—Llegamos —dice una voz muy cerca de mi oído.
En cuanto abro los ojos, me encuentro con el rostro de Alejandro a centímetros del mío, lo cual me hace sobresaltar. Él se da cuenta de nuestra cercanía y se aleja con rapidez y de manera un poco torpe.
La madrugada nos recibe con una leve frescura cuando finalmente aterrizamos en Isla Nube. Me ayuda a bajar los últimos escalones del avión privado y una brisa suave acaricia mi rostro, trayendo consigo un aroma salino que me hace anticipar la cercanía del mar. La emoción y el cansancio se mezclan en mis sentimientos mientras nos adentramos en esta tierra desconocida.
Alejandro me guía a través del pequeño aeropuerto de la isla, donde somos recibidos por un personal amable que nos ofrece bebidas refrescantes y toallas húmedas que acepto sin dudas.
La atmósfera es tranquila y relajada, y siento cómo la tensión se disipa gradualmente de mis hombros con el primer trago a la bebida, la cual distingo que tiene ron y toques frutales. El personal nos explica los detalles sobre nuestra estadía y nos indica que un vehículo nos llevará a nuestro destino.
Mientras esperamos el coche, tomamos y le devuelvo el vaso vacío a la empleada junto a una sonrisa de agradecimiento. No es que esté borracha, pero ya siento el calor del alcohol fluyendo por mis venas.
Ya adentro del auto, mi jefe se aclara la garganta para romper el silencio incómodo y me observa con interés. Arqueo las cejas en respuesta a su mirada y saca una pequeña libreta del bolsillo de su pantalón.
—Hice un breve itinerario —anuncia. Contengo una carcajada, no es capaz de dejar el trabajo ni por un segundo—. Al llegar, vamos a descansar unas horas. Ni bien despertemos, vamos a almorzar y luego la primera visita a mis padres…
Traga saliva con incomodidad y yo trato de permanecer relajada, pero la verdad es que esa situación también me da un poco de pánico, por no decir bastante. Asiento con la cabeza e inspiro hondo.
—Perfecto —es lo único que puedo decir. Él esboza una pequeña sonrisa.
—Después de eso, vas a tener toda la tarde libre para ti y para que empieces a disfrutar las vacaciones —agrega.
Escuchar eso me relaja de repente, no debo olvidar que esto es un descanso, así que lo voy a tomar de esa manera. Conocer a sus padres es solo una excusa para disfrutar de este paraíso.
A través de la ventanilla, puedo ver los reflejos de la luna sobre el océano y, por un instante, me permito sentir que esto realmente es una luna de miel. Claro, una luna de miel falsa con mi jefe, quien en este momento parece estar más tenso que yo.
Cuando el vehículo se detiene frente al hotel, mis ojos se abren con asombro. Es un edificio elegante, con una arquitectura que combina la madera oscura con ventanales inmensos que reflejan la luz de las lámparas exteriores. En la entrada, un camino de piedras iluminado nos guía hasta la puerta principal, donde nos recibe un recepcionista con una sonrisa impecable.
Alejandro toma la delantera y se acerca al mostrador con su porte seguro de siempre.
—Buenas noches, tenemos una reserva a mi nombre —informa, deslizando su tarjeta de identificación sobre el mármol pulido.
El recepcionista teclea unos segundos y asiente.
—Sí, señor Monteverde. Tenemos su reserva lista. Suite nupcial, estadía de dos semanas.
Siento que la mandíbula se me desencaja.
—¿Perdón? —salta Alejandro antes de que yo pueda decir nada—. Debe haber un error, reservé dos habitaciones.
El recepcionista frunce el ceño y revisa la pantalla nuevamente.
—Lo lamento, señor, pero solo aparece una reserva registrada a su nombre. Suite nupcial con todas las comodidades.
Cierro los ojos y respiro hondo. Claro, porque si esto no podía ser más incómodo, ahora resulta que vamos a compartir la misma habitación.
—¿No hay otra disponible? —pregunta Alejandro con evidente fastidio.
El hombre revisa nuevamente y hace una mueca.
—El hotel está completamente reservado por la temporada. Podemos intentar reubicar su reserva en un par de días, pero por el momento, esta es la única opción disponible.
