La noche había caído suavemente sobre la finca, envolviendo todo en una calma casi mágica. El cielo, despejado y profundo, se extendía como un manto de terciopelo oscuro salpicado de estrellas. Las luces tenues del jardín proyectaban destellos dorados sobre los senderos de piedra, y la brisa nocturna arrastraba el aroma de la tierra húmeda mezclado con el perfume sutil de las flores recién regadas. Era uno de esos momentos que parecían congelar el tiempo, en los que el silencio pesaba más que cualquier palabra.
Camila se asomó por la ventana de la biblioteca, con una taza de té caliente entre las manos, buscando un respiro después de un día tenso. La porcelana templaba sus dedos, y el vapor le acariciaba el rostro mientras intentaba calmar esa inquietud que, desde hacía un par de días, se instalaba en su pecho con persistencia. No era ansiedad exactamente, ni
El ambiente en la casa había cambiado. Era sutil, imperceptible para quienes no prestaran atención, pero para los que convivían día a día bajo ese techo, la diferencia era clara. La noche anterior, Leonardo y Camila habían compartido una conversación que, sin ser grandilocuente ni emotiva, había marcado un antes y un después entre ellos. Fue la primera vez que hablaron sin sarcasmos, sin críticas disfrazadas de ingenio. Una charla sincera, tranquila, casi accidental, pero que dejó huellas profundas en ambos, aunque ninguno quisiera admitirlo del todo.Sin embargo, la cercanía emocional, esa tensión invisible que empezaba a tejerse entre ellos, tenía un precio. Y no tardó en hacerse evidente.A la mañana siguiente, Leonardo estaba particularmente irritable. El ceño fruncido desde que amaneció, los hombros rígidos, la voz m&aa
Era una mañana clara y cálida, de esas que invitan a abrir las ventanas y dejar que el sol inunde la casa. Los pájaros trinaban entre los árboles del jardín, y una brisa suave movía las cortinas con ritmo pausado, como si la naturaleza misma tratara de acariciar el alma de quienes habitaran allí.Camila no esperaba visitas. Estaba en la cocina sustituyendo a Marta con unos frascos de mermelada cuando escuchó su nombre. Marta, desde la entrada de la cocina, la llamó con una mezcla de curiosidad y entusiasmo en la voz.—¡Camila! ¡Te buscan!Camila frunció el ceño, se limpió las manos en el delantal y caminó hacia la entrada, sin imaginar que el rostro que la esperaba le revolvería el corazón de emociones dormidas.—¡Gabriela! —exclamó al reconocerla, entre sorprendida y emocionada.Allí estaba su a
El día comenzó con una brisa ligera que suavizaba el calor habitual, como si el universo ofreciera una tregua después de las últimas jornadas llenas de tensión.El cielo estaba despejado, con nubes blancas que flotaban perezosas, y el aroma del campo se mezclaba con el frescor de la tierra recién regada. Camila se sentía extrañamente animada mientras ayudaba a Marta a organizar los utensilios del invernadero. No era parte de sus obligaciones, pero había decidido involucrarse un poco más en las tareas de la casa.El movimiento, lejos de agotarla, le ofrecía una distracción necesaria. Le permitía no pensar demasiado.A pesar de su embarazo, se sentía fuerte esa mañana. Había descansado bien la noche anterior, aunque con el hueco extraño que dejaba el silencio prolongado de Leonardo desde su última conversación, y sent&i
La tarde estaba tranquila, con el sonido suave del viento moviendo las hojas de los árboles y el canto lejano de algunos pájaros que sobrevolaban la finca. El sol descendía lentamente, tiñendo de dorado el jardín, y una brisa ligera traía consigo el aroma fresco de las buganvilias que florecían junto al muro.Camila estaba sentada en el jardín, bordando con calma sobre una tela clara, con las piernas cruzadas sobre una manta. Desde que descubrió que aquello la ayudaba a relajarse, se había convertido en una de sus pequeñas rutinas.El vaivén de la aguja sobre el bastidor, el crujir del hilo al tensarse y el simple acto de crear algo con sus manos la reconectaban con una parte de sí misma que, por momentos, parecía diluirse entre las incertidumbres de su embarazo y la tensión silenciosa que a veces flotaba en el ambiente de la casa.Leonardo la o
