4. La primera Nochebuena

La ciudad brilla con luces doradas y rojas, llenando las calles con un aire festivo. La nieve cae en copos suaves, cubriendo los techos y aceras, como si el mundo intentara disfrazar su crueldad con una falsa sensación de paz.

Lena y yo caminamos sin rumbo. Nos alejamos del bullicio de los centros comerciales y de las familias que se reúnen en las ventanas iluminadas. No tenemos un destino, porque, en realidad, no tenemos a dónde ir.

—¿Solías celebrar la Navidad con tu familia? —pregunta Lena, rompiendo el silencio.

Me toma un segundo responder.

—Sí… —Susurro, pero mi voz se apaga. Porque la verdad es que no sé si eso sigue siendo cierto.

Hoy no intenté llamarlos. No envié mensajes. No quise enfrentarme a la posibilidad de que también ellos hayan olvidado mi existencia.

Lena se da cuenta. Me toma la mano con suavidad y la aprieta, como si quisiera recordarme que sigo aquí. Que ella sigue aquí.

Es lo único que me mantiene cuerdo.

Un refugio en la tormenta

Las horas pasan, y la nieve se intensifica. Las calles se vacían, como si el mundo nos obligara a aceptar que no pertenecemos a ninguna parte.

Pero Lena se detiene de repente frente a una pequeña cabaña de madera, en un parque casi desierto. Una de esas estructuras antiguas que solían funcionar como cafetería en el invierno, pero que ahora está cerrada.

—Ven —dice, tirando de mi mano.

—¿Qué haces?

—Buscando un lugar para nuestra Navidad.

Lena fuerza la puerta trasera. Tras un par de intentos, se abre con un quejido. No lo cuestiono. En este momento, la moralidad me importa menos que el hecho de que mis huesos están congelados.

Dentro, el espacio es pequeño pero acogedor. Hay una mesa, un par de sillones polvorientos y una chimenea de piedra.

—Parece que alguien dejó leña —comenta Lena, agachándose para acomodar unos troncos en la chimenea.

Me inclino junto a ella y enciendo el fuego. Las llamas crecen lentamente, proyectando sombras en las paredes de madera.

Nos sentamos en el suelo, envueltos en el calor que poco a poco llena el espacio. Lena frota sus manos y sopla sobre ellas.

—Bien. Ahora sí. Oficialmente, es Nochebuena.

Me río, aunque no hay alegría en mi voz.

—¿Así imaginabas pasarla? Entrando a un lugar abandonado con un tipo que se está desvaneciendo del mundo.

Lena me observa en silencio.

—Así suena aún más perfecto.

Mi pecho se aprieta.

No porque no crea sus palabras, sino porque quiero que sean verdad. Quiero que esto sea suficiente. Quiero que ella nunca me olvide.

La primera Navidad sin el mundo

Lena saca algo de su mochila: una botella de sidra.

—Robé esto de la casa de mi hermano antes de salir esta mañana. Técnicamente, no es un robo porque igual nadie me quería ahí.

Levanta la botella y la destapa con un suspiro satisfecho.

—A la Navidad más extraña del mundo —brinda, dándome la primera oportunidad de sonreír en todo el día.

—Y a que mañana sigas recordándome.

Brindamos con sorbos largos. El líquido frío baja por mi garganta, dejando un ardor dulce.

Lena me mira de reojo, con la mejilla apoyada en su rodilla.

—Si desaparecieras por completo… —empieza, su voz apenas un murmullo—. Si un día, despierto y ya no queda rastro de ti… ¿crees que algo dentro de mí lo sentiría?

La pregunta me desarma.

No sé la respuesta.

Lena deja la botella a un lado y se acerca.

—Porque yo creo que sí.

—Lena…

—Porque cuando no te conocía —continúa—, mi vida era más gris. No lo sabía entonces, pero ahora lo veo. Estabas destinado a existir en mi mundo.

Se acerca aún más. Puedo sentir su respiración, el olor de su piel.

Mis latidos son una tormenta dentro de mi pecho.

—Así que, aunque todo se borre, aunque todas las pruebas de que exististe desaparezcan… —Lena inclina el rostro, y nuestros labios quedan a un suspiro de distancia—, creo que algo dentro de mí aún te buscaría.

El fuego cruje. La nieve golpea la ventana. El mundo entero desaparece.

Lena cierra los ojos.

Y yo la beso.

Un beso para recordarnos

No es solo un beso. Es desesperación. Es miedo. Es la necesidad de aferrarnos a algo real cuando todo a nuestro alrededor se está desmoronando.

Su boca es cálida y suave, pero hay urgencia en la forma en que nos besamos, como si con esto pudiéramos marcarnos el uno al otro de manera irreversible.

Lena se aferra a mi chaqueta. Sus labios se mueven con los míos, entregándose al mismo frenesí, a la misma sensación de vértigo que yo.

No sé cuánto dura. Segundos, minutos… tal vez una eternidad.

Cuando nos separamos, su frente queda pegada a la mía.

—Si algún día olvido este beso… —susurra—, prométeme que me harás sentirlo de nuevo.

Trago saliva, sin atreverme a parpadear.

—Lo prometo.

Un juramento en la nieve

Pasamos el resto de la noche junto al fuego, sin decir mucho. A veces, Lena apoya la cabeza en mi hombro. A veces, entrelazamos los dedos.

No sé si esto nos salvará.

No sé si mañana, cuando despierte, Lena aún sabrá quién soy.

Pero esta noche, en esta cabaña, bajo la nieve y el fuego, ella me recuerda.

Y mientras lo haga…

Todavía existo.

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