No pude pegar un ojo en toda la noche, así que, cuando suena el despertador, simplemente lo apago y salto de la cama como si tuviera un resorte en el trasero. Hoy es el gran día, aunque todavía no entiendo cómo es que llegué a esta situación. ¿Realmente está pasando o solo es un sueño? Todo se siente extraño e irreal, como si estuviera flotando en una nebulosa. Viaje de ensueño gratis, vacaciones en una isla paradisíaca, todo a cambio de fingir ser la mujer de mi jefe. No, debo estar alucinando. Pero después de tomar una taza cargada de café, darme una ducha y pellizcarme un poco, me doy cuenta de que está sucediendo. De verdad acepté este trato. ¡Estoy loca!
La idea de llamar a Alejandro y echarme atrás aparece en mi mente de una manera tentadora, pero no puedo. Necesito este viaje, el dinero y, para ser sincera, tampoco quiero enfrentar el horror de devolver todo lo que compré ayer. Así que, resignada, pido un taxi y dejo que el destino haga el resto. El conductor me ayuda a guardar el equipaje en el baúl y suspiro cuando entro al coche y arranca. «Ya está, no hay marcha atrás», pienso, cerrando los ojos. Me habré quedado dormida en el viaje, porque el señor me despierta sacudiéndome por los hombros.
—¡Señora, llegamos! —grita en mi rostro, haciéndome saltar del susto.
Me enderezo con rapidez y me aclaro la voz.
—Lo siento, me dormí —murmuro con tono avergonzado—. Tome, quédese con el cambio —agrego, dándole unos billetes.
Me mira con curiosidad mientras me ayuda a bajar mi equipaje y me saluda con un breve asentimiento antes de irse.
Antes de que pueda reaccionar, veo a Alejandro apoyado contra su auto con los brazos cruzados. Su expresión es seria, pero sus ojos me recorren de arriba abajo como si estuviera evaluándome. Respiro hondo y camino hacia él, arrastrando mi maleta con algo más de fuerza de la necesaria.
—Llegas justo a tiempo —comenta sin preámbulos.
—Bueno, qué suerte, ¿no? —respondo con una sonrisa forzada.
Alejandro suspira y se pasa una mano por el cabello con gesto impaciente. Luego, sin decir más, me quita la maleta de las manos con facilidad y comienza a caminar.
—Vamos, no quiero perder más tiempo —ordena con voz neutra.
Ruedo los ojos, pero obedezco.
Con una mezcla de emoción y nerviosismo, caminamos por un aeropuerto vacío junto a Alejandro. A medida que nos acercamos, puedo sentir la adrenalina corriendo por mis venas, preguntándome qué me deparará esta nueva y extraña aventura. Lo miro de reojo, está igual de serio que yo, probablemente tan —o quizás más— ansioso que yo. Pasamos cinco minutos en silencio, caminando a paso lento y, a mi parecer, bastante alejados el uno del otro. Tengo que admitir que esta situación se me está haciendo cada vez más incómoda y hasta me dan ganas de salir corriendo, de pedirle ayuda a Claudia o de rezar para que alguna fuerza del más allá me ayude a escapar.
Comenzamos a caminar por un pasillo estrecho, vuelvo a observar a mi jefe y su expresión seria le dio paso a una sonrisa enigmática, lo que me intriga aún más sobre lo que ha planeado para este viaje y el motivo de su mentira. Dejando a un lado mis dudas, intentando dejar de sobrepensar un poco, sigo sus pasos hacia una sección exclusiva y privada del aeropuerto, donde un majestuoso avión nos espera en la pista.
Mis ojos se abren de una manera descomunal al ver la imponente aeronave. No puedo creer lo que tengo frente a mí: un avión privado. ¡Es la primera vez que voy a volar en uno! Y probablemente la última. Mi corazón late con fuerza mientras sigo a Alejandro hacia la entrada del avión. Al cruzar la puerta, quedo sorprendida por el interior lujoso y elegante que me recibe.
Las paredes están decoradas con tonos suaves y elegantes, y los asientos de cuero color crema parecen increíblemente cómodos. Un suave aroma a vainilla impregna el ambiente, creando una atmósfera relajante. La iluminación tenue y las luces LED en el techo le dan al avión un toque sofisticado.
—¿Un avión privado? —interrogo sin poder ocultar mi asombro. Sé que es bastante obvio, pero necesito confirmarlo con palabras.
—Sí, quería que este viaje fuera realmente especial —responde Alejandro con una chispa traviesa en sus ojos—. Mi familia tiene acceso a este avión privado y decidí utilizarlo para llevarnos a Isla Nube.
