El amanecer llega con un frío que se filtra por las grietas de la cabaña, pero no me importa. No quiero moverme. No quiero romper la burbuja en la que Lena y yo nos encontramos.
Ella sigue dormida a mi lado, su respiración tranquila, su rostro relajado. Su cabello se desparrama sobre mi brazo, y el calor de su cuerpo todavía se aferra al mío. Anoche la besé. Y ella me besó de vuelta. No fue solo un beso. Fue un juramento. Una promesa silenciosa de que, sin importar lo que pase, encontraremos la forma de recordarnos. Pero la realidad siempre regresa. Y cuando Lena se remueve en sueños, cuando su ceño se frunce por un instante antes de abrir los ojos… siento el miedo reptar dentro de mi pecho. —Buenos días —murmura, su voz ronca por el sueño. Trago saliva. —Buenos días. Lena parpadea un par de veces. Luego, me mira. Y entonces ocurre. Esa fracción de segundo. Ese instante diminuto pero demoledor en el que su mirada se llena de incertidumbre. Como si su mente estuviera intentando unir piezas que no encajan. Como si algo dentro de ella supiera que algo no está bien. Mi corazón deja de latir. —Lena… —mi voz es apenas un susurro—. ¿Me recuerdas? Ella parpadea. Su confusión dura solo un instante. Luego, su expresión se suaviza y su boca se curva en una sonrisa. —Qué pregunta más estúpida —murmura, y su risa me devuelve el alma al cuerpo. Cierro los ojos por un segundo. Todavía existo. Por ahora. La sombra del olvido Nos obligamos a salir de la cabaña cuando el hambre comienza a reclamar su lugar. Las calles están más vacías que anoche. La Navidad ha pasado, y ahora solo quedan rastros de su existencia: envoltorios de regalo en la nieve, luces apagadas en los balcones, pinos de plástico en bolsas de basura. Nos detenemos en una cafetería pequeña, una de esas que aún conservan la calidez de un negocio familiar. El camarero nos recibe con una sonrisa y nos entrega el menú. —¿Qué se les antoja? —pregunta con amabilidad. Lena pide un café con leche y un croissant. Yo levanto la vista y abro la boca para pedir lo mismo… Pero el camarero no me está mirando. —Y para ti, ¿algo más, cariño? —le pregunta a Lena, sin siquiera notar mi presencia. El mundo se detiene. El aire se vuelve espeso. —Eh… —Lena frunce el ceño y me mira—. ¿Elías? Pero el camarero sigue sin reaccionar. Mi garganta se cierra. No. No, no, no. —¿Puede traerle un café a él también? —insiste Lena, su tono un poco más frío. El camarero parpadea y, por fin, me mira. Pero su expresión es extraña. No de sorpresa. No de confusión. Es más bien… vacía. Como si me estuviera viendo por primera vez. —Por supuesto —responde después de un segundo demasiado largo. Se aleja, y yo siento que el suelo se hunde bajo mis pies. Lena me toma la mano por debajo de la mesa. —¿Eso acaba de pasar o estoy loca? Mi estómago se revuelve. —No lo sé. —Él… no te vio al principio. Asiento, incapaz de hablar. —Pero luego sí lo hizo. Como si su cerebro tardara en procesarlo. Como si… Lena se interrumpe, y veo el momento exacto en que su rostro palidece. —Como si tu existencia estuviera fallando —susurra. La llamada que nunca debí hacer Estoy perdiendo la batalla. Lo siento en la forma en que la gente me mira… o no me mira. Lo noto en la manera en que, por un instante, parezco invisible. Y necesito saber hasta dónde llega esto. Así que hago lo que juré que no haría. Lena y yo estamos de vuelta en su departamento cuando tomo su teléfono y marco un número que conozco de memoria. Suena tres veces antes de que alguien conteste. —¿Hola? La voz de mi madre. Un golpe en el pecho. Tomo aire. —Mamá —mi voz se rompe en la última sílaba. Silencio. —¿Quién habla? Un puñetazo en el estómago. Trago saliva. —Mamá, soy yo… Elías. Otro silencio. Y luego, su risa nerviosa. —Debe ser un error. No tengo ningún hijo llamado Elías. El teléfono resbala de mi mano. Las palabras se clavan en mi piel, en mis huesos, en lo más profundo de mi ser. No. Esto no está pasando. —Elías… —Lena se acerca, con los ojos llenos de preocupación. No puedo respirar. Mi madre. Mi propia madre. No sabe quién soy. La certeza del fin Lena me abraza. No sé cuánto tiempo pasa. No sé si estoy temblando o si es ella. Solo sé que ya no hay dudas. No es un simple olvido. No es solo un error en la memoria de los demás. Mi existencia está desvaneciéndose. Primero fueron mis documentos, mi nombre en los registros, mi pasado tangible. Luego, la gente empezó a tardar en notar que estoy aquí. Ahora, mi propia madre me ha borrado de su