El jefe fingió estar casado, pero su familia quería conocer a su esposa. Ella, por su parte, necesitaba vacaciones con urgencia. Así que hicieron un trato: él la llevaría a una lujosa luna de miel en un destino paradisíaco, pero con una condición… debía fingir ser su esposa. Y, para asegurarse de que todo saliera según lo planeado, había un contrato con reglas muy claras: Nada de besos. Nada más que una relación laboral. Nada de compartir la misma cama. Para ella, no sonaba tan mal. Vacaciones pagadas en un lugar de ensueño… con su jefe. ¿El problema? Lo odiaba con cada fibra de su ser. Pero, como dicen, a caballo regalado no se le miran los dientes. Así que firmó el contrato, convencida de que cumplir esas reglas sería pan comido. Después de todo, solo eran unas simples vacaciones. ¿O no?
Leer másEl sol está en su punto más alto cuando me acomodo en la reposera con un suspiro de satisfacción. La arena está caliente bajo mis pies, y la brisa marina ayuda a contrarrestar el calor abrasador. Me pongo las gafas de sol y dejo que el sonido de las olas y las risas distantes de otros turistas me envuelvan.Después de todo, si esta noche tengo que dar la mejor actuación de mi vida, al menos quiero estar relajada.Me recuesto y cierro los ojos, dejando que el sol bese mi piel mientras disfruto de la sensación de no tener que pensar en nada. El plan es simple: no moverme en absoluto hasta que sea estrictamente necesario, pero, por supuesto, mi plan no dura mucho.Siento una sombra cubrirme de repente y una presencia familiar junto a mi reposera. Abro un ojo con pereza, y ahí está él, de pie con la brisa revolviendo su cabello oscuro y una bolsa de papel en la mano.—¿No te cansas de hacerte la lagartija al sol? —pregunta Alejandro con su típica expresión de fastidio moderado.—¿No te ca
El sol se filtra a través de las cortinas blancas cuando empiezo a despertar. Me estiro lentamente, disfrutando la comodidad de la cama, y dejo escapar un suspiro de satisfacción… hasta que abro los ojos. El sillón está vacío. Levanto la cabeza y miro alrededor, pero la habitación está completamente en silencio. Cero rastros de Alejandro. De nuevo.Ruedo los ojos y me dejo caer de espaldas contra la almohada. ¿Acaso este hombre tiene un sensor interno que le dice cuándo debería desaparecer antes de que yo me despierte? Pero, a diferencia de ayer, esta vez no me molesta. De hecho… me conviene.Sonrío para mí misma y me incorporo de un salto. Si Alejandro tiene derecho a desaparecer, yo tengo derecho a planear mi propia diversión. Y hoy, mi diversión tiene un objetivo muy claro. Me levanto y camino hacia la maleta, hurgando entre la ropa hasta encontrar la prenda exacta que estoy buscando.El vestido que Claudia insistió en que comprara. La tela se desliza entre mis dedos mientras lo so
La cena llega poco después de que hacemos el pedido, y debo admitir que el servicio a la habitación no decepciona. La mesa está cubierta con dos cajas de pizza humeante, una de muzzarella con albahaca fresca y otra mitad napolitana, mitad pepperoni. A un costado, dos copas y una botella de vino tinto que Alejandro descorcha con la destreza de alguien que claramente está acostumbrado a este tipo de cosas.Nos sentamos en la pequeña mesa del balcón, donde la brisa nocturna es cálida y el sonido del mar en la distancia le da un aire casi romántico a la escena. Casi.Alejandro llena mi copa con calma y luego hace lo mismo con la suya antes de levantarla en el aire, con ese gesto elegante que domina tan bien.—Por sobrevivir otro día de este matrimonio de mentira —declara con media sonrisa.Sonrío y choco mi copa contra la suya con un tintineo casi burlón.—Por eso —replico con diversión—, y por todas las personas que creyeron que éramos reales.Él resopla, divertido, y bebe un sorbo de vi
—Es curioso —dice entonces Alejandro, sin mirarme, como si pensara en voz alta—. Uno pensaría que el encierro sería insoportable… y, sin embargo, algunas cosas son peores que salir de aquí.Frunzo el ceño, desconcertada.—¿Qué cosas? —quiero saber.Él no responde. Solo se pasa una mano por la nuca y desvía la mirada, como si ya hubiera dicho demasiado. Y eso me enfurece.Golpeo el botón de emergencia con más fuerza de la necesaria, como si con eso pudiera acelerar la reparación del ascensor.—Si lo rompes, vamos a estar atrapados más tiempo —comenta Alejandro con su típica calma exasperante.Le lanzo una mirada asesina.—Si no salimos en los próximos cinco minutos, voy a empezar a gritar.—Sería entretenido —dice con una media sonrisa—. ¿Quieres que te cronometre?Aprieto los dientes y cruzo los brazos.—Si al menos tuvieras la decencia de estar un poco incómodo…Alejandro me observa con fingida confusión.—¿Por qué estaría incómodo?—Porque estamos atrapados en un espacio reducido y
