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2. La única que me recuerda

Ayer, el mundo sabía mi nombre.

Hoy, solo Lena me recuerda.

La ciudad sigue su curso, implacable, sin saber que algo imposible está ocurriendo. Los autos pasan, la gente ríe, las luces parpadean en lo alto de los edificios, pero yo me siento como un fantasma. Un extraño en mi propia vida.

Pero Lena… ella está ahí.

Sigo de pie junto a su mesa en la cafetería, observándola como si fuera mi última conexión con la realidad. Y tal vez lo sea.

—¿Elías? —su voz suena incrédula, pero no porque haya olvidado quién soy, sino porque mi presencia aquí la desconcierta.

Cuando dice mi nombre, algo dentro de mí se rompe.

Alguien me recuerda.

—Dime que esto es una broma —mi voz apenas es un susurro, pero no intento ocultar la desesperación—. Dime que tú también lo notaste.

Lena deja la cuchara sobre el platillo y me observa con cautela. Sus ojos, tan familiares, tan reales, buscan respuestas en los míos.

—No sé qué está pasando… —admite—. Pero esta mañana, cuando desperté, sentí que algo andaba mal. Algo… diferente.

Me desplomo en la silla frente a ella, sin importarme que mis piernas tiemblan.

—Nadie me recuerda —digo, sintiendo la verdad pesar en mis labios—. No mi empresa, no mis empleados, no la gente que he conocido por años. Es como si… como si mi existencia hubiera sido borrada.

Lena traga saliva.

—Pero yo sí.

Mis ojos se clavan en los suyos.

—Tú sí.

Silencio.

Y luego, la pregunta inevitable:

—¿Por qué yo?

Lena niega con la cabeza.

—No lo sé. —Se muerde el labio inferior, un gesto que hace siempre que está pensando demasiado—. Pero no soy la única que siente que algo está mal.

Me inclino hacia adelante.

—¿A qué te refieres?

Ella exhala lentamente y suelta la bomba:

—Hoy en la mañana, busqué fotos tuyas en mi teléfono… y no hay ninguna.

Mi garganta se seca.

—No puede ser.

—Lo es. —Lena saca su teléfono y lo desbloquea, mostrándome la galería—. Ayer tenía fotos tuyas. Muchas. Pero ahora… desaparecieron.

Mi piel se eriza.

Tomo su teléfono y deslizo las imágenes. Ahí están sus fotos, sus recuerdos, pero yo no estoy en ninguna.

El nudo en mi pecho se aprieta.

—¿Y mis redes sociales?

Lena duda un segundo antes de abrir su aplicación. Teclea mi nombre en la barra de búsqueda.

Nada.

—No existes en internet, Elías.

Siento que el mundo se cierra sobre mí.

—Esto es imposible.

—Pero está pasando.

Nadie me recuerda. Nadie excepto ella.

Y la peor parte es que ni siquiera Lena sabe por qué.

Las reglas del olvido

—Necesitamos respuestas —digo, tratando de mantener la calma, aunque todo en mí grita que esto no tiene sentido.

Lena asiente.

—Pero antes de eso, dime algo… —Su voz es un susurro—. ¿Por qué viniste aquí?

Parpadeo.

—No lo sé.

—Sí lo sabes.

Muerdo el interior de mi mejilla.

¿Por qué vine aquí?

¿Por qué, en medio del caos, mis pies me trajeron justo a esta cafetería?

Miro a Lena y la respuesta es tan obvia que me siento estúpido.

—Porque te amo.

Las palabras salen sin filtro, sin advertencia, pero no las retiro. Son verdad.

Lena abre los labios, sorprendida.

Y entonces, sonríe.

Una sonrisa pequeña, casi imperceptible.

—Siempre supe que eras un desastre para las confesiones románticas —murmura.

Un pequeño alivio se instala en mi pecho.

Si el universo me ha arrebatado todo, al menos me ha dejado esto.

A Lena.

El miedo de perderla

—Debemos probar algo —dice ella de repente—. Debemos asegurarnos de que esto no empeore.

La miro, confundido.

—¿A qué te refieres?

—A que hoy me recuerdas, pero… ¿y mañana?

La sangre se me congela.

—No.

—No podemos arriesgarnos, Elías. Si hay reglas en esto, necesitamos entenderlas antes de que sea demasiado tarde.

La idea de que Lena pueda olvidarme mañana me aterra.

Si ella también me olvida, no quedará nada de mí en este mundo.

Lena se pone de pie.

—Vámonos.

—¿A dónde?

Ella me ofrece su mano.

—A donde sea.

La tomo sin dudar.

Una huella en el mundo

Esa noche, Lena y yo dejamos nuestra primera marca en la ciudad.

Es un acto impulsivo, irracional, pero en este momento, nada más importa.

Frente a un mural enorme en el centro de la ciudad, Lena saca un spray de su mochila y dibuja dos iniciales gigantes en la pared:

E + L

La pintura aún gotea cuando la veo. Sus ojos brillan con adrenalina, con emoción, con esa chispa que siempre ha tenido.

—Si el mundo quiere borrarte, nos aseguraremos de que no pueda —dice, con una sonrisa traviesa.

Mis labios se curvan.

—¿Así que ahora eres una criminal?

—Siempre lo fui.

Suelto una carcajada.

La primera de todo el día.

Tal vez el mundo me ha olvidado.

Pero mientras Lena siga aquí…

Tal vez aún no estoy perdido.

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