Alejandro pasa una mano por su rostro y se queda en silencio unos segundos. Sé que está analizando las posibilidades, pero la verdad es que no hay muchas. Finalmente, suelta un suspiro de resignación y se gira hacia mí.
—Supongo que no nos queda de otra —dice con voz grave.
Alzo las manos en señal de rendición.
—Mientras tenga una cama cómoda, no me quejo.
Él me lanza una mirada de advertencia, pero no dice nada. Claramente, este no es el tipo de imprevisto que estaba en su agenda.
El recepcionista, ajeno a la incomodidad del momento, nos entrega la llave con una sonrisa.
—Espero que disfruten su estancia, señor y señora Monteverde.
Siento un escalofrío al escuchar ese apellido pegado al mío, pero sonrío y tomo la llave con la mejor expresión de recién casada que puedo fingir. Alejandro me sigue hasta el ascensor en completo silencio.
Cuando las puertas se abren y entramos en la suite, me doy cuenta de que la situación es aún más… interesante.
La habitación es enorme, con ventanales que dan a una vista panorámica del mar. La decoración es elegante y romántica, con luces tenues, flores frescas sobre la mesa y hasta una botella de champagne esperándonos en una cubeta de hielo, pero el detalle más importante, el que hace que se me seque la boca, es la única cama enorme en el centro de la habitación, cubierta con un dosel blanco y pétalos de rosa esparcidos por encima.
—Esto… sí que es una suite nupcial —murmuro, sintiendo que me arde la cara.
Alejandro aprieta la mandíbula y se pasa la mano por la nuca.
—Voy a llamar a recepción para ver si pueden enviarme un catre o algo —dice, sacando su teléfono.
—Oh, vamos, no hace falta tanto escándalo. La cama es gigante, podemos dividir el espacio y ya. No es como si fuéramos a dormir abrazados ni nada —digo con sarcasmo.
Alejandro me mira con una ceja arqueada, pero al final suspira y asiente.
—Está bien, pero ni se te ocurra invadir mi lado.
—Lo mismo digo, jefe.
Él me observa por unos segundos, como si estuviera considerando responder algo más, pero en su lugar camina hacia su maleta y saca una carpeta gruesa.
—Aquí tienes.
Tomo la carpeta con curiosidad y la abro. En la primera página, en letras grandes y subrayadas, está escrito: Guion oficial – Alejandro e Isabel Monteverde.
—¿Qué es esto?
—Todo lo que necesitas saber sobre nuestra relación. Fechas importantes, nombres de mis padres, cómo nos conocimos, detalles de nuestra historia juntos. No quiero que te equivoques cuando ellos te pregunten.
Parpadeo un par de veces, sorprendida.
—¿De verdad hiciste un libreto de nuestra relación?
—Prefiero evitar errores.
Paso las páginas y veo información minuciosa:
Cómo nos conocimos: Café en la ciudad, ella me atendió y derramó café en mi camisa. (¿En serio?)
Primer viaje juntos: Fin de semana en la montaña. (No puedo creer que haya inventado esto con tanto detalle.)
Cómo me pidió matrimonio: Cena en la terraza de mi departamento, con velas y una vista panorámica. (Por favor…)
Levanto la mirada y lo observo con incredulidad.
—Esto es demasiado.
—No lo es. Si quieres que esto funcione, tienes que estudiarlo. No voy a arriesgarme a que mis padres noten que esto es falso.
Me dejo caer sobre la cama con el guion en la mano y suelto un suspiro.
—Bueno, supongo que tengo deberes antes de dormir.
Alejandro se masajea la sien y camina hacia el baño.
—Y, por favor, si te preguntan cómo nos conocimos, no improvises.
—¿Qué? ¿No te gusta mi versión de que nos encontramos en un accidente de tránsito y quedaste cautivado por mi valentía?
Cierra la puerta del baño sin responder.
Río para mis adentros y vuelvo a mirar el guion. Dos semanas. Dos semanas de esto.
Dios, ¿en qué me metí?