vida. ¿Qué sigue? ¿Cuándo será el día en que Lena despierte y ya no quede nada de mí en su mente? Cuando la abracé esta mañana, aún olía a mi piel. Cuando me besó anoche, aún sintió mi sabor. Pero, ¿cuánto más podrá recordarme? Lena se aparta y me mira fijamente. —Vamos a encontrar la forma de detener esto —dice con una convicción que me duele. Porque sé que no puede prometerlo. Porque sé que cada segundo cuenta. Y porque el miedo ya ha echado raíces en mi pecho. El día en que Lena me olvide… Ese será el día en que habré desaparecido para siempre.El mundo no se detiene. No importa cuánto grite por dentro, cuánto quiera aferrarme a cada segundo antes de que se desvanezca. La ciudad sigue su curso, la gente camina sin notar la sombra de mi existencia desmoronándose.Pero Lena sí lo nota.Y eso es lo único que me mantiene en pie.Nos metemos en un hotel lujoso, uno de esos donde el mármol brilla en cada esquina y los pasillos huelen a dinero. No nos importa cuánto cueste. Mi cuenta bancaria aún existe, y mientras siga ahí, podemos hacer lo que queramos.Lena se apoya en el mostrador de la recepción y sonríe con la naturalidad de alguien que pertenece a este mundo. Yo me mantengo un paso detrás, observándola, sintiéndome como un fantasma que se niega a desaparecer.—Nos gustaría la mejor suite —dice Lena sin dudar.El recepcionista, un hombre de traje impecable y expresión aburrida, asiente y teclea algo en la computadora.—¿Nombre de la reserva?—Elías… —empiezo a decir.Pero me detengo.Porque el hombre ni siquiera ha levantado
La ciudad nos pertenece. O al menos, queremos creerlo. Lena me arrastra por la avenida principal con una sonrisa que desafía el frío, con la adrenalina brillando en sus ojos. Apenas hemos dormido unas horas, pero a quién le importa. Después de lo que pasó anoche, después de haber sentido su cuerpo fundirse con el mío, como si en ese instante nada pudiera arrebatarnos el tiempo, la idea de dormir se siente absurda. Ella ríe mientras cruzamos la calle, sin importarle que el semáforo aún esté en rojo. Un conductor toca la bocina y nos grita algo, pero Lena solo le lanza un beso en el aire y sigue corriendo, jalándome de la mano. —Vamos a hacer algo estúpido —dice sin aliento, deteniéndose frente a una tienda de ropa de diseñador. —¿Cómo qué? Su sonrisa se ensancha. —Como esto. Y sin pensarlo dos veces, entra en la tienda como si fuera dueña del lugar. El lugar huele a perfumes caros y telas que probablemente valen más que el departamento en el que Lena solía vivir. Nos
La madrugada nos encuentra en un auto que no es nuestro. Lena conduce con una sonrisa en los labios y la mirada llena de adrenalina. No pregunté de quién era el coche ni cómo consiguió las llaves. No importa. Nada importa cuando el tiempo se nos escurre entre los dedos. El motor ruge mientras atravesamos la ciudad, los semáforos pasando a toda velocidad en un desenfoque de luces rojas y verdes. Lena saca la mano por la ventanilla, sintiendo el viento en la piel, gritando al cielo como si pudiéramos desafiarlo. —¡El mundo es nuestro, Elías! —su voz resuena en la noche. Quiero creerle. Quiero creer que somos invencibles. Pero entonces, el destino decide que es hora de recordarnos que nunca lo hemos sido. El hombre que me mira como si no existiera Nos detenemos en un bar de lujo en la zona más exclusiva de la ciudad. Lena insiste en que quiere celebrar nuestra victoria en el casino, así que entramos sin que nadie nos detenga. Con nuestras ropas elegantes y la seguridad de qui
El amanecer nos encuentra enredados entre las sábanas. Lena duerme con el rostro hundido en mi cuello, su respiración tranquila, como si anoche no hubiera pasado nada. Como si la sombra de su ex no estuviera entre nosotros.Pero está ahí.En la forma en que Lena evitó responder cuando le pregunté qué quería ese cabrón.En la manera en que su cuerpo se tensó cuando la toqué después de verlo.En el beso que me dio, que por un segundo se sintió como un adiós.Me deslizo fuera de la cama con cuidado, evitando despertarla. Me apoyo contra la ventana, observando la ciudad que sigue en su caos indiferente. Afuera, todo es normal. Adentro, dentro de mí, todo está desmoronándose.Me paso una mano por el rostro, tratando de calmar el fuego que me consume el pecho.No es solo celos.Es miedo.Porque si ese cabrón sigue en su vida, si de alguna forma logra enredarse otra vez en sus pensamientos… ¿qué pasará cuando yo desaparezca?Aprieto los puños.No.No voy a permitirlo.
