Lena está frente a la maleta.Yo estoy detrás de ella.La distancia entre nosotros es mínima.Pero se siente como un abismo.Y sé que si no hago algo ahora…Si dejo que siga guardando su ropa…Si la dejo dar un solo paso hacia la puerta…Todo se acabará.Nosotros.Yo.El mundo.El tiempo.Todo.—Lena… —Mi voz es apenas un susurro.Ella no se detiene.Ni siquiera tiembla.Solo sigue metiendo cosas en la maleta.Como si ya hubiera tomado la decisión.Como si yo no existiera.Y no puedo soportarlo.No puedo.Agarro la maleta y la cierro de golpe.Ella se congela.—No puedes irte.Lena respira hondo.Y cuando alza la cabeza, sus ojos me atraviesan.—Sí puedo.—No.—Sí, Elías. Puedo.Su voz es tranquila.Demasiado tranquila.Como si ya hubiera llorado todo.Como si ya me hubiera enterrado en su mente.Como si ya hubiera decidido que yo…Yo no puedo ser parte de su vida.Y eso me destroza.La rabia me arde en la garganta.La desesperación me retuerce el pecho.Porque Lena es lo único que me
El silencio pesa.Lo siento en cada fibra de mi cuerpo, en cada rincón de esta habitación que aún huele a ella.Pero Lena ya no está.El eco de la puerta cerrándose sigue rebotando en mi cabeza, cruel y despiadado, como un reloj que marcó mi final.Me quedo de pie, mirando el vacío, sintiendo cómo el mundo se desmorona a mi alrededor.Porque ahora sé lo que significa el olvido.No es desaparecer en un segundo.No es un truco de magia o un chasquido que borra mi existencia.Es esto.Es el dolor punzante en el pecho.Es la angustia en el estómago.Es la certeza de que ella fue la única que me sostuvo en este mundo.Y que ahora…Ahora estoy cayendo.La habitación está en penumbras cuando el primer rayo de sol atraviesa la ventana. Pero el amanecer no significa nada para mí.No sin Lena.Mi cuerpo no se mueve. Mis pensamientos son un bucle incontrolable de imágenes de ella: su cabello sobre la almohada, su risa ahogada en mis labios, su mirada brillando en la noche.Pero ahora todo eso es
Elías tiembla en mis brazos. Su pecho sube y baja con respiraciones entrecortadas, como si hubiese corrido hasta el fin del mundo para alcanzarme. Y tal vez lo hizo. Tal vez yo era su última frontera antes del olvido. Mis manos se aferran a su espalda, sintiendo la tela empapada de sudor. No me importa. Solo quiero que esté aquí. Solo quiero recordarlo. El avión sigue anunciando su último llamado. Pero yo ya no estoy en ese mundo. Estoy en él. -Dime que no te vas suplica, con la voz rota contra mi vida. -No me voy. Se aparta apenas, mirándome con esos ojos oscuros, desesperados. -¿lo juras? Asiento. Y entonces sus labios están sobre los míos. No hay nada dulce en este beso ♡. Es un choque de almas. Es la furia de alguien que lucha contra la muerte. Es el incendio de un amor que se niega a extinguirse. Mi cuerpo tiembla al sentir su lengua rozando la mía, al sentir su aliento fundirse con el mio. No quiero soltarlo. No quiere que la realidad nos arranque de este insta
El viento es un susurro helado contra mi piel.La ciudad brilla bajo nosotros, una maraña de luces y sombras que parece pertenecer a otro mundo. Estamos en la azotea de un hotel que no recordaremos mañana, con las maletas a nuestros pies y la adrenalina bombeando en nuestras venas.Lena está frente a mí, con el cabello alborotado por la brisa y los ojos encendidos.—¿Estás listo? —pregunta.No sé si alguna vez lo estaré.Pero sonrío.—Siempre.Ella me toma de la mano y la aprieta con fuerza.Saltamos.No hacia la muerte.Sino hacia la vida.Hacia la locura.Hacia el único futuro que nos pertenece. Horas antesNos largamos de la ciudad sin mirar atrás.El auto que rentamos ruge bajo nuestras manos, devorando la carretera como si estuviera hecho para nosotros. Lena conduce con una sonrisa traviesa, acelerando más de lo debido, con la música a todo volumen y su risa entremezclada con la velocidad.La miro de reojo y no puedo evitar sonreír.—Eres pelig
