Ayer, el mundo sabía mi nombre.
Hoy, solo Lena me recuerda. La ciudad sigue su curso, implacable, sin saber que algo imposible está ocurriendo. Los autos pasan, la gente ríe, las luces parpadean en lo alto de los edificios, pero yo me siento como un fantasma. Un extraño en mi propia vida. Pero Lena… ella está ahí. Sigo de pie junto a su mesa en la cafetería, observándola como si fuera mi última conexión con la realidad. Y tal vez lo sea. —¿Elías? —su voz suena incrédula, pero no porque haya olvidado quién soy, sino porque mi presencia aquí la desconcierta. Cuando dice mi nombre, algo dentro de mí se rompe. Alguien me recuerda. —Dime que esto es una broma —mi voz apenas es un susurro, pero no intento ocultar la desesperación—. Dime que tú también lo notaste. Lena deja la cuchara sobre el platillo y me observa con cautela. Sus ojos, tan familiares, tan reales, buscan respuestas en los míos. —No sé qué está pasando… —admite—. Pero esta mañana, cuando desperté, sentí que algo andaba mal. Algo… diferente. Me desplomo en la silla frente a ella, sin importarme que mis piernas tiemblan. —Nadie me recuerda —digo, sintiendo la verdad pesar en mis labios—. No mi empresa, no mis empleados, no la gente que he conocido por años. Es como si… como si mi existencia hubiera sido borrada. Lena traga saliva. —Pero yo sí. Mis ojos se clavan en los suyos. —Tú sí. Silencio. Y luego, la pregunta inevitable: —¿Por qué yo? Lena niega con la cabeza. —No lo sé. —Se muerde el labio inferior, un gesto que hace siempre que está pensando demasiado—. Pero no soy la única que siente que algo está mal. Me inclino hacia adelante. —¿A qué te refieres? Ella exhala lentamente y suelta la bomba: —Hoy en la mañana, busqué fotos tuyas en mi teléfono… y no hay ninguna. Mi garganta se seca. —No puede ser. —Lo es. —Lena saca su teléfono y lo desbloquea, mostrándome la galería—. Ayer tenía fotos tuyas. Muchas. Pero ahora… desaparecieron. Mi piel se eriza. Tomo su teléfono y deslizo las imágenes. Ahí están sus fotos, sus recuerdos, pero yo no estoy en ninguna. El nudo en mi pecho se aprieta. —¿Y mis redes sociales? Lena duda un segundo antes de abrir su aplicación. Teclea mi nombre en la barra de búsqueda. Nada. —No existes en internet, Elías. Siento que el mundo se cierra sobre mí. —Esto es imposible. —Pero está pasando. Nadie me recuerda. Nadie excepto ella. Y la peor parte es que ni siquiera Lena sabe por qué. Las reglas del olvido —Necesitamos respuestas —digo, tratando de mantener la calma, aunque todo en mí grita que esto no tiene sentido. Lena asiente. —Pero antes de eso, dime algo… —Su voz es un susurro—. ¿Por qué viniste aquí? Parpadeo. —No lo sé. —Sí lo sabes. Muerdo el interior de mi mejilla. ¿Por qué vine aquí? ¿Por qué, en medio del caos, mis pies me trajeron justo a esta cafetería? Miro a Lena y la respuesta es tan obvia que me siento estúpido. —Porque te amo. Las palabras salen sin filtro, sin advertencia, pero no las retiro. Son verdad. Lena abre los labios, sorprendida. Y entonces, sonríe. Una sonrisa pequeña, casi imperceptible. —Siempre supe que eras un desastre para las confesiones románticas —murmura. Un pequeño alivio se instala en mi pecho. Si el universo me ha arrebatado todo, al menos me ha dejado esto. A Lena. El miedo de perderla —Debemos probar algo —dice ella de repente—. Debemos asegurarnos de que esto no empeore. La miro, confundido. —¿A qué te refieres? —A que hoy me recuerdas, pero… ¿y mañana? La sangre se me congela. —No. —No podemos arriesgarnos, Elías. Si hay reglas en esto, necesitamos entenderlas antes de que sea demasiado tarde. La idea de que Lena pueda olvidarme mañana me aterra. Si ella también me olvida, no quedará nada de mí en este mundo. Lena se pone de pie. —Vámonos. —¿A dónde? Ella me ofrece su mano. —A donde sea. La tomo sin dudar. Una huella en el mundo Esa noche, Lena y yo dejamos nuestra primera marca en la ciudad. Es un acto impulsivo, irracional, pero en este momento, nada más importa. Frente a un mural enorme en el centro de la ciudad, Lena saca un spray de su mochila y dibuja dos iniciales gigantes en la pared: E + L La pintura aún