Apenas puedo creer lo que estoy escuchando. Es como si hubiera entrado en un cuento de hadas. Siento que estoy a punto de vivir una experiencia que solo veía en las películas y, como una romántica empedernida, tengo un poco de miedo porque sé los finales de este tipo de comedias románticas.
—Es... increíble —balbuceo, tratando de procesar toda esta información.
Mientras el avión comienza a despegar, me afianzo al asiento, sintiendo esa mezcla de inquietud y emoción una vez más. Desde la ventana, veo cómo el mundo conocido se aleja y nos adentramos en un cielo despejado. Alejandro se sienta junto a mí y me sonríe con una mezcla de emoción y miedo.
—Gracias por venir, me salvaste la vida —murmura.
Arqueo las cejas, esa confesión hace todo aún más misterioso. Abro la boca para hablar, pero me interrumpe.
—Isla Nube es un lugar mágico —me cuenta, manteniendo la intriga—. Es una isla privada ubicada en el corazón de Centroamérica. Su nombre proviene de la constante presencia de suaves nubes blancas que rodean la isla, creando un ambiente místico y acogedor.
Sus palabras me transportan mentalmente a ese lugar paradisíaco. Imagino las playas de arena blanca y el agua cristalina. Me pregunto cómo será la vida en esa isla única y exclusiva.
—En Isla Nube, vas a encontrar una exuberante vegetación tropical, rica en flora y fauna. Hay una gran diversidad de especies, desde aves exóticas hasta una variedad de animales marinos que habitan sus arrecifes de coral —continúa Alejandro, describiendo el paraíso que nos espera—. También vas a tener acceso a todo tipo de actividades acuáticas, desde buceo hasta paseos en yate alrededor de la isla.
Me siento abrumada por todas las posibilidades que ofrece este lugar. Parece que Isla Nube tiene todo lo que uno podría desear para unas vacaciones perfectas.
—Es increíble —repito, esta vez con un toque de asombro en mi voz—. Aunque parece que lo estás leyendo de un folleto.
Suelta una carcajada y saca un papel de su bolsillo. En efecto, yo estaba en lo cierto. Tomo el folleto con una sonrisa y miro las imágenes de lo que dijo anteriormente, las arenas blancas, los arrecifes, la comida…
—Y lo mejor de todo es que, al ser una isla privada, vamos a estar a salvo de miradas indiscretas, lo que nos va a permitir mantener nuestra farsa con total privacidad —añade con un guiño, recordándome la razón por la cual estamos acá. Luego vuelve a ponerse serio—. Aunque, conociendo a mis padres, sé que no van a dejarnos un minuto en paz.
—¿Puedo saber la razón por la que estás haciendo esto? —quiero saber.
—Porque, si no lo hago, voy a perder mi empresa —admite finalmente, con un tono más bajo y una expresión sombría que nunca antes le había visto.
Mi curiosidad se enciende al instante, pero antes de que pueda preguntar, Alejandro exhala con cansancio y se pasa una mano por el rostro, como si estuviera debatiéndose entre hablar o guardarse la verdad. Finalmente, deja caer la cabeza contra el respaldo del asiento y su mirada se pierde en la ventanilla, observando las nubes como si en ellas estuviera la respuesta a todos sus problemas.
—Mis padres creen que un hombre casado es más confiable, más estable. Han construido su empresa desde cero y, cuando permitieron que creara mi propia agencia, pusieron una condición: que sentara cabeza, que demostrara que puedo manejar mi vida personal tanto como los negocios. —Hace una pausa y suelta una risa sin humor—. Les dije que el matrimonio no define la capacidad de alguien para dirigir una empresa, pero para ellos sí. Entonces, si no me caso antes de cumplir los cuatro años como jefe, tengo que dirigir la empresa de mi padre, y no deseo eso. Así que, si quiero mantener lo que me costó años construir, no tengo opción.
Lo miro fijamente, procesando sus palabras. Alejandro siempre me pareció alguien frío y calculador, pero en este momento parece más humano que nunca. Hay algo en su voz, en la forma en que su mandíbula se tensa y sus dedos juegan distraídamente con el borde del reposabrazos, que me dice que este no es solo un problema de negocios.
—No pensé que fuera tan importante para ti… —comento en voz baja.
Él deja escapar un suspiro y se gira hacia mí, con una expresión cansada.
