La ciudad brilla con luces doradas y rojas, llenando las calles con un aire festivo. La nieve cae en copos suaves, cubriendo los techos y aceras, como si el mundo intentara disfrazar su crueldad con una falsa sensación de paz.
Lena y yo caminamos sin rumbo. Nos alejamos del bullicio de los centros comerciales y de las familias que se reúnen en las ventanas iluminadas. No tenemos un destino, porque, en realidad, no tenemos a dónde ir. —¿Solías celebrar la Navidad con tu familia? —pregunta Lena, rompiendo el silencio. Me toma un segundo responder. —Sí… —Susurro, pero mi voz se apaga. Porque la verdad es que no sé si eso sigue siendo cierto. Hoy no intenté llamarlos. No envié mensajes. No quise enfrentarme a la posibilidad de que también ellos hayan olvidado mi existencia. Lena se da cuenta. Me toma la mano con suavidad y la aprieta, como si quisiera recordarme que sigo aquí. Que ella sigue aquí. Es lo único que me mantiene cuerdo. Un refugio en la tormenta Las horas pasan, y la nieve se intensifica. Las calles se vacían, como si el mundo nos obligara a aceptar que no pertenecemos a ninguna parte. Pero Lena se detiene de repente frente a una pequeña cabaña de madera, en un parque casi desierto. Una de esas estructuras antiguas que solían funcionar como cafetería en el invierno, pero que ahora está cerrada. —Ven —dice, tirando de mi mano. —¿Qué haces? —Buscando un lugar para nuestra Navidad. Lena fuerza la puerta trasera. Tras un par de intentos, se abre con un quejido. No lo cuestiono. En este momento, la moralidad me importa menos que el hecho de que mis huesos están congelados. Dentro, el espacio es pequeño pero acogedor. Hay una mesa, un par de sillones polvorientos y una chimenea de piedra. —Parece que alguien dejó leña —comenta Lena, agachándose para acomodar unos troncos en la chimenea. Me inclino junto a ella y enciendo el fuego. Las llamas crecen lentamente, proyectando sombras en las paredes de madera. Nos sentamos en el suelo, envueltos en el calor que poco a poco llena el espacio. Lena frota sus manos y sopla sobre ellas. —Bien. Ahora sí. Oficialmente, es Nochebuena. Me río, aunque no hay alegría en mi voz. —¿Así imaginabas pasarla? Entrando a un lugar abandonado con un tipo que se está desvaneciendo del mundo. Lena me observa en silencio. —Así suena aún más perfecto. Mi pecho se aprieta. No porque no crea sus palabras, sino porque quiero que sean verdad. Quiero que esto sea suficiente. Quiero que ella nunca me olvide. La primera Navidad sin el mundo Lena saca algo de su mochila: una botella de sidra. —Robé esto de la casa de mi hermano antes de salir esta mañana. Técnicamente, no es un robo porque igual nadie me quería ahí. Levanta la botella y la destapa con un suspiro satisfecho. —A la Navidad más extraña del mundo —brinda, dándome la primera oportunidad de sonreír en todo el día. —Y a que mañana sigas recordándome. Brindamos con sorbos largos. El líquido frío baja por mi garganta, dejando un ardor dulce. Lena me mira de reojo, con la mejilla apoyada en su rodilla. —Si desaparecieras por completo… —empieza, su voz apenas un murmullo—. Si un día, despierto y ya no queda rastro de ti… ¿crees que algo dentro de mí lo sentiría? La pregunta me desarma. No sé la respuesta. Lena deja la botella a un lado y se acerca. —Porque yo creo que sí. —Lena… —Porque cuando no te conocía —continúa—, mi vida era más gris. No lo sabía entonces, pero ahora lo veo. Estabas destinado a existir en mi mundo. Se acerca aún más. Puedo sentir su respiración, el olor de su piel. Mis latidos son una tormenta dentro de mi pecho. —Así que, aunque todo se borre, aunque todas las pruebas de que exististe desaparezcan… —Lena inclina el rostro, y nuestros labios quedan a un suspiro de distancia—, creo que algo dentro de mí aún te buscaría. El fuego cruje. La nieve golpea la ventana. El mundo entero desaparece. Lena cierra los ojos. Y yo la beso. Un beso para recordarnos No es solo un beso. Es desesperación. Es miedo. Es la necesidad de aferrarnos a algo real cuando todo a nuestro alrededor se está desmoronando. Su boca es cálida y suave, pero hay urgencia en la forma en que nos besamos, como si con esto pudiéramos marcarnos el uno al otro de manera irreversible. Lena se aferra a mi chaqueta. Sus labios se mueven con los míos, entregándose al mismo frenesí, a la misma sensación de vértigo que yo. No sé cuánto dura. Segundos, minutos… tal vez una eternidad. Cuando nos separamos, su frente queda pegada a la mía. —Si algún día olvido este beso… —susurra—, prométeme que me harás sentirlo de nuevo. Trago saliva, sin atreverme a parpadear. —Lo prometo. Un juramento en la nieve Pasamos el resto de la noche junto al fuego, sin decir mucho. A veces, Lena apoya la cabeza en mi hombro. A veces, entrelazamos los dedos. No sé si esto nos salvará. No sé si mañana, cuando despierte, Lena aún sabrá quién soy. Pero esta noche, en esta cabaña, bajo la nieve y el fuego, ella me recuerda. Y