derek. Estaba de espalda, hablando con mi jefa. Su espalda se veía grande y ancha.

―Con todo respeto, señor Fisher, ella es mi empleada. Yo decido su sanción ―Trató de mantener su expresión amistosa.

―Déjeme recordarle que estamos siendo generosos asociándonos con una compañía pequeña como la suya. Usted nos necesita para crecer, yo no la necesito para nada. Considere esta sociedad un acto de caridad ―dijo Derek, con frialdad―. Y si la sanciona, tenga en cuenta que hundiré su compañía.

Este era el hombre que conocía, con el que estudié en la universidad; hiriente e insensible, con ínfulas de superioridad y experto en menospreciar a las personas. Inclusive mi jefa, que es una mujer poderosa y millonaria frente a mis ojos, era insignificante al lado de Derek Fisher. Y él lo sabía perfectamente.

Yo debía ser una cucaracha para él, alguien fácil de ser aplastado. Su amenaza se repitió en mi mente.

Sin decir una palabra más, me pasó por el lado, abrió la puerta y salió de la oficina, dejándonos a todos de piedra.

El día fue pesado, las horas pasaron lento y mi jefa no me quitaba los ojos de encima. No volvió a mencionar la sanción, Derek no regresó al edificio. Katy se encargó personalmente de dejarme trabajos por montón. Una pila entera.

No sabía cómo iba a terminar esto para el día de hoy, necesitaría un milagro. Mañana comenzaba el fin de semana y gracias al cielo lo tenía libre. Llegaría como un zombie a la boda de mi amiga, pero lo importante es que llegaría.

Necesitaba con urgencia emborracharme y olvidarme del mundo, de los problemas, de los prestamistas, de mi jefa, de Derek.

El modo de operar de Derek era un misterio para mí. Primero casi hace que me despidan, luego que me sancionen y al final me libra de esos castigos pero no sin antes llamarme asalariada y por poco me dice muerta de hambre.

Me fui de la oficina a las doce, ya en mi pequeño apartamento me bañé, comí y dormí como un bebé.

Al día siguiente me arreglé con mi mejor vestido, lo cual no era mucho para la extravagante y costosa fiesta de mi amiga. Estudiamos en la misma universidad, pertenece a la clase social de Derek y por supuesto, sus familias son amigos. Lo que significaba que él estará ahí.

Tuve suerte de estudiar en una universidad prestigiosa gracias a una beca. Conseguí rodearme de personas poderosas, mas me hubiera gustado convertirme en una.

Alise mi vestido verde, tenía una abertura desde el comienzo de mi muslo izquierdo hasta llegar al piso. La parte superior consistía en un corsé unido a la falda; decorado con encaje de un tono de verde más oscuro. Mi busto podría ser pequeño, pero esta prenda resaltaba aquella zona.

Me gustaba este vestido, era el más hermoso que tenía y para mí suerte, salió barato. Me coloqué unos tacones plateados y recogí mi cabello color caramelo en un moño ubicado en mi nuca, dejando a propósito uno que otro mechón suelto que caía sobre mis hombros y clavícula. Me eché un labial rojo que iba en sintonía con mi apariencia. Aún se notaba la mordida de Derek, así que difumine la cortada con el mismo labial hasta que fue difícil de notar.

Me sentía hermosa con esta ropa. Era uno de los pocos lujos que me permití comprar para complacerme a mí y solo a mí.

Fui a la fiesta de celebración. Misteriosamente, Derek no estaba por ninguna parte. No asistió a la ceremonia tampoco. Me relajé con una copa de champan en la mano mientras observaba mis alrededores. Cómo era de esperarse, cada objeto y persona en la fiesta gritaba lujo. Sus ropas, los adornos, hasta la mesa de postre. Había algo que era como trufa espolvoreada con oro real. ¿Eso al menos era comestible?

Estaba sola en la barra, no había muchas personas con las que hablar. La mayoría eran personas de negocios que trabajaban con mi amiga Kira, sus familiares que nunca aprobaron nuestra amistad por la diferencia de clases, los amigos del novio y mis ex compañeros que fingían no conocerme porque no pertenecía a su mundo. Siempre sería la becada de la universidad para ellos.

Las puertas del gran salón se abrieron, anunciando la entrada del demonio de ojos grises y cabello negro. Derek entró con las manos de una mujer rodeándole el brazo. Ella era alta, rubia y con la misma mirada de suficiencia que Derek. Obviamente eran del mismo círculo.

La imagen era como un golpe en las costillas. Algo desconocido e incómodo se alojó en mi pecho. Aparté la mirada y me dirigí al chico que atendía la barra.

―¿Tiene algo más fuerte que el champan?

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