19. Un mundo sin ella

La habitación está vacía.

El eco de mi respiración es el único sonido que resuena entre las paredes blancas del hospital. Lena no está. Por un instante, el pánico me devora desde dentro. Miro la cama revuelta, las sábanas aún tibias, el rastro de su fragancia impregnado en el aire. La puerta se queda entreabierta, como si alguien hubiese salido apresuradamente, dejando atrás solo el vacío.

Mis latidos se disparan.

No puede haber desaparecido. No ahora.

Salgo al pasillo con pasos torpes, casi tropezando con mi propio miedo. La gente sigue con su rutina: enfermeras y médicos caminan de un lado a otro, pacientes murmuran en voz baja, y el sonido constante de carritos con bandejas llena el ambiente. Todo sigue su curso, como si el mundo no hubiera colapsado en este preciso instante; como si nadie supiera que me han arrancado la única razón por la que aún existo.

—¿Dónde está Lena? —pregunto a la primera enfermera que veo. Mi voz sale áspera, desesperada, cargada de una angustia
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