El sol está en su punto más alto cuando me acomodo en la reposera con un suspiro de satisfacción. La arena está caliente bajo mis pies, y la brisa marina ayuda a contrarrestar el calor abrasador. Me pongo las gafas de sol y dejo que el sonido de las olas y las risas distantes de otros turistas me envuelvan.Después de todo, si esta noche tengo que dar la mejor actuación de mi vida, al menos quiero estar relajada.Me recuesto y cierro los ojos, dejando que el sol bese mi piel mientras disfruto de la sensación de no tener que pensar en nada. El plan es simple: no moverme en absoluto hasta que sea estrictamente necesario, pero, por supuesto, mi plan no dura mucho.Siento una sombra cubrirme de repente y una presencia familiar junto a mi reposera. Abro un ojo con pereza, y ahí está él, de pie con la brisa revolviendo su cabello oscuro y una bolsa de papel en la mano.—¿No te cansas de hacerte la lagartija al sol? —pregunta Alejandro con su típica expresión de fastidio moderado.—¿No te ca
El sonido del agua cayendo contra el mármol de la ducha resuena en la habitación. Estoy con la microbikini —la maldita, la que debería estar prohibida por el código penal del deseo— y Alejandro está con un short de baño negro que le queda… bueno. Demasiado bien. Maldita genética superior.No lo había visto antes así. En la playa siempre anda con bermudas, gafas oscuras y una actitud de “no me hablen”, pero ahora… ese short de baño se pega demasiado bien a su cuerpo mojado. Y lo peor es que se pasa las manos por el cabello húmedo hacia atrás, con esa maldita calma suya, dejando al descubierto cada músculo, cada línea perfectamente tallada por dioses vengativos.Y entonces abre los ojos… Y me ve.Mi piel mojada, mi cuerpo a centímetros del suyo y apenas tapada por estos hilitos de tela. Y su mirada, bajando sin permiso, se detiene y vuelve a subir con lentitud. Sus labios se entreabren.—Carajo… —musita con un tono apenas audible, más para él que para mí. Lo escucho y siento el aire espe
Abro la puerta del baño de golpe y salgo disparada como si me persiguiera el mismísimo demonio.Mi corazón late descontrolado, mis pulmones arden por la risa contenida y mis piernas tiemblan. Me aferro a la toalla envuelta alrededor de mi cuerpo como si fuera un escudo sagrado y sigo avanzando hasta la habitación, sin atreverme a mirar atrás.Dios, ¿qué acaba de pasar? No, no, no. No quiero pensarlo. No puedo.El sonido de la puerta del baño abriéndose nuevamente me hace apretar los ojos con fuerza. Lo escucho caminar con la misma calma con la que sale de una reunión de negocios, como si no acabara de pasar la situación más ridícula, incómoda y, lo peor de todo, potencialmente sensual de la historia.—¿Piensas ignorar lo que pasó? —pregunta con su tono más irritantemente tranquilo.—Exactamente —respondo con rapidez, sin girarme a verlo.—Sabes que no es la primera vez que alguien se resbala en una ducha, ¿verdad?—No lo sé, Monteverde. No me la paso investigando estadísticas de accid
Los camareros comienzan a servir las entradas: pequeños platillos adornados con exquisiteces gourmet. Mi mirada se posa en lo que parece ser una combinación artística de mariscos y salsas, como si fuera algo creado por un pintor de la época. Parece lindo y rico a la vista, pero mi estómago no parece muy feliz. —¡Ah, qué presentación tan encantadora! —exclama María, mirando su plato con admiración.Alejandro asiente con una sonrisa, pero yo no puedo evitar fruncir el ceño ante el tamaño minúsculo de la porción. ¿En serio esto es suficiente para una entrada? Mi apetito está lejos de estar satisfecho.—Es una creación del chef local, es conocido por sus platos sofisticados y su presentación artística —explica Carlos, probablemente notando mi expresión.Hago un intento por probar los mariscos, pero la verdad es que no me gustan mucho. Alejandro me dirige una mirada de reojo y nota que no comí casi nada.—¿Te gusta? —me pregunta en un susurro.—Sí, está... interesante —respondo con una so
