Leonardo siempre lo tuvo todo: dinero, poder y la arrogancia de un hombre que cree que el mundo está a sus pies. Pero cuando un accidente lo deja paralítico, su vida cambia drásticamente. Consumido por la amargura y el resentimiento, se aísla de todos, convencido de que ya no tiene valor. Todo cambia cuando una mujer inesperada aparece en su vida con un niño que no es suyo, pero que necesita desesperadamente un padre. Sin buscarlo, Leonardo se convierte en el único refugio para ambos. En el proceso, descubre que la verdadera fuerza no está en el poder ni en el control, sino en la capacidad de amar y ser amado. Entre el rechazo inicial, el dolor y la lucha por redimirse, Leonardo aprenderá que su mayor debilidad podría ser la clave para su redención.
Leer másLa tarde era templada y tranquila. Una brisa suave entraba por las ventanas abiertas de la cocina, moviendo levemente las cortinas de lino blanco. El aroma dulce de la manzanilla llenaba el ambiente, mezclándose con el del pan recién horneado que Marta había sacado hacía poco.La radio sonaba en volumen bajo, una melodía instrumental que aportaba una calma casi irreal. Por un momento, todo parecía en equilibrio, como si el mundo les regalara una tregua.Camila estaba junto a la encimera, observando cómo Marta vertía agua caliente sobre una taza con flores secas. Sus manos reposaban sobre el vientre, que ya comenzaba a pesarle en ciertos momentos del día. Acariciaba el contorno con delicadeza, como si quisiera transmitirle al bebé esa tranquilidad del entorno. Le gustaban esas tardes simples, sin sobresaltos.Aunque fueran pocas, las atesoraba.Pero la paz fue interrumpida
Habían pasado varios días desde que Leonardo contactó al abogado por la nota del exnovio de Camila. Aunque el recuerdo aún pesaba en el ambiente, como una nube gris que nunca desaparecía del todo, en apariencia todo había vuelto a una rutina más tranquila.La tensión que se había instalado entre ellos después del incidente, poco a poco, fue cediendo paso a una normalidad frágil pero acogedora.Camila dormía un poco mejor. Las noches eran menos inquietas, y aunque los movimientos del bebé empezaban a ser más frecuentes e intensos, ya se había acostumbrado a esas pataditas nocturnas que la despertaban como pequeños avisos de vida. Había dejado de sobresaltarse con cada giro, y en su lugar, había empezado a hablarle con ternura, como si cada palabra tejiera una red invisible de amor y protección.—No te preocupes,
Era una tarde tranquila en la finca, de esas que parecían diseñadas para la calma. El sol se filtraba entre los árboles como si acariciara cada hoja, proyectando sombras suaves sobre el suelo.El aire tenía ese aroma a tierra húmeda que llega tras el riego, y el canto lejano de algunos pájaros rompía con dulzura el silencio apacible del entorno. Los jardines se veían especialmente verdes ese día, como si la naturaleza también hubiera decidido respirar con más calma.Camila caminaba despacio por el pasillo que conectaba el ala principal con el jardín. Su vestido largo se movía suavemente con cada paso, y su vientre redondeado oscilaba con el ritmo pausado de su andar. La vida crecía dentro de ella, y aunque su cuerpo lo sentía cada vez con más intensidad, su rostro irradiaba serenidad. Llevaba una sonrisa suave, casi imperceptible, pero sincera.Estaba más aliviada desde lo ocurrido días atrás con Leonardo.Ese beso… no se había repetido, pero tampoco se había borrado. Había quedado su
El tiempo comenzó a pasar rápido y se hizo notar en el cuerpo de Camila. Su vientre había crecido de forma visible y su andar se volvía más pausado, más medido, como si cada paso lo pensara dos veces antes de darlo. El séptimo mes de embarazo había llegado, y con él, una nueva etapa llena de expectativas, cambios físicos y cierta vulnerabilidad emocional que intentaba manejar con serenidad.Aunque su ánimo seguía estable y su carácter dulce no se había visto alterado, los síntomas del tercer trimestre comenzaban a hacerse notar.El cansancio era más constante, a veces le dolía la espalda por las noches, y necesitaba levantarse varias veces para ir al baño. Aun así, su determinación por mantenerse activa la impulsaba a continuar con sus rutinas diarias. Salía al jardín con su libro o su bastidor de bordad
