Capítulo 3

Llego a casa después del día agotador y me dejo caer en el sofá con una taza de té caliente en las manos. Mientras soplo la superficie del líquido para enfriarlo un poco, enciendo la computadora y abro mi cuenta bancaria para verificar el saldo antes de planear las compras que Alejandro sugirió.

Cuando veo la cifra en pantalla, casi se me sale el corazón por la boca. Parpadeo, me froto los ojos y miro de nuevo, pero los números siguen ahí. En un acto reflejo, doy un sorbo al té y termino atragantándome. Comienzo a toser mientras intento procesar lo que estoy viendo.

—¡¿Qué demonios?! —exclamo, dejando la taza a un lado mientras me llevo una mano al pecho.

La transferencia reciente, con el concepto "Fondo para el viaje", ha añadido una suma tan ridícula a mi cuenta que parece irreal. Marco el número de Claudia casi sin pensarlo.

—¿Qué pasa ahora, futura esposa de mentira? —me saluda con tono burlón.

—¡Clau, me transfirió una fortuna! —le digo, caminando de un lado a otro como si el movimiento pudiera calmarme.

—¿Cuánto es "una fortuna"? —pregunta, intrigada.

Le doy la cifra, y del otro lado de la línea escucho un grito ahogado.

—¡Ay, amiga, ya quiero ver qué te compras! ¿Cuándo salimos? Porque claramente no puedes ir sola. Necesitas a alguien con buen gusto, o sea, yo.

—Tus elecciones de ropa me dan miedo, pero te veo en el centro comercial en media hora —replico, antes de colgar.

Exactamente media hora después, mi mejor amiga se acerca corriendo a mí y me abraza con fuerza.

—¡Explotemos esa tarjeta! —exclama.

Claudia prácticamente me arrastra de tienda en tienda con una energía entusiasta que no sé de dónde saca. Mientras yo intento mantener un mínimo de dignidad, ella se desvive escogiendo prendas como si estuviéramos en un programa de televisión de cambios de imagen.

—¡Esto es perfecto! —dice, sosteniendo un vestido de noche rojo con un escote que, sinceramente, me hace cuestionar las leyes de la gravedad—. Con esto, Alejandro no va a poder ni mirarte a los ojos.

—Prefiero que me mire a los ojos, gracias —respondo, tratando de devolver el vestido al perchero, pero Claudia lo esquiva hábilmente.

—Por favor, Isa. Si no quieres usarlo por él, úsalo por ti. Mírate, eres guapísima. Solo necesitas un empujoncito, y yo soy ese empujón.

Suspiro y termino cediendo con un asentimiento. Luego, pasamos a la sección de ropa casual y bikinis. Aquí es donde la cosa se pone complicada.

—¡Mira esto! —grita Claudia, sacando un micro bikini negro que apenas parece tela suficiente para un pañuelo pequeño—. Es sexy, minimalista y totalmente apropiado para una isla privada.

La miro horrorizada.

—Clau, no hay forma en el universo en que me ponga eso.

—¿Por qué no? ¡Es perfecto! Además, tienes que mostrarle a Alejandro lo que se está perdiendo.

—Primero, no estoy tratando de mostrarle nada. Segundo, eso no es un traje de baño, ¡es un intento fallido de hilo dental!

—Dramática —dice, rodando los ojos—. Bueno, al menos pruébatelo, que no se diga que no lo intentaste.

—Ni loca.

Claudia me lanza una mirada calculadora y, antes de que pueda reaccionar, lo coloca en mi carrito.

—Ya veremos quién gana esta batalla —declara con una sonrisa traviesa.

Mi amiga me sigue arrastrando por los pasillos mientras yo trato de convencerla, sin mucho éxito, de que no necesito un bikini que podría ser confundido con hilo dental.

—Mira, Clau, ya llevo dos bikinis bonitos, cómodos y decentes. No necesito este… —intento argumentar, pero ella me interrumpe.

—Decentes. Ahí está el problema. Isa, ¿quién quiere ser "decente" en una isla privada? Además, nunca sabes qué puede pasar. Tal vez terminas tomando sol y alguien te invita a un yate. ¿Quieres estar lista o no? —dice, cruzando los brazos y mirándome con una ceja arqueada.

—¿Un yate? Claudia, esto no es una película.

—Exacto, porque si lo fuera, serías la protagonista aburrida —replica con una sonrisa burlona—. Ahora, ve al probador y póntelo.

—¡No pienso probármelo! —respondo, aferrándome al carrito como si fuera mi única salvación.

Claudia suspira teatralmente, como si cargar con mi resistencia fuera un sacrificio monumental. Luego, me lanza esa mirada que siempre precede al desastre.

—Está bien, no te lo pruebes aquí. Solo cómpralo. Al fin y al cabo, si no lo usas, no pasa nada, pero, si lo necesitas y no lo tienes, te arrepentirás. Y yo no voy a dejar que mi mejor amiga viva con ese remordimiento.

—Eso no tiene ningún sentido, Clau —digo, tratando de no reírme.

—¿Tiene sentido que estés en esta situación de "esposa por encargo"? No. Así que, si vas a vivir algo fuera de lo común, al menos hazlo con estilo —remata, poniéndome el bikini en las manos con un gesto triunfal.

Me quedo mirándola, a punto de insistir, pero sé que no voy a ganar esta discusión. Suspiro, derrotada.

—Está bien, lo compro, pero esto no significa que lo vaya a usar.

—Ya veremos —dice ella con una sonrisa tan amplia que parece que acaba de ganar un premio.