gotea cuando la veo. Sus ojos brillan con adrenalina, con emoción, con esa chispa que siempre ha tenido. —Si el mundo quiere borrarte, nos aseguraremos de que no pueda —dice, con una sonrisa traviesa. Mis labios se curvan. —¿Así que ahora eres una criminal? —Siempre lo fui. Suelto una carcajada. La primera de todo el día. Tal vez el mundo me ha olvidado. Pero mientras Lena siga aquí… Tal vez aún no estoy perdido.La madrugada es fría, pero no suelta su lluvia. El asfalto brilla bajo la luz tenue de los faroles, reflejando las iniciales que Lena y yo dejamos en la pared.E + L.Un recordatorio de que existo. De que, al menos por ahora, alguien en este mundo todavía sabe quién soy.Lena me observa en silencio, con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta. Hay algo en su mirada que no sé cómo descifrar. ¿Preocupación? ¿Temor? ¿O tal vez una certeza que no se atreve a decir en voz alta?No quiero preguntar. No quiero que su respuesta haga más real este infierno.—Nos quedaremos juntos esta noche —dice finalmente, y no es una pregunta, sino una decisión.Asiento.No puedo permitirme estar solo.No ahora.No cuando el miedo de que Lena despierte mañana y me mire como si fuera un extraño me está destrozando por dentro.Porque si eso sucede, habré desaparecido para siempre.Un lugar para existirLlegamos a su departamento en cuestión de minutos. Apenas cierra la puerta, Lena suelta un suspiro
La ciudad brilla con luces doradas y rojas, llenando las calles con un aire festivo. La nieve cae en copos suaves, cubriendo los techos y aceras, como si el mundo intentara disfrazar su crueldad con una falsa sensación de paz.Lena y yo caminamos sin rumbo. Nos alejamos del bullicio de los centros comerciales y de las familias que se reúnen en las ventanas iluminadas. No tenemos un destino, porque, en realidad, no tenemos a dónde ir.—¿Solías celebrar la Navidad con tu familia? —pregunta Lena, rompiendo el silencio.Me toma un segundo responder.—Sí… —Susurro, pero mi voz se apaga. Porque la verdad es que no sé si eso sigue siendo cierto.Hoy no intenté llamarlos. No envié mensajes. No quise enfrentarme a la posibilidad de que también ellos hayan olvidado mi existencia.Lena se da cuenta. Me toma la mano con suavidad y la aprieta, como si quisiera recordarme que sigo aquí. Que ella sigue aquí.Es lo único que me mantiene cuerdo. Un refugio en la tormentaLas hora
El amanecer llega con un frío que se filtra por las grietas de la cabaña, pero no me importa. No quiero moverme. No quiero romper la burbuja en la que Lena y yo nos encontramos. Ella sigue dormida a mi lado, su respiración tranquila, su rostro relajado. Su cabello se desparrama sobre mi brazo, y el calor de su cuerpo todavía se aferra al mío. Anoche la besé. Y ella me besó de vuelta. No fue solo un beso. Fue un juramento. Una promesa silenciosa de que, sin importar lo que pase, encontraremos la forma de recordarnos. Pero la realidad siempre regresa. Y cuando Lena se remueve en sueños, cuando su ceño se frunce por un instante antes de abrir los ojos… siento el miedo reptar dentro de mi pecho. —Buenos días —murmura, su voz ronca por el sueño. Trago saliva. —Buenos días. Lena parpadea un par de veces. Luego, me mira. Y entonces ocurre. Esa fracción de segundo. Ese instante diminuto pero demoledor en el que su mirada se llena de incertidumbre. Como si su mente es
El mundo no se detiene. No importa cuánto grite por dentro, cuánto quiera aferrarme a cada segundo antes de que se desvanezca. La ciudad sigue su curso, la gente camina sin notar la sombra de mi existencia desmoronándose.Pero Lena sí lo nota.Y eso es lo único que me mantiene en pie.Nos metemos en un hotel lujoso, uno de esos donde el mármol brilla en cada esquina y los pasillos huelen a dinero. No nos importa cuánto cueste. Mi cuenta bancaria aún existe, y mientras siga ahí, podemos hacer lo que queramos.Lena se apoya en el mostrador de la recepción y sonríe con la naturalidad de alguien que pertenece a este mundo. Yo me mantengo un paso detrás, observándola, sintiéndome como un fantasma que se niega a desaparecer.—Nos gustaría la mejor suite —dice Lena sin dudar.El recepcionista, un hombre de traje impecable y expresión aburrida, asiente y teclea algo en la computadora.—¿Nombre de la reserva?—Elías… —empiezo a decir.Pero me detengo.Porque el hombre ni siquiera ha levantado
