La tarde estaba tranquila, con el sonido suave del viento moviendo las hojas de los árboles y el canto lejano de algunos pájaros que sobrevolaban la finca. El sol descendía lentamente, tiñendo de dorado el jardín, y una brisa ligera traía consigo el aroma fresco de las buganvilias que florecían junto al muro.
Camila estaba sentada en el jardín, bordando con calma sobre una tela clara, con las piernas cruzadas sobre una manta. Desde que descubrió que aquello la ayudaba a relajarse, se había convertido en una de sus pequeñas rutinas.
El vaivén de la aguja sobre el bastidor, el crujir del hilo al tensarse y el simple acto de crear algo con sus manos la reconectaban con una parte de sí misma que, por momentos, parecía diluirse entre las incertidumbres de su embarazo y la tensión silenciosa que a veces flotaba en el ambiente de la casa.
Leonardo la o
La lluvia caía con suavidad esa tarde, tiñendo el paisaje de un gris melancólico que invitaba al recogimiento. Las gotas repiqueteaban contra los ventanales de la casa como un suave murmullo constante, una música lejana que parecía latir con el mismo ritmo pausado del corazón de Camila.Afuera, el cielo se había vuelto una manta uniforme de nubes pesadas, y dentro de la finca, la atmósfera se sentía más íntima, como si todo el mundo se hubiera reducido al interior cálido de aquella cocina.Camila estaba de pie frente a la encimera, con el cabello recogido en una trenza floja y una blusa de algodón que caía sobre su figura con comodidad. Removía el té en su taza con movimientos lentos, casi automáticos, mientras sostenía el teléfono entre el hombro y la mejilla.Al otro lado de la línea, la voz de Gabriela, reso
El tiempo comenzó a pasar rápido y se hizo notar en el cuerpo de Camila. Su vientre había crecido de forma visible y su andar se volvía más pausado, más medido, como si cada paso lo pensara dos veces antes de darlo. El séptimo mes de embarazo había llegado, y con él, una nueva etapa llena de expectativas, cambios físicos y cierta vulnerabilidad emocional que intentaba manejar con serenidad.Aunque su ánimo seguía estable y su carácter dulce no se había visto alterado, los síntomas del tercer trimestre comenzaban a hacerse notar.El cansancio era más constante, a veces le dolía la espalda por las noches, y necesitaba levantarse varias veces para ir al baño. Aun así, su determinación por mantenerse activa la impulsaba a continuar con sus rutinas diarias. Salía al jardín con su libro o su bastidor de bordad
Era una tarde tranquila en la finca, de esas que parecían diseñadas para la calma. El sol se filtraba entre los árboles como si acariciara cada hoja, proyectando sombras suaves sobre el suelo.El aire tenía ese aroma a tierra húmeda que llega tras el riego, y el canto lejano de algunos pájaros rompía con dulzura el silencio apacible del entorno. Los jardines se veían especialmente verdes ese día, como si la naturaleza también hubiera decidido respirar con más calma.Camila caminaba despacio por el pasillo que conectaba el ala principal con el jardín. Su vestido largo se movía suavemente con cada paso, y su vientre redondeado oscilaba con el ritmo pausado de su andar. La vida crecía dentro de ella, y aunque su cuerpo lo sentía cada vez con más intensidad, su rostro irradiaba serenidad. Llevaba una sonrisa suave, casi imperceptible, pero sincera.Estaba más aliviada desde lo ocurrido días atrás con Leonardo.Ese beso… no se había repetido, pero tampoco se había borrado. Había quedado su
Habían pasado varios días desde que Leonardo contactó al abogado por la nota del exnovio de Camila. Aunque el recuerdo aún pesaba en el ambiente, como una nube gris que nunca desaparecía del todo, en apariencia todo había vuelto a una rutina más tranquila.La tensión que se había instalado entre ellos después del incidente, poco a poco, fue cediendo paso a una normalidad frágil pero acogedora.Camila dormía un poco mejor. Las noches eran menos inquietas, y aunque los movimientos del bebé empezaban a ser más frecuentes e intensos, ya se había acostumbrado a esas pataditas nocturnas que la despertaban como pequeños avisos de vida. Había dejado de sobresaltarse con cada giro, y en su lugar, había empezado a hablarle con ternura, como si cada palabra tejiera una red invisible de amor y protección.—No te preocupes,