—Lo es. No porque me importe la maldita tradición, sino porque esta empresa es lo único que realmente me pertenece. Lo único que he construido por mi cuenta. No quiero que me lo arrebaten solo porque no encajo en la imagen que ellos quieren.
Me quedo en silencio, asimilando sus palabras. Ahora todo tiene más sentido. No se trata solo de una mentira para evitar el drama familiar, sino de una lucha por lo que considera suyo. Y, de alguna manera, su miedo a perderlo todo lo hace ver menos imponente, menos ese jefe imperturbable y más… real.
—Llegamos —dice una voz muy cerca de mi oído.En cuanto abro los ojos, me encuentro con el rostro de Alejandro a centímetros del mío, lo cual me hace sobresaltar. Él se da cuenta de nuestra cercanía y se aleja con rapidez y de manera un poco torpe.La madrugada nos recibe con una leve frescura cuando finalmente aterrizamos en Isla Nube. Me ayuda a bajar los últimos escalones del avión privado y una brisa suave acaricia mi rostro, trayendo consigo un aroma salino que me hace anticipar la cercanía del mar. La emoción y el cansancio se mezclan en mis sentimientos mientras nos adentramos en esta tierra desconocida.Alejandro me guía a través del pequeño aeropuerto de la isla, donde somos recibidos por un personal amable que nos ofrece bebidas refrescantes y toallas húmedas que acepto sin dudas.La atmósfera es tranquila y relajada, y siento cómo la tensión se disipa gradualmente de mis hombros con el primer trago a la bebida, la cual distingo que tiene ron y toques frutales. El personal n
Me siento en la cama con las piernas cruzadas y el guion de Alejandro extendido frente a mí. Las hojas están llenas de detalles meticulosamente organizados: nombres, fechas y anécdotas falsas sobre nuestra supuesta relación.Repaso con atención cada punto. Nos conocimos en un café donde, torpemente, le derramé café en la camisa. Frunzo el ceño. «¿No pudo inventar algo más original?» Paso la página. Nuestra primera cita fue en un restaurante de comida italiana, donde descubrimos que ambos odiamos las aceitunas. Al menos ese detalle es cierto, porque yo las detesto con todo mi ser.Sigo leyendo. Me propuso matrimonio en la terraza de su departamento, con velas y una vista espectacular de la ciudad.—Qué cursi… —murmuro entre dientes.Desde su cama improvisada, es decir, el sofá, Alejandro resopla.—Deja de quejarte y estúdialo bien. No quiero que mi madre te haga una pregunta y quedemos en evidencia.Le saco la lengua sin mirarlo y continúo repasando la información. Intento memorizar lo
El sol brilla con fuerza sobre nuestras cabezas mientras Alejandro y yo nos preparamos para el encuentro con sus padres. La brisa del mar es agradable, pero no lo suficiente como para calmar mi creciente ansiedad.—¿Segura de que estás lista para esto? —pregunta Alejandro, con esa sonrisa confiada que tanto me irrita.Me miro de arriba abajo, ajustando los tirantes de mi vestido floreado. Mi estómago se retuerce.—Lista no es la palabra que usaría —murmuro—. Creo que en cualquier momento voy a vomitar.Él suelta una breve carcajada y me observa con diversión.—No me hagas eso. Lo último que necesito es que mi “esposa” vomite en la entrada de la casa de mis padres. No sería una gran primera impresión.Le lanzo una mirada asesina.—Qué tierno, realmente te preocupas por mí.—Solo por tu capacidad de actuar —replica con fingida inocencia—. Pero en serio, tranquila. Mis padres son buena gente. Un poco intensos, sí, pero no muerden.Resoplo.—Eso dices tú. ¿Cuántas veces has llevado a una
Después del almuerzo, cuando creo que lo peor ha pasado, María se levanta con entusiasmo y aplaude suavemente.—¡Es hora de ver fotos!Siento que la sangre se me congela.Alejandro, que estaba bebiendo lo que parecía ser su segunda copa de vino, se atraganta y deja la copa con un golpe seco sobre la mesa.—Mamá, no creo que haga falta…—¡Por supuesto que sí! —lo interrumpe María con una sonrisa de satisfacción—. Isabel tiene que ver cómo eras de niño.—No creo que le interese.—Oh, claro que sí —digo, apoyando la barbilla en mi mano con fingida inocencia—. Me encantaría ver cada detalle de tu infancia.Alejandro me lanza una mirada asesina. Yo le devuelvo la sonrisa más dulce que tengo.Carlos se levanta y se dirige a una estantería donde saca varios álbumes de fotos gastados por el tiempo. Nos movemos a la sala y nos acomodamos en los sofás, mientras él coloca los álbumes sobre la mesa de centro con el mismo cuidado con el que se manejaría un tesoro familiar.—Aquí tenemos una colecc
