Capítulo 5

—Llegamos —dice una voz muy cerca de mi oído.

En cuanto abro los ojos, me encuentro con el rostro de Alejandro a centímetros del mío, lo cual me hace sobresaltar. Él se da cuenta de nuestra cercanía y se aleja con rapidez y de manera un poco torpe.

La madrugada nos recibe con una leve frescura cuando finalmente aterrizamos en Isla Nube. Me ayuda a bajar los últimos escalones del avión privado y una brisa suave acaricia mi rostro, trayendo consigo un aroma salino que me hace anticipar la cercanía del mar. La emoción y el cansancio se mezclan en mis sentimientos mientras nos adentramos en esta tierra desconocida.

Alejandro me guía a través del pequeño aeropuerto de la isla, donde somos recibidos por un personal amable que nos ofrece bebidas refrescantes y toallas húmedas que acepto sin dudas.

La atmósfera es tranquila y relajada, y siento cómo la tensión se disipa gradualmente de mis hombros con el primer trago a la bebida, la cual distingo que tiene ron y toques frutales. El personal nos explica los detalles sobre nuestra estadía y nos indica que un vehículo nos llevará a nuestro destino.

Mientras esperamos el coche, tomamos y le devuelvo el vaso vacío a la empleada junto a una sonrisa de agradecimiento. No es que esté borracha, pero ya siento el calor del alcohol fluyendo por mis venas.

Ya adentro del auto, mi jefe se aclara la garganta para romper el silencio incómodo y me observa con interés. Arqueo las cejas en respuesta a su mirada y saca una pequeña libreta del bolsillo de su pantalón.

—Hice un breve itinerario —anuncia. Contengo una carcajada, no es capaz de dejar el trabajo ni por un segundo—. Al llegar, vamos a descansar unas horas. Ni bien despertemos, vamos a almorzar y luego la primera visita a mis padres…

Traga saliva con incomodidad y yo trato de permanecer relajada, pero la verdad es que esa situación también me da un poco de pánico, por no decir bastante. Asiento con la cabeza e inspiro hondo.

—Perfecto —es lo único que puedo decir. Él esboza una pequeña sonrisa.

—Después de eso, vas a tener toda la tarde libre para ti y para que empieces a disfrutar las vacaciones —agrega.

Escuchar eso me relaja de repente, no debo olvidar que esto es un descanso, así que lo voy a tomar de esa manera. Conocer a sus padres es solo una excusa para disfrutar de este paraíso.

A través de la ventanilla, puedo ver los reflejos de la luna sobre el océano y, por un instante, me permito sentir que esto realmente es una luna de miel. Claro, una luna de miel falsa con mi jefe, quien en este momento parece estar más tenso que yo.

Cuando el vehículo se detiene frente al hotel, mis ojos se abren con asombro. Es un edificio elegante, con una arquitectura que combina la madera oscura con ventanales inmensos que reflejan la luz de las lámparas exteriores. En la entrada, un camino de piedras iluminado nos guía hasta la puerta principal, donde nos recibe un recepcionista con una sonrisa impecable.

Alejandro toma la delantera y se acerca al mostrador con su porte seguro de siempre.

—Buenas noches, tenemos una reserva a mi nombre —informa, deslizando su tarjeta de identificación sobre el mármol pulido.

El recepcionista teclea unos segundos y asiente.

—Sí, señor Monteverde. Tenemos su reserva lista. Suite nupcial, estadía de dos semanas.

Siento que la mandíbula se me desencaja.

—¿Perdón? —salta Alejandro antes de que yo pueda decir nada—. Debe haber un error, reservé dos habitaciones.

El recepcionista frunce el ceño y revisa la pantalla nuevamente.

—Lo lamento, señor, pero solo aparece una reserva registrada a su nombre. Suite nupcial con todas las comodidades.

Cierro los ojos y respiro hondo. Claro, porque si esto no podía ser más incómodo, ahora resulta que vamos a compartir la misma habitación.

—¿No hay otra disponible? —pregunta Alejandro con evidente fastidio.

El hombre revisa nuevamente y hace una mueca.

