30. Cenizas

El silencio entre nosotros es un campo minado.

Cada respiración, cada pestañeo, cada maldito segundo que pasa sin que uno de los dos diga algo, es un paso en falso que puede hacerlo explotar todo.

Lena me mira con los ojos enrojecidos. Yo apenas puedo sostenerle la mirada.

Porque si lo hago, si miro demasiado profundo, voy a perder el poco control que me queda.

Voy a suplicarle.

Voy a rogarle.

Voy a hacer cualquier cosa para que no se aleje.

Pero ella ya tomó su decisión.

Y yo… yo estoy parado al borde del abismo, esperando que me empuje.

—Dime algo —susurro, con la voz destrozada.

Lena respira hondo. Su pecho sube y baja con esfuerzo, como si cada inhalación le doliera.

—No quiero hacerte daño, Elías.

Una risa amarga me escapa de los labios.

—Demasiado tarde.

Lena aprieta los labios. Sus manos tiemblan.

Me odia por decirlo en voz alta.

Me odia porque es verdad.

Pero entonces, en el reflejo de sus ojos, veo otra cosa.

No solo dolor.

Miedo.

No me está dejando porque
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