La tarde era tranquila, el cielo despejado y el aire suave acariciaba las copas de los árboles que rodeaban la casa. Una brisa cálida cruzaba el jardín con lentitud, trayendo consigo el aroma de los rosales recién regados. El ambiente parecía en calma, como si todo en el mundo estuviera en su lugar. Sin embargo, Camila sentía una tensión constante en el pecho, una inquietud que le dificultaba disfrutar de esa aparente paz.
Había pasado la mayor parte del día en su habitación, recostada junto a la ventana, hojeando sin demasiada concentración uno de sus libros favoritos, aprovechando su día libre.
Sin embargo, las palabras no se le quedaban, y su mente se perdía entre pensamientos repetitivos. Intentaba distraerse, enfocarse en las pequeñas cosas: la suavidad de las sábanas, el leve movimiento de las cortinas con el viento, los sonidos apagados de la ca
La noche había caído suavemente sobre la finca, envolviendo todo en una calma casi mágica. El cielo, despejado y profundo, se extendía como un manto de terciopelo oscuro salpicado de estrellas. Las luces tenues del jardín proyectaban destellos dorados sobre los senderos de piedra, y la brisa nocturna arrastraba el aroma de la tierra húmeda mezclado con el perfume sutil de las flores recién regadas. Era uno de esos momentos que parecían congelar el tiempo, en los que el silencio pesaba más que cualquier palabra.Camila se asomó por la ventana de la biblioteca, con una taza de té caliente entre las manos, buscando un respiro después de un día tenso. La porcelana templaba sus dedos, y el vapor le acariciaba el rostro mientras intentaba calmar esa inquietud que, desde hacía un par de días, se instalaba en su pecho con persistencia. No era ansiedad exactamente, ni
El ambiente en la casa había cambiado. Era sutil, imperceptible para quienes no prestaran atención, pero para los que convivían día a día bajo ese techo, la diferencia era clara. La noche anterior, Leonardo y Camila habían compartido una conversación que, sin ser grandilocuente ni emotiva, había marcado un antes y un después entre ellos. Fue la primera vez que hablaron sin sarcasmos, sin críticas disfrazadas de ingenio. Una charla sincera, tranquila, casi accidental, pero que dejó huellas profundas en ambos, aunque ninguno quisiera admitirlo del todo.Sin embargo, la cercanía emocional, esa tensión invisible que empezaba a tejerse entre ellos, tenía un precio. Y no tardó en hacerse evidente.A la mañana siguiente, Leonardo estaba particularmente irritable. El ceño fruncido desde que amaneció, los hombros rígidos, la voz m&aa
Era una mañana clara y cálida, de esas que invitan a abrir las ventanas y dejar que el sol inunde la casa. Los pájaros trinaban entre los árboles del jardín, y una brisa suave movía las cortinas con ritmo pausado, como si la naturaleza misma tratara de acariciar el alma de quienes habitaran allí.Camila no esperaba visitas. Estaba en la cocina sustituyendo a Marta con unos frascos de mermelada cuando escuchó su nombre. Marta, desde la entrada de la cocina, la llamó con una mezcla de curiosidad y entusiasmo en la voz.—¡Camila! ¡Te buscan!Camila frunció el ceño, se limpió las manos en el delantal y caminó hacia la entrada, sin imaginar que el rostro que la esperaba le revolvería el corazón de emociones dormidas.—¡Gabriela! —exclamó al reconocerla, entre sorprendida y emocionada.Allí estaba su a
El día comenzó con una brisa ligera que suavizaba el calor habitual, como si el universo ofreciera una tregua después de las últimas jornadas llenas de tensión.El cielo estaba despejado, con nubes blancas que flotaban perezosas, y el aroma del campo se mezclaba con el frescor de la tierra recién regada. Camila se sentía extrañamente animada mientras ayudaba a Marta a organizar los utensilios del invernadero. No era parte de sus obligaciones, pero había decidido involucrarse un poco más en las tareas de la casa.El movimiento, lejos de agotarla, le ofrecía una distracción necesaria. Le permitía no pensar demasiado.A pesar de su embarazo, se sentía fuerte esa mañana. Había descansado bien la noche anterior, aunque con el hueco extraño que dejaba el silencio prolongado de Leonardo desde su última conversación, y sent&i
