Capítulo 4

No pude pegar un ojo en toda la noche, así que, cuando suena el despertador, simplemente lo apago y salto de la cama como si tuviera un resorte en el trasero. Hoy es el gran día, aunque todavía no entiendo cómo es que llegué a esta situación. ¿Realmente está pasando o solo es un sueño? Todo se siente extraño e irreal, como si estuviera flotando en una nebulosa. Viaje de ensueño gratis, vacaciones en una isla paradisíaca, todo a cambio de fingir ser la mujer de mi jefe. No, debo estar alucinando. Pero después de tomar una taza cargada de café, darme una ducha y pellizcarme un poco, me doy cuenta de que está sucediendo. De verdad acepté este trato. ¡Estoy loca!

La idea de llamar a Alejandro y echarme atrás aparece en mi mente de una manera tentadora, pero no puedo. Necesito este viaje, el dinero y, para ser sincera, tampoco quiero enfrentar el horror de devolver todo lo que compré ayer. Así que, resignada, pido un taxi y dejo que el destino haga el resto. El conductor me ayuda a guardar el equipaje en el baúl y suspiro cuando entro al coche y arranca. «Ya está, no hay marcha atrás», pienso, cerrando los ojos. Me habré quedado dormida en el viaje, porque el señor me despierta sacudiéndome por los hombros.

—¡Señora, llegamos! —grita en mi rostro, haciéndome saltar del susto.

Me enderezo con rapidez y me aclaro la voz.

—Lo siento, me dormí —murmuro con tono avergonzado—. Tome, quédese con el cambio —agrego, dándole unos billetes.

Me mira con curiosidad mientras me ayuda a bajar mi equipaje y me saluda con un breve asentimiento antes de irse.

Antes de que pueda reaccionar, veo a Alejandro apoyado contra su auto con los brazos cruzados. Su expresión es seria, pero sus ojos me recorren de arriba abajo como si estuviera evaluándome. Respiro hondo y camino hacia él, arrastrando mi maleta con algo más de fuerza de la necesaria.

—Llegas justo a tiempo —comenta sin preámbulos.

—Bueno, qué suerte, ¿no? —respondo con una sonrisa forzada.

Alejandro suspira y se pasa una mano por el cabello con gesto impaciente. Luego, sin decir más, me quita la maleta de las manos con facilidad y comienza a caminar.

—Vamos, no quiero perder más tiempo —ordena con voz neutra.

Ruedo los ojos, pero obedezco.

Con una mezcla de emoción y nerviosismo, caminamos por un aeropuerto vacío junto a Alejandro. A medida que nos acercamos, puedo sentir la adrenalina corriendo por mis venas, preguntándome qué me deparará esta nueva y extraña aventura. Lo miro de reojo, está igual de serio que yo, probablemente tan —o quizás más— ansioso que yo. Pasamos cinco minutos en silencio, caminando a paso lento y, a mi parecer, bastante alejados el uno del otro. Tengo que admitir que esta situación se me está haciendo cada vez más incómoda y hasta me dan ganas de salir corriendo, de pedirle ayuda a Claudia o de rezar para que alguna fuerza del más allá me ayude a escapar.

Comenzamos a caminar por un pasillo estrecho, vuelvo a observar a mi jefe y su expresión seria le dio paso a una sonrisa enigmática, lo que me intriga aún más sobre lo que ha planeado para este viaje y el motivo de su mentira. Dejando a un lado mis dudas, intentando dejar de sobrepensar un poco, sigo sus pasos hacia una sección exclusiva y privada del aeropuerto, donde un majestuoso avión nos espera en la pista.

Mis ojos se abren de una manera descomunal al ver la imponente aeronave. No puedo creer lo que tengo frente a mí: un avión privado. ¡Es la primera vez que voy a volar en uno! Y probablemente la última. Mi corazón late con fuerza mientras sigo a Alejandro hacia la entrada del avión. Al cruzar la puerta, quedo sorprendida por el interior lujoso y elegante que me recibe.

Las paredes están decoradas con tonos suaves y elegantes, y los asientos de cuero color crema parecen increíblemente cómodos. Un suave aroma a vainilla impregna el ambiente, creando una atmósfera relajante. La iluminación tenue y las luces LED en el techo le dan al avión un toque sofisticado.

—¿Un avión privado? —interrogo sin poder ocultar mi asombro. Sé que es bastante obvio, pero necesito confirmarlo con palabras.

—Sí, quería que este viaje fuera realmente especial —responde Alejandro con una chispa traviesa en sus ojos—. Mi familia tiene acceso a este avión privado y decidí utilizarlo para llevarnos a Isla Nube.

