Leonardo había pasado toda la noche en vela. La conversación con Camila seguía dando vueltas en su cabeza, como una melodía molesta que se repetía una y otra vez. No lograba apartar de su mente la imagen de ella, con los ojos enrojecidos por el llanto, confesándole que había sido abandonada por el hombre que decía amarla.
Cada palabra, cada gesto, cada fragmento de su historia le recordaba de forma insoportable a Emma. Y, sin quererlo, ese bebé en su vientre lo hacía pensar en su hija Eva.
Había pensado que lo ocurrido con Emma estaba enterrado en el pasado. Que su decisión había sido definitiva y que, aunque el arrepentimiento existía, no cambiaría nada. Que podía seguir adelante sin remordimientos, sin mirar atrás. Pero ahora, con Camila frente a él, revivía el mismo dolor, pero desde una perspectiva diferente.
No era el mismo hombre que había sido antes. Pero entonces, ¿en qué se había convertido?
La madrugada avanzó lenta, arrastrándolo en pensamientos que no le daban tregua. Se movió en la cama, incómodo, sintiendo que su propio cuerpo rechazaba el descanso. El insomnio no era una novedad en su vida, pero aquella noche tenía un peso diferente.
Por la mañana, se quedó en su despacho, revisando algunos documentos, aunque apenas podía concentrarse. Sus ojos recorrían las líneas de los informes, pero su mente seguía atrapada en la noche anterior. En la imagen de Camila sujetándose los brazos con nerviosismo, en su expresión vulnerable cuando le confesó la verdad sobre su exnovio.
Un millonario sin escrúpulos, un cobarde que la había dejado sola. Era irónico. Antes, él también había sido ese hombre.
Con un suspiro, dejó los papeles sobre la mesa y pulsó el botón del intercomunicador.
—Dile a Camila que venga a mi despacho.
No tuvo que esperar demasiado. Pasaron unos minutos antes de que la puerta se abriera. Camila entró con cautela, con las manos entrelazadas frente a ella y el rostro sereno, aunque sus ojos delataban el cansancio.
—¿Me mandó llamar, señor McMillan?
Leonardo asintió, inclinándose ligeramente en su silla de ruedas. Se tomó unos segundos para analizarla. Había algo diferente en ella esa mañana. Tal vez era la determinación de alguien que había pasado la noche entera tratando de convencerse de que podía enfrentar el futuro sola.
Pero él sabía que no sería fácil.
—Quiero hacerte una pregunta, y quiero que me respondas con sinceridad —dijo al fin, su voz grave, pero sin la dureza de otras veces.
Camila parpadeó, algo desconcertada.
—Por supuesto, señor.
Leonardo la observó fijamente antes de formular la pregunta que lo había atormentado toda la noche.
—¿Qué piensas hacer con el bebé?
El silencio que se instaló entre ellos fue denso.
Camila bajó la mirada y tragó saliva. Sus dedos se tensaron sobre el borde de su blusa mientras reunía las palabras para responder.
—Voy a tenerlo y lo criaré sola —dijo con firmeza, aunque su voz tembló al final—. No tenerlo no es una opción.
Leonardo no reaccionó de inmediato. Sus ojos permanecieron fijos en ella, analizando cada matiz de su expresión.
—Criar un hijo sola no es fácil, ¿lo sabes?
Camila soltó una risa amarga.
—Claro que lo sé, mi madre tuvo que hacer igual conmigo, aunque por razones distintas. Pero no pienso darme por vencida, no será la primera vez que una mujer cría a su hijo sin un hombre a su lado.
Leonardo entornó los ojos, recordando.
Sabía que eso era cierto. Emma también lo había decidido con la misma actitud de orgullo y valentía. Sin su ayuda, sin su apoyo. Y aunque ahora intentaba redimirse con Eva, sabía que había perdido momentos irremplazables.
Él había sido el hombre que no estuvo. Y en Camila veía la misma lucha, la misma soledad. Ya fuera por remordimientos que no había quitado de su vida del todo, no quería que la historia se repitiera. No podía quedarse al margen otra vez.
Exhaló lentamente y se reclinó en su silla.
—No tienes por qué hacerlo sola.
Camila levantó la cabeza con un ligero sobresalto. Claramente, no esperaba escuchar esas palabras.
—¿Qué quiere decir?
Leonardo la miró fijamente, con la misma determinación con la que tomaba cada decisión importante en su vida.
—Si lo permites, yo me haré cargo de ese niño.
El silencio que siguió fue abrumador. Camila lo miró como si no creyera haber escuchado bien.