El suelo se acerca a una velocidad imposible. El viento ruge en mis oídos, devorando cualquier sonido, cualquier pensamiento, cualquier miedo. Todo lo que existe en este instante es la caída. Y Lena. La veo en mi periferia, suspendida en el aire, el cabello salvaje contra la noche, su risa aún enredada en el viento. Hasta que deja de reír. Hasta que su paracaídas falla. Hasta que la veo forcejear con las correas, su cuerpo girando en una espiral descontrolada. Y el terror se me clava en el pecho como un puñal helado. —¡Lena! —grito, pero el viento me roba la voz. Ella sigue cayendo. Demasiado rápido. Demasiado lejos. Mi mente colapsa en un solo pensamiento: no la voy a alcanzar. Pero eso no es una opción. Tiro de las correas con una fuerza sobrehumana, cerrando la distancia entre nosotros. Mi cuerpo vuelve a acelerar, mi estómago se revuelve con la gravedad que se desploma sobre mí, pero no me importa. No la voy a perder. No puedo perderla. Extiendo la mano. Casi. Ca
El reloj marca las 00:00. Y yo sigo aquí. Sentado junto a Lena, con los codos apoyados en la cama, con los ojos fijos en su rostro inmóvil, con el miedo apretándome el pecho como un puño implacable. El hospital es un mausoleo de murmullos apagados, de luces pálidas que proyectan sombras alargadas en las paredes. Afuera, la ciudad respira, pero aquí dentro el tiempo se ha detenido. Aquí, en este rincón estéril y helado, Lena y yo existimos atrapados en una burbuja de incertidumbre. Ella sigue sin moverse. Su piel se ve tan pálida bajo la luz blanquecina. Tan frágil. Tan… lejana. Un sonido metálico resuena en el pasillo y me sobresalto, pero no aparto la vista de ella. Me aferro a su imagen como si pudiera sujetarla, como si pudiera evitar que el mundo nos arrancara lo que nos queda. No sé cuántas horas han pasado. No sé cuántas veces he parpadeado. Solo sé que la observo, memorizando cada detalle, luchando contra el miedo que me carcome por dentro. Espero. Espero. Espero.
El silencio de la habitación se ve interrumpido por un débil murmullo; es como si la vida, tras haber sido suspendida en el abismo del olvido, comenzara a reavivarse poco a poco. El monitor parpadea, marcando lentamente cada latido, y el sonido rítmico de la máquina se funde con mi respiración agitada. Siento que cada segundo pesa como una eternidad, y en mi interior, el miedo se transforma en una mezcla de esperanza y desesperación. Lena... Lena, mi Lena. Su rostro, pálido y frágil, ha comenzado a cambiar. Sus párpados se mueven con lentitud, como si la vida estuviera intentando regresar a ese lugar donde aún existía su luz. Cada pequeño movimiento suyo es una victoria contra el olvido, un triunfo de la memoria sobre la amnesia que nos amenaza a ambos. Mi mente se llena de recuerdos mientras la observo: sus risas compartidas en noches interminables, sus lágrimas en momentos de dolor, el eco de sus susurros en la penumbra de nuestras noches. Todo eso se agolpa en mi mente, recordán
La habitación está vacía. El eco de mi respiración es el único sonido que resuena entre las paredes blancas del hospital. Lena no está. Por un instante, el pánico me devora desde dentro. Miro la cama revuelta, las sábanas aún tibias, el rastro de su fragancia impregnado en el aire. La puerta se queda entreabierta, como si alguien hubiese salido apresuradamente, dejando atrás solo el vacío. Mis latidos se disparan. No puede haber desaparecido. No ahora. Salgo al pasillo con pasos torpes, casi tropezando con mi propio miedo. La gente sigue con su rutina: enfermeras y médicos caminan de un lado a otro, pacientes murmuran en voz baja, y el sonido constante de carritos con bandejas llena el ambiente. Todo sigue su curso, como si el mundo no hubiera colapsado en este preciso instante; como si nadie supiera que me han arrancado la única razón por la que aún existo. —¿Dónde está Lena? —pregunto a la primera enfermera que veo. Mi voz sale áspera, desesperada, cargada de una angustia