Me siento en la cama con las piernas cruzadas y el guion de Alejandro extendido frente a mí. Las hojas están llenas de detalles meticulosamente organizados: nombres, fechas y anécdotas falsas sobre nuestra supuesta relación.Repaso con atención cada punto. Nos conocimos en un café donde, torpemente, le derramé café en la camisa. Frunzo el ceño. «¿No pudo inventar algo más original?» Paso la página. Nuestra primera cita fue en un restaurante de comida italiana, donde descubrimos que ambos odiamos las aceitunas. Al menos ese detalle es cierto, porque yo las detesto con todo mi ser.Sigo leyendo. Me propuso matrimonio en la terraza de su departamento, con velas y una vista espectacular de la ciudad.—Qué cursi… —murmuro entre dientes.Desde su cama improvisada, es decir, el sofá, Alejandro resopla.—Deja de quejarte y estúdialo bien. No quiero que mi madre te haga una pregunta y quedemos en evidencia.Le saco la lengua sin mirarlo y continúo repasando la información. Intento memorizar lo
El sol brilla con fuerza sobre nuestras cabezas mientras Alejandro y yo nos preparamos para el encuentro con sus padres. La brisa del mar es agradable, pero no lo suficiente como para calmar mi creciente ansiedad.—¿Segura de que estás lista para esto? —pregunta Alejandro, con esa sonrisa confiada que tanto me irrita.Me miro de arriba abajo, ajustando los tirantes de mi vestido floreado. Mi estómago se retuerce.—Lista no es la palabra que usaría —murmuro—. Creo que en cualquier momento voy a vomitar.Él suelta una breve carcajada y me observa con diversión.—No me hagas eso. Lo último que necesito es que mi “esposa” vomite en la entrada de la casa de mis padres. No sería una gran primera impresión.Le lanzo una mirada asesina.—Qué tierno, realmente te preocupas por mí.—Solo por tu capacidad de actuar —replica con fingida inocencia—. Pero en serio, tranquila. Mis padres son buena gente. Un poco intensos, sí, pero no muerden.Resoplo.—Eso dices tú. ¿Cuántas veces has llevado a una
Después del almuerzo, cuando creo que lo peor ha pasado, María se levanta con entusiasmo y aplaude suavemente.—¡Es hora de ver fotos!Siento que la sangre se me congela.Alejandro, que estaba bebiendo lo que parecía ser su segunda copa de vino, se atraganta y deja la copa con un golpe seco sobre la mesa.—Mamá, no creo que haga falta…—¡Por supuesto que sí! —lo interrumpe María con una sonrisa de satisfacción—. Isabel tiene que ver cómo eras de niño.—No creo que le interese.—Oh, claro que sí —digo, apoyando la barbilla en mi mano con fingida inocencia—. Me encantaría ver cada detalle de tu infancia.Alejandro me lanza una mirada asesina. Yo le devuelvo la sonrisa más dulce que tengo.Carlos se levanta y se dirige a una estantería donde saca varios álbumes de fotos gastados por el tiempo. Nos movemos a la sala y nos acomodamos en los sofás, mientras él coloca los álbumes sobre la mesa de centro con el mismo cuidado con el que se manejaría un tesoro familiar.—Aquí tenemos una colecc
Apenas llegamos al hotel, nos dirigimos a la boutique de regalos en busca de algo que sirva como vestido.—¿Esto cuenta como un vestido de novia? —pregunta Alejandro, sosteniendo un pareo blanco.Le lanzo una mirada fulminante.—Si quieres que parezca que me casé en la playa, borracha y en bikini, sí, perfecto.Sigo revisando hasta que encuentro un vestido blanco sencillo, de tela fluida. No es un vestido de novia como tal, pero podría serlo.—Bien, esto sirve. Ahora necesito un ramo.Alejandro levanta una ceja.—No vas a encontrar un ramo en una tienda de souvenirs —expresa.—Déjamelo a mí.Salimos de la tienda con mi vestido y nos dirigimos al jardín del hotel. Miro alrededor y localizo unos arbustos con flores blancas. Me dirijo hacia allí y me fijo de que no haya nadie cerca vigilando.—Isabel… —Alejandro me observa con incredulidad cuando empiezo a arrancar flores—. ¿Estás robando flores?—No es robo, es préstamo floral —respondo, armando un improvisado ramo con las mejores flore
