BIENVENIDA A “ANTES QUE EL MUNDO NOS OLVIDE”
Imagina que un día despiertas y el mundo ha borrado tu existencia. Que todos los que conocías, todos los que te amaban, ya no recuerdan tu nombre. Excepto una persona. Esta es la historia de Elías, el hombre que lo tenía todo… hasta que dejó de existir. Y de Lena, la única que puede recordarlo. Es una historia de amor, pero no cualquier historia de amor. Aquí, el tiempo es un enemigo, la memoria un castigo y cada día juntos es un desafío contra lo imposible. Este libro no es solo para quienes aman el romance. Es para quienes alguna vez han sentido miedo de ser olvidados. Para quienes creen que el amor puede desafiarlo todo, incluso la propia realidad. Y ahora tú formas parte de esta historia. ¿Estás listo para sentir? Bienvenido a “Antes de que el mundo nos olvide”. Una historia que no podrás dejar de leer. Episodio 1: El día en que dejé de existir Ayer, el mundo sabía mi nombre. Hoy, no soy nadie. Camino por la avenida como siempre lo he hecho, con la seguridad de quien pertenece a este lugar. Pero hay algo extraño en el aire. Una sensación que se me clava en la piel, como una picazón imposible de rascar. Los rostros que pasan junto a mí son indiferentes. No hay miradas de admiración, ni siquiera de reconocimiento. Es como si nunca hubieran sabido quién soy. Y entonces, lo noto. Las pantallas de los edificios ya no muestran mi rostro. Las revistas en los quioscos no tienen mi nombre en portada. Mi presencia ha sido borrada. El ritmo de mi respiración se descontrola. No. No. Esto tiene que ser una broma. Apuro el paso, con el corazón golpeándome las costillas. Al llegar a la Torre Montiel, mi propia empresa, la seguridad en mis pasos se tambalea. Algo me dice que lo que está ocurriendo no es un simple malentendido. Pero me obligo a seguir. Cruzo las puertas y camino con determinación hasta la recepción. La mujer detrás del mostrador me mira con cortesía, pero sin el más mínimo rastro de reconocimiento. —Buenos días —digo, tratando de sonar firme—. Necesito ver a mi asistente. —¿Su nombre, señor? Mi ceño se frunce. —Elías Montiel. El ligero cambio en su expresión no me gusta. Es solo un parpadeo, un instante de duda, pero luego vuelve a su expresión profesional. —Lo siento, señor, pero aquí no trabaja nadie con ese nombre. La sangre se me congela. —Debe haber un error. Esta es mi empresa. Ella mantiene la compostura, como si estuviera acostumbrada a tratar con lunáticos. —Señor, si no tiene una cita, me temo que no puedo permitirle el acceso. La risa que escapa de mis labios es fría, sin humor. —¿Una cita? Necesito una m*****a explicación. El guardia de seguridad, el mismo que ha trabajado para mí durante cinco años, se acerca. Me mira con la misma indiferencia con la que se observa a un desconocido. —¿Hay algún problema? El suelo se mueve bajo los pies. —Sí —respondo, con el estómago revuelto—. El problema es que esta es mi empresa y ninguno de ustedes parece recordarlo. El guardia me observa sin emoción. —Señor, si no se retira, tendremos que escoltarlo afuera. No. No puede ser. Saco mi teléfono y marco el número de mi asistente. La llamada suena varias veces antes de que una voz femenina responda. —¿Quién es? La pregunta me golpea como un puñetazo en el estómago. —¿Cómo que quién soy? Soy Elías. Silencio. —Lo siento, pero creo que tiene el número equivocado. Cuelgo y marco a otro contacto. Luego a otro. Luego a otro más. Siempre la misma respuesta. —No sé quién eres. El terror se desliza por mi espalda como un puñado de agujas heladas. No existo. Mis piernas se sienten débiles cuando salgo del edificio. La ciudad sigue su curso, indiferente a mi crisis. La gente ríe, conversa, vive sus vidas. Para ellos, nada ha cambiado. Para mí, todo se ha desmoronado. Camino sin rumbo. No sé cuánto tiempo pasa hasta que mis pies me llevan a la cafetería. Y entonces, la veo. Lena. Sentada en la misma mesa de siempre, removiendo distraídamente su café. Mi corazón se acelera por razones equivocadas. Por un instante, dudo. Si el mundo entero me ha olvidado… ¿qué posibilidades hay de que ella sea diferente? Pero