La ciudad nos pertenece. O al menos, queremos creerlo. Lena me arrastra por la avenida principal con una sonrisa que desafía el frío, con la adrenalina brillando en sus ojos. Apenas hemos dormido unas horas, pero a quién le importa. Después de lo que pasó anoche, después de haber sentido su cuerpo fundirse con el mío, como si en ese instante nada pudiera arrebatarnos el tiempo, la idea de dormir se siente absurda. Ella ríe mientras cruzamos la calle, sin importarle que el semáforo aún esté en rojo. Un conductor toca la bocina y nos grita algo, pero Lena solo le lanza un beso en el aire y sigue corriendo, jalándome de la mano. —Vamos a hacer algo estúpido —dice sin aliento, deteniéndose frente a una tienda de ropa de diseñador. —¿Cómo qué? Su sonrisa se ensancha. —Como esto. Y sin pensarlo dos veces, entra en la tienda como si fuera dueña del lugar. El lugar huele a perfumes caros y telas que probablemente valen más que el departamento en el que Lena solía vivir. Nos
La madrugada nos encuentra en un auto que no es nuestro. Lena conduce con una sonrisa en los labios y la mirada llena de adrenalina. No pregunté de quién era el coche ni cómo consiguió las llaves. No importa. Nada importa cuando el tiempo se nos escurre entre los dedos. El motor ruge mientras atravesamos la ciudad, los semáforos pasando a toda velocidad en un desenfoque de luces rojas y verdes. Lena saca la mano por la ventanilla, sintiendo el viento en la piel, gritando al cielo como si pudiéramos desafiarlo. —¡El mundo es nuestro, Elías! —su voz resuena en la noche. Quiero creerle. Quiero creer que somos invencibles. Pero entonces, el destino decide que es hora de recordarnos que nunca lo hemos sido. El hombre que me mira como si no existiera Nos detenemos en un bar de lujo en la zona más exclusiva de la ciudad. Lena insiste en que quiere celebrar nuestra victoria en el casino, así que entramos sin que nadie nos detenga. Con nuestras ropas elegantes y la seguridad de qui
El amanecer nos encuentra enredados entre las sábanas. Lena duerme con el rostro hundido en mi cuello, su respiración tranquila, como si anoche no hubiera pasado nada. Como si la sombra de su ex no estuviera entre nosotros.Pero está ahí.En la forma en que Lena evitó responder cuando le pregunté qué quería ese cabrón.En la manera en que su cuerpo se tensó cuando la toqué después de verlo.En el beso que me dio, que por un segundo se sintió como un adiós.Me deslizo fuera de la cama con cuidado, evitando despertarla. Me apoyo contra la ventana, observando la ciudad que sigue en su caos indiferente. Afuera, todo es normal. Adentro, dentro de mí, todo está desmoronándose.Me paso una mano por el rostro, tratando de calmar el fuego que me consume el pecho.No es solo celos.Es miedo.Porque si ese cabrón sigue en su vida, si de alguna forma logra enredarse otra vez en sus pensamientos… ¿qué pasará cuando yo desaparezca?Aprieto los puños.No.No voy a permitirlo.
El frío de la celda no es nada comparado con el que llevo dentro.Mis nudillos aún duelen por el golpe. El sabor metálico de la adrenalina sigue en mi boca. Pero lo peor de todo es el vacío en mi pecho, el eco de la mirada de Lena cuando me alejaron de ella.Pánico.Dolor.Traición.Nunca la había visto así.Me dejo caer en el banco de cemento, apoyando la cabeza contra la pared. Respiro hondo, tratando de calmar el torbellino dentro de mí, pero es inútil.Estoy jodido.No por estar aquí.Sino porque no sé qué va a pasar con Lena.Con nosotros.Conmigo.Porque si el mundo me olvida, y ella me deja…Entonces no quedará nada.Nada. La desesperación de LenaLa lluvia cae sobre la ciudad cuando Lena llega a la comisaría. Su cabello gotea, su vestido empapado se pega a su piel, pero nada de eso importa.Solo hay una cosa en su mente.Elías.Cruza las puertas sin importarle nada más. No le importa si tiene que gritar, suplicar o romper el maldito lugar entero.—¡¿Dónde e