La madrugada es fría, pero no suelta su lluvia. El asfalto brilla bajo la luz tenue de los faroles, reflejando las iniciales que Lena y yo dejamos en la pared.
E + L. Un recordatorio de que existo. De que, al menos por ahora, alguien en este mundo todavía sabe quién soy. Lena me observa en silencio, con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta. Hay algo en su mirada que no sé cómo descifrar. ¿Preocupación? ¿Temor? ¿O tal vez una certeza que no se atreve a decir en voz alta? No quiero preguntar. No quiero que su respuesta haga más real este infierno. —Nos quedaremos juntos esta noche —dice finalmente, y no es una pregunta, sino una decisión. Asiento. No puedo permitirme estar solo. No ahora. No cuando el miedo de que Lena despierte mañana y me mire como si fuera un extraño me está destrozando por dentro. Porque si eso sucede, habré desaparecido para siempre. Un lugar para existir Llegamos a su departamento en cuestión de minutos. Apenas cierra la puerta, Lena suelta un suspiro pesado y se apoya contra la madera. —Dios… —murmura, pasándose una mano por el rostro—. Esto es una locura. No respondo. No sé qué decir. Me dejo caer en su sofá, apoyando los codos en las rodillas y enterrando la cabeza entre las manos. El mundo entero me ha olvidado en un día. Mi nombre ha desaparecido de todas partes. Mi existencia ha sido borrada como si nunca hubiera ocurrido. Pero Lena sigue aquí. Y eso me da esperanza. —¿Quieres algo? —pregunta con suavidad—. Un café, un whisky, un tiro en la cabeza… Su intento de broma me saca una risa breve, casi amarga. —Solo quiero saber qué pasará mañana. Se acerca y se sienta a mi lado. El sofá es pequeño y nuestros cuerpos quedan lo suficientemente cerca como para sentir su calor. —No voy a olvidarte —dice. La miro. —No puedes prometer eso. Lena me sostiene la mirada. —No quiero prometerlo. Quiero asegurarlo. Silencio. —Entonces… —trago saliva—, ¿cómo lo aseguramos? —Quiero escribirlo. La observo con el ceño fruncido. —¿Escribirlo? Se levanta de un salto y se acerca a la mesa donde tiene un cuaderno de t***s duras. Lo abre y, con un bolígrafo, escribe algo en la primera hoja. Cuando termina, me lo entrega. Miro el papel. Mi nombre es Lena Durand. Hoy es 20 de Diciembre. Conozco a Elías Montiel. Lo recuerdo. Algo se aprieta en mi pecho. —Si me olvido de ti… —dice Lena, su voz apenas un susurro—, entonces cuando lea esto, sabré que algo está mal. Paso los dedos sobre su caligrafía perfecta. —Y si no funciona… —Funcionará. No hay duda en su tono. Quiero creerle. Dios, quiero hacerlo. La noche antes del fin Es tarde cuando nos quedamos en silencio. Lena me ofrece su cama, pero me niego. No quiero dormir. No quiero cerrar los ojos y despertar en un mundo donde ella ya no sepa quién soy. Me quedo en el sofá, observándola desde la distancia. Lena duerme tranquila, sin saber que estoy memorizando cada parte de ella. Su cabello oscuro cayendo sobre la almohada, la forma en que sus labios se separan levemente cuando respira, la forma en que su pecho sube y baja con cada inhalación. Si mañana ella me olvida… Si mañana soy un extraño para ella… Esta imagen será todo lo que me quede. El horror de la mañana Despierto con un golpe seco en el pecho. Un sueño. No, una pesadilla. En ella, Lena se giraba en la cama, abría los ojos, me miraba… y en su expresión no había nada. Ni reconocimiento, ni amor. Solo vacío. Pero cuando abro los ojos, ella ya está despierta. Y me está mirando. El alivio me golpea con tanta fuerza que me siento mareado. —Sigues aquí —susurra, como si tampoco pudiera creerlo. Asiento, sin confiar en mi voz. —¿Recuerdas lo que escribiste anoche? Lena se endereza y corre a la mesa donde dejó el cuaderno. Lo abre con manos temblorosas. Sus ojos recorren la página. Y algo cambia en su expresión. Miedo. Un miedo que me revuelve el estómago. —Lena… —Mi voz es un hilo de desesperación—. Dime que sí. Ella traga saliva y me mira con una expresión que me rompe en pedazos. —Recuerdo haberlo escrito —susurra—. Recuerdo todo… menos el momento en que te conocí. Siento que me ahogo. —No… Lena pasa las páginas del cuaderno. —Recuerdo la primera vez que me hiciste reír hasta llorar. Recuerdo que te amo. Un