necesito saberlo. Así que me acerco, con el miedo atragantado en la garganta. —¿Lena? Ella levanta la vista. Y ahí está. No es confusión. No es extrañeza. Es algo más. Algo que me paraliza. Es reconocimiento. Ella me recuerda. Y por primera vez en todo el día, el miedo deja de asfixiarme. Porque si Lena aún sabe quién soy… tal vez, solo tal vez, todavía exista.Ayer, el mundo sabía mi nombre. Hoy, solo Lena me recuerda. La ciudad sigue su curso, implacable, sin saber que algo imposible está ocurriendo. Los autos pasan, la gente ríe, las luces parpadean en lo alto de los edificios, pero yo me siento como un fantasma. Un extraño en mi propia vida. Pero Lena… ella está ahí. Sigo de pie junto a su mesa en la cafetería, observándola como si fuera mi última conexión con la realidad. Y tal vez lo sea. —¿Elías? —su voz suena incrédula, pero no porque haya olvidado quién soy, sino porque mi presencia aquí la desconcierta. Cuando dice mi nombre, algo dentro de mí se rompe. Alguien me recuerda. —Dime que esto es una broma —mi voz apenas es un susurro, pero no intento ocultar la desesperación—. Dime que tú también lo notaste. Lena deja la cuchara sobre el platillo y me observa con cautela. Sus ojos, tan familiares, tan reales, buscan respuestas en los míos. —No sé qué está pasando… —admite—. Pero esta mañana, cuando desperté, sentí que algo an
La madrugada es fría, pero no suelta su lluvia. El asfalto brilla bajo la luz tenue de los faroles, reflejando las iniciales que Lena y yo dejamos en la pared.E + L.Un recordatorio de que existo. De que, al menos por ahora, alguien en este mundo todavía sabe quién soy.Lena me observa en silencio, con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta. Hay algo en su mirada que no sé cómo descifrar. ¿Preocupación? ¿Temor? ¿O tal vez una certeza que no se atreve a decir en voz alta?No quiero preguntar. No quiero que su respuesta haga más real este infierno.—Nos quedaremos juntos esta noche —dice finalmente, y no es una pregunta, sino una decisión.Asiento.No puedo permitirme estar solo.No ahora.No cuando el miedo de que Lena despierte mañana y me mire como si fuera un extraño me está destrozando por dentro.Porque si eso sucede, habré desaparecido para siempre.Un lugar para existirLlegamos a su departamento en cuestión de minutos. Apenas cierra la puerta, Lena suelta un suspiro
La ciudad brilla con luces doradas y rojas, llenando las calles con un aire festivo. La nieve cae en copos suaves, cubriendo los techos y aceras, como si el mundo intentara disfrazar su crueldad con una falsa sensación de paz.Lena y yo caminamos sin rumbo. Nos alejamos del bullicio de los centros comerciales y de las familias que se reúnen en las ventanas iluminadas. No tenemos un destino, porque, en realidad, no tenemos a dónde ir.—¿Solías celebrar la Navidad con tu familia? —pregunta Lena, rompiendo el silencio.Me toma un segundo responder.—Sí… —Susurro, pero mi voz se apaga. Porque la verdad es que no sé si eso sigue siendo cierto.Hoy no intenté llamarlos. No envié mensajes. No quise enfrentarme a la posibilidad de que también ellos hayan olvidado mi existencia.Lena se da cuenta. Me toma la mano con suavidad y la aprieta, como si quisiera recordarme que sigo aquí. Que ella sigue aquí.Es lo único que me mantiene cuerdo. Un refugio en la tormentaLas hora
El amanecer llega con un frío que se filtra por las grietas de la cabaña, pero no me importa. No quiero moverme. No quiero romper la burbuja en la que Lena y yo nos encontramos. Ella sigue dormida a mi lado, su respiración tranquila, su rostro relajado. Su cabello se desparrama sobre mi brazo, y el calor de su cuerpo todavía se aferra al mío. Anoche la besé. Y ella me besó de vuelta. No fue solo un beso. Fue un juramento. Una promesa silenciosa de que, sin importar lo que pase, encontraremos la forma de recordarnos. Pero la realidad siempre regresa. Y cuando Lena se remueve en sueños, cuando su ceño se frunce por un instante antes de abrir los ojos… siento el miedo reptar dentro de mi pecho. —Buenos días —murmura, su voz ronca por el sueño. Trago saliva. —Buenos días. Lena parpadea un par de veces. Luego, me mira. Y entonces ocurre. Esa fracción de segundo. Ese instante diminuto pero demoledor en el que su mirada se llena de incertidumbre. Como si su mente es
