Después del almuerzo, cuando creo que lo peor ha pasado, María se levanta con entusiasmo y aplaude suavemente.—¡Es hora de ver fotos!Siento que la sangre se me congela.Alejandro, que estaba bebiendo lo que parecía ser su segunda copa de vino, se atraganta y deja la copa con un golpe seco sobre la mesa.—Mamá, no creo que haga falta…—¡Por supuesto que sí! —lo interrumpe María con una sonrisa de satisfacción—. Isabel tiene que ver cómo eras de niño.—No creo que le interese.—Oh, claro que sí —digo, apoyando la barbilla en mi mano con fingida inocencia—. Me encantaría ver cada detalle de tu infancia.Alejandro me lanza una mirada asesina. Yo le devuelvo la sonrisa más dulce que tengo.Carlos se levanta y se dirige a una estantería donde saca varios álbumes de fotos gastados por el tiempo. Nos movemos a la sala y nos acomodamos en los sofás, mientras él coloca los álbumes sobre la mesa de centro con el mismo cuidado con el que se manejaría un tesoro familiar.—Aquí tenemos una colecc
Apenas llegamos al hotel, nos dirigimos a la boutique de regalos en busca de algo que sirva como vestido.—¿Esto cuenta como un vestido de novia? —pregunta Alejandro, sosteniendo un pareo blanco.Le lanzo una mirada fulminante.—Si quieres que parezca que me casé en la playa, borracha y en bikini, sí, perfecto.Sigo revisando hasta que encuentro un vestido blanco sencillo, de tela fluida. No es un vestido de novia como tal, pero podría serlo.—Bien, esto sirve. Ahora necesito un ramo.Alejandro levanta una ceja.—No vas a encontrar un ramo en una tienda de souvenirs —expresa.—Déjamelo a mí.Salimos de la tienda con mi vestido y nos dirigimos al jardín del hotel. Miro alrededor y localizo unos arbustos con flores blancas. Me dirijo hacia allí y me fijo de que no haya nadie cerca vigilando.—Isabel… —Alejandro me observa con incredulidad cuando empiezo a arrancar flores—. ¿Estás robando flores?—No es robo, es préstamo floral —respondo, armando un improvisado ramo con las mejores flore
El aire dentro del hotel se siente más denso cuando Alejandro y yo entramos en el ascensor. Caminamos en silencio hasta nuestra suite, cada uno sumido en sus pensamientos sobre la catástrofe que acabamos de crear. Apenas cruzamos la puerta, suelto un largo suspiro y me dejo caer en el sillón, mientras Alejandro se apoya contra la pared con los brazos cruzados.—A ver si entendí bien —digo, masajeándome las sienes con frustración—. Ahora no solo tuvimos que fingir una boda, sino que también tenemos que inventar una fiesta de recepción con invitados, baile y torta incluida.—Básicamente —murmura Alejandro, pasándose una mano por la cara con evidente cansancio.Levanto la cabeza y lo miro con incredulidad.—¿Y cómo diablos se supone que vamos a hacer eso? —pregunto, gesticulando con las manos.Él suspira, dejando caer los brazos a los costados.—No lo sé, Isa. ¿Crees que tengo experiencia en bodas falsas? —responde con sarcasmo.Me cruzo de brazos y lo observo con los ojos entrecerrados,
Antes de que podamos siquiera recuperar el aliento, el turista se levanta con una calma irritante y se acerca a nosotros con paso seguro, sosteniendo su copa de vino con la tranquilidad de quien acaba de ver el mejor espectáculo de la noche.—Bien jugado, pareja —dice con una media sonrisa, alzando su copa en un brindis imaginario—. Su química en la pista fue impresionante.Alejandro y yo le dirigimos miradas idénticas de desconfianza.—¿Qué quieres ahora? —pregunta Alejandro, con voz cansada.El hombre rueda los ojos con fingida indignación y se sienta en la silla vacía junto a nosotros, sin siquiera pedir permiso.—Por favor, no sean tan paranoicos. No quiero nada raro —asegura con tono despreocupado, apoyando su copa sobre la mesa—. Solo quería decirles que pueden confiar en mí.Alejandro entrecierra los ojos, observándolo con cautela.—¿Por qué confiaríamos en ti? —le pregunta.El turista suspira con dramatismo y se encoge de hombros.—Porque me voy mañana —responde con naturalida