Con las bolsas llenas y mi dignidad algo golpeada, terminamos nuestra jornada de compras. De camino a casa, Claudia me lanza un vistazo de soslayo.

—De todas formas, cuando Alejandro te vea en ese bikini, seguro inventa alguna excusa para que nunca tengas que usar otro.

—Por favor, deja de hablar —le digo, dándole un empujón mientras ambas estallamos en carcajadas.

Cuando llegamos a casa, Claudia deja caer las bolsas en el sofá con un suspiro triunfal.

—Bueno, Isa, oficialmente estás lista para conquistar una isla privada. Ahora, ¿dónde tienes la maleta? Vamos a asegurarnos de que todo esté perfectamente organizado.

—Clau, puedo empacar sola, no es necesario que me ayudes —expreso, aunque sé que es inútil intentar disuadirla.

—¡Ni loca! No confío en tu criterio para estas cosas. Eres capaz de empacar solo jeans y camisetas —responde, ya dirigiéndose a mi habitación.

Suspiro con resignación y la sigo. Claudia abre mi armario y comienza a sacar cosas mientras yo intento mantener cierto control sobre la situación.

—Bien, vamos a empezar con lo básico —dice, extendiendo sobre la cama los bikinis, el vestido rojo que me obligó a comprar, y varios pares de sandalias—. Esto va sí o sí.

—¿De verdad tengo que llevar el vestido? —pregunto, mirando la prenda con escepticismo.

—Isa, si no llevas esto, me ofendes. Además, es perfecto para una cena romántica en la playa.

—No creo que vayamos a tener cenas románticas. Es un acuerdo, ¿recuerdas?

Claudia se gira hacia mí con una ceja levantada.

—Ajá, claro. Un acuerdo con un hombre guapísimo, en una isla paradisiaca, donde ambos tienen que fingir que están locos el uno por el otro. Sí, definitivamente nada podría pasar.

—Clau, por favor... —empiezo, pero ella me interrumpe con una sonrisa traviesa.

—Solo digo que deberías estar preparada para todo. ¿Y por qué no? Si te quiere besar, bésalo. Si se pone romántico, síguelo. ¿Qué tienes que perder?

—¡Mi dignidad, por ejemplo! —respondo, lanzándole una almohada.

Claudia la esquiva con una agilidad sorprendente y se ríe a carcajadas mientras yo trato de no unirme a su diversión.

—Isa, necesitas relajarte. Mira esto como una oportunidad de practicar tus habilidades de seducción. Porque, créeme, vas a tener que hacer algo más que sonreír para convencer a la gente de que estás locamente enamorada de Alejandro.

—¿Mis habilidades de qué? ¡Clau, estás viendo muchas películas románticas! —respondo, poniéndome de pie para recoger las prendas que ha dejado esparcidas por la cama.

—Solo digo que, si vas a fingir ser su esposa, al menos diviértete un poco en el proceso. ¿Qué tiene de malo jugar el papel completo? Además, dudo que Alejandro sea inmune a ti si te lo propones.

Suspiro y me dejo caer al borde de la cama.

—Clau, esto no es una novela. Es un trato, y eso es todo. No quiero complicar más las cosas de lo que ya son.

Ella me lanza una mirada comprensiva, pero no por eso menos pícara.

—Está bien, está bien, pero no digas que no te lo advertí cuando lo veas mirarte como si fueras un postre.

Ruedo los ojos mientras ella sigue organizando la maleta, asegurándose de que cada conjunto estuviera perfectamente doblado y, según sus palabras, estratégicamente pensado.

Justo cuando estamos terminando, mi teléfono vibra sobre la mesa de noche. Claudia lo agarra antes de que pueda detenerla.

—¡Mensaje del guapo! —canta, desbloqueando el teléfono sin ningún reparo.

—¡Dámelo! —protesto, intentando quitárselo, pero ella levanta la mano para mantenerlo fuera de mi alcance.

—“Espero que tengas todo listo. Te espero mañana a las 7:00 en el hangar. Asegúrate de no llegar tarde. A.” —lee en voz alta con un tono exageradamente solemne—. ¡Qué formal! ¿Siempre firma con una letra?

—Clau, devuélvemelo —insisto, arrebatándole el teléfono.

—Relájate, mujer. Solo me estoy asegurando de que estés bien informada. Aunque, sinceramente, podría haber sido un poco más cálido. ¿Qué tal un “nos vemos, cariño” o algo así?

—Es un mensaje práctico, nada más —respondo, bloqueando el teléfono mientras ella me mira con una sonrisa que claramente no le cree nada.

—Ajá, práctico. Bueno, al menos ahora sabemos que le importan los horarios. Más te vale no hacerlo esperar.

—No planeo hacerlo —contesto, poniéndome de pie para cerrar la maleta.

Claudia me ayuda a colocar todo y luego se estira con un suspiro satisfecho.

—Misión cumplida. Ahora solo queda que conquistes esa isla o, mejor dicho, a tu futuro esposo temporal.

—Clau, por favor, deja de decir esas cosas.

—Nunca —responde con una sonrisa traviesa mientras recoge sus cosas—. Nos vemos mañana, futura señora de mentira.

La acompaño hasta la puerta y, cuando finalmente me quedo sola, respiro profundamente. El mensaje de Alejandro sigue rondando en mi cabeza, junto con las palabras de Claudia. Mañana empieza todo, y por más que intente verlo como algo sencillo, no puedo evitar sentir un nudo de ansiedad en el estómago.

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