Por la noche hago una videollamada con Claudia, mi mejor amiga, mientras cocino algo de arroz para cenar.
—¿¡Cómo que vas a ser la esposa de tu jefe!? —repite Claudia, sus ojos abiertos llenan la pantalla de mi teléfono.
—¡Su falsa esposa! —aclaro rápidamente, agitando la cuchara de madera como si pudiera dispersar la sorpresa—. Mira, lo que menos me importa es eso, yo solo quiero vacaciones… Estoy cansada del trabajo y de lo monótona que es mi vida. Además, tampoco va a ser tan difícil, ni siquiera tengo que darle besos ni dormir con él.
Claudia ladea la cabeza, con expresión incrédula.
—Pero ¿no te parece raro que te haya elegido a ti?
—No, me dijo que es porque soy la única soltera y sin hijos de la empresa, y es cierto. También está Elena, la otra soltera, pero ya tiene sesenta años y dudo que quiera presentarle a alguien mayor a sus padres… —replico, revolviendo la comida con la cuchara de madera. Chasqueo la lengua al notar el arroz pegándose al fondo de la olla. El olor a quemado se mezcla con las especias—. En fin, ¿sabes lo único que me inquieta?
—¿Que siendo tan galán esté soltero? —pregunta Claudia, frunciendo el ceño. Niego con la cabeza.
—Quiero saber, ¿por qué les miente a sus padres? Digo, ¿cuánto tiempo estuvo mintiendo diciendo que tenía una relación cuando en realidad estaba soltero? —expreso, con las palabras corriendo en mis labios. Claudia hace una mueca pensativa y luego se encoge de hombros, su imagen se vuelve borrosa por la mala conexión.
—¿Será gay y sus padres unas personas de mente cerrada? —interroga.
Arqueo las cejas, sorprendida por la posibilidad. Siempre vi a Alejandro como alguien reservado, pero muy coqueto y claramente muy masculino. Sin embargo, podría ser que mi percepción falle, por algo siempre elijo mal a los hombres.
—¿Se enojará si le pregunto? —cuestiono, lo medito por un instante y suspiro—. Prefiero no arriesgarme, lo que falta es que lo ofenda y me deje sin vacaciones. Además, ¿qué es esto? ¿Una copia barata de Cincuenta sombras de Grey?
Claudia suelta una carcajada. Luego, hace una mueca burlona.
—Yo creo que te da miedo confirmar las sospechas y perder un crush…
—¿Un crush? —la interrumpo arrugando la nariz—. Para que sepas, es mi jefe, nunca lo vi con otros ojos… ¡Y además lo odio! Me parece muy arrogante y si acepté esta propuesta es solo…
—Por las vacaciones, sí —termina diciendo por mí—. ¿Ya armaste las maletas?
—Aún no, ni siquiera sé si aceptar, Clau.
Claudia entrecierra los ojos, cruzando los brazos frente a la pantalla.
—¿Cómo que no sabes si aceptar? ¡Me dijiste que ya confirmaste!
Me quedo callada, notando el leve hervor del arroz en la olla. En efecto, ya había aceptado, pero la idea de fingir una relación con Alejandro me tiene con los nervios a flor de piel. No me gusta la incertidumbre, y menos cuando se trata de un hombre que parece tener más secretos que una novela de suspenso.
—Acepté en mi cabeza, no se lo confirmé a él directamente, todavía tengo mis dudas. Es que estoy pensando cómo voy a manejarlo. Alejandro es tan… intimidante.
—¿Intimidante? ¿O estás diciendo que es tan guapo que te pone nerviosa?
—¡Claudia! —exclamo, rodando los ojos—. No es eso.
—Sí, claro, seguro que no —replica con una sonrisa burlona—. Bueno, yo digo que hagas las maletas, te pongas un buen bikini y te prepares para disfrutar de esas vacaciones. Si al final del viaje no descubres por qué está fingiendo, al menos tendrás un bronceado de envidia.