La lluvia caía con suavidad esa tarde, tiñendo el paisaje de un gris melancólico que invitaba al recogimiento. Las gotas repiqueteaban contra los ventanales de la casa como un suave murmullo constante, una música lejana que parecía latir con el mismo ritmo pausado del corazón de Camila.Afuera, el cielo se había vuelto una manta uniforme de nubes pesadas, y dentro de la finca, la atmósfera se sentía más íntima, como si todo el mundo se hubiera reducido al interior cálido de aquella cocina.Camila estaba de pie frente a la encimera, con el cabello recogido en una trenza floja y una blusa de algodón que caía sobre su figura con comodidad. Removía el té en su taza con movimientos lentos, casi automáticos, mientras sostenía el teléfono entre el hombro y la mejilla.Al otro lado de la línea, la voz de Gabriela, reso
La tarde estaba tranquila, con el sonido suave del viento moviendo las hojas de los árboles y el canto lejano de algunos pájaros que sobrevolaban la finca. El sol descendía lentamente, tiñendo de dorado el jardín, y una brisa ligera traía consigo el aroma fresco de las buganvilias que florecían junto al muro.Camila estaba sentada en el jardín, bordando con calma sobre una tela clara, con las piernas cruzadas sobre una manta. Desde que descubrió que aquello la ayudaba a relajarse, se había convertido en una de sus pequeñas rutinas.El vaivén de la aguja sobre el bastidor, el crujir del hilo al tensarse y el simple acto de crear algo con sus manos la reconectaban con una parte de sí misma que, por momentos, parecía diluirse entre las incertidumbres de su embarazo y la tensión silenciosa que a veces flotaba en el ambiente de la casa.Leonardo la o
El día comenzó con una brisa ligera que suavizaba el calor habitual, como si el universo ofreciera una tregua después de las últimas jornadas llenas de tensión.El cielo estaba despejado, con nubes blancas que flotaban perezosas, y el aroma del campo se mezclaba con el frescor de la tierra recién regada. Camila se sentía extrañamente animada mientras ayudaba a Marta a organizar los utensilios del invernadero. No era parte de sus obligaciones, pero había decidido involucrarse un poco más en las tareas de la casa.El movimiento, lejos de agotarla, le ofrecía una distracción necesaria. Le permitía no pensar demasiado.A pesar de su embarazo, se sentía fuerte esa mañana. Había descansado bien la noche anterior, aunque con el hueco extraño que dejaba el silencio prolongado de Leonardo desde su última conversación, y sent&i
Era una mañana clara y cálida, de esas que invitan a abrir las ventanas y dejar que el sol inunde la casa. Los pájaros trinaban entre los árboles del jardín, y una brisa suave movía las cortinas con ritmo pausado, como si la naturaleza misma tratara de acariciar el alma de quienes habitaran allí.Camila no esperaba visitas. Estaba en la cocina sustituyendo a Marta con unos frascos de mermelada cuando escuchó su nombre. Marta, desde la entrada de la cocina, la llamó con una mezcla de curiosidad y entusiasmo en la voz.—¡Camila! ¡Te buscan!Camila frunció el ceño, se limpió las manos en el delantal y caminó hacia la entrada, sin imaginar que el rostro que la esperaba le revolvería el corazón de emociones dormidas.—¡Gabriela! —exclamó al reconocerla, entre sorprendida y emocionada.Allí estaba su a
El ambiente en la casa había cambiado. Era sutil, imperceptible para quienes no prestaran atención, pero para los que convivían día a día bajo ese techo, la diferencia era clara. La noche anterior, Leonardo y Camila habían compartido una conversación que, sin ser grandilocuente ni emotiva, había marcado un antes y un después entre ellos. Fue la primera vez que hablaron sin sarcasmos, sin críticas disfrazadas de ingenio. Una charla sincera, tranquila, casi accidental, pero que dejó huellas profundas en ambos, aunque ninguno quisiera admitirlo del todo.Sin embargo, la cercanía emocional, esa tensión invisible que empezaba a tejerse entre ellos, tenía un precio. Y no tardó en hacerse evidente.A la mañana siguiente, Leonardo estaba particularmente irritable. El ceño fruncido desde que amaneció, los hombros rígidos, la voz m&aa