El mundo no se detiene. No importa cuánto grite por dentro, cuánto quiera aferrarme a cada segundo antes de que se desvanezca. La ciudad sigue su curso, la gente camina sin notar la sombra de mi existencia desmoronándose.Pero Lena sí lo nota.Y eso es lo único que me mantiene en pie.Nos metemos en un hotel lujoso, uno de esos donde el mármol brilla en cada esquina y los pasillos huelen a dinero. No nos importa cuánto cueste. Mi cuenta bancaria aún existe, y mientras siga ahí, podemos hacer lo que queramos.Lena se apoya en el mostrador de la recepción y sonríe con la naturalidad de alguien que pertenece a este mundo. Yo me mantengo un paso detrás, observándola, sintiéndome como un fantasma que se niega a desaparecer.—Nos gustaría la mejor suite —dice Lena sin dudar.El recepcionista, un hombre de traje impecable y expresión aburrida, asiente y teclea algo en la computadora.—¿Nombre de la reserva?—Elías… —empiezo a decir.Pero me detengo.Porque el hombre ni siquiera ha levantado
La ciudad nos pertenece. O al menos, queremos creerlo. Lena me arrastra por la avenida principal con una sonrisa que desafía el frío, con la adrenalina brillando en sus ojos. Apenas hemos dormido unas horas, pero a quién le importa. Después de lo que pasó anoche, después de haber sentido su cuerpo fundirse con el mío, como si en ese instante nada pudiera arrebatarnos el tiempo, la idea de dormir se siente absurda. Ella ríe mientras cruzamos la calle, sin importarle que el semáforo aún esté en rojo. Un conductor toca la bocina y nos grita algo, pero Lena solo le lanza un beso en el aire y sigue corriendo, jalándome de la mano. —Vamos a hacer algo estúpido —dice sin aliento, deteniéndose frente a una tienda de ropa de diseñador. —¿Cómo qué? Su sonrisa se ensancha. —Como esto. Y sin pensarlo dos veces, entra en la tienda como si fuera dueña del lugar. El lugar huele a perfumes caros y telas que probablemente valen más que el departamento en el que Lena solía vivir. Nos
La madrugada nos encuentra en un auto que no es nuestro. Lena conduce con una sonrisa en los labios y la mirada llena de adrenalina. No pregunté de quién era el coche ni cómo consiguió las llaves. No importa. Nada importa cuando el tiempo se nos escurre entre los dedos. El motor ruge mientras atravesamos la ciudad, los semáforos pasando a toda velocidad en un desenfoque de luces rojas y verdes. Lena saca la mano por la ventanilla, sintiendo el viento en la piel, gritando al cielo como si pudiéramos desafiarlo. —¡El mundo es nuestro, Elías! —su voz resuena en la noche. Quiero creerle. Quiero creer que somos invencibles. Pero entonces, el destino decide que es hora de recordarnos que nunca lo hemos sido. El hombre que me mira como si no existiera Nos detenemos en un bar de lujo en la zona más exclusiva de la ciudad. Lena insiste en que quiere celebrar nuestra victoria en el casino, así que entramos sin que nadie nos detenga. Con nuestras ropas elegantes y la seguridad de qui
El amanecer nos encuentra enredados entre las sábanas. Lena duerme con el rostro hundido en mi cuello, su respiración tranquila, como si anoche no hubiera pasado nada. Como si la sombra de su ex no estuviera entre nosotros.Pero está ahí.En la forma en que Lena evitó responder cuando le pregunté qué quería ese cabrón.En la manera en que su cuerpo se tensó cuando la toqué después de verlo.En el beso que me dio, que por un segundo se sintió como un adiós.Me deslizo fuera de la cama con cuidado, evitando despertarla. Me apoyo contra la ventana, observando la ciudad que sigue en su caos indiferente. Afuera, todo es normal. Adentro, dentro de mí, todo está desmoronándose.Me paso una mano por el rostro, tratando de calmar el fuego que me consume el pecho.No es solo celos.Es miedo.Porque si ese cabrón sigue en su vida, si de alguna forma logra enredarse otra vez en sus pensamientos… ¿qué pasará cuando yo desaparezca?Aprieto los puños.No.No voy a permitirlo.