—¿Qué...?
Leonardo no titubeó.
—Lo que escuchaste —confirmó él—. Ese bebé necesita un padre. Y si el hombre que lo engendró no quiere asumir su responsabilidad, yo lo haré.
Camila se cubrió la boca con una mano. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción, confusión y algo que parecía incredulidad.
—Pero… ¿por qué haría algo así?
Leonardo miró hacia la ventana, perdiéndose en sus propios pensamientos. No podía decirle la verdad. No podía decirle que cada vez que la veía, sentía como si estuviera viendo el pasado, como si tuviera la oportunidad de corregir un error que nunca podría cambiar.
Mucho menos le podía decir que también lo hacía porque nunca podría tener un hijo propio de nuevo, porque el accidente lo había dejado estéril. Con sencillez, le respondió.
—Digamos que no me gusta la injusticia —dijo finalmente, sin apartar la mirada del horizonte—. Y que no soporto ver a un niño crecer sin un padre.
Camila dejó escapar un suspiro tembloroso.
—Yo... yo no sé qué decir.
—No tienes que decir nada ahora —respondió él, sin apresurarla—. Piénsalo. Pero quiero que sepas que no estás sola. Si aceptas mi propuesta, no les faltará nada ni a ti ni a tu hijo… mi hijo, si así lo deseas.
Camila asintió lentamente. Sus ojos reflejaban una mezcla de alivio y dudas. No sabía si podía aceptar una propuesta tan grande. No sabía si podía confiar en él.
Pero por primera vez en mucho tiempo, sintió que alguien la estaba protegiendo. Leonardo la observó salir de la habitación y soltó un largo suspiro.
No sabía en qué se estaba metiendo, tampoco sabía si lo que estaba haciendo tenía sentido.
Pero una cosa era segura: No cometería el mismo error dos veces.
Camila pasó toda la noche dándole vueltas a la propuesta de Leonardo. Su mente no encontraba descanso, atrapada en un torbellino de dudas, pensamientos y miedos que la mantenían en vela.¿Por qué él, un hombre que no se molestaba en ser amable con nadie, querría ayudarla? ¿Por qué se había ofrecido a hacerse cargo de su hijo cuando no tenía ninguna obligación?No encontraba respuestas a esas preguntas y eso era lo peor que le estaba pasando en ese momento, porque le agregaba más incertidumbre a su situación.Cada vez que cerraba los ojos, recordaba la forma en que él la había mirado cuando le ofreció su ayuda: su tono seco, su expresión impenetrable, pero también esa determinación con la que había hablado. No parecía un hombre que dijera cosas sin pensarlo, y si había tomado esa decisión, debía de haber una razón.Pero… ¿cuál?Acostada en su cama, se imaginó sentir las primeras pataditas de su bebé. Sonrió con ternura y acarició su vientre con delicadeza.—No importa lo que pase, yo s
Camila despertó con una extraña sensación de pesadez en el pecho. Se sentía agotada, aunque había dormido varias horas seguidas. A pesar del descanso, su mente seguía atrapada en una maraña de pensamientos confusos, enredada en lo que había sucedido con Leonardo el día anterior.Aceptó su ayuda, es verdad. Pero eso no significaba que todo estuviera bien.Suspiró con cansancio y se incorporó lentamente, llevando las manos a su vientre. Su bebé era todo lo que importaba ahora, pero desde su pequeño refugio le daba las fuerzas para levantarse y salir adelante.—Buenos días, pequeño —murmuró con una sonrisa cansada, acariciando su vientre con ternura.Lo único que le importaba era él. Su hijo. Su razón de ser. Pero cuando alzó la vista, su expresión cambió por completo.En la esquina de su habitación, donde antes solo había un espacio vacío, ahora había una cuna de madera blanca con finos acabados. Justo a su lado, sobre una mesita, había varias bolsas cuidadosamente acomodadas con ropa d
Leonardo se pasó la tarde en su despacho, sumido en documentos que no lograban captar su atención. Se suponía que debía concentrarse en revisar informes, pero su mente estaba inquieta, vagando sin rumbo fijo. Una sensación incómoda lo había invadido desde temprano, sin razón aparente.Cruzó las piernas, como siempre solía hacer, tomando una con sus manos para dejarla sobre la otra. Procedió a masajear para intentar pasar el sentimiento que lo embargaba, las cosas cada vez le parecían más extrañas a su alrededor. Su mirada se perdió en un horizonte que le parecía más claro cada vez, aunque estuviera encerrado en su despacho.El sonido de su teléfono vibrando en la mesa lo sacó de su ensimismamiento. Miró la pantalla y frunció el ceño al ver el nombre que aparecía, Emma. No solía llamarlo en
