El mundo no se detiene. No importa cuánto grite por dentro, cuánto quiera aferrarme a cada segundo antes de que se desvanezca. La ciudad sigue su curso, la gente camina sin notar la sombra de mi existencia desmoronándose.
Pero Lena sí lo nota. Y eso es lo único que me mantiene en pie. Nos metemos en un hotel lujoso, uno de esos donde el mármol brilla en cada esquina y los pasillos huelen a dinero. No nos importa cuánto cueste. Mi cuenta bancaria aún existe, y mientras siga ahí, podemos hacer lo que queramos. Lena se apoya en el mostrador de la recepción y sonríe con la naturalidad de alguien que pertenece a este mundo. Yo me mantengo un paso detrás, observándola, sintiéndome como un fantasma que se niega a desaparecer. —Nos gustaría la mejor suite —dice Lena sin dudar. El recepcionista, un hombre de traje impecable y expresión aburrida, asiente y teclea algo en la computadora. —¿Nombre de la reserva? —Elías… —empiezo a decir. Pero me detengo. Porque el hombre ni siquiera ha levantado la mirada. Porque por un segundo, no ha reaccionado a mi voz. El pánico me golpea como un golpe en el estómago. Lena lo nota. Sin perder la compostura, desliza la tarjeta de crédito sobre el mostrador. —Herrera. Sebastián Herrera —dice con firmeza. La mente me da un vuelco, pero el recepcionista acepta el nombre sin dudar. En menos de un minuto, tenemos una llave en nuestras manos y estamos dentro del ascensor, subiendo al último piso. No pregunto por qué usó otro nombre. No hace falta. Lo sabemos. Mi identidad está desmoronándose. Y si eso desaparece… yo también lo haré. La suite es un exceso. Un espacio enorme con ventanales que muestran la ciudad iluminada bajo la noche. Hay una chimenea encendida, una barra con botellas de alcohol demasiado costosas y una cama tan grande que podríamos perdernos en ella. Lena se pasea por la habitación, explorando con la fascinación de alguien que ha logrado irrumpir en un mundo al que nunca perteneció. Pero su sonrisa es una máscara. Lo sé porque en cuanto nos quedamos solos, en cuanto la puerta se cierra tras nosotros, sus hombros se tensan y su expresión cambia. —Elías… Su voz tiembla. Me acerco y tomo su rostro entre mis manos. —Estoy aquí —susurro. Pero ni siquiera yo estoy seguro de cuánto tiempo más podré decirlo. Lena parpadea, sus ojos brillando con algo oscuro. Algo urgente. Y entonces me besa. Lena y y nos besamos con una urgencia que va más allá del dese. Es una necesidad primitiva, un intento desesperado de aferrarnos a algo real antes de que el mundo me borre por completo. Su piel arde bajo mis dedos mientras la recuesto sobre la cama del hotel, su cuerpo encajando con el mío como si hubiéramos nacido para este momento. Nuestros labios se funden en besos profundos, desesperados, como si al unirnos de esta forma pudiéramos asegurarnos de que mañana aún recordará mi nombre. Sus manos recorren mi espalda, aferrándose a mí con fuerza, como si temiera soltarme y que desapareciera. Me pierdo en la suavidad de su piel, en la forma en que su respiración se entrecorta cada vez que mi boca se desliza por su cuello. Desabotono su blusa lentamente, disfrutando de cada segundo, de cada escalofrío que recorre su cuerpo cuando mis labios rozan la piel desnuda de sus clavículas. -Elías… -susurra mi nombre como un rezo, como si al decirle pudiera grabarlo en su mente para siempre. Mi camisa se pierde en algún lugar de la habitación. Nuestras pieles se encuentran sin barreras, y el calor entre nosotros es abrasador. La presión de su cuerpo contra el mí es embriagadora, sus piernas se enredan con las mías, y en sus ojos veo todo lo que necesito para seguir existiendo. Cuando deslice su ropa interior por sus muslos, ella tiembla bajo mi toque. Es un temblor de anticipación, de entrega absoluta. Me incline sobre ella y la bes con más suavidad esta vez, saboreando su boca mientras mis manos exploran cada rincón de su cuerpo. Nuestros cuerpos se mueven juntos en un ritmo instintivo, profundo. Cada gemido, cada susurro de su boca se graba en mi memoria como una prueba