—El hotel está completamente reservado por la temporada. Podemos intentar reubicar su reserva en un par de días, pero por el momento, esta es la única opción disponible.

Alejandro pasa una mano por su rostro y se queda en silencio unos segundos. Sé que está analizando las posibilidades, pero la verdad es que no hay muchas. Finalmente, suelta un suspiro de resignación y se gira hacia mí.

—Supongo que no nos queda de otra —dice con voz grave.

Alzo las manos en señal de rendición.

—Mientras tenga una cama cómoda, no me quejo.

Él me lanza una mirada de advertencia, pero no dice nada. Claramente, este no es el tipo de imprevisto que estaba en su agenda.

El recepcionista, ajeno a la incomodidad del momento, nos entrega la llave con una sonrisa.

—Espero que disfruten su estancia, señor y señora Monteverde.

Siento un escalofrío al escuchar ese apellido pegado al mío, pero sonrío y tomo la llave con la mejor expresión de recién casada que puedo fingir. Alejandro me sigue hasta el ascensor en completo silencio.

Cuando las puertas se abren y entramos en la suite, me doy cuenta de que la situación es aún más… interesante.

La habitación es enorme, con ventanales que dan a una vista panorámica del mar. La decoración es elegante y romántica, con luces tenues, flores frescas sobre la mesa y hasta una botella de champagne esperándonos en una cubeta de hielo, pero el detalle más importante, el que hace que se me seque la boca, es la única cama enorme en el centro de la habitación, cubierta con un dosel blanco y pétalos de rosa esparcidos por encima.

—Esto… sí que es una suite nupcial —murmuro, sintiendo que me arde la cara.

Alejandro aprieta la mandíbula y se pasa la mano por la nuca.

—Voy a llamar a recepción para ver si pueden enviarme un catre o algo —dice, sacando su teléfono.

—Oh, vamos, no hace falta tanto escándalo. La cama es gigante, podemos dividir el espacio y ya. No es como si fuéramos a dormir abrazados ni nada —digo con sarcasmo.

Alejandro me mira con una ceja arqueada, pero al final suspira y asiente.

—Está bien, pero ni se te ocurra invadir mi lado.

—Lo mismo digo, jefe.

Él me observa por unos segundos, como si estuviera considerando responder algo más, pero en su lugar camina hacia su maleta y saca una carpeta gruesa.

—Aquí tienes.

Tomo la carpeta con curiosidad y la abro. En la primera página, en letras grandes y subrayadas, está escrito: Guion oficial – Alejandro e Isabel Monteverde.

—¿Qué es esto?

—Todo lo que necesitas saber sobre nuestra relación. Fechas importantes, nombres de mis padres, cómo nos conocimos, detalles de nuestra historia juntos. No quiero que te equivoques cuando ellos te pregunten.

Parpadeo un par de veces, sorprendida.

—¿De verdad hiciste un libreto de nuestra relación?

—Prefiero evitar errores.

Paso las páginas y veo información minuciosa:

Cómo nos conocimos: Café en la ciudad, ella me atendió y derramó café en mi camisa. (¿En serio?)

Primer viaje juntos: Fin de semana en la montaña. (No puedo creer que haya inventado esto con tanto detalle.)

Cómo me pidió matrimonio: Cena en la terraza de mi departamento, con velas y una vista panorámica. (Por favor…)

Levanto la mirada y lo observo con incredulidad.

—Esto es demasiado.

—No lo es. Si quieres que esto funcione, tienes que estudiarlo. No voy a arriesgarme a que mis padres noten que esto es falso.

Me dejo caer sobre la cama con el guion en la mano y suelto un suspiro.

—Bueno, supongo que tengo deberes antes de dormir.

Alejandro se masajea la sien y camina hacia el baño.

—Y, por favor, si te preguntan cómo nos conocimos, no improvises.

—¿Qué? ¿No te gusta mi versión de que nos encontramos en un accidente de tránsito y quedaste cautivado por mi valentía?

Cierra la puerta del baño sin responder.

Río para mis adentros y vuelvo a mirar el guion. Dos semanas. Dos semanas de esto.

Dios, ¿en qué me metí?

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