El frío de la celda no es nada comparado con el que llevo dentro.Mis nudillos aún duelen por el golpe. El sabor metálico de la adrenalina sigue en mi boca. Pero lo peor de todo es el vacío en mi pecho, el eco de la mirada de Lena cuando me alejaron de ella.Pánico.Dolor.Traición.Nunca la había visto así.Me dejo caer en el banco de cemento, apoyando la cabeza contra la pared. Respiro hondo, tratando de calmar el torbellino dentro de mí, pero es inútil.Estoy jodido.No por estar aquí.Sino porque no sé qué va a pasar con Lena.Con nosotros.Conmigo.Porque si el mundo me olvida, y ella me deja…Entonces no quedará nada.Nada. La desesperación de LenaLa lluvia cae sobre la ciudad cuando Lena llega a la comisaría. Su cabello gotea, su vestido empapado se pega a su piel, pero nada de eso importa.Solo hay una cosa en su mente.Elías.Cruza las puertas sin importarle nada más. No le importa si tiene que gritar, suplicar o romper el maldito lugar entero.—¡¿Dónde e
Lena está en la cama.Yo estoy en el suelo.Entre nosotros, solo hay aire denso y el eco de palabras que ninguno se atreve a decir.No durmió. Lo sé porque yo tampoco lo hice.Y porque cada vez que abría los ojos en la oscuridad, podía sentir su mirada sobre mí.Como si me estuviera observando.Como si estuviera buscando algo.Algo que no sé si sigue en mí.O si ya lo perdí.Cuando el amanecer golpea las cortinas, ella se levanta sin mirarme y entra al baño.El sonido del agua llena la habitación.Me cubro el rostro con las manos.Dios, esto nos está destrozando.Y lo peor es que no puedo hacer nada.Porque cada vez que intento acercarme, ella da un paso atrás.Y yo no sé cómo detener este abismo entre nosotros.No sé cómo volver a ella.No sé si aún estoy a tiempo. LenaEl agua caliente no me calma.No me limpia.No me borra el nudo en el pecho.Anoche me di cuenta de algo.Algo que nunca quise ver.Elías no me pertenece.Yo no le pertenezco.
Lena está frente a la maleta.Yo estoy detrás de ella.La distancia entre nosotros es mínima.Pero se siente como un abismo.Y sé que si no hago algo ahora…Si dejo que siga guardando su ropa…Si la dejo dar un solo paso hacia la puerta…Todo se acabará.Nosotros.Yo.El mundo.El tiempo.Todo.—Lena… —Mi voz es apenas un susurro.Ella no se detiene.Ni siquiera tiembla.Solo sigue metiendo cosas en la maleta.Como si ya hubiera tomado la decisión.Como si yo no existiera.Y no puedo soportarlo.No puedo.Agarro la maleta y la cierro de golpe.Ella se congela.—No puedes irte.Lena respira hondo.Y cuando alza la cabeza, sus ojos me atraviesan.—Sí puedo.—No.—Sí, Elías. Puedo.Su voz es tranquila.Demasiado tranquila.Como si ya hubiera llorado todo.Como si ya me hubiera enterrado en su mente.Como si ya hubiera decidido que yo…Yo no puedo ser parte de su vida.Y eso me destroza.La rabia me arde en la garganta.La desesperación me retuerce el pecho.Porque Lena es lo único que me
El silencio pesa.Lo siento en cada fibra de mi cuerpo, en cada rincón de esta habitación que aún huele a ella.Pero Lena ya no está.El eco de la puerta cerrándose sigue rebotando en mi cabeza, cruel y despiadado, como un reloj que marcó mi final.Me quedo de pie, mirando el vacío, sintiendo cómo el mundo se desmorona a mi alrededor.Porque ahora sé lo que significa el olvido.No es desaparecer en un segundo.No es un truco de magia o un chasquido que borra mi existencia.Es esto.Es el dolor punzante en el pecho.Es la angustia en el estómago.Es la certeza de que ella fue la única que me sostuvo en este mundo.Y que ahora…Ahora estoy cayendo.La habitación está en penumbras cuando el primer rayo de sol atraviesa la ventana. Pero el amanecer no significa nada para mí.No sin Lena.Mi cuerpo no se mueve. Mis pensamientos son un bucle incontrolable de imágenes de ella: su cabello sobre la almohada, su risa ahogada en mis labios, su mirada brillando en la noche.Pero ahora todo eso es