6. Contra el tiempo

El mundo no se detiene. No importa cuánto grite por dentro, cuánto quiera aferrarme a cada segundo antes de que se desvanezca. La ciudad sigue su curso, la gente camina sin notar la sombra de mi existencia desmoronándose.

Pero Lena sí lo nota.

Y eso es lo único que me mantiene en pie.

Nos metemos en un hotel lujoso, uno de esos donde el mármol brilla en cada esquina y los pasillos huelen a dinero. No nos importa cuánto cueste. Mi cuenta bancaria aún existe, y mientras siga ahí, podemos hacer lo que queramos.

Lena se apoya en el mostrador de la recepción y sonríe con la naturalidad de alguien que pertenece a este mundo. Yo me mantengo un paso detrás, observándola, sintiéndome como un fantasma que se niega a desaparecer.

—Nos gustaría la mejor suite —dice Lena sin dudar.

El recepcionista, un hombre de traje impecable y expresión aburrida, asiente y teclea algo en la computadora.

—¿Nombre de la reserva?

—Elías… —empiezo a decir.

Pero me detengo.

Porque el hombre ni siquiera ha levantado la mirada.

Porque por un segundo, no ha reaccionado a mi voz.

El pánico me golpea como un golpe en el estómago.

Lena lo nota. Sin perder la compostura, desliza la tarjeta de crédito sobre el mostrador.

—Herrera. Sebastián Herrera —dice con firmeza.

La mente me da un vuelco, pero el recepcionista acepta el nombre sin dudar.

En menos de un minuto, tenemos una llave en nuestras manos y estamos dentro del ascensor, subiendo al último piso.

No pregunto por qué usó otro nombre.

No hace falta.

Lo sabemos.

Mi identidad está desmoronándose.

Y si eso desaparece… yo también lo haré.

La suite es un exceso. Un espacio enorme con ventanales que muestran la ciudad iluminada bajo la noche. Hay una chimenea encendida, una barra con botellas de alcohol demasiado costosas y una cama tan grande que podríamos perdernos en ella.

Lena se pasea por la habitación, explorando con la fascinación de alguien que ha logrado irrumpir en un mundo al que nunca perteneció.

Pero su sonrisa es una máscara.

Lo sé porque en cuanto nos quedamos solos, en cuanto la puerta se cierra tras nosotros, sus hombros se tensan y su expresión cambia.

—Elías…

Su voz tiembla.

Me acerco y tomo su rostro entre mis manos.

—Estoy aquí —susurro.

Pero ni siquiera yo estoy seguro de cuánto tiempo más podré decirlo.

Lena parpadea, sus ojos brillando con algo oscuro. Algo urgente.

Y entonces me besa.

Lena y y nos besamos con una urgencia que va más allá del dese. Es una necesidad primitiva, un intento desesperado de aferrarnos a algo real antes de que el mundo me borre por completo. Su piel arde bajo mis dedos mientras la recuesto sobre la cama del hotel, su cuerpo encajando con el mío como si hubiéramos nacido para este momento.

Nuestros labios se funden en besos profundos, desesperados, como si al unirnos de esta forma pudiéramos asegurarnos de que mañana aún recordará mi nombre. Sus manos recorren mi espalda, aferrándose a mí con fuerza, como si temiera soltarme y que desapareciera.

Me pierdo en la suavidad de su piel, en la forma en que su respiración se entrecorta cada vez que mi boca se desliza por su cuello. Desabotono su blusa lentamente, disfrutando de cada segundo, de cada escalofrío que recorre su cuerpo cuando mis labios rozan la piel desnuda de sus clavículas.

-Elías… -susurra mi nombre como un rezo, como si al decirle pudiera grabarlo en su mente para siempre.

Mi camisa se pierde en algún lugar de la habitación. Nuestras pieles se encuentran sin barreras, y el calor entre nosotros es abrasador. La presión de su cuerpo contra el mí es embriagadora, sus piernas se enredan con las mías, y en sus ojos veo todo lo que necesito para seguir existiendo.

Cuando deslice su ropa interior por sus muslos, ella tiembla bajo mi toque. Es un temblor de anticipación, de entrega absoluta. Me incline sobre ella y la bes con más suavidad esta vez, saboreando su boca mientras mis manos exploran cada rincón de su cuerpo.

Nuestros cuerpos se mueven juntos en un ritmo instintivo, profundo. Cada gemido, cada susurro de su boca se graba en mi memoria como una prueba de que este momento es real, de que seguimos aquí. De que somos dos almas ardiendo en medio de la tormenta.

Me aferre a ella como si fuera mi última ancla en este mundo. Y tal vez lo sea.

Cuando finalmente alcanzamos el clímax, no es solo placer. Es una promesa. Un grito silencioso de que aún existe, de que aún estamos aquí, juntos.

Nos quedamos abrazados en la cama, nuestras respiraciones aún desacompasadas, su piel pegada a la mía. Lena desliza sus dedos por mi cabello y me besa con una ternura que me desarma.

-No voy a olvidarte, Elías susurra contra mis labios.

Quiero creerle. Dios, quiero hacerlo.

Per el tiempo sigue corriendo. Y el mied nunca me abandona.

El amanecer llega con el resplandor dorado filtrándose por los ventanales.

Lena duerme a mi lado, con la respiración tranquila y su cuerpo enredado con el mío.

Acaricio su cabello con la punta de mis dedos, memorizando cada hebra, cada detalle de su rostro.

Porque sé que el tiempo no está de nuestro lado.

Porque sé que esto podría desvanecerse en cualquier momento.

Cierro los ojos y respiro su aroma.

Todavía existo.

Pero, ¿por cuánto tiempo más?

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