Miro la pantalla con una mezcla de resignación y diversión mientras Claudia me lanza un beso de despedida.
Suspirando, desconecto la llamada y empiezo a buscar mi ropa. Si bien no pienso demasiado en el motivo detrás de todo esto, no puedo evitar sentir que estoy entrando en un terreno desconocido. ¿Qué clase de hombre necesita una falsa esposa y por qué justo yo?
Reviso mi armario, pero pronto me doy cuenta de que no tengo idea de qué llevar. ¿Formal, casual, elegante? Decido que lo mejor será hablar directamente con Alejandro.
Al día siguiente, llego a la oficina un poco antes de lo habitual. Me siento nerviosa mientras espero que él llegue.
Sentada en mi escritorio, reviso los correos, pero no logro concentrarme. Miro el reloj, preguntándome cuánto falta para que Alejandro llegue, cuando, de repente, una voz detrás de mí me hace dar un respingo.
—¡Buenos días, Isabel! —exclama Lisa, con esa energía que parece tener siempre, incluso a primera hora.
Doy un brinco en mi silla, casi tirando el café que tengo en la mano.
—¡Lisa! Me asustaste.
—Perdón, no era mi intención —dice con una sonrisa traviesa, aunque no parece demasiado arrepentida—. Pero dime, ¿es verdad lo que dicen?
Frunzo el ceño, tratando de no parecer culpable.
—¿Qué cosa? —inquiero con tono temeroso. Si se enteraron, me muero.
—Lo de Alejandro. ¿Es cierto que te invitó a su boda?
La miro con expresión confundida.
—¿Boda?
—Sí, eso es lo que escuché. Ayer, cuando saliste de su oficina, alguien dijo que te había invitado a ser su dama de honor o algo así.
Me quedo boquiabierta, intentando procesar lo absurdo del rumor. Luego, no puedo evitar soltar una carcajada.
—Lisa, por favor. Si me hubiera invitado a su boda, lo primero que habría hecho sería renunciar. No me imagino organizando despedidas de soltero ni eligiendo centros de mesa con él. ¡Además ni la conozco a la novia como para ser su dama de honor!
Lisa se ríe también, llevándose una mano al pecho.
—Bueno, ¿entonces qué fue? Porque saliste de su oficina con una cara... ¡Vamos, no me digas que no pasó nada interesante!
Pienso rápido, intentando salir del paso sin revelar la verdad.
—Me pidió que lo ayude a elegir un regalo para sus padres —miento descaradamente—. Ya sabes, algo que demuestre que tiene buen gusto, pero que no sea demasiado ostentoso.
Lisa arquea una ceja, claramente intrigada.
—¿De verdad? ¿Y qué le sugeriste?
—Un... bonsái —improviso, intentando sonar convincente—. Elegante, simbólico y fácil de cuidar.
—Un bonsái, claro —dice, entrecerrando los ojos con una sonrisa burlona—. Ahora todo tiene sentido.
Antes de que pueda responder, el ruido de la puerta abriéndose nos hace girar la cabeza. Alejandro entra con su habitual porte impecable, asintiendo brevemente a los empleados que lo saludan. Lisa se despide con un gesto y vuelve a su lugar, pero no sin antes susurrar:
—Espero que ese bonsái tenga mejor suerte que las plantas que intento cuidar.
Suspiro aliviada cuando se aleja, aunque su comentario me arranca una sonrisa. Recojo mis cosas y me dirijo a la oficina de Alejandro, lista para preguntarle sobre el código de vestimenta para nuestra inusual aventura. ¿Quién diría que mentir sobre un bonsái sería el menor de mis problemas esta semana?
—Buenos días, Alejandro. Quería confirmar que acepto tu propuesta —digo, tratando de sonar segura—. Pero... no estoy muy segura de qué debo llevar. No sé muy bien dónde es el lugar, ni como es el clima…
Alejandro levanta la vista de sus papeles y me mira con una sonrisa deslumbrante, algo que jamás había visto, y admito que me impresiona su dentadura perfecta.
