••Narra Derek•• Convencer a estos hombres que es buena idea adelantar el proyecto fue una tarea difícil, pero lo logré. Principalmente porque ellos buscaban demorarlo el mayor tiempo posible ya que estaban reacios a compartir banco con la gente de clase media. En mi banco solo podían abrir cuentas aquellos que ganaban cierta cantidad de dinero anual. Decidí reducir la cifra drásticamente para hacerla accesible a un mayor público. Se ganaba muy bien con los aportes de los ricos y poderosos, pero no puedo depender de esa gente y mucho menos convertirme en su títere en el futuro. Ellos no pueden ser mi principal fuente de ingreso en el banco. Aunque ese no es el proyecto que tanto he estado guardando en secreto, pero es uno de los pasos a seguir para lograrlo, ya que mi proyecto va dividido en tres fases. El acceso al público es la primera. ―Da el golpe de gloria, Fisher. Falta tu ciervo ―habló el anciano, Cash. Sonreí con hipocresía. El ciervo estaba a la vista, mastican
••Narra Erika•• ―¿No vas a gritarme? ―hablé en voz baja. Se limitó a observarme con gesto acusador. No dijo ni una palabra, sin embargo, sus ojos delataban sus pensamientos: “mujer estúpida”. Me dio la espalda y se quitó la camisa, exponiendo los músculos bien formados de su espada. ―No me arrepiento de lo que hice, lo volvería hacer ―hablé en voz alta, pero la convicción se rompió a mitad de la oración. Los oídos aún me dolían. En mi mente sigue presente el zumbido de la escopeta. Juro que sentí la bala pasar al costado de mi cabeza. Derek volteó, dedicándome una expresión de molestia. ―¡Eres una mujer irracional! ¿Cómo se te ocurre meterte en el medio de un cazador y su presa? Y aún peor, ¿cómo se te ocurre decirme a la cara que lo volverías hacer? ―Como una dinamita, estalló. Buscaba una reacción de su parte, mas estoy sorprendida con el resultado―. ¿Ibas a dejar que yo te asesinara como un animal? ¿Permitirías que me convirtiera en un asesino? ¿Quieres morir? ¿Prefieres
Un alarido desgarró mi garganta. ¿O fue un gemido? No comprendía mi cuerpo, no entendía si me gustaba o no la sensación. Lo único que tenía seguro fue que alteró mi sistema. Me sentía llena, sin espacio. La zona estaba acalambrada. ―Ya te hice el favor de meterlo, ahora muévete ―Enterró sus uñas en la piel de mi cadera. A pesar de sonar desinteresado, su cuerpo me exigía que me moviera, sus ojos me suplicaban que lo aliviara. Con dificultad, logré subir mis caderas, sintiendo los cambios en mi interior. Todo se movía. Respiraba con dificultad. El sudor bajaba por mi frente. ¿Por qué algo que se veía tan sencillo y gustoso en las porno me hacía pasar tanto trabajo? Volví a bajar las caderas, sintiendo como mis paredes vaginales cedían ante su pene. Un escalofrío recorrió mi espina. Podía percibir que mis movimientos eran torpes y sin ritmo. La exasperación estaba escrita en su expresión. Creo que en lugar de complacerlo lo estaba torturando. Intenté ir más rápido, per
Era lunes por la mañana. Calculaba que debía ser como las ocho de la mañana. Sí el tránsito estaba de mi parte, lograría llegar a tiempo para descansar y después ir a la oficina. El conductor no me dirigió la palabra en todo el trayecto, solo dejó un sándwich envuelto en plástico sobre mi regazo. ¿Qué debía decir después de haber tenido sexo con mi propio esposo? Me limité a comer en silencio, siendo consciente de la nube lúgubre que rodeaba aquel ser. Lo último que quiero es sufrir un accidente automovilístico por su mal humor. Notaba lo molesto que estaba. Más de lo común. Tocaba el claxon cada vez que otro conductor lo repasaba. Insultaba como camionero por cualquier falta del resto de los conductores o transeúntes. Y no hablemos de la manera en la que tomaba la palanca, si fuese una persona ya estaría muerto. ¿Qué hombre está molesto luego de una noche de pasión? Enserio que se estaba esforzando por continuar bravo conmigo. Ya en la casa, nos fuimos a la habitación.
