Capítulo 40

Alejandro reaparece con una camisa blanca remangada y pantalones caqui claros. Parece salido de una publicidad de perfume italiano y, aunque intento no mirarlo demasiado, mis ojos no me obedecen. Me visto sin apuro, eligiendo un vestido color lavanda con flores rosas que compré sin pensar en usarlo.

—¿Qué planes tienes para hoy? —inquiero, rompiendo el silencio con voz tranquila, como si no acabáramos de dormir abrazados, como si no hubiera existido ese beso, esas caricias, esa noche.

—Dormir, ignorar mi teléfono y desayunar como un rey. Ese es el plan —dice mientras se pone un reloj de muñeca, sin mirarme—. Pero...

Se interrumpe justo cuando su celular vibra sobre la mesita de noche. Lo mira y suspira. Luego me lanza una mirada que no sé si es de resignación o de incredulidad.

—¿Qué pasa? —pregunto, arqueando una ceja.

—Es mi papá —comunica.

—¿Todo bien?

—Sí… —Alarga la palabra con desconfianza, como si no entendiera del todo lo que acaba de leer—. Nos invita a un brunch.

—¿Un qué?

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