rayo de esperanza se abre paso en mi pecho. Pero ella sigue leyendo. Y cuando vuelve a levantar la mirada, está pálida. —Pero no recuerdo cómo empezó. Me quedo helado. —¿Cómo que no lo recuerdas? —No sé cómo te conocí. No sé dónde ni cuándo. No sé… —Sus ojos se llenan de lágrimas—. Es como si ese momento nunca hubiera existido. El aire se vuelve denso. —Lena… Ella suelta el cuaderno y se lleva las manos a la cabeza. —Elías, ¿qué está pasando con nosotros? No tengo respuesta. Solo sé que si esto sigue así… Lena no solo olvidará cómo nos conocimos. Pronto, olvidará que alguna vez me amó. Y cuando eso pase… Me habré perdido para siempre.La ciudad brilla con luces doradas y rojas, llenando las calles con un aire festivo. La nieve cae en copos suaves, cubriendo los techos y aceras, como si el mundo intentara disfrazar su crueldad con una falsa sensación de paz.Lena y yo caminamos sin rumbo. Nos alejamos del bullicio de los centros comerciales y de las familias que se reúnen en las ventanas iluminadas. No tenemos un destino, porque, en realidad, no tenemos a dónde ir.—¿Solías celebrar la Navidad con tu familia? —pregunta Lena, rompiendo el silencio.Me toma un segundo responder.—Sí… —Susurro, pero mi voz se apaga. Porque la verdad es que no sé si eso sigue siendo cierto.Hoy no intenté llamarlos. No envié mensajes. No quise enfrentarme a la posibilidad de que también ellos hayan olvidado mi existencia.Lena se da cuenta. Me toma la mano con suavidad y la aprieta, como si quisiera recordarme que sigo aquí. Que ella sigue aquí.Es lo único que me mantiene cuerdo. Un refugio en la tormentaLas hora
El amanecer llega con un frío que se filtra por las grietas de la cabaña, pero no me importa. No quiero moverme. No quiero romper la burbuja en la que Lena y yo nos encontramos. Ella sigue dormida a mi lado, su respiración tranquila, su rostro relajado. Su cabello se desparrama sobre mi brazo, y el calor de su cuerpo todavía se aferra al mío. Anoche la besé. Y ella me besó de vuelta. No fue solo un beso. Fue un juramento. Una promesa silenciosa de que, sin importar lo que pase, encontraremos la forma de recordarnos. Pero la realidad siempre regresa. Y cuando Lena se remueve en sueños, cuando su ceño se frunce por un instante antes de abrir los ojos… siento el miedo reptar dentro de mi pecho. —Buenos días —murmura, su voz ronca por el sueño. Trago saliva. —Buenos días. Lena parpadea un par de veces. Luego, me mira. Y entonces ocurre. Esa fracción de segundo. Ese instante diminuto pero demoledor en el que su mirada se llena de incertidumbre. Como si su mente es
El mundo no se detiene. No importa cuánto grite por dentro, cuánto quiera aferrarme a cada segundo antes de que se desvanezca. La ciudad sigue su curso, la gente camina sin notar la sombra de mi existencia desmoronándose.Pero Lena sí lo nota.Y eso es lo único que me mantiene en pie.Nos metemos en un hotel lujoso, uno de esos donde el mármol brilla en cada esquina y los pasillos huelen a dinero. No nos importa cuánto cueste. Mi cuenta bancaria aún existe, y mientras siga ahí, podemos hacer lo que queramos.Lena se apoya en el mostrador de la recepción y sonríe con la naturalidad de alguien que pertenece a este mundo. Yo me mantengo un paso detrás, observándola, sintiéndome como un fantasma que se niega a desaparecer.—Nos gustaría la mejor suite —dice Lena sin dudar.El recepcionista, un hombre de traje impecable y expresión aburrida, asiente y teclea algo en la computadora.—¿Nombre de la reserva?—Elías… —empiezo a decir.Pero me detengo.Porque el hombre ni siquiera ha levantado
La ciudad nos pertenece. O al menos, queremos creerlo. Lena me arrastra por la avenida principal con una sonrisa que desafía el frío, con la adrenalina brillando en sus ojos. Apenas hemos dormido unas horas, pero a quién le importa. Después de lo que pasó anoche, después de haber sentido su cuerpo fundirse con el mío, como si en ese instante nada pudiera arrebatarnos el tiempo, la idea de dormir se siente absurda. Ella ríe mientras cruzamos la calle, sin importarle que el semáforo aún esté en rojo. Un conductor toca la bocina y nos grita algo, pero Lena solo le lanza un beso en el aire y sigue corriendo, jalándome de la mano. —Vamos a hacer algo estúpido —dice sin aliento, deteniéndose frente a una tienda de ropa de diseñador. —¿Cómo qué? Su sonrisa se ensancha. —Como esto. Y sin pensarlo dos veces, entra en la tienda como si fuera dueña del lugar. El lugar huele a perfumes caros y telas que probablemente valen más que el departamento en el que Lena solía vivir. Nos