La lluvia caía con suavidad esa tarde, tiñendo el paisaje de un gris melancólico que invitaba al recogimiento. Las gotas repiqueteaban contra los ventanales de la casa como un suave murmullo constante, una música lejana que parecía latir con el mismo ritmo pausado del corazón de Camila.Afuera, el cielo se había vuelto una manta uniforme de nubes pesadas, y dentro de la finca, la atmósfera se sentía más íntima, como si todo el mundo se hubiera reducido al interior cálido de aquella cocina.Camila estaba de pie frente a la encimera, con el cabello recogido en una trenza floja y una blusa de algodón que caía sobre su figura con comodidad. Removía el té en su taza con movimientos lentos, casi automáticos, mientras sostenía el teléfono entre el hombro y la mejilla.Al otro lado de la línea, la voz de Gabriela, reso
El tiempo comenzó a pasar rápido y se hizo notar en el cuerpo de Camila. Su vientre había crecido de forma visible y su andar se volvía más pausado, más medido, como si cada paso lo pensara dos veces antes de darlo. El séptimo mes de embarazo había llegado, y con él, una nueva etapa llena de expectativas, cambios físicos y cierta vulnerabilidad emocional que intentaba manejar con serenidad.Aunque su ánimo seguía estable y su carácter dulce no se había visto alterado, los síntomas del tercer trimestre comenzaban a hacerse notar.El cansancio era más constante, a veces le dolía la espalda por las noches, y necesitaba levantarse varias veces para ir al baño. Aun así, su determinación por mantenerse activa la impulsaba a continuar con sus rutinas diarias. Salía al jardín con su libro o su bastidor de bordad
Era una tarde tranquila en la finca, de esas que parecían diseñadas para la calma. El sol se filtraba entre los árboles como si acariciara cada hoja, proyectando sombras suaves sobre el suelo.El aire tenía ese aroma a tierra húmeda que llega tras el riego, y el canto lejano de algunos pájaros rompía con dulzura el silencio apacible del entorno. Los jardines se veían especialmente verdes ese día, como si la naturaleza también hubiera decidido respirar con más calma.Camila caminaba despacio por el pasillo que conectaba el ala principal con el jardín. Su vestido largo se movía suavemente con cada paso, y su vientre redondeado oscilaba con el ritmo pausado de su andar. La vida crecía dentro de ella, y aunque su cuerpo lo sentía cada vez con más intensidad, su rostro irradiaba serenidad. Llevaba una sonrisa suave, casi imperceptible, pero sincera.Estaba más aliviada desde lo ocurrido días atrás con Leonardo.Ese beso… no se había repetido, pero tampoco se había borrado. Había quedado su
Habían pasado varios días desde que Leonardo contactó al abogado por la nota del exnovio de Camila. Aunque el recuerdo aún pesaba en el ambiente, como una nube gris que nunca desaparecía del todo, en apariencia todo había vuelto a una rutina más tranquila.La tensión que se había instalado entre ellos después del incidente, poco a poco, fue cediendo paso a una normalidad frágil pero acogedora.Camila dormía un poco mejor. Las noches eran menos inquietas, y aunque los movimientos del bebé empezaban a ser más frecuentes e intensos, ya se había acostumbrado a esas pataditas nocturnas que la despertaban como pequeños avisos de vida. Había dejado de sobresaltarse con cada giro, y en su lugar, había empezado a hablarle con ternura, como si cada palabra tejiera una red invisible de amor y protección.—No te preocupes,