mientras lo haga… Todavía existo.El amanecer llega con un frío que se filtra por las grietas de la cabaña, pero no me importa. No quiero moverme. No quiero romper la burbuja en la que Lena y yo nos encontramos. Ella sigue dormida a mi lado, su respiración tranquila, su rostro relajado. Su cabello se desparrama sobre mi brazo, y el calor de su cuerpo todavía se aferra al mío. Anoche la besé. Y ella me besó de vuelta. No fue solo un beso. Fue un juramento. Una promesa silenciosa de que, sin importar lo que pase, encontraremos la forma de recordarnos. Pero la realidad siempre regresa. Y cuando Lena se remueve en sueños, cuando su ceño se frunce por un instante antes de abrir los ojos… siento el miedo reptar dentro de mi pecho. —Buenos días —murmura, su voz ronca por el sueño. Trago saliva. —Buenos días. Lena parpadea un par de veces. Luego, me mira. Y entonces ocurre. Esa fracción de segundo. Ese instante diminuto pero demoledor en el que su mirada se llena de incertidumbre. Como si su mente es
El mundo no se detiene. No importa cuánto grite por dentro, cuánto quiera aferrarme a cada segundo antes de que se desvanezca. La ciudad sigue su curso, la gente camina sin notar la sombra de mi existencia desmoronándose.Pero Lena sí lo nota.Y eso es lo único que me mantiene en pie.Nos metemos en un hotel lujoso, uno de esos donde el mármol brilla en cada esquina y los pasillos huelen a dinero. No nos importa cuánto cueste. Mi cuenta bancaria aún existe, y mientras siga ahí, podemos hacer lo que queramos.Lena se apoya en el mostrador de la recepción y sonríe con la naturalidad de alguien que pertenece a este mundo. Yo me mantengo un paso detrás, observándola, sintiéndome como un fantasma que se niega a desaparecer.—Nos gustaría la mejor suite —dice Lena sin dudar.El recepcionista, un hombre de traje impecable y expresión aburrida, asiente y teclea algo en la computadora.—¿Nombre de la reserva?—Elías… —empiezo a decir.Pero me detengo.Porque el hombre ni siquiera ha levantado
La ciudad nos pertenece. O al menos, queremos creerlo. Lena me arrastra por la avenida principal con una sonrisa que desafía el frío, con la adrenalina brillando en sus ojos. Apenas hemos dormido unas horas, pero a quién le importa. Después de lo que pasó anoche, después de haber sentido su cuerpo fundirse con el mío, como si en ese instante nada pudiera arrebatarnos el tiempo, la idea de dormir se siente absurda. Ella ríe mientras cruzamos la calle, sin importarle que el semáforo aún esté en rojo. Un conductor toca la bocina y nos grita algo, pero Lena solo le lanza un beso en el aire y sigue corriendo, jalándome de la mano. —Vamos a hacer algo estúpido —dice sin aliento, deteniéndose frente a una tienda de ropa de diseñador. —¿Cómo qué? Su sonrisa se ensancha. —Como esto. Y sin pensarlo dos veces, entra en la tienda como si fuera dueña del lugar. El lugar huele a perfumes caros y telas que probablemente valen más que el departamento en el que Lena solía vivir. Nos
La madrugada nos encuentra en un auto que no es nuestro. Lena conduce con una sonrisa en los labios y la mirada llena de adrenalina. No pregunté de quién era el coche ni cómo consiguió las llaves. No importa. Nada importa cuando el tiempo se nos escurre entre los dedos. El motor ruge mientras atravesamos la ciudad, los semáforos pasando a toda velocidad en un desenfoque de luces rojas y verdes. Lena saca la mano por la ventanilla, sintiendo el viento en la piel, gritando al cielo como si pudiéramos desafiarlo. —¡El mundo es nuestro, Elías! —su voz resuena en la noche. Quiero creerle. Quiero creer que somos invencibles. Pero entonces, el destino decide que es hora de recordarnos que nunca lo hemos sido. El hombre que me mira como si no existiera Nos detenemos en un bar de lujo en la zona más exclusiva de la ciudad. Lena insiste en que quiere celebrar nuestra victoria en el casino, así que entramos sin que nadie nos detenga. Con nuestras ropas elegantes y la seguridad de qui
El amanecer nos encuentra enredados entre las sábanas. Lena duerme con el rostro hundido en mi cuello, su respiración tranquila, como si anoche no hubiera pasado nada. Como si la sombra de su ex no estuviera entre nosotros.Pero está ahí.En la forma en que Lena evitó responder cuando le pregunté qué quería ese cabrón.En la manera en que su cuerpo se tensó cuando la toqué después de verlo.En el beso que me dio, que por un segundo se sintió como un adiós.Me deslizo fuera de la cama con cuidado, evitando despertarla. Me apoyo contra la ventana, observando la ciudad que sigue en su caos indiferente. Afuera, todo es normal. Adentro, dentro de mí, todo está desmoronándose.Me paso una mano por el rostro, tratando de calmar el fuego que me consume el pecho.No es solo celos.Es miedo.Porque si ese cabrón sigue en su vida, si de alguna forma logra enredarse otra vez en sus pensamientos… ¿qué pasará cuando yo desaparezca?Aprieto los puños.No.No voy a permitirlo.