de que este momento es real, de que seguimos aquí. De que somos dos almas ardiendo en medio de la tormenta. Me aferre a ella como si fuera mi última ancla en este mundo. Y tal vez lo sea. Cuando finalmente alcanzamos el clímax, no es solo placer. Es una promesa. Un grito silencioso de que aún existe, de que aún estamos aquí, juntos. Nos quedamos abrazados en la cama, nuestras respiraciones aún desacompasadas, su piel pegada a la mía. Lena desliza sus dedos por mi cabello y me besa con una ternura que me desarma. -No voy a olvidarte, Elías susurra contra mis labios. Quiero creerle. Dios, quiero hacerlo. Per el tiempo sigue corriendo. Y el mied nunca me abandona. El amanecer llega con el resplandor dorado filtrándose por los ventanales. Lena duerme a mi lado, con la respiración tranquila y su cuerpo enredado con el mío. Acaricio su cabello con la punta de mis dedos, memorizando cada hebra, cada detalle de su rostro. Porque sé que el tiempo no está de nuestro lado. Porque sé que esto podría desvanecerse en cualquier momento. Cierro los ojos y respiro su aroma. Todavía existo. Pero, ¿por cuánto tiempo más?La ciudad nos pertenece. O al menos, queremos creerlo. Lena me arrastra por la avenida principal con una sonrisa que desafía el frío, con la adrenalina brillando en sus ojos. Apenas hemos dormido unas horas, pero a quién le importa. Después de lo que pasó anoche, después de haber sentido su cuerpo fundirse con el mío, como si en ese instante nada pudiera arrebatarnos el tiempo, la idea de dormir se siente absurda. Ella ríe mientras cruzamos la calle, sin importarle que el semáforo aún esté en rojo. Un conductor toca la bocina y nos grita algo, pero Lena solo le lanza un beso en el aire y sigue corriendo, jalándome de la mano. —Vamos a hacer algo estúpido —dice sin aliento, deteniéndose frente a una tienda de ropa de diseñador. —¿Cómo qué? Su sonrisa se ensancha. —Como esto. Y sin pensarlo dos veces, entra en la tienda como si fuera dueña del lugar. El lugar huele a perfumes caros y telas que probablemente valen más que el departamento en el que Lena solía vivir. Nos
La madrugada nos encuentra en un auto que no es nuestro. Lena conduce con una sonrisa en los labios y la mirada llena de adrenalina. No pregunté de quién era el coche ni cómo consiguió las llaves. No importa. Nada importa cuando el tiempo se nos escurre entre los dedos. El motor ruge mientras atravesamos la ciudad, los semáforos pasando a toda velocidad en un desenfoque de luces rojas y verdes. Lena saca la mano por la ventanilla, sintiendo el viento en la piel, gritando al cielo como si pudiéramos desafiarlo. —¡El mundo es nuestro, Elías! —su voz resuena en la noche. Quiero creerle. Quiero creer que somos invencibles. Pero entonces, el destino decide que es hora de recordarnos que nunca lo hemos sido. El hombre que me mira como si no existiera Nos detenemos en un bar de lujo en la zona más exclusiva de la ciudad. Lena insiste en que quiere celebrar nuestra victoria en el casino, así que entramos sin que nadie nos detenga. Con nuestras ropas elegantes y la seguridad de qui
El amanecer nos encuentra enredados entre las sábanas. Lena duerme con el rostro hundido en mi cuello, su respiración tranquila, como si anoche no hubiera pasado nada. Como si la sombra de su ex no estuviera entre nosotros.Pero está ahí.En la forma en que Lena evitó responder cuando le pregunté qué quería ese cabrón.En la manera en que su cuerpo se tensó cuando la toqué después de verlo.En el beso que me dio, que por un segundo se sintió como un adiós.Me deslizo fuera de la cama con cuidado, evitando despertarla. Me apoyo contra la ventana, observando la ciudad que sigue en su caos indiferente. Afuera, todo es normal. Adentro, dentro de mí, todo está desmoronándose.Me paso una mano por el rostro, tratando de calmar el fuego que me consume el pecho.No es solo celos.Es miedo.Porque si ese cabrón sigue en su vida, si de alguna forma logra enredarse otra vez en sus pensamientos… ¿qué pasará cuando yo desaparezca?Aprieto los puños.No.No voy a permitirlo.