El sonido del oleaje llega amortiguado a mis oídos, acompañado por la brisa marina que se cuela entre las cortinas blancas de la habitación. Un cálido resplandor dorado ilumina el techo y, poco a poco, mis sentidos comienzan a activarse.Parpadeo lentamente, sintiendo la suave tela de las sábanas contra mi piel mientras mi estiro para tratar de quitarme la pereza. No sé qué hora es, pero a juzgar por la luz, ya es bastante tarde.Entonces, la primera imagen de la noche anterior cruza mi mente.El trencito de borrachos. Mi propio grito de emoción cuando arrastré a Alejandro a la pista de baile. Las risas de Julián grabándonos como si fuéramos una pareja de recién casados de verdad.El brindis exagerado, la ronda de shots que definitivamente no necesitábamos y, por supuesto, la mirada de absoluta derrota de Alejandro cuando se dio cuenta de que no solo habíamos pasado la noche en un bar, sino que ahora teníamos más pruebas de nuestra farsa matrimonial de las que jamás imaginamos.La ris
El sol nos cubre mientras caminamos en silencio hacia la playa. La brisa marina no es suficiente para contrarrestar el calor sofocante, y yo, con mi bikini —uno bastante decente, porque ni loca me iba a poner la micro que Claudia insistió en que comprara—, ya estoy sintiendo cómo el sol calienta cada centímetro de mi piel expuesta.Por eso, cuando miro de reojo a Alejandro, que va a mi lado vistiendo una camisa blanca perfectamente abotonada y un short beige, solo puedo preguntarme cómo demonios no se está derritiendo.—¿No tienes calor? —pregunto con incredulidad, observándolo de arriba abajo.—No —contesta sin mirarme.Frunzo el ceño.—¿Nada? —insisto.—Nada.Miro mi propio cuerpo, donde ya noto el leve brillo del sudor en mi piel, y luego vuelvo a mirarlo a él, impecable, con la tela de su camisa apenas ondeando con la brisa marina.—¿Eres humano? —quiero saber, mirándolo como si fuera un bicho raro.Alejandro sonríe de lado y sigue caminando sin responder.Finalmente, encontramos
La caminata por la playa se siente como una misión de alto riesgo. Con cada paso, María y Carlos nos bombardean con preguntas, y aunque Alejandro responde con su usual calma, puedo notar que está tenso. Yo, por mi parte, intento mantener la compostura, pero es difícil cuando sé que en cualquier momento pueden hacer una pregunta que nos delate.—Y dime, Isabel —dice María con una sonrisa encantadora—, ¿qué fue lo que más te enamoró de mi hijo?Mis pies se hunden un poco en la arena, y aunque el sol brilla con fuerza, de repente siento un frío repentino.Alejandro me lanza una mirada fugaz, como si estuviera esperando mi respuesta con la misma curiosidad que su madre.—Eh… bueno. —Tomo aire, recordando el guion mental que habíamos repasado—. Su dedicación, su inteligencia… y que es muy comprometido con lo que hace.María asiente, aparentemente satisfecha con mi respuesta.—Oh, sí, siempre ha sido así. Desde pequeño, Alejandro nunca hacía nada a medias.Carlos sonríe con nostalgia y de r
—Bueno, ya caminamos suficiente. Creo que es un buen momento para sentarnos a tomar algo, ¿no creen? —dice el padre de Alejandro deteniéndose de golpe, con tono entusiasmado.María asiente con energía y nos mira a Alejandro y a mí con una sonrisa cálida.—Sí, vengan, hay un bar muy lindo justo aquí cerca.Alejandro y yo intercambiamos una mirada. Sé que él preferiría seguir caminando hasta perderse en la selva antes que compartir más historias embarazosas, pero negar una invitación de su madre parece una batalla perdida.—Vamos —dice finalmente, resignado.Nos dirigimos a un bar al aire libre con mesas de madera rústica y luces colgantes que tintinean con la brisa. El sonido de las olas rompiendo en la orilla y la música suave crean una atmósfera relajante, casi placentera.—Yo invito la primera ronda —anuncia Carlos, sentándose con una expresión satisfecha—. Hoy es una ocasión especial.—¿Lo es? —pregunta Alejandro con escepticismo, acomodándose en la silla frente a mí.—Por supuesto