—Buenos días, Isabel. Me alegra que hayas decidido acompañarme. No te preocupes, te enviaré una lista con todo lo necesario para el viaje. Básicamente, necesitarás ropa cómoda, algo elegante para las cenas y, por supuesto, un traje de baño —añade con tono desinteresado—. Te daré dinero para que vayas de compras.
—¿Cómo? —inquiero, sorprendida—. No, por favor, no es necesario…
—Sí, lo es —me interrumpe con firmeza, sin mostrar rastro de duda—. No quiero que tengas que preocuparte por nada. Además, ya que es mi invitación, me encargaré de que tengas todo lo que necesites. No quiero que te falte nada.
Me quedo sin palabras, no suelo recibir este tipo de ofrecimientos, mucho menos de mi jefe. Por un momento, no sé si debo sentirme incómoda o agradecida.
—Está bien, si insistes —respondo finalmente, tratando de sonar tranquila, aunque no puedo evitar que una pequeña duda se cuele en mi mente. ¿Por qué todo esto parece tan… fuera de lugar?
—Perfecto —dice, levantándose de su escritorio y acercándose a la puerta—. Entonces, en cuanto terminemos aquí, pasemos a la parte más importante: preparar las maletas. El vuelo sale mañana por la mañana.
Alejandro abre la puerta de su oficina y da un par de pasos hacia la recepción, donde varios empleados están ocupados en sus tareas. Su tono, como siempre, es claro y autoritario, llamando la atención de todos al instante.
—Buenos días a todos. Necesito un minuto de su tiempo —anuncia, y las conversaciones cesan. Incluso los teclados dejan de sonar—. A partir de mañana y durante dos semanas, estaré fuera de la oficina por un viaje de negocios. Mientras tanto, Elena quedará a cargo. Confío en que seguirán trabajando con la misma eficiencia de siempre.
Las miradas se cruzan en el lugar; es raro que Alejandro deje la oficina, y más aún que informe de ello de manera tan abierta. Antes de que pueda decir algo más, Alejandro gira ligeramente hacia mí y añade:
—Isabel me acompañará en este viaje, por lo que cualquier asunto relacionado con su área, también pueden canalizarlo a través de Elena.
Un murmullo suave se extiende por la sala, acompañado de unas cuantas miradas curiosas dirigidas a mí. Trago saliva, sintiendo un calor incómodo subir por mi cuello.
—Viaje de negocios, ¿eh? —susurra Lisa a mi lado. Sus ojos brillan con una mezcla de picardía e interrogación. Luego, arquea una ceja y, con una sonrisa divertida, añade—: ¿No que le habías dicho lo del bonsái?
—Lisa, no empieces —le murmuro entre dientes, fulminándola con la mirada mientras intento no atragantarme con mi propia saliva.
Pero ella solo se encoge de hombros y sonríe inocentemente, como si no hubiera soltado semejante comentario. Mientras tanto, Alejandro, ajeno a nuestro intercambio, continúa dando indicaciones a los empleados, con la misma calma y seguridad de siempre. Su voz resuena en la oficina, marcando claramente sus expectativas y dejando poco margen para la interpretación.
«Genial», pienso para mis adentros. Si los rumores no estaban corriendo antes, seguro que ahora lo harán.