El frío de la celda no es nada comparado con el que llevo dentro.Mis nudillos aún duelen por el golpe. El sabor metálico de la adrenalina sigue en mi boca. Pero lo peor de todo es el vacío en mi pecho, el eco de la mirada de Lena cuando me alejaron de ella.Pánico.Dolor.Traición.Nunca la había visto así.Me dejo caer en el banco de cemento, apoyando la cabeza contra la pared. Respiro hondo, tratando de calmar el torbellino dentro de mí, pero es inútil.Estoy jodido.No por estar aquí.Sino porque no sé qué va a pasar con Lena.Con nosotros.Conmigo.Porque si el mundo me olvida, y ella me deja…Entonces no quedará nada.Nada. La desesperación de LenaLa lluvia cae sobre la ciudad cuando Lena llega a la comisaría. Su cabello gotea, su vestido empapado se pega a su piel, pero nada de eso importa.Solo hay una cosa en su mente.Elías.Cruza las puertas sin importarle nada más. No le importa si tiene que gritar, suplicar o romper el maldito lugar entero.—¡¿Dónde e
Lena está en la cama.Yo estoy en el suelo.Entre nosotros, solo hay aire denso y el eco de palabras que ninguno se atreve a decir.No durmió. Lo sé porque yo tampoco lo hice.Y porque cada vez que abría los ojos en la oscuridad, podía sentir su mirada sobre mí.Como si me estuviera observando.Como si estuviera buscando algo.Algo que no sé si sigue en mí.O si ya lo perdí.Cuando el amanecer golpea las cortinas, ella se levanta sin mirarme y entra al baño.El sonido del agua llena la habitación.Me cubro el rostro con las manos.Dios, esto nos está destrozando.Y lo peor es que no puedo hacer nada.Porque cada vez que intento acercarme, ella da un paso atrás.Y yo no sé cómo detener este abismo entre nosotros.No sé cómo volver a ella.No sé si aún estoy a tiempo. LenaEl agua caliente no me calma.No me limpia.No me borra el nudo en el pecho.Anoche me di cuenta de algo.Algo que nunca quise ver.Elías no me pertenece.Yo no le pertenezco.
Lena está frente a la maleta.Yo estoy detrás de ella.La distancia entre nosotros es mínima.Pero se siente como un abismo.Y sé que si no hago algo ahora…Si dejo que siga guardando su ropa…Si la dejo dar un solo paso hacia la puerta…Todo se acabará.Nosotros.Yo.El mundo.El tiempo.Todo.—Lena… —Mi voz es apenas un susurro.Ella no se detiene.Ni siquiera tiembla.Solo sigue metiendo cosas en la maleta.Como si ya hubiera tomado la decisión.Como si yo no existiera.Y no puedo soportarlo.No puedo.Agarro la maleta y la cierro de golpe.Ella se congela.—No puedes irte.Lena respira hondo.Y cuando alza la cabeza, sus ojos me atraviesan.—Sí puedo.—No.—Sí, Elías. Puedo.Su voz es tranquila.Demasiado tranquila.Como si ya hubiera llorado todo.Como si ya me hubiera enterrado en su mente.Como si ya hubiera decidido que yo…Yo no puedo ser parte de su vida.Y eso me destroza.La rabia me arde en la garganta.La desesperación me retuerce el pecho.Porque Lena es lo único que me
El silencio pesa.Lo siento en cada fibra de mi cuerpo, en cada rincón de esta habitación que aún huele a ella.Pero Lena ya no está.El eco de la puerta cerrándose sigue rebotando en mi cabeza, cruel y despiadado, como un reloj que marcó mi final.Me quedo de pie, mirando el vacío, sintiendo cómo el mundo se desmorona a mi alrededor.Porque ahora sé lo que significa el olvido.No es desaparecer en un segundo.No es un truco de magia o un chasquido que borra mi existencia.Es esto.Es el dolor punzante en el pecho.Es la angustia en el estómago.Es la certeza de que ella fue la única que me sostuvo en este mundo.Y que ahora…Ahora estoy cayendo.La habitación está en penumbras cuando el primer rayo de sol atraviesa la ventana. Pero el amanecer no significa nada para mí.No sin Lena.Mi cuerpo no se mueve. Mis pensamientos son un bucle incontrolable de imágenes de ella: su cabello sobre la almohada, su risa ahogada en mis labios, su mirada brillando en la noche.Pero ahora todo eso es
Elías tiembla en mis brazos. Su pecho sube y baja con respiraciones entrecortadas, como si hubiese corrido hasta el fin del mundo para alcanzarme. Y tal vez lo hizo. Tal vez yo era su última frontera antes del olvido. Mis manos se aferran a su espalda, sintiendo la tela empapada de sudor. No me importa. Solo quiero que esté aquí. Solo quiero recordarlo. El avión sigue anunciando su último llamado. Pero yo ya no estoy en ese mundo. Estoy en él. -Dime que no te vas suplica, con la voz rota contra mi vida. -No me voy. Se aparta apenas, mirándome con esos ojos oscuros, desesperados. -¿lo juras? Asiento. Y entonces sus labios están sobre los míos. No hay nada dulce en este beso ♡. Es un choque de almas. Es la furia de alguien que lucha contra la muerte. Es el incendio de un amor que se niega a extinguirse. Mi cuerpo tiembla al sentir su lengua rozando la mía, al sentir su aliento fundirse con el mio. No quiero soltarlo. No quiere que la realidad nos arranque de este insta