La madrugada nos encuentra en un auto que no es nuestro. Lena conduce con una sonrisa en los labios y la mirada llena de adrenalina. No pregunté de quién era el coche ni cómo consiguió las llaves. No importa. Nada importa cuando el tiempo se nos escurre entre los dedos. El motor ruge mientras atravesamos la ciudad, los semáforos pasando a toda velocidad en un desenfoque de luces rojas y verdes. Lena saca la mano por la ventanilla, sintiendo el viento en la piel, gritando al cielo como si pudiéramos desafiarlo. —¡El mundo es nuestro, Elías! —su voz resuena en la noche. Quiero creerle. Quiero creer que somos invencibles. Pero entonces, el destino decide que es hora de recordarnos que nunca lo hemos sido. El hombre que me mira como si no existiera Nos detenemos en un bar de lujo en la zona más exclusiva de la ciudad. Lena insiste en que quiere celebrar nuestra victoria en el casino, así que entramos sin que nadie nos detenga. Con nuestras ropas elegantes y la seguridad de qui
El amanecer nos encuentra enredados entre las sábanas. Lena duerme con el rostro hundido en mi cuello, su respiración tranquila, como si anoche no hubiera pasado nada. Como si la sombra de su ex no estuviera entre nosotros.Pero está ahí.En la forma en que Lena evitó responder cuando le pregunté qué quería ese cabrón.En la manera en que su cuerpo se tensó cuando la toqué después de verlo.En el beso que me dio, que por un segundo se sintió como un adiós.Me deslizo fuera de la cama con cuidado, evitando despertarla. Me apoyo contra la ventana, observando la ciudad que sigue en su caos indiferente. Afuera, todo es normal. Adentro, dentro de mí, todo está desmoronándose.Me paso una mano por el rostro, tratando de calmar el fuego que me consume el pecho.No es solo celos.Es miedo.Porque si ese cabrón sigue en su vida, si de alguna forma logra enredarse otra vez en sus pensamientos… ¿qué pasará cuando yo desaparezca?Aprieto los puños.No.No voy a permitirlo.
El frío de la celda no es nada comparado con el que llevo dentro.Mis nudillos aún duelen por el golpe. El sabor metálico de la adrenalina sigue en mi boca. Pero lo peor de todo es el vacío en mi pecho, el eco de la mirada de Lena cuando me alejaron de ella.Pánico.Dolor.Traición.Nunca la había visto así.Me dejo caer en el banco de cemento, apoyando la cabeza contra la pared. Respiro hondo, tratando de calmar el torbellino dentro de mí, pero es inútil.Estoy jodido.No por estar aquí.Sino porque no sé qué va a pasar con Lena.Con nosotros.Conmigo.Porque si el mundo me olvida, y ella me deja…Entonces no quedará nada.Nada. La desesperación de LenaLa lluvia cae sobre la ciudad cuando Lena llega a la comisaría. Su cabello gotea, su vestido empapado se pega a su piel, pero nada de eso importa.Solo hay una cosa en su mente.Elías.Cruza las puertas sin importarle nada más. No le importa si tiene que gritar, suplicar o romper el maldito lugar entero.—¡¿Dónde e
Lena está en la cama.Yo estoy en el suelo.Entre nosotros, solo hay aire denso y el eco de palabras que ninguno se atreve a decir.No durmió. Lo sé porque yo tampoco lo hice.Y porque cada vez que abría los ojos en la oscuridad, podía sentir su mirada sobre mí.Como si me estuviera observando.Como si estuviera buscando algo.Algo que no sé si sigue en mí.O si ya lo perdí.Cuando el amanecer golpea las cortinas, ella se levanta sin mirarme y entra al baño.El sonido del agua llena la habitación.Me cubro el rostro con las manos.Dios, esto nos está destrozando.Y lo peor es que no puedo hacer nada.Porque cada vez que intento acercarme, ella da un paso atrás.Y yo no sé cómo detener este abismo entre nosotros.No sé cómo volver a ella.No sé si aún estoy a tiempo. LenaEl agua caliente no me calma.No me limpia.No me borra el nudo en el pecho.Anoche me di cuenta de algo.Algo que nunca quise ver.Elías no me pertenece.Yo no le pertenezco.