La tarde estaba tranquila, con el sonido suave del viento moviendo las hojas de los árboles y el canto lejano de algunos pájaros que sobrevolaban la finca. El sol descendía lentamente, tiñendo de dorado el jardín, y una brisa ligera traía consigo el aroma fresco de las buganvilias que florecían junto al muro.Camila estaba sentada en el jardín, bordando con calma sobre una tela clara, con las piernas cruzadas sobre una manta. Desde que descubrió que aquello la ayudaba a relajarse, se había convertido en una de sus pequeñas rutinas.El vaivén de la aguja sobre el bastidor, el crujir del hilo al tensarse y el simple acto de crear algo con sus manos la reconectaban con una parte de sí misma que, por momentos, parecía diluirse entre las incertidumbres de su embarazo y la tensión silenciosa que a veces flotaba en el ambiente de la casa.Leonardo la o
La lluvia caía con suavidad esa tarde, tiñendo el paisaje de un gris melancólico que invitaba al recogimiento. Las gotas repiqueteaban contra los ventanales de la casa como un suave murmullo constante, una música lejana que parecía latir con el mismo ritmo pausado del corazón de Camila.Afuera, el cielo se había vuelto una manta uniforme de nubes pesadas, y dentro de la finca, la atmósfera se sentía más íntima, como si todo el mundo se hubiera reducido al interior cálido de aquella cocina.Camila estaba de pie frente a la encimera, con el cabello recogido en una trenza floja y una blusa de algodón que caía sobre su figura con comodidad. Removía el té en su taza con movimientos lentos, casi automáticos, mientras sostenía el teléfono entre el hombro y la mejilla.Al otro lado de la línea, la voz de Gabriela, reso
El tiempo comenzó a pasar rápido y se hizo notar en el cuerpo de Camila. Su vientre había crecido de forma visible y su andar se volvía más pausado, más medido, como si cada paso lo pensara dos veces antes de darlo. El séptimo mes de embarazo había llegado, y con él, una nueva etapa llena de expectativas, cambios físicos y cierta vulnerabilidad emocional que intentaba manejar con serenidad.Aunque su ánimo seguía estable y su carácter dulce no se había visto alterado, los síntomas del tercer trimestre comenzaban a hacerse notar.El cansancio era más constante, a veces le dolía la espalda por las noches, y necesitaba levantarse varias veces para ir al baño. Aun así, su determinación por mantenerse activa la impulsaba a continuar con sus rutinas diarias. Salía al jardín con su libro o su bastidor de bordad
Leonardo miró por la ventana de su residencia en España, observando la vasta extensión de terreno que rodeaba su propiedad. Había escogido ese lugar con una razón específica: alejarse del mundo, de la gente, de los recuerdos que lo atormentaban. Necesitaba espacio, aire, silencio. Cualquier cosa que lo hiciera olvidar la rabia que todavía ardía en su interior.Un año y medio había pasado desde el accidente. Cuatro años habían pasado desde que su vida se partió en dos. Antes, había sido un hombre poderoso, temido, respetado en los negocios. Ahora, apenas era una sombra de lo que fue. Su cuerpo le fallaba, su orgullo estaba herido, y su carácter se había agriado hasta volverse insoportable para la mayoría de las personas. No le importaba. No necesitaba que nadie lo quisiera.Lo que más le dolía no era la pérdida de su movilidad, sino la traición. Su exnovia, la mujer que le juró amor eterno cuando era un hombre completo, lo abandonó cuando quedó claro que él no volvería a caminar. Se lo