Llego a casa después del día agotador y me dejo caer en el sofá con una taza de té caliente en las manos. Mientras soplo la superficie del líquido para enfriarlo un poco, enciendo la computadora y abro mi cuenta bancaria para verificar el saldo antes de planear las compras que Alejandro sugirió.Cuando veo la cifra en pantalla, casi se me sale el corazón por la boca. Parpadeo, me froto los ojos y miro de nuevo, pero los números siguen ahí. En un acto reflejo, doy un sorbo al té y termino atragantándome. Comienzo a toser mientras intento procesar lo que estoy viendo.—¡¿Qué demonios?! —exclamo, dejando la taza a un lado mientras me llevo una mano al pecho.La transferencia reciente, con el concepto "Fondo para el viaje", ha añadido una suma tan ridícula a mi cuenta que parece irreal. Marco el número de Claudia casi sin pensarlo.—¿Qué pasa ahora, futura esposa de mentira? —me saluda con tono burlón.—¡Clau, me transfirió una fortuna! —le digo, caminando de un lado a otro como si el mov
No pude pegar un ojo en toda la noche, así que, cuando suena el despertador, simplemente lo apago y salto de la cama como si tuviera un resorte en el trasero. Hoy es el gran día, aunque todavía no entiendo cómo es que llegué a esta situación. ¿Realmente está pasando o solo es un sueño? Todo se siente extraño e irreal, como si estuviera flotando en una nebulosa. Viaje de ensueño gratis, vacaciones en una isla paradisíaca, todo a cambio de fingir ser la mujer de mi jefe. No, debo estar alucinando. Pero después de tomar una taza cargada de café, darme una ducha y pellizcarme un poco, me doy cuenta de que está sucediendo. De verdad acepté este trato. ¡Estoy loca!La idea de llamar a Alejandro y echarme atrás aparece en mi mente de una manera tentadora, pero no puedo. Necesito este viaje, el dinero y, para ser sincera, tampoco quiero enfrentar el horror de devolver todo lo que compré ayer. Así que, resignada, pido un taxi y dejo que el destino haga el resto. El conductor me ayuda a guardar
—Llegamos —dice una voz muy cerca de mi oído.En cuanto abro los ojos, me encuentro con el rostro de Alejandro a centímetros del mío, lo cual me hace sobresaltar. Él se da cuenta de nuestra cercanía y se aleja con rapidez y de manera un poco torpe.La madrugada nos recibe con una leve frescura cuando finalmente aterrizamos en Isla Nube. Me ayuda a bajar los últimos escalones del avión privado y una brisa suave acaricia mi rostro, trayendo consigo un aroma salino que me hace anticipar la cercanía del mar. La emoción y el cansancio se mezclan en mis sentimientos mientras nos adentramos en esta tierra desconocida.Alejandro me guía a través del pequeño aeropuerto de la isla, donde somos recibidos por un personal amable que nos ofrece bebidas refrescantes y toallas húmedas que acepto sin dudas.La atmósfera es tranquila y relajada, y siento cómo la tensión se disipa gradualmente de mis hombros con el primer trago a la bebida, la cual distingo que tiene ron y toques frutales. El personal n
Me siento en la cama con las piernas cruzadas y el guion de Alejandro extendido frente a mí. Las hojas están llenas de detalles meticulosamente organizados: nombres, fechas y anécdotas falsas sobre nuestra supuesta relación.Repaso con atención cada punto. Nos conocimos en un café donde, torpemente, le derramé café en la camisa. Frunzo el ceño. «¿No pudo inventar algo más original?» Paso la página. Nuestra primera cita fue en un restaurante de comida italiana, donde descubrimos que ambos odiamos las aceitunas. Al menos ese detalle es cierto, porque yo las detesto con todo mi ser.Sigo leyendo. Me propuso matrimonio en la terraza de su departamento, con velas y una vista espectacular de la ciudad.—Qué cursi… —murmuro entre dientes.Desde su cama improvisada, es decir, el sofá, Alejandro resopla.—Deja de quejarte y estúdialo bien. No quiero que mi madre te haga una pregunta y quedemos en evidencia.Le saco la lengua sin mirarlo y continúo repasando la información. Intento memorizar lo