Apenas puedo creer lo que estoy escuchando. Es como si hubiera entrado en un cuento de hadas. Siento que estoy a punto de vivir una experiencia que solo veía en las películas y, como una romántica empedernida, tengo un poco de miedo porque sé los finales de este tipo de comedias románticas.

—Es... increíble —balbuceo, tratando de procesar toda esta información.

Mientras el avión comienza a despegar, me afianzo al asiento, sintiendo esa mezcla de inquietud y emoción una vez más. Desde la ventana, veo cómo el mundo conocido se aleja y nos adentramos en un cielo despejado. Alejandro se sienta junto a mí y me sonríe con una mezcla de emoción y miedo.

—Gracias por venir, me salvaste la vida —murmura.

Arqueo las cejas, esa confesión hace todo aún más misterioso. Abro la boca para hablar, pero me interrumpe.

—Isla Nube es un lugar mágico —me cuenta, manteniendo la intriga—. Es una isla privada ubicada en el corazón de Centroamérica. Su nombre proviene de la constante presencia de suaves nubes blancas que rodean la isla, creando un ambiente místico y acogedor.

Sus palabras me transportan mentalmente a ese lugar paradisíaco. Imagino las playas de arena blanca y el agua cristalina. Me pregunto cómo será la vida en esa isla única y exclusiva.

—En Isla Nube, vas a encontrar una exuberante vegetación tropical, rica en flora y fauna. Hay una gran diversidad de especies, desde aves exóticas hasta una variedad de animales marinos que habitan sus arrecifes de coral —continúa Alejandro, describiendo el paraíso que nos espera—. También vas a tener acceso a todo tipo de actividades acuáticas, desde buceo hasta paseos en yate alrededor de la isla.

Me siento abrumada por todas las posibilidades que ofrece este lugar. Parece que Isla Nube tiene todo lo que uno podría desear para unas vacaciones perfectas.

—Es increíble —repito, esta vez con un toque de asombro en mi voz—. Aunque parece que lo estás leyendo de un folleto.

Suelta una carcajada y saca un papel de su bolsillo. En efecto, yo estaba en lo cierto. Tomo el folleto con una sonrisa y miro las imágenes de lo que dijo anteriormente, las arenas blancas, los arrecifes, la comida…

—Y lo mejor de todo es que, al ser una isla privada, vamos a estar a salvo de miradas indiscretas, lo que nos va a permitir mantener nuestra farsa con total privacidad —añade con un guiño, recordándome la razón por la cual estamos acá. Luego vuelve a ponerse serio—. Aunque, conociendo a mis padres, sé que no van a dejarnos un minuto en paz.

—¿Puedo saber la razón por la que estás haciendo esto? —quiero saber.

—Porque, si no lo hago, voy a perder mi empresa —admite finalmente, con un tono más bajo y una expresión sombría que nunca antes le había visto.

Mi curiosidad se enciende al instante, pero antes de que pueda preguntar, Alejandro exhala con cansancio y se pasa una mano por el rostro, como si estuviera debatiéndose entre hablar o guardarse la verdad. Finalmente, deja caer la cabeza contra el respaldo del asiento y su mirada se pierde en la ventanilla, observando las nubes como si en ellas estuviera la respuesta a todos sus problemas.

—Mis padres creen que un hombre casado es más confiable, más estable. Han construido su empresa desde cero y, cuando permitieron que creara mi propia agencia, pusieron una condición: que sentara cabeza, que demostrara que puedo manejar mi vida personal tanto como los negocios. —Hace una pausa y suelta una risa sin humor—. Les dije que el matrimonio no define la capacidad de alguien para dirigir una empresa, pero para ellos sí. Entonces, si no me caso antes de cumplir los cuatro años como jefe, tengo que dirigir la empresa de mi padre, y no deseo eso. Así que, si quiero mantener lo que me costó años construir, no tengo opción.

Lo miro fijamente, procesando sus palabras. Alejandro siempre me pareció alguien frío y calculador, pero en este momento parece más humano que nunca. Hay algo en su voz, en la forma en que su mandíbula se tensa y sus dedos juegan distraídamente con el borde del reposabrazos, que me dice que este no es solo un problema de negocios.

—No pensé que fuera tan importante para ti… —comento en voz baja.

Él deja escapar un suspiro y se gira hacia mí, con una expresión cansada.

—Lo es. No porque me importe la maldita tradición, sino porque esta empresa es lo único que realmente me pertenece. Lo único que he construido por mi cuenta. No quiero que me lo arrebaten solo porque no encajo en la imagen que ellos quieren.

Me quedo en silencio, asimilando sus palabras. Ahora todo tiene más sentido. No se trata solo de una mentira para evitar el drama familiar, sino de una lucha por lo que considera suyo. Y, de alguna manera, su miedo a perderlo todo lo hace ver menos imponente, menos ese jefe imperturbable y más… real.

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