¿Qué vale más: ser recordado por todos o amado por uno solo, incluso cuando el mundo te ha olvidado? Elías Montiel era intocable. Rico, poderoso, dueño de un imperio. Hasta que, un día, el mundo lo olvidó. Su rostro, su historia, su existencia… borrados. Todos lo olvidaron. Todos, excepto Lena. Sin respuestas, sin lógica, sin escapatoria, ambos deciden aprovechar cada segundo antes de que el olvido lo reclame por completo. No hay reglas. No hay límites. Solo un pacto: si el mundo los ignora, entonces ellos también desafiarán al mundo. Y cuando el último día llegue… Lena tendrá que tomar una decisión imposible: aferrarse a lo imposible o dejar ir al único hombre que el mundo ya ha olvidado.
Leer másEl amor no siempre se rompe con gritos. A veces, se desmorona en silencios. En lo que dejamos de decir. Lena y yo estamos en su departamento, juntos, pero con un abismo entre nosotros. Quiero tocarla, sentir su piel contra la mía, recordarle que somos más que las dudas que nos acechan, pero ella mantiene la distancia. Y eso me duele más de lo que debería. —Dime cómo arreglo esto —susurro. Ella baja la mirada. —No sé si puedes. Las palabras me golpean como un puñal en el pecho. —Lena… —No es tu culpa —me interrumpe, con la voz quebrada—. No tiene que ver con que no te ame. —Entonces, ¿qué es? Ella aprieta los labios, luchando con algo que no quiere decir. Y entonces lo sé. No es solo el peso de mi historia. No es solo el mundo metiéndose en nuestra relación. Es miedo. Pero no miedo a perderme. Miedo a quedarse. —Tienes miedo de lo que viene —murmuro, con la certeza clavándose en mi garganta. Lena se queda en silencio. —Tienes miedo de un futuro conmigo. Ella cierra l
El mundo sigue girando, indiferente a lo que nos pasa. Las luces de la ciudad parpadean en la distancia, los autos continúan su trayecto, y las conversaciones de los demás no se detienen. Pero en mi cabeza, todo se ha congelado en el momento en que Lena se alejó de mí. Sus últimas palabras resuenan como un eco persistente: Ojalá pudiera creerte, Elías. Una frase simple, pero cargada de algo que nunca había sentido en ella: duda. Me quedo ahí, en la azotea, viendo su silueta desaparecer escaleras abajo, y por primera vez en mucho tiempo, me siento realmente asustado. Porque si Lena empieza a dudar de nosotros, entonces nada en este mundo es seguro. No la busco esa noche. Tal vez porque no sé qué decirle. Tal vez porque tengo miedo de escuchar lo que aún no ha dicho. Me quedo en mi departamento, viendo el techo como si pudiera encontrar respuestas ahí. Las imágenes se repiten en mi cabeza: el café, la mesera diciendo que Lena estaba con alguien más, la forma en que evitó decirme
Las voces del mundo no se callan. A medida que pasan los días, los rumores se convierten en certezas para aquellos que no nos conocen, en historias manipuladas por quienes quieren entrometerse en nuestro amor. El viento trae palabras que no pronunciamos, declaraciones que jamás hicimos y dudas que no pedimos. Y aunque intento aferrarme a lo único real, a Lena, algo dentro de mí me dice que estamos entrando en una tormenta de la que quizás no salgamos ilesos. Hoy, más que nunca, siento el peso de la fama que nunca busqué. —Elías, tienes una entrevista en la radio —me dice Javier, un viejo conocido que solía ser periodista y ahora se ha convertido en mi enlace con los medios. —No quiero entrevistas —respondo sin apartar la vista del teléfono, donde un artículo habla de mí como si fuese una figura mitológica. "El hombre que desafió al olvido", "El fenómeno de la memoria". —No puedes evitarlas siempre. La gente quiere saber tu historia. Resoplo, cansado. ¿Qué historia? ¿Qué se supone
El sol de la mañana inunda la ciudad y, en cada rincón, las voces del mundo parecen murmurar mi nombre. Pero ya no es solo mi voz la que resuena, sino la de aquellos que, sin saberlo, han recordado que existo. Desde que Lena despertó y nuestro amor volvió a brillar, la gente empezó a hablar. No son simples comentarios: se difunden rumores, se hacen preguntas en las redes, y de repente, mi imagen se vuelve polémica. Mientras salgo del hospital, aún con el recuerdo de aquella noche que casi me hace perderla, me encuentro rodeado de gente. Algunos me miran con extrañeza, otros con una mezcla de admiración y desconcierto. En la calle, oigo fragmentos de conversaciones: —¿Viste a Elías? Dicen que es el hombre que desafió al olvido. —¿Por qué estará con Lena? Parece que solo él la recuerda. —Dicen que es un misterio, que su historia es tan intensa como un sueño… Cada palabra se clava en mi alma. Mi existencia, que durante tanto tiempo se había desvanecido en la penumbra, ahora está en
