Llego a casa después del día agotador y me dejo caer en el sofá con una taza de té caliente en las manos. Mientras soplo la superficie del líquido para enfriarlo un poco, enciendo la computadora y abro mi cuenta bancaria para verificar el saldo antes de planear las compras que Alejandro sugirió.
Cuando veo la cifra en pantalla, casi se me sale el corazón por la boca. Parpadeo, me froto los ojos y miro de nuevo, pero los números siguen ahí. En un acto reflejo, doy un sorbo al té y termino atragantándome. Comienzo a toser mientras intento procesar lo que estoy viendo.
—¡¿Qué demonios?! —exclamo, dejando la taza a un lado mientras me llevo una mano al pecho.
La transferencia reciente, con el concepto "Fondo para el viaje", ha añadido una suma tan ridícula a mi cuenta que parece irreal. Marco el número de Claudia casi sin pensarlo.
—¿Qué pasa ahora, futura esposa de mentira? —me saluda con tono burlón.
—¡Clau, me transfirió una fortuna! —le digo, caminando de un lado a otro como si el movimiento pudiera calmarme.
—¿Cuánto es "una fortuna"? —pregunta, intrigada.
Le doy la cifra, y del otro lado de la línea escucho un grito ahogado.
—¡Ay, amiga, ya quiero ver qué te compras! ¿Cuándo salimos? Porque claramente no puedes ir sola. Necesitas a alguien con buen gusto, o sea, yo.
—Tus elecciones de ropa me dan miedo, pero te veo en el centro comercial en media hora —replico, antes de colgar.
Exactamente media hora después, mi mejor amiga se acerca corriendo a mí y me abraza con fuerza.
—¡Explotemos esa tarjeta! —exclama.
Claudia prácticamente me arrastra de tienda en tienda con una energía entusiasta que no sé de dónde saca. Mientras yo intento mantener un mínimo de dignidad, ella se desvive escogiendo prendas como si estuviéramos en un programa de televisión de cambios de imagen.
—¡Esto es perfecto! —dice, sosteniendo un vestido de noche rojo con un escote que, sinceramente, me hace cuestionar las leyes de la gravedad—. Con esto, Alejandro no va a poder ni mirarte a los ojos.
—Prefiero que me mire a los ojos, gracias —respondo, tratando de devolver el vestido al perchero, pero Claudia lo esquiva hábilmente.
—Por favor, Isa. Si no quieres usarlo por él, úsalo por ti. Mírate, eres guapísima. Solo necesitas un empujoncito, y yo soy ese empujón.
Suspiro y termino cediendo con un asentimiento. Luego, pasamos a la sección de ropa casual y bikinis. Aquí es donde la cosa se pone complicada.
—¡Mira esto! —grita Claudia, sacando un micro bikini negro que apenas parece tela suficiente para un pañuelo pequeño—. Es sexy, minimalista y totalmente apropiado para una isla privada.
La miro horrorizada.
—Clau, no hay forma en el universo en que me ponga eso.
—¿Por qué no? ¡Es perfecto! Además, tienes que mostrarle a Alejandro lo que se está perdiendo.
—Primero, no estoy tratando de mostrarle nada. Segundo, eso no es un traje de baño, ¡es un intento fallido de hilo dental!
—Dramática —dice, rodando los ojos—. Bueno, al menos pruébatelo, que no se diga que no lo intentaste.
—Ni loca.
Claudia me lanza una mirada calculadora y, antes de que pueda reaccionar, lo coloca en mi carrito.
—Ya veremos quién gana esta batalla —declara con una sonrisa traviesa.
Mi amiga me sigue arrastrando por los pasillos mientras yo trato de convencerla, sin mucho éxito, de que no necesito un bikini que podría ser confundido con hilo dental.
—Mira, Clau, ya llevo dos bikinis bonitos, cómodos y decentes. No necesito este… —intento argumentar, pero ella me interrumpe.