Mi mirada está fija en el borde de la copa de vino que sostengo entre los dedos, pero mi mente está a kilómetros de distancia.Pienso en Martín. El único hombre al que Alejandro no quiere cerca. ¿Por qué? ¿Qué es lo que hay entre ellos? ¿Una vieja enemistad de negocios? ¿Una ex compartida? ¿Un secreto sucio que ninguno quiere recordar?La forma en que se miraron, como si estuvieran librando una guerra silenciosa, me dejó con más preguntas que respuestas. Alejandro no quiso hablar del tema. Cerró la conversación con ese tono tajante que no deja espacio a negociaciones, pero lo conozco. Aunque diga poco, su cuerpo habla. Y lo que vi fue pura tensión. Celos. O algo incluso más oscuro.Un leve roce en mi brazo me saca del trance. Apenas un toque, suave, disimulado, pero suficiente para traerme de regreso.—Es hora del baile —murmura Alejandro, con su voz grave rozándome el oído. Ese tono suyo mezcla de fastidio y dominio… y algo más. Algo que no sé si quiero identificar.Asiento y dejo la
Regresar a la fiesta después de esa conversación —o lo que sea que fue eso— se siente como intentar nadar contra la corriente con la ropa puesta. Me rehúso a mirar a Alejandro mientras volvemos al salón. Ni una palabra, ni un gesto. Solo el eco de nuestros pasos sincronizados sobre el mármol del pasillo, los dos fingiendo que el aire no está cargado de tensión mal resuelta y palabras que se nos quedaron atragantadas en la garganta.Las luces me reciben como una bofetada. La música ha cambiado, más animada ahora, y el salón parece incluso más lleno que antes. Los invitados beben, charlan y ríen, como si el mundo no se hubiera tambaleado hace apenas minutos en un rincón oscuro.Alejandro coloca su mano en la parte baja de mi espalda para guiarme, y aunque ese gesto suele ser elegante y ensayado… esta vez me quema. Porque sé cómo se sienten sus manos. Sé lo que provocan. Y por más que quiera alejarme, mi cuerpo todavía lo recuerda.Me dejo llevar de vuelta hasta nuestra mesa, donde una c
Caminamos de regreso tomados de la mano, como si no acabáramos de tensar hasta el límite esa línea difusa entre lo real y lo pactado. Alejandro no suelta mi mano en ningún momento, ni siquiera cuando pasamos entre mesas repletas de rostros desconocidos, ni cuando nos acercamos a la nuestra, donde María conversa animadamente con otra pareja que no reconozco.Nos sentamos sin decir nada. Él tira levemente de mi silla para acomodarla antes de sentarse a mi lado, y yo hago lo posible por no parecer afectada, pero lo estoy. Por dentro sigo temblando, no por el alcohol, sino por sus palabras, por la manera en que me mira como si ya hubiera ganado.La música sigue sonando, las copas siguen llenándose, pero yo estoy atrapada en un punto ciego entre su presencia y mis propios pensamientos.Alejandro se inclina hacia mí, con esa postura casual que no engaña a nadie.—¿Estás bien? —pregunta en voz baja, solo para mí.—Sí —respondo con rapidez, demasiado rápido—. Solo… no sé si debimos haber hech
No es una actuación.No hay nada de fingido en la forma en que sus labios se funden con los míos, en cómo su otra mano se apoya en mi cintura, como si necesitara asegurarse de que no me vaya a escapar.El murmullo de la sala desaparece. Las luces, la música, las mesas, todo se desdibuja. Solo quedamos nosotros.Su boca se mueve contra la mía con una mezcla de furia contenida y deseo reprimido, y me sorprende lo fácil que es olvidarme de que esto empezó como una farsa. Mis dedos se enredan en su camisa sin darme cuenta. Lo atraigo más, queriendo sentir cada parte de su cuerpo, de su fuego, de ese algo que hace que el mundo entero se derrumbe y se reconstruya con él como centro.Él gime bajo, apenas audible, y ese sonido se cuela por mi pecho como un rayo. El beso se vuelve más profundo. Más urgente. Me muerde el labio inferior como si fuera una promesa y una advertencia al mismo tiempo. Y yo… yo me pierdo. Me pierdo en su olor, en su calor, en esa forma en la que su lengua roza la mía,