Mi mirada está fija en el borde de la copa de vino que sostengo entre los dedos, pero mi mente está a kilómetros de distancia.Pienso en Martín. El único hombre al que Alejandro no quiere cerca. ¿Por qué? ¿Qué es lo que hay entre ellos? ¿Una vieja enemistad de negocios? ¿Una ex compartida? ¿Un secreto sucio que ninguno quiere recordar?La forma en que se miraron, como si estuvieran librando una guerra silenciosa, me dejó con más preguntas que respuestas. Alejandro no quiso hablar del tema. Cerró la conversación con ese tono tajante que no deja espacio a negociaciones, pero lo conozco. Aunque diga poco, su cuerpo habla. Y lo que vi fue pura tensión. Celos. O algo incluso más oscuro.Un leve roce en mi brazo me saca del trance. Apenas un toque, suave, disimulado, pero suficiente para traerme de regreso.—Es hora del baile —murmura Alejandro, con su voz grave rozándome el oído. Ese tono suyo mezcla de fastidio y dominio… y algo más. Algo que no sé si quiero identificar.Asiento y dejo la
Regresar a la fiesta después de esa conversación —o lo que sea que fue eso— se siente como intentar nadar contra la corriente con la ropa puesta. Me rehúso a mirar a Alejandro mientras volvemos al salón. Ni una palabra, ni un gesto. Solo el eco de nuestros pasos sincronizados sobre el mármol del pasillo, los dos fingiendo que el aire no está cargado de tensión mal resuelta y palabras que se nos quedaron atragantadas en la garganta.Las luces me reciben como una bofetada. La música ha cambiado, más animada ahora, y el salón parece incluso más lleno que antes. Los invitados beben, charlan y ríen, como si el mundo no se hubiera tambaleado hace apenas minutos en un rincón oscuro.Alejandro coloca su mano en la parte baja de mi espalda para guiarme, y aunque ese gesto suele ser elegante y ensayado… esta vez me quema. Porque sé cómo se sienten sus manos. Sé lo que provocan. Y por más que quiera alejarme, mi cuerpo todavía lo recuerda.Me dejo llevar de vuelta hasta nuestra mesa, donde una c
Caminamos de regreso tomados de la mano, como si no acabáramos de tensar hasta el límite esa línea difusa entre lo real y lo pactado. Alejandro no suelta mi mano en ningún momento, ni siquiera cuando pasamos entre mesas repletas de rostros desconocidos, ni cuando nos acercamos a la nuestra, donde María conversa animadamente con otra pareja que no reconozco.Nos sentamos sin decir nada. Él tira levemente de mi silla para acomodarla antes de sentarse a mi lado, y yo hago lo posible por no parecer afectada, pero lo estoy. Por dentro sigo temblando, no por el alcohol, sino por sus palabras, por la manera en que me mira como si ya hubiera ganado.La música sigue sonando, las copas siguen llenándose, pero yo estoy atrapada en un punto ciego entre su presencia y mis propios pensamientos.Alejandro se inclina hacia mí, con esa postura casual que no engaña a nadie.—¿Estás bien? —pregunta en voz baja, solo para mí.—Sí —respondo con rapidez, demasiado rápido—. Solo… no sé si debimos haber hech
No es una actuación.No hay nada de fingido en la forma en que sus labios se funden con los míos, en cómo su otra mano se apoya en mi cintura, como si necesitara asegurarse de que no me vaya a escapar.El murmullo de la sala desaparece. Las luces, la música, las mesas, todo se desdibuja. Solo quedamos nosotros.Su boca se mueve contra la mía con una mezcla de furia contenida y deseo reprimido, y me sorprende lo fácil que es olvidarme de que esto empezó como una farsa. Mis dedos se enredan en su camisa sin darme cuenta. Lo atraigo más, queriendo sentir cada parte de su cuerpo, de su fuego, de ese algo que hace que el mundo entero se derrumbe y se reconstruya con él como centro.Él gime bajo, apenas audible, y ese sonido se cuela por mi pecho como un rayo. El beso se vuelve más profundo. Más urgente. Me muerde el labio inferior como si fuera una promesa y una advertencia al mismo tiempo. Y yo… yo me pierdo. Me pierdo en su olor, en su calor, en esa forma en la que su lengua roza la mía,