—Decentes. Ahí está el problema. Isa, ¿quién quiere ser "decente" en una isla privada? Además, nunca sabes qué puede pasar. Tal vez terminas tomando sol y alguien te invita a un yate. ¿Quieres estar lista o no? —dice, cruzando los brazos y mirándome con una ceja arqueada.
—¿Un yate? Claudia, esto no es una película.
—Exacto, porque si lo fuera, serías la protagonista aburrida —replica con una sonrisa burlona—. Ahora, ve al probador y póntelo.
—¡No pienso probármelo! —respondo, aferrándome al carrito como si fuera mi única salvación.
Claudia suspira teatralmente, como si cargar con mi resistencia fuera un sacrificio monumental. Luego, me lanza esa mirada que siempre precede al desastre.
—Está bien, no te lo pruebes aquí. Solo cómpralo. Al fin y al cabo, si no lo usas, no pasa nada, pero, si lo necesitas y no lo tienes, te arrepentirás. Y yo no voy a dejar que mi mejor amiga viva con ese remordimiento.
—Eso no tiene ningún sentido, Clau —digo, tratando de no reírme.
—¿Tiene sentido que estés en esta situación de "esposa por encargo"? No. Así que, si vas a vivir algo fuera de lo común, al menos hazlo con estilo —remata, poniéndome el bikini en las manos con un gesto triunfal.
Me quedo mirándola, a punto de insistir, pero sé que no voy a ganar esta discusión. Suspiro, derrotada.
—Está bien, lo compro, pero esto no significa que lo vaya a usar.
—Ya veremos —dice ella con una sonrisa tan amplia que parece que acaba de ganar un premio.
Con las bolsas llenas y mi dignidad algo golpeada, terminamos nuestra jornada de compras. De camino a casa, Claudia me lanza un vistazo de soslayo.
—De todas formas, cuando Alejandro te vea en ese bikini, seguro inventa alguna excusa para que nunca tengas que usar otro.
—Por favor, deja de hablar —le digo, dándole un empujón mientras ambas estallamos en carcajadas.
Cuando llegamos a casa, Claudia deja caer las bolsas en el sofá con un suspiro triunfal.
—Bueno, Isa, oficialmente estás lista para conquistar una isla privada. Ahora, ¿dónde tienes la maleta? Vamos a asegurarnos de que todo esté perfectamente organizado.
—Clau, puedo empacar sola, no es necesario que me ayudes —expreso, aunque sé que es inútil intentar disuadirla.
—¡Ni loca! No confío en tu criterio para estas cosas. Eres capaz de empacar solo jeans y camisetas —responde, ya dirigiéndose a mi habitación.
Suspiro con resignación y la sigo. Claudia abre mi armario y comienza a sacar cosas mientras yo intento mantener cierto control sobre la situación.
—Bien, vamos a empezar con lo básico —dice, extendiendo sobre la cama los bikinis, el vestido rojo que me obligó a comprar, y varios pares de sandalias—. Esto va sí o sí.
—¿De verdad tengo que llevar el vestido? —pregunto, mirando la prenda con escepticismo.
—Isa, si no llevas esto, me ofendes. Además, es perfecto para una cena romántica en la playa.
—No creo que vayamos a tener cenas románticas. Es un acuerdo, ¿recuerdas?
Claudia se gira hacia mí con una ceja levantada.
—Ajá, claro. Un acuerdo con un hombre guapísimo, en una isla paradisiaca, donde ambos tienen que fingir que están locos el uno por el otro. Sí, definitivamente nada podría pasar.
—Clau, por favor... —empiezo, pero ella me interrumpe con una sonrisa traviesa.
—Solo digo que deberías estar preparada para todo. ¿Y por qué no? Si te quiere besar, bésalo. Si se pone romántico, síguelo. ¿Qué tienes que perder?
—¡Mi dignidad, por ejemplo! —respondo, lanzándole una almohada.