El frío de la celda no es nada comparado con el que llevo dentro.Mis nudillos aún duelen por el golpe. El sabor metálico de la adrenalina sigue en mi boca. Pero lo peor de todo es el vacío en mi pecho, el eco de la mirada de Lena cuando me alejaron de ella.Pánico.Dolor.Traición.Nunca la había visto así.Me dejo caer en el banco de cemento, apoyando la cabeza contra la pared. Respiro hondo, tratando de calmar el torbellino dentro de mí, pero es inútil.Estoy jodido.No por estar aquí.Sino porque no sé qué va a pasar con Lena.Con nosotros.Conmigo.Porque si el mundo me olvida, y ella me deja…Entonces no quedará nada.Nada. La desesperación de LenaLa lluvia cae sobre la ciudad cuando Lena llega a la comisaría. Su cabello gotea, su vestido empapado se pega a su piel, pero nada de eso importa.Solo hay una cosa en su mente.Elías.Cruza las puertas sin importarle nada más. No le importa si tiene que gritar, suplicar o romper el maldito lugar entero.—¡¿Dónde e
Lena está en la cama.Yo estoy en el suelo.Entre nosotros, solo hay aire denso y el eco de palabras que ninguno se atreve a decir.No durmió. Lo sé porque yo tampoco lo hice.Y porque cada vez que abría los ojos en la oscuridad, podía sentir su mirada sobre mí.Como si me estuviera observando.Como si estuviera buscando algo.Algo que no sé si sigue en mí.O si ya lo perdí.Cuando el amanecer golpea las cortinas, ella se levanta sin mirarme y entra al baño.El sonido del agua llena la habitación.Me cubro el rostro con las manos.Dios, esto nos está destrozando.Y lo peor es que no puedo hacer nada.Porque cada vez que intento acercarme, ella da un paso atrás.Y yo no sé cómo detener este abismo entre nosotros.No sé cómo volver a ella.No sé si aún estoy a tiempo. LenaEl agua caliente no me calma.No me limpia.No me borra el nudo en el pecho.Anoche me di cuenta de algo.Algo que nunca quise ver.Elías no me pertenece.Yo no le pertenezco.
Lena está frente a la maleta.Yo estoy detrás de ella.La distancia entre nosotros es mínima.Pero se siente como un abismo.Y sé que si no hago algo ahora…Si dejo que siga guardando su ropa…Si la dejo dar un solo paso hacia la puerta…Todo se acabará.Nosotros.Yo.El mundo.El tiempo.Todo.—Lena… —Mi voz es apenas un susurro.Ella no se detiene.Ni siquiera tiembla.Solo sigue metiendo cosas en la maleta.Como si ya hubiera tomado la decisión.Como si yo no existiera.Y no puedo soportarlo.No puedo.Agarro la maleta y la cierro de golpe.Ella se congela.—No puedes irte.Lena respira hondo.Y cuando alza la cabeza, sus ojos me atraviesan.—Sí puedo.—No.—Sí, Elías. Puedo.Su voz es tranquila.Demasiado tranquila.Como si ya hubiera llorado todo.Como si ya me hubiera enterrado en su mente.Como si ya hubiera decidido que yo…Yo no puedo ser parte de su vida.Y eso me destroza.La rabia me arde en la garganta.La desesperación me retuerce el pecho.Porque Lena es lo único que me