El sol brilla con fuerza sobre nuestras cabezas mientras Alejandro y yo nos preparamos para el encuentro con sus padres. La brisa del mar es agradable, pero no lo suficiente como para calmar mi creciente ansiedad.—¿Segura de que estás lista para esto? —pregunta Alejandro, con esa sonrisa confiada que tanto me irrita.Me miro de arriba abajo, ajustando los tirantes de mi vestido floreado. Mi estómago se retuerce.—Lista no es la palabra que usaría —murmuro—. Creo que en cualquier momento voy a vomitar.Él suelta una breve carcajada y me observa con diversión.—No me hagas eso. Lo último que necesito es que mi “esposa” vomite en la entrada de la casa de mis padres. No sería una gran primera impresión.Le lanzo una mirada asesina.—Qué tierno, realmente te preocupas por mí.—Solo por tu capacidad de actuar —replica con fingida inocencia—. Pero en serio, tranquila. Mis padres son buena gente. Un poco intensos, sí, pero no muerden.Resoplo.—Eso dices tú. ¿Cuántas veces has llevado a una
Después del almuerzo, cuando creo que lo peor ha pasado, María se levanta con entusiasmo y aplaude suavemente.—¡Es hora de ver fotos!Siento que la sangre se me congela.Alejandro, que estaba bebiendo lo que parecía ser su segunda copa de vino, se atraganta y deja la copa con un golpe seco sobre la mesa.—Mamá, no creo que haga falta…—¡Por supuesto que sí! —lo interrumpe María con una sonrisa de satisfacción—. Isabel tiene que ver cómo eras de niño.—No creo que le interese.—Oh, claro que sí —digo, apoyando la barbilla en mi mano con fingida inocencia—. Me encantaría ver cada detalle de tu infancia.Alejandro me lanza una mirada asesina. Yo le devuelvo la sonrisa más dulce que tengo.Carlos se levanta y se dirige a una estantería donde saca varios álbumes de fotos gastados por el tiempo. Nos movemos a la sala y nos acomodamos en los sofás, mientras él coloca los álbumes sobre la mesa de centro con el mismo cuidado con el que se manejaría un tesoro familiar.—Aquí tenemos una colecc
Apenas llegamos al hotel, nos dirigimos a la boutique de regalos en busca de algo que sirva como vestido.—¿Esto cuenta como un vestido de novia? —pregunta Alejandro, sosteniendo un pareo blanco.Le lanzo una mirada fulminante.—Si quieres que parezca que me casé en la playa, borracha y en bikini, sí, perfecto.Sigo revisando hasta que encuentro un vestido blanco sencillo, de tela fluida. No es un vestido de novia como tal, pero podría serlo.—Bien, esto sirve. Ahora necesito un ramo.Alejandro levanta una ceja.—No vas a encontrar un ramo en una tienda de souvenirs —expresa.—Déjamelo a mí.Salimos de la tienda con mi vestido y nos dirigimos al jardín del hotel. Miro alrededor y localizo unos arbustos con flores blancas. Me dirijo hacia allí y me fijo de que no haya nadie cerca vigilando.—Isabel… —Alejandro me observa con incredulidad cuando empiezo a arrancar flores—. ¿Estás robando flores?—No es robo, es préstamo floral —respondo, armando un improvisado ramo con las mejores flore
El aire dentro del hotel se siente más denso cuando Alejandro y yo entramos en el ascensor. Caminamos en silencio hasta nuestra suite, cada uno sumido en sus pensamientos sobre la catástrofe que acabamos de crear. Apenas cruzamos la puerta, suelto un largo suspiro y me dejo caer en el sillón, mientras Alejandro se apoya contra la pared con los brazos cruzados.—A ver si entendí bien —digo, masajeándome las sienes con frustración—. Ahora no solo tuvimos que fingir una boda, sino que también tenemos que inventar una fiesta de recepción con invitados, baile y torta incluida.—Básicamente —murmura Alejandro, pasándose una mano por la cara con evidente cansancio.Levanto la cabeza y lo miro con incredulidad.—¿Y cómo diablos se supone que vamos a hacer eso? —pregunto, gesticulando con las manos.Él suspira, dejando caer los brazos a los costados.—No lo sé, Isa. ¿Crees que tengo experiencia en bodas falsas? —responde con sarcasmo.Me cruzo de brazos y lo observo con los ojos entrecerrados,