Claudia la esquiva con una agilidad sorprendente y se ríe a carcajadas mientras yo trato de no unirme a su diversión.
—Isa, necesitas relajarte. Mira esto como una oportunidad de practicar tus habilidades de seducción. Porque, créeme, vas a tener que hacer algo más que sonreír para convencer a la gente de que estás locamente enamorada de Alejandro.
—¿Mis habilidades de qué? ¡Clau, estás viendo muchas películas románticas! —respondo, poniéndome de pie para recoger las prendas que ha dejado esparcidas por la cama.
—Solo digo que, si vas a fingir ser su esposa, al menos diviértete un poco en el proceso. ¿Qué tiene de malo jugar el papel completo? Además, dudo que Alejandro sea inmune a ti si te lo propones.
Suspiro y me dejo caer al borde de la cama.
—Clau, esto no es una novela. Es un trato, y eso es todo. No quiero complicar más las cosas de lo que ya son.
Ella me lanza una mirada comprensiva, pero no por eso menos pícara.
—Está bien, está bien, pero no digas que no te lo advertí cuando lo veas mirarte como si fueras un postre.
Ruedo los ojos mientras ella sigue organizando la maleta, asegurándose de que cada conjunto estuviera perfectamente doblado y, según sus palabras, estratégicamente pensado.
Justo cuando estamos terminando, mi teléfono vibra sobre la mesa de noche. Claudia lo agarra antes de que pueda detenerla.
—¡Mensaje del guapo! —canta, desbloqueando el teléfono sin ningún reparo.
—¡Dámelo! —protesto, intentando quitárselo, pero ella levanta la mano para mantenerlo fuera de mi alcance.
—“Espero que tengas todo listo. Te espero mañana a las 7:00 en el hangar. Asegúrate de no llegar tarde. A.” —lee en voz alta con un tono exageradamente solemne—. ¡Qué formal! ¿Siempre firma con una letra?
—Clau, devuélvemelo —insisto, arrebatándole el teléfono.
—Relájate, mujer. Solo me estoy asegurando de que estés bien informada. Aunque, sinceramente, podría haber sido un poco más cálido. ¿Qué tal un “nos vemos, cariño” o algo así?
—Es un mensaje práctico, nada más —respondo, bloqueando el teléfono mientras ella me mira con una sonrisa que claramente no le cree nada.
—Ajá, práctico. Bueno, al menos ahora sabemos que le importan los horarios. Más te vale no hacerlo esperar.
—No planeo hacerlo —contesto, poniéndome de pie para cerrar la maleta.
Claudia me ayuda a colocar todo y luego se estira con un suspiro satisfecho.
—Misión cumplida. Ahora solo queda que conquistes esa isla o, mejor dicho, a tu futuro esposo temporal.
—Clau, por favor, deja de decir esas cosas.
—Nunca —responde con una sonrisa traviesa mientras recoge sus cosas—. Nos vemos mañana, futura señora de mentira.
La acompaño hasta la puerta y, cuando finalmente me quedo sola, respiro profundamente. El mensaje de Alejandro sigue rondando en mi cabeza, junto con las palabras de Claudia. Mañana empieza todo, y por más que intente verlo como algo sencillo, no puedo evitar sentir un nudo de ansiedad en el estómago.