No podía concentrarme, la cabeza me daba vueltas. Mi vida había cambiado drásticamente en un corto periodo. Vivía con el enemigo, definitivamente. ¡Mil dólares! ¿A quién se le ocurría poner una cláusula por consumir alcohol y que esta constara mil dólares? Solo a un Fisher se le cruzaría por la mente. Al menos era un alivia que la suma sea “baja” si la comparamos con las demás. No es una suma que me tome años pagarla. Aunque eso no evita que esté caminando sobre suelo minado. Derek está esperando el momento exacto en que caiga en una de las clausulas que en verdad me pondrá a sus pies. Si llego a incumplir las clausulas de cien mil dólares o el de medio millón, estaré acabada. No importará el contrato de matrimonio, me convertirá en esclava por el resto de mi vida. ―Erika, ¿vas a usar la impresora? ―preguntó una de mis compañeras. ―Oh, lo siento ―dije al darme cuenta que me había quedado pensativa frente a la impresora―. Adelante. No podía vacilar ni cometer má
No sabía que responder a eso. Estos hombres jamás entenderían que los malos son ellos y que yo solo me estaba defendiendo de un secuestro que planearon. Para ellos, yo no soy más que una esclava que debe agachar la cabeza y aceptar las sobras que me den. Por más que esas sobras dañen mi cuerpo y espíritu. Es más, ellos prefieren que no tengan espíritu, así es más fácil doblegar al esclavo. Evité abrir la boca, no me quería ganar otra cachetada. ―Llama a tu amante y pídele dinero, ya que es obvio que tú no tienes ―Arrojó un celular a la cama, junto a mi cabeza. ―¿A qué te refieres? ―¿Crees que no te hemos visto andar con aquel hombre de ropa costosa? Sé que tienes un amante ―Aclaró Martín con indiferencia―. No me importa si te acuestas con él mientras se encargue de pagar tu deuda. ―Sabemos que él te da dinero. Hasta te viste con ropa fina ―añadió el torturador que continuaba sentado. ―No, no. Se confunden. Él no me da dinero, no es esa clase de relación ―hablé con
Apestaba. Siempre he sido amiga del alcohol, me ha acompañado en mis momentos más débiles, vulnerables, me ha ayudado a doparme cuando no puedo más con mis pensamientos negativos y su efecto me ha vuelto más animada cuando la tristeza prospera. Pero en estos momentos, odiaba el alcohol. Lo odiaba con mi alma. ―Puedes volver a besarme la mano ―habló con superioridad. Lo miré con odio, sin importarme que las lágrimas de impotencia bañaran mis ojos. ―¿No vas hacerlo? ―continuó. Apreté los labios, tensando la mandíbula. La rabia me carcomía por dentro. ―Déjanos solo ―Le ordenó al hombre, sin mirarlo a los ojos. Estaba muy ocupado viéndome a mí, desafiándome con la mirada. ―Señor, ¿está seguro? Sus ojos se clavaron en él. ―¿Crees que no me puedo hacer cargo de una cría? ―respondió con desdén. ―No quise decir eso, señor ―habló el hombre con prisa―. Me retiro. Conmigo actuaba como un monstruo, pero ante las órdenes de Martín no era más que un niño. ―Ahora sí, estamos solo
••Narra Derek•• ¿Dónde estaba esa mujer? ¿Dónde me faltaba buscar? ―Tampoco está en el apartamento, señor Fisher ―habló mi empleado. ―Pues sigue buscando ―ordené con ira. Sabía que no estaba ahí. Ya no tiene la llave de ese lugar destartalado y según el casero, está deshabitado. Tampoco está en su antiguo trabajo, ni en casa de Kira. O al menos, ella niega que esté ahí. Pero es su mejor amiga, tendría sentido que la escondiera. Erika no tiene los medios para esconderse de mí, pero la familia de Kira si. Es mejor que no tengan nada que ver, porque me aseguraré de cortar negocios con su familia y me encargaré que caiga en la ruina. Ellos no tiene ningún derecho de apartarme de mi esposa. ―Encárguense de repartir su fotografía en todas las líneas de autobuses, aeropuertos y embarcaciones que salgan de la ciudad. Ofrezcan una generosa cantidad de dinero por dar con su paradero y prohibirle la salida ―ordené al aire. Uno de los muchos empleados que se encontraban en la casa