La atmósfera dentro del ascensor se siente más densa de lo que debería. La tensión flota en el aire, cargada de todo lo que no queremos decir en voz alta.Estoy molesta. Molesta porque él desapareció todo el día sin decirme nada, pero de repente cree que tiene derecho a darme órdenes. Molesta porque me interrumpió en el bar como si tuviera algún tipo de autoridad sobre lo que hago o dejo de hacer. Y, sobre todo, molesta porque… porque su presencia sigue afectándome de una forma que no quiero admitir.Cruzo los brazos y miro fijamente la pantalla que indica los pisos, sin prestarle atención a Alejandro, que está de pie a mi lado con la mandíbula apretada.—Dime que aceptaste el trago solo para molestarme —su voz es controlada, pero tiene un filo de tensión contenida que me eriza la piel.Aprieto los labios y exhalo con fuerza, sin girarme a verlo.—¿Qué importa? No tienes derecho a darme órdenes, Monteverde.Él suelta un suspiro, pero no dice nada de inmediato. Solo puedo sentir su mira
Está de pie junto a mí, con su camisa blanca abierta y sus lentes oscuros empujados hasta su cabeza. Sus ojos verdes, afilados como cuchillas, están clavados en Francisco con una calma peligrosa.El tipo parpadea, sorprendido, pero intenta mantener su actitud relajada.—¿Oh? —murmura, con una sonrisa ladeada—. ¿Así que tú eres el esposo?Alejandro no responde de inmediato. Se toma su tiempo, quitándose los lentes con parsimonia y guardándolos en el bolsillo de su camisa.—Así es.Su tono no deja espacio para dudas.Francisco me lanza una mirada rápida, como si esperara que desmintiera la situación o que le ofreciera algún tipo de escapatoria, pero yo solo lo observo en completo silencio, con una ceja alzada.—¿No te molesta que tu esposa esté aquí, tomando tragos con otro hombre? —pregunta Francisco, con una burla mal disimulada.Alejandro sonríe levemente, pero sus ojos permanecen fríos.—Me molesta más la gente que no entiende un no cuando se lo dicen.Francisco suelta una risa baja
El sol sigue brillando con fuerza cuando escucho unos pasos acercándose. No le doy importancia al principio, pero entonces una sombra se proyecta sobre mí, bloqueando el sol.—Disculpa, ¿te gustaría tomar algo con nosotros? —pregunta una voz masculina.Abro un ojo y me encuentro con un hombre alto, con una sonrisa confiada y un bronceado envidiable. Detrás de él, otros dos tipos están sentados en la arena, con tragos en la mano y miradas expectantes.—No, gracias —respondo con amabilidad, pero sin quitarme las gafas de sol.—Vamos, solo un trago. No todos los días se ve a una mujer tan hermosa en la playa.Ahí está. La clásica frase de coqueteo.Suspiro internamente. No estoy de humor para socializar, y mucho menos con desconocidos que claramente buscan algo más que una conversación casual.Antes de que pueda pensar en una excusa, recuerdo algo.Lentamente, levanto la mano izquierda y dejo que la luz del sol se refleje en el anillo de matrimonio falso.—Te agradezco, pero mi esposo no
El sonido de las olas y el canto de las aves me despiertan con suavidad. Parpadeo lentamente, disfrutando de la calidez de las sábanas y la tranquilidad que reina en la habitación.El contraste con la tormenta de anoche es abismal.Me estiro con pereza, sintiéndome más descansada de lo que esperaba después del desastre nocturno. Entonces me doy cuenta, la cama a mi lado está vacía.Parpadeo varias veces antes de incorporarme. La almohada de Alejandro sigue ligeramente hundida, y el colchón algo tibio, lo que significa que no se levantó hace mucho, pero la habitación está completamente silenciosa.Miro a mi alrededor y no hay rastro de él. Ni en el balcón, ni en el sillón, ni en el baño. Frunzo el ceño.Alejandro Monteverde no es precisamente un madrugador cuando no tiene una agenda apretada. Y, hasta donde sé, no tenía ningún compromiso hoy.Me levanto con calma y camino descalza hasta la mesa del balcón, donde el servicio de desayuno está servido. Un café humeante, jugo de naranja, p
Cuando salimos del restaurante, el viento ya es más fuerte y una llovizna fina empieza a caer sobre nosotros. Alejandro me lanza una mirada de advertencia mientras se sube el cuello del abrigo.—No digas nada —le advierto antes de que pueda soltar un “te lo dije”.Él niega con la cabeza, pero no dice nada mientras nos apresuramos de vuelta al hotel.El camino es incómodo, con el viento golpeándonos en ráfagas repentinas, haciendo que me encoja cada vez que una gota fría choca contra mi piel. Alejandro camina a mi lado con su expresión impasible de siempre, como si ni siquiera notara el clima.Cuando llegamos al hotel, la lluvia ya es más intensa y, apenas entramos, las puertas de vidrio se sacuden por una fuerte ráfaga de viento.—Bien, justo a tiempo —comento con una sonrisa tensa, sacudiendo las gotas de agua de mi ropa.Alejandro revisa su reloj y asiente.—No tanto. Esto recién empieza.Y tiene razón. Cuando llegamos a nuestra habitación y apenas cerramos la puerta, el cielo se il