3. Antes de que me olvides

La madrugada es fría, pero no suelta su lluvia. El asfalto brilla bajo la luz tenue de los faroles, reflejando las iniciales que Lena y yo dejamos en la pared.

E + L.

Un recordatorio de que existo. De que, al menos por ahora, alguien en este mundo todavía sabe quién soy.

Lena me observa en silencio, con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta. Hay algo en su mirada que no sé cómo descifrar. ¿Preocupación? ¿Temor? ¿O tal vez una certeza que no se atreve a decir en voz alta?

No quiero preguntar. No quiero que su respuesta haga más real este infierno.

—Nos quedaremos juntos esta noche —dice finalmente, y no es una pregunta, sino una decisión.

Asiento.

No puedo permitirme estar solo.

No ahora.

No cuando el miedo de que Lena despierte mañana y me mire como si fuera un extraño me está destrozando por dentro.

Porque si eso sucede, habré desaparecido para siempre.

Un lugar para existir

Llegamos a su departamento en cuestión de minutos. Apenas cierra la puerta, Lena suelta un suspiro pesado y se apoya contra la madera.

—Dios… —murmura, pasándose una mano por el rostro—. Esto es una locura.

No respondo. No sé qué decir.

Me dejo caer en su sofá, apoyando los codos en las rodillas y enterrando la cabeza entre las manos. El mundo entero me ha olvidado en un día. Mi nombre ha desaparecido de todas partes. Mi existencia ha sido borrada como si nunca hubiera ocurrido.

Pero Lena sigue aquí.

Y eso me da esperanza.

—¿Quieres algo? —pregunta con suavidad—. Un café, un whisky, un tiro en la cabeza…

Su intento de broma me saca una risa breve, casi amarga.

—Solo quiero saber qué pasará mañana.

Se acerca y se sienta a mi lado. El sofá es pequeño y nuestros cuerpos quedan lo suficientemente cerca como para sentir su calor.

—No voy a olvidarte —dice.

La miro.

—No puedes prometer eso.

Lena me sostiene la mirada.

—No quiero prometerlo. Quiero asegurarlo.

Silencio.

—Entonces… —trago saliva—, ¿cómo lo aseguramos?

—Quiero escribirlo.

La observo con el ceño fruncido.

—¿Escribirlo?

Se levanta de un salto y se acerca a la mesa donde tiene un cuaderno de t***s duras. Lo abre y, con un bolígrafo, escribe algo en la primera hoja.

Cuando termina, me lo entrega.

Miro el papel.

Mi nombre es Lena Durand.

Hoy es 20 de Diciembre.

Conozco a Elías Montiel. Lo recuerdo.

Algo se aprieta en mi pecho.

—Si me olvido de ti… —dice Lena, su voz apenas un susurro—, entonces cuando lea esto, sabré que algo está mal.

Paso los dedos sobre su caligrafía perfecta.

—Y si no funciona…

—Funcionará.

No hay duda en su tono.

Quiero creerle.

Dios, quiero hacerlo.

La noche antes del fin

Es tarde cuando nos quedamos en silencio. Lena me ofrece su cama, pero me niego. No quiero dormir. No quiero cerrar los ojos y despertar en un mundo donde ella ya no sepa quién soy.

Me quedo en el sofá, observándola desde la distancia.

Lena duerme tranquila, sin saber que estoy memorizando cada parte de ella. Su cabello oscuro cayendo sobre la almohada, la forma en que sus labios se separan levemente cuando respira, la forma en que su pecho sube y baja con cada inhalación.

Si mañana ella me olvida…

Si mañana soy un extraño para ella…

Esta imagen será todo lo que me quede.

El horror de la mañana

Despierto con un golpe seco en el pecho.

Un sueño.

No, una pesadilla.

En ella, Lena se giraba en la cama, abría los ojos, me miraba… y en su expresión no había nada. Ni reconocimiento, ni amor.

Solo vacío.

Pero cuando abro los ojos, ella ya está despierta.

Y me está mirando.

El alivio me golpea con tanta fuerza que me siento mareado.

—Sigues aquí —susurra, como si tampoco pudiera creerlo.

Asiento, sin confiar en mi voz.

—¿Recuerdas lo que escribiste anoche?

Lena se endereza y corre a la mesa donde dejó el cuaderno. Lo abre con manos temblorosas.

Sus ojos recorren la página.

Y algo cambia en su expresión.

Miedo.

Un miedo que me revuelve el estómago.

—Lena… —Mi voz es un hilo de desesperación—. Dime que sí.

Ella traga saliva y me mira con una expresión que me rompe en pedazos.

—Recuerdo haberlo escrito —susurra—. Recuerdo todo… menos el momento en que te conocí.

Siento que me ahogo.

—No…

Lena pasa las páginas del cuaderno.

—Recuerdo la primera vez que me hiciste reír hasta llorar. Recuerdo que te amo.

Un rayo de esperanza se abre paso en mi pecho.

Pero ella sigue leyendo.

Y cuando vuelve a levantar la mirada, está pálida.

—Pero no recuerdo cómo empezó.

Me quedo helado.

—¿Cómo que no lo recuerdas?

—No sé cómo te conocí. No sé dónde ni cuándo. No sé… —Sus ojos se llenan de lágrimas—. Es como si ese momento nunca hubiera existido.

El aire se vuelve denso.

—Lena…

Ella suelta el cuaderno y se lleva las manos a la cabeza.

—Elías, ¿qué está pasando con nosotros?

No tengo respuesta.

Solo sé que si esto sigue así…

Lena no solo olvidará cómo nos conocimos.

Pronto, olvidará que alguna vez me amó.

Y cuando eso pase…

Me habré perdido para siempre.

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