Apenas llegamos al hotel, nos dirigimos a la boutique de regalos en busca de algo que sirva como vestido.—¿Esto cuenta como un vestido de novia? —pregunta Alejandro, sosteniendo un pareo blanco.Le lanzo una mirada fulminante.—Si quieres que parezca que me casé en la playa, borracha y en bikini, sí, perfecto.Sigo revisando hasta que encuentro un vestido blanco sencillo, de tela fluida. No es un vestido de novia como tal, pero podría serlo.—Bien, esto sirve. Ahora necesito un ramo.Alejandro levanta una ceja.—No vas a encontrar un ramo en una tienda de souvenirs —expresa.—Déjamelo a mí.Salimos de la tienda con mi vestido y nos dirigimos al jardín del hotel. Miro alrededor y localizo unos arbustos con flores blancas. Me dirijo hacia allí y me fijo de que no haya nadie cerca vigilando.—Isabel… —Alejandro me observa con incredulidad cuando empiezo a arrancar flores—. ¿Estás robando flores?—No es robo, es préstamo floral —respondo, armando un improvisado ramo con las mejores flore
El aire dentro del hotel se siente más denso cuando Alejandro y yo entramos en el ascensor. Caminamos en silencio hasta nuestra suite, cada uno sumido en sus pensamientos sobre la catástrofe que acabamos de crear. Apenas cruzamos la puerta, suelto un largo suspiro y me dejo caer en el sillón, mientras Alejandro se apoya contra la pared con los brazos cruzados.—A ver si entendí bien —digo, masajeándome las sienes con frustración—. Ahora no solo tuvimos que fingir una boda, sino que también tenemos que inventar una fiesta de recepción con invitados, baile y torta incluida.—Básicamente —murmura Alejandro, pasándose una mano por la cara con evidente cansancio.Levanto la cabeza y lo miro con incredulidad.—¿Y cómo diablos se supone que vamos a hacer eso? —pregunto, gesticulando con las manos.Él suspira, dejando caer los brazos a los costados.—No lo sé, Isa. ¿Crees que tengo experiencia en bodas falsas? —responde con sarcasmo.Me cruzo de brazos y lo observo con los ojos entrecerrados,
Antes de que podamos siquiera recuperar el aliento, el turista se levanta con una calma irritante y se acerca a nosotros con paso seguro, sosteniendo su copa de vino con la tranquilidad de quien acaba de ver el mejor espectáculo de la noche.—Bien jugado, pareja —dice con una media sonrisa, alzando su copa en un brindis imaginario—. Su química en la pista fue impresionante.Alejandro y yo le dirigimos miradas idénticas de desconfianza.—¿Qué quieres ahora? —pregunta Alejandro, con voz cansada.El hombre rueda los ojos con fingida indignación y se sienta en la silla vacía junto a nosotros, sin siquiera pedir permiso.—Por favor, no sean tan paranoicos. No quiero nada raro —asegura con tono despreocupado, apoyando su copa sobre la mesa—. Solo quería decirles que pueden confiar en mí.Alejandro entrecierra los ojos, observándolo con cautela.—¿Por qué confiaríamos en ti? —le pregunta.El turista suspira con dramatismo y se encoge de hombros.—Porque me voy mañana —responde con naturalida
El sonido del oleaje llega amortiguado a mis oídos, acompañado por la brisa marina que se cuela entre las cortinas blancas de la habitación. Un cálido resplandor dorado ilumina el techo y, poco a poco, mis sentidos comienzan a activarse.Parpadeo lentamente, sintiendo la suave tela de las sábanas contra mi piel mientras mi estiro para tratar de quitarme la pereza. No sé qué hora es, pero a juzgar por la luz, ya es bastante tarde.Entonces, la primera imagen de la noche anterior cruza mi mente.El trencito de borrachos. Mi propio grito de emoción cuando arrastré a Alejandro a la pista de baile. Las risas de Julián grabándonos como si fuéramos una pareja de recién casados de verdad.El brindis exagerado, la ronda de shots que definitivamente no necesitábamos y, por supuesto, la mirada de absoluta derrota de Alejandro cuando se dio cuenta de que no solo habíamos pasado la noche en un bar, sino que ahora teníamos más pruebas de nuestra farsa matrimonial de las que jamás imaginamos.La ris