El día transcurría con aparente normalidad en la casa de Leonardo. Afuera, el cielo gris anunciaba una posible tormenta, y el aire cargado de humedad presagiaba una tarde pesada. Dentro, el ambiente era más silencioso de lo habitual, roto solo por el eco de los pasos de los empleados y el ocasional crujido de los muebles de madera cuando alguien se movía.Camila realizaba sus tareas diarias con la dedicación de siempre, pero había algo diferente en su expresión. Desde la mañana, revisaba su teléfono con más frecuencia de lo habitual, como si esperara algo.Su atención divagaba, sus pensamientos la alejaban del presente, y cada vez que el dispositivo vibraba con una notificación, su corazón latía más rápido de lo normal.Mientras doblaba unas toallas en la lavandería, el sonido familiar de la vibración del teléfono la
El reloj marcaba las seis de la tarde cuando Camila salió de la casa de Leonardo. El cielo estaba cubierto por una densa capa de nubes que anunciaban la inminente llegada de la lluvia. Caminó hasta la entrada de la finca, donde un coche negro la esperaba con el motor encendido.Su corazón latía con fuerza mientras se acercaba. Había tomado la decisión de reunirse con él, aunque en su interior no estaba segura de qué esperaba obtener de esa conversación. ¿Una disculpa? ¿Una explicación? ¿O simplemente la confirmación de que no había cambiado y que, efectivamente, no valía la pena?Pero tampoco era un encuentro a la ligera, Leonardo no iba a dejar nada al azar, por eso un auto la dejaría y recogería donde sería el encuentro.A unos pocos kilómetros de la casa, estaba el hombres esperando por ella. Camila se baj&o
Camila no había dormido bien. La conversación con Lucas la había dejado más alterada de lo que quería admitir. Aunque intentaba convencerse de que había hecho lo correcto al rechazarlo, la sensación de humillación aún le ardía en la piel.No por haberlo enfrentado, sino porque una parte de ella no podía dejar de preguntarse qué habría sido de su vida si no hubiera caído en su trampa desde el principio.—Fui una tonta… pero no volveré a caer de esa manera. Nunca más.Durante el desayuno, apenas probó bocado. Se limitó a mover el tenedor de un lado a otro, sumida en sus pensamientos, con la vista perdida en algún punto indeterminado de la mesa.Leonardo, desde su lugar en la cabecera, la observó con disimulo. Solía comer solo, pero eso era antes de ella, y ahora quería asegurarse de que se alimentara bien, por lo que las comidas en la cocina se habían vuelto su rutina.No dijo nada al verla indecisa de comer, como era su costumbre, pero sus ojos no se apartaron de ella en ningún momento
El sol apenas comenzaba a asomarse entre las nubes cuando Camila bajó a la cocina, con la esperanza de tomar un poco de té y evitar las preguntas de los demás. No había dormido bien, y su estómago volvía a protestar con un malestar persistente que se intensificaba cada vez que olía ciertos alimentos. Apenas podía mirar el desayuno sin sentir una arcada.—¿No va a comer nada, señorita Camila? —preguntó Marta, con una expresión preocupada mientras servía huevos revueltos para uno de los empleados.Camila intentó sonreír.—Después, más tarde. Todavía no tengo hambre.Tomó su taza de té y se alejó rápidamente, evitando cualquier intento de insistencia, pero, sobre todo, escapando del olor que le estaba revolviendo el estómago.Se sentó en un rincón
La tarde era tranquila, el cielo despejado y el aire suave acariciaba las copas de los árboles que rodeaban la casa. Una brisa cálida cruzaba el jardín con lentitud, trayendo consigo el aroma de los rosales recién regados. El ambiente parecía en calma, como si todo en el mundo estuviera en su lugar. Sin embargo, Camila sentía una tensión constante en el pecho, una inquietud que le dificultaba disfrutar de esa aparente paz.Había pasado la mayor parte del día en su habitación, recostada junto a la ventana, hojeando sin demasiada concentración uno de sus libros favoritos, aprovechando su día libre.Sin embargo, las palabras no se le quedaban, y su mente se perdía entre pensamientos repetitivos. Intentaba distraerse, enfocarse en las pequeñas cosas: la suavidad de las sábanas, el leve movimiento de las cortinas con el viento, los sonidos apagados de la ca