La tarde era templada y tranquila. Una brisa suave entraba por las ventanas abiertas de la cocina, moviendo levemente las cortinas de lino blanco. El aroma dulce de la manzanilla llenaba el ambiente, mezclándose con el del pan recién horneado que Marta había sacado hacía poco.La radio sonaba en volumen bajo, una melodía instrumental que aportaba una calma casi irreal. Por un momento, todo parecía en equilibrio, como si el mundo les regalara una tregua.Camila estaba junto a la encimera, observando cómo Marta vertía agua caliente sobre una taza con flores secas. Sus manos reposaban sobre el vientre, que ya comenzaba a pesarle en ciertos momentos del día. Acariciaba el contorno con delicadeza, como si quisiera transmitirle al bebé esa tranquilidad del entorno. Le gustaban esas tardes simples, sin sobresaltos.Aunque fueran pocas, las atesoraba.Pero la paz fue interrumpida
Los días siguientes fueron una mezcla extraña de calma tensa. Desde el amanecer hasta bien entrada la noche, la finca mantenía ese aire apacible, casi como si el tiempo se hubiera detenido, pero por debajo de esa aparente serenidad, algo se movía.Camila continuaba con sus rutinas, se esforzaba por mantener la normalidad, pero su sonrisa ya no era tan espontánea como antes. A veces se le escapaba una mueca de tristeza al mirar por la ventana. A veces, su mirada se perdía por segundos largos en algún punto del jardín.Leonardo lo notaba, lo notaba todo, aunque no dijera nada. Desde la conversación en la cocina, su forma de protegerla había cambiado. Ya no se trataba de gestos visibles o palabras de consuelo. Ahora su cuidado era más silencioso, más estratégico y mucho menos controlador.La forma en que pedía a los empleados mantener discreción, la manera en que preguntaba a Marta si Camila había dormido bien la noche anterior, o cómo ordenaba que re
El día amaneció nublado, con un cielo gris opaco que parecía anticipar lo que sería una jornada tensa.Las nubes pesadas cubrían la finca como una manta de incertidumbre, y una brisa fresca, casi desapacible, se colaba por las rendijas de las ventanas, acariciando con frialdad los pasillos. No llovía, pero el aire olía a tormenta contenida.Camila lo notó apenas abrió los ojos, con una sensación vaga de presión en el pecho, como si algo estuviera por ocurrir.Desayunó en el invernadero, como había comenzado a hacer en los últimos días. Se había convertido en su espacio seguro, un lugar donde podía pensar sin sentir miradas encima. Las plantas altas, los muebles de hierro forjado y la calidez de los rayos tímidos del sol le ofrecían una tregua del ambiente cada vez más silencioso que el comedor principal.
Los días siguientes a la conversación en el despacho se llenaron de un silencio más espeso que de costumbre.Era un silencio que no se rompía con el sonido de los cubiertos en la mesa ni con los pasos discretos de los empleados por los pasillos. Un silencio que no gritaba, pero que dolía, como un nudo en la garganta que ninguno de los dos se atrevía a desatar.Camila y Leonardo apenas cruzaban palabras más allá de lo estrictamente necesario. No había discusiones, pero tampoco complicidad. Ninguno quería revivir la conversación sobre el matrimonio, pero ambos sabían que estaban avanzando hacia él.No por amor. No por deseo.Sino por protección. Por necesidad.La decisión flotaba entre ellos como una nube de tormenta suspendida en el aire, inminente, inevitable. La tensión se notaba en los gestos pequeños: en cómo Camila dejaba la taza un poco más fuerte sobre la mesa, en cómo Leonardo evitaba mirarla cuando se cruzaban en los pasillos. Se comportaban como dos extraños que sabían demasi