No pude pegar un ojo en toda la noche, así que, cuando suena el despertador, simplemente lo apago y salto de la cama como si tuviera un resorte en el trasero. Hoy es el gran día, aunque todavía no entiendo cómo es que llegué a esta situación. ¿Realmente está pasando o solo es un sueño? Todo se siente extraño e irreal, como si estuviera flotando en una nebulosa. Viaje de ensueño gratis, vacaciones en una isla paradisíaca, todo a cambio de fingir ser la mujer de mi jefe. No, debo estar alucinando. Pero después de tomar una taza cargada de café, darme una ducha y pellizcarme un poco, me doy cuenta de que está sucediendo. De verdad acepté este trato. ¡Estoy loca!La idea de llamar a Alejandro y echarme atrás aparece en mi mente de una manera tentadora, pero no puedo. Necesito este viaje, el dinero y, para ser sincera, tampoco quiero enfrentar el horror de devolver todo lo que compré ayer. Así que, resignada, pido un taxi y dejo que el destino haga el resto. El conductor me ayuda a guardar
—Llegamos —dice una voz muy cerca de mi oído.En cuanto abro los ojos, me encuentro con el rostro de Alejandro a centímetros del mío, lo cual me hace sobresaltar. Él se da cuenta de nuestra cercanía y se aleja con rapidez y de manera un poco torpe.La madrugada nos recibe con una leve frescura cuando finalmente aterrizamos en Isla Nube. Me ayuda a bajar los últimos escalones del avión privado y una brisa suave acaricia mi rostro, trayendo consigo un aroma salino que me hace anticipar la cercanía del mar. La emoción y el cansancio se mezclan en mis sentimientos mientras nos adentramos en esta tierra desconocida.Alejandro me guía a través del pequeño aeropuerto de la isla, donde somos recibidos por un personal amable que nos ofrece bebidas refrescantes y toallas húmedas que acepto sin dudas.La atmósfera es tranquila y relajada, y siento cómo la tensión se disipa gradualmente de mis hombros con el primer trago a la bebida, la cual distingo que tiene ron y toques frutales. El personal n
Me siento en la cama con las piernas cruzadas y el guion de Alejandro extendido frente a mí. Las hojas están llenas de detalles meticulosamente organizados: nombres, fechas y anécdotas falsas sobre nuestra supuesta relación.Repaso con atención cada punto. Nos conocimos en un café donde, torpemente, le derramé café en la camisa. Frunzo el ceño. «¿No pudo inventar algo más original?» Paso la página. Nuestra primera cita fue en un restaurante de comida italiana, donde descubrimos que ambos odiamos las aceitunas. Al menos ese detalle es cierto, porque yo las detesto con todo mi ser.Sigo leyendo. Me propuso matrimonio en la terraza de su departamento, con velas y una vista espectacular de la ciudad.—Qué cursi… —murmuro entre dientes.Desde su cama improvisada, es decir, el sofá, Alejandro resopla.—Deja de quejarte y estúdialo bien. No quiero que mi madre te haga una pregunta y quedemos en evidencia.Le saco la lengua sin mirarlo y continúo repasando la información. Intento memorizar lo
El sol brilla con fuerza sobre nuestras cabezas mientras Alejandro y yo nos preparamos para el encuentro con sus padres. La brisa del mar es agradable, pero no lo suficiente como para calmar mi creciente ansiedad.—¿Segura de que estás lista para esto? —pregunta Alejandro, con esa sonrisa confiada que tanto me irrita.Me miro de arriba abajo, ajustando los tirantes de mi vestido floreado. Mi estómago se retuerce.—Lista no es la palabra que usaría —murmuro—. Creo que en cualquier momento voy a vomitar.Él suelta una breve carcajada y me observa con diversión.—No me hagas eso. Lo último que necesito es que mi “esposa” vomite en la entrada de la casa de mis padres. No sería una gran primera impresión.Le lanzo una mirada asesina.—Qué tierno, realmente te preocupas por mí.—Solo por tu capacidad de actuar —replica con fingida inocencia—. Pero en serio, tranquila. Mis padres son buena gente. Un poco intensos, sí, pero no muerden.Resoplo.—Eso dices tú. ¿Cuántas veces has llevado a una