El aire dentro del hotel se siente más denso cuando Alejandro y yo entramos en el ascensor. Caminamos en silencio hasta nuestra suite, cada uno sumido en sus pensamientos sobre la catástrofe que acabamos de crear. Apenas cruzamos la puerta, suelto un largo suspiro y me dejo caer en el sillón, mientras Alejandro se apoya contra la pared con los brazos cruzados.—A ver si entendí bien —digo, masajeándome las sienes con frustración—. Ahora no solo tuvimos que fingir una boda, sino que también tenemos que inventar una fiesta de recepción con invitados, baile y torta incluida.—Básicamente —murmura Alejandro, pasándose una mano por la cara con evidente cansancio.Levanto la cabeza y lo miro con incredulidad.—¿Y cómo diablos se supone que vamos a hacer eso? —pregunto, gesticulando con las manos.Él suspira, dejando caer los brazos a los costados.—No lo sé, Isa. ¿Crees que tengo experiencia en bodas falsas? —responde con sarcasmo.Me cruzo de brazos y lo observo con los ojos entrecerrados,
Antes de que podamos siquiera recuperar el aliento, el turista se levanta con una calma irritante y se acerca a nosotros con paso seguro, sosteniendo su copa de vino con la tranquilidad de quien acaba de ver el mejor espectáculo de la noche.—Bien jugado, pareja —dice con una media sonrisa, alzando su copa en un brindis imaginario—. Su química en la pista fue impresionante.Alejandro y yo le dirigimos miradas idénticas de desconfianza.—¿Qué quieres ahora? —pregunta Alejandro, con voz cansada.El hombre rueda los ojos con fingida indignación y se sienta en la silla vacía junto a nosotros, sin siquiera pedir permiso.—Por favor, no sean tan paranoicos. No quiero nada raro —asegura con tono despreocupado, apoyando su copa sobre la mesa—. Solo quería decirles que pueden confiar en mí.Alejandro entrecierra los ojos, observándolo con cautela.—¿Por qué confiaríamos en ti? —le pregunta.El turista suspira con dramatismo y se encoge de hombros.—Porque me voy mañana —responde con naturalida
El sonido del oleaje llega amortiguado a mis oídos, acompañado por la brisa marina que se cuela entre las cortinas blancas de la habitación. Un cálido resplandor dorado ilumina el techo y, poco a poco, mis sentidos comienzan a activarse.Parpadeo lentamente, sintiendo la suave tela de las sábanas contra mi piel mientras mi estiro para tratar de quitarme la pereza. No sé qué hora es, pero a juzgar por la luz, ya es bastante tarde.Entonces, la primera imagen de la noche anterior cruza mi mente.El trencito de borrachos. Mi propio grito de emoción cuando arrastré a Alejandro a la pista de baile. Las risas de Julián grabándonos como si fuéramos una pareja de recién casados de verdad.El brindis exagerado, la ronda de shots que definitivamente no necesitábamos y, por supuesto, la mirada de absoluta derrota de Alejandro cuando se dio cuenta de que no solo habíamos pasado la noche en un bar, sino que ahora teníamos más pruebas de nuestra farsa matrimonial de las que jamás imaginamos.La ris
«Necesito vacaciones con suma urgencia», pienso mientras realizo mi rutina matutina: ir al baño, cepillarme los dientes, darme una ducha mientras sufro porque la calefacción no funciona, tomar un té de manzanilla con pan y salir corriendo para no llegar tarde al trabajo.Después de dos autobuses y un taxi, siento que mi estrés está por alcanzar su límite. No puedo creer que llevo tres años trabajando en una agencia de viajes y aún no he tenido vacaciones.La rutina en la agencia es agotadora: atender a clientes que buscan organizar sus vacaciones soñadas, resolver problemas de reservas, lidiar con cambios de itinerarios. Todo se ha convertido en una especie de tormento diario. Además, las interminables reuniones y las exigencias de mi jefe, Alejandro, quien siempre parece estar un paso por delante y espera que todos sigamos su ritmo, no ayudan.Finalmente llego a la oficina, justo a tiempo para evitar una reprimenda.—Buenos días —saludo con una sonrisa forzada, ocultando mi falta de