El trayecto de vuelta al hotel es silencioso, pero no incómodo. La ciudad sigue su curso, las luces de los edificios parpadean a lo lejos y el ambiente sigue cargado de esa energía cálida de la noche, pero a medida que nos acercamos al hotel, algo en mí comienza a cambiar.Lo que comenzó como una noche llena de risas y momentos inusuales, empieza a tener un sabor agridulce. La idea de que todo esto es solo un fugaz sueño, una ilusión pasajera, me golpea con fuerza. Mi mente, a veces más sabia de lo que quisiera, me recuerda que la promesa que Alejandro me hizo no es real. Esta "relación" no es más que eso: un contrato, una actuación, algo que, en el fondo, ambos sabemos que no tiene futuro.Nos detenemos frente al hotel y, por un instante, no sé qué hacer.—Gracias por todo hoy —le digo.Él me sonríe, pero algo en su mirada me hace sentir que sabe lo que pasa por mi cabeza.—Ha sido un buen día —responde, aunque su tono se percibe ligeramente más serio, como si él también notara que a
«Necesito vacaciones con suma urgencia», pienso mientras realizo mi rutina matutina: ir al baño, cepillarme los dientes, darme una ducha mientras sufro porque la calefacción no funciona, tomar un té de manzanilla con pan y salir corriendo para no llegar tarde al trabajo.Después de dos autobuses y un taxi, siento que mi estrés está por alcanzar su límite. No puedo creer que llevo tres años trabajando en una agencia de viajes y aún no he tenido vacaciones.La rutina en la agencia es agotadora: atender a clientes que buscan organizar sus vacaciones soñadas, resolver problemas de reservas, lidiar con cambios de itinerarios. Todo se ha convertido en una especie de tormento diario. Además, las interminables reuniones y las exigencias de mi jefe, Alejandro, quien siempre parece estar un paso por delante y espera que todos sigamos su ritmo, no ayudan.Finalmente llego a la oficina, justo a tiempo para evitar una reprimenda.—Buenos días —saludo con una sonrisa forzada, ocultando mi falta de
Por la noche hago una videollamada con Claudia, mi mejor amiga, mientras cocino algo de arroz para cenar.—¿¡Cómo que vas a ser la esposa de tu jefe!? —repite Claudia, sus ojos abiertos llenan la pantalla de mi teléfono.—¡Su falsa esposa! —aclaro rápidamente, agitando la cuchara de madera como si pudiera dispersar la sorpresa—. Mira, lo que menos me importa es eso, yo solo quiero vacaciones… Estoy cansada del trabajo y de lo monótona que es mi vida. Además, tampoco va a ser tan difícil, ni siquiera tengo que darle besos ni dormir con él.Claudia ladea la cabeza, con expresión incrédula.—Pero ¿no te parece raro que te haya elegido a ti?—No, me dijo que es porque soy la única soltera y sin hijos de la empresa, y es cierto. También está Elena, la otra soltera, pero ya tiene sesenta años y dudo que quiera presentarle a alguien mayor a sus padres… —replico, revolviendo la comida con la cuchara de madera. Chasqueo la lengua al notar el arroz pegándose al fondo de la olla. El olor a quema
Llego a casa después del día agotador y me dejo caer en el sofá con una taza de té caliente en las manos. Mientras soplo la superficie del líquido para enfriarlo un poco, enciendo la computadora y abro mi cuenta bancaria para verificar el saldo antes de planear las compras que Alejandro sugirió.Cuando veo la cifra en pantalla, casi se me sale el corazón por la boca. Parpadeo, me froto los ojos y miro de nuevo, pero los números siguen ahí. En un acto reflejo, doy un sorbo al té y termino atragantándome. Comienzo a toser mientras intento procesar lo que estoy viendo.—¡¿Qué demonios?! —exclamo, dejando la taza a un lado mientras me llevo una mano al pecho.La transferencia reciente, con el concepto "Fondo para el viaje", ha añadido una suma tan ridícula a mi cuenta que parece irreal. Marco el número de Claudia casi sin pensarlo.—¿Qué pasa ahora, futura esposa de mentira? —me saluda con tono burlón.—¡Clau, me transfirió una fortuna! —le digo, caminando de un lado a otro como si el mov