El amanecer tiñe de oro la ciudad, pero en mi interior todo sigue sumido en la penumbra. Tras días de búsqueda incesante y noches llenas de dolor, finalmente llegué a un pequeño centro comunitario en el que, según rumores, Lena había sido vista. Mi corazón, aún marcado por la ausencia de su recuerdo, late con la fuerza de mil promesas rotas. No podía rendirme; cada instante sin ella me recordaba lo que habíamos vivido, lo que habíamos jurado jamás olvidar. Al entrar al centro, la cálida luz de un reloj de pared y las risas de algunos niños jugando contrastaban fuertemente con la soledad que sentía. Caminé entre la gente sin intención, mis ojos siempre alerta en busca de aquel rostro que me había sido arrancado de la memoria colectiva. Allí, entre una multitud de desconocidos, la vi sentada en un banco del pequeño parque interior del centro comunitario. Su mirada estaba perdida en un libro, pero había algo en su semblante que me hizo detener en seco. —Lena… —dije en voz baja, casi co
El insomnio es una tortura. Me mantiene despierto, dejándome a solas con mis pensamientos, con la certeza de que Lena está en algún lugar, perdida en un mundo que ha decidido olvidarla. Mi cuerpo está agotado, mi mente al borde del colapso, pero no puedo rendirme. No cuando aún siento su presencia en cada resquicio de mi alma.Las calles están desiertas. Camino sin rumbo fijo, guiado por la desesperación y la esperanza entrelazadas en un mismo suspiro. No tengo pruebas de que ella siga aquí, de que no haya sido devorada por el vacío de la existencia, pero algo en mí se aferra a la certeza de que el amor no puede desaparecer sin dejar rastro.Y entonces lo veo.Un grafiti en la pared de un callejón estrecho, trazado con tinta roja que gotea como si la pintura aún estuviera fresca."No me olvides."Mis latidos se detienen un instante.El mundo podría jugar conmigo, intentar romperme con ilusiones vacías, pero esta frase no es un accidente. Es nuestra promesa. La promesa que le hice cuan
El frío de la madrugada me cala hasta los huesos mientras salgo del hospital con el corazón hecho trizas. Cada paso en la acera mojada parece un grito silencioso en el vasto vacío de mi existencia. La imagen de Lena, de su risa y sus ojos llenos de vida, se dibuja en mi mente como un faro que se apaga lentamente. No puedo permitir que ese faro se extinga, y en mi interior arde la determinación de encontrarla, aunque el mundo parezca haberla borrado por completo. Recuerdo cada palabra que compartimos en esos momentos de intimidad, cada promesa susurrada en medio de la penumbra. “No me olvides”, le dije, y ahora esa frase retumba en mi mente como un eco incesante. ¿Cómo puede ser que en la última noche, cuando juramos que jamás nos olvidaríamos, Lena desapareciera sin dejar rastro? No solo se llevó consigo su presencia física, sino también la esencia de lo que nos unía. Y yo, condenado a vagar por las calles, siento que mi existencia se disuelve en el olvido. Empiezo mi búsqueda en la
La habitación está vacía. El eco de mi respiración es el único sonido que resuena entre las paredes blancas del hospital. Lena no está. Por un instante, el pánico me devora desde dentro. Miro la cama revuelta, las sábanas aún tibias, el rastro de su fragancia impregnado en el aire. La puerta se queda entreabierta, como si alguien hubiese salido apresuradamente, dejando atrás solo el vacío. Mis latidos se disparan. No puede haber desaparecido. No ahora. Salgo al pasillo con pasos torpes, casi tropezando con mi propio miedo. La gente sigue con su rutina: enfermeras y médicos caminan de un lado a otro, pacientes murmuran en voz baja, y el sonido constante de carritos con bandejas llena el ambiente. Todo sigue su curso, como si el mundo no hubiera colapsado en este preciso instante; como si nadie supiera que me han arrancado la única razón por la que aún existo. —¿Dónde está Lena? —pregunto a la primera enfermera que veo. Mi voz sale áspera, desesperada, cargada de una angustia
El silencio de la habitación se ve interrumpido por un débil murmullo; es como si la vida, tras haber sido suspendida en el abismo del olvido, comenzara a reavivarse poco a poco. El monitor parpadea, marcando lentamente cada latido, y el sonido rítmico de la máquina se funde con mi respiración agitada. Siento que cada segundo pesa como una eternidad, y en mi interior, el miedo se transforma en una mezcla de esperanza y desesperación. Lena... Lena, mi Lena. Su rostro, pálido y frágil, ha comenzado a cambiar. Sus párpados se mueven con lentitud, como si la vida estuviera intentando regresar a ese lugar donde aún existía su luz. Cada pequeño movimiento suyo es una victoria contra el olvido, un triunfo de la memoria sobre la amnesia que nos amenaza a ambos. Mi mente se llena de recuerdos mientras la observo: sus risas compartidas en noches interminables, sus lágrimas en momentos de dolor, el eco de sus susurros en la penumbra de nuestras noches. Todo eso se agolpa en mi mente, recordán