Después del almuerzo, cuando creo que lo peor ha pasado, María se levanta con entusiasmo y aplaude suavemente.—¡Es hora de ver fotos!Siento que la sangre se me congela.Alejandro, que estaba bebiendo lo que parecía ser su segunda copa de vino, se atraganta y deja la copa con un golpe seco sobre la mesa.—Mamá, no creo que haga falta…—¡Por supuesto que sí! —lo interrumpe María con una sonrisa de satisfacción—. Isabel tiene que ver cómo eras de niño.—No creo que le interese.—Oh, claro que sí —digo, apoyando la barbilla en mi mano con fingida inocencia—. Me encantaría ver cada detalle de tu infancia.Alejandro me lanza una mirada asesina. Yo le devuelvo la sonrisa más dulce que tengo.Carlos se levanta y se dirige a una estantería donde saca varios álbumes de fotos gastados por el tiempo. Nos movemos a la sala y nos acomodamos en los sofás, mientras él coloca los álbumes sobre la mesa de centro con el mismo cuidado con el que se manejaría un tesoro familiar.—Aquí tenemos una colecc
Apenas llegamos al hotel, nos dirigimos a la boutique de regalos en busca de algo que sirva como vestido.—¿Esto cuenta como un vestido de novia? —pregunta Alejandro, sosteniendo un pareo blanco.Le lanzo una mirada fulminante.—Si quieres que parezca que me casé en la playa, borracha y en bikini, sí, perfecto.Sigo revisando hasta que encuentro un vestido blanco sencillo, de tela fluida. No es un vestido de novia como tal, pero podría serlo.—Bien, esto sirve. Ahora necesito un ramo.Alejandro levanta una ceja.—No vas a encontrar un ramo en una tienda de souvenirs —expresa.—Déjamelo a mí.Salimos de la tienda con mi vestido y nos dirigimos al jardín del hotel. Miro alrededor y localizo unos arbustos con flores blancas. Me dirijo hacia allí y me fijo de que no haya nadie cerca vigilando.—Isabel… —Alejandro me observa con incredulidad cuando empiezo a arrancar flores—. ¿Estás robando flores?—No es robo, es préstamo floral —respondo, armando un improvisado ramo con las mejores flore
El aire dentro del hotel se siente más denso cuando Alejandro y yo entramos en el ascensor. Caminamos en silencio hasta nuestra suite, cada uno sumido en sus pensamientos sobre la catástrofe que acabamos de crear. Apenas cruzamos la puerta, suelto un largo suspiro y me dejo caer en el sillón, mientras Alejandro se apoya contra la pared con los brazos cruzados.—A ver si entendí bien —digo, masajeándome las sienes con frustración—. Ahora no solo tuvimos que fingir una boda, sino que también tenemos que inventar una fiesta de recepción con invitados, baile y torta incluida.—Básicamente —murmura Alejandro, pasándose una mano por la cara con evidente cansancio.Levanto la cabeza y lo miro con incredulidad.—¿Y cómo diablos se supone que vamos a hacer eso? —pregunto, gesticulando con las manos.Él suspira, dejando caer los brazos a los costados.—No lo sé, Isa. ¿Crees que tengo experiencia en bodas falsas? —responde con sarcasmo.Me cruzo de brazos y lo observo con los ojos entrecerrados,
Antes de que podamos siquiera recuperar el aliento, el turista se levanta con una calma irritante y se acerca a nosotros con paso seguro, sosteniendo su copa de vino con la tranquilidad de quien acaba de ver el mejor espectáculo de la noche.—Bien jugado, pareja —dice con una media sonrisa, alzando su copa en un brindis imaginario—. Su química en la pista fue impresionante.Alejandro y yo le dirigimos miradas idénticas de desconfianza.—¿Qué quieres ahora? —pregunta Alejandro, con voz cansada.El hombre rueda los ojos con fingida indignación y se sienta en la silla vacía junto a nosotros, sin siquiera pedir permiso.—Por favor, no sean tan paranoicos. No quiero nada raro —asegura con tono despreocupado, apoyando su copa sobre la mesa—. Solo quería decirles que pueden confiar en mí.Alejandro entrecierra los ojos, observándolo con cautela.—¿Por qué confiaríamos en ti? —le pregunta.El turista suspira con dramatismo y se encoge de hombros.—Porque me voy mañana —responde con naturalida