Las voces del mundo no se callan. A medida que pasan los días, los rumores se convierten en certezas para aquellos que no nos conocen, en historias manipuladas por quienes quieren entrometerse en nuestro amor. El viento trae palabras que no pronunciamos, declaraciones que jamás hicimos y dudas que no pedimos. Y aunque intento aferrarme a lo único real, a Lena, algo dentro de mí me dice que estamos entrando en una tormenta de la que quizás no salgamos ilesos. Hoy, más que nunca, siento el peso de la fama que nunca busqué. —Elías, tienes una entrevista en la radio —me dice Javier, un viejo conocido que solía ser periodista y ahora se ha convertido en mi enlace con los medios. —No quiero entrevistas —respondo sin apartar la vista del teléfono, donde un artículo habla de mí como si fuese una figura mitológica. "El hombre que desafió al olvido", "El fenómeno de la memoria". —No puedes evitarlas siempre. La gente quiere saber tu historia. Resoplo, cansado. ¿Qué historia? ¿Qué se supone
El mundo sigue girando, indiferente a lo que nos pasa. Las luces de la ciudad parpadean en la distancia, los autos continúan su trayecto, y las conversaciones de los demás no se detienen. Pero en mi cabeza, todo se ha congelado en el momento en que Lena se alejó de mí. Sus últimas palabras resuenan como un eco persistente: Ojalá pudiera creerte, Elías. Una frase simple, pero cargada de algo que nunca había sentido en ella: duda. Me quedo ahí, en la azotea, viendo su silueta desaparecer escaleras abajo, y por primera vez en mucho tiempo, me siento realmente asustado. Porque si Lena empieza a dudar de nosotros, entonces nada en este mundo es seguro. No la busco esa noche. Tal vez porque no sé qué decirle. Tal vez porque tengo miedo de escuchar lo que aún no ha dicho. Me quedo en mi departamento, viendo el techo como si pudiera encontrar respuestas ahí. Las imágenes se repiten en mi cabeza: el café, la mesera diciendo que Lena estaba con alguien más, la forma en que evitó decirme
El amor no siempre se rompe con gritos. A veces, se desmorona en silencios. En lo que dejamos de decir. Lena y yo estamos en su departamento, juntos, pero con un abismo entre nosotros. Quiero tocarla, sentir su piel contra la mía, recordarle que somos más que las dudas que nos acechan, pero ella mantiene la distancia. Y eso me duele más de lo que debería. —Dime cómo arreglo esto —susurro. Ella baja la mirada. —No sé si puedes. Las palabras me golpean como un puñal en el pecho. —Lena… —No es tu culpa —me interrumpe, con la voz quebrada—. No tiene que ver con que no te ame. —Entonces, ¿qué es? Ella aprieta los labios, luchando con algo que no quiere decir. Y entonces lo sé. No es solo el peso de mi historia. No es solo el mundo metiéndose en nuestra relación. Es miedo. Pero no miedo a perderme. Miedo a quedarse. —Tienes miedo de lo que viene —murmuro, con la certeza clavándose en mi garganta. Lena se queda en silencio. —Tienes miedo de un futuro conmigo. Ella cierra l
No sé cuánto tiempo pasa después de que Lena dice esas palabras. Solo sé que estoy ahí, de pie, sintiendo cómo algo dentro de mí se resquebraja en mil pedazos."Necesito un tiempo."Dos segundos. Tres. Un millón.No sé cuántos pasan antes de que me dé cuenta de que Lena ya no está esperando una respuesta. No hay nada que yo pueda decir que cambie lo que ella siente.Pero quiero gritar.Quiero agarrarla por los hombros y decirle que no puede hacerme esto. Que no puede pedirme espacio cuando el único lugar donde existo es a su lado.Porque si Lena se aleja… ¿qué queda de mí?—No me hagas esto… —susurro, con la voz rota.Lena cierra los ojos, como si mis palabras le dolieran.—Elías…—¿Cuánto tiempo? —interrumpo, con el corazón latiéndome en los oídos—. ¿Un día? ¿Una semana? ¿Un mes?Ella aprieta los labios.—No lo sé.Y esa es la peor respuesta que podría darme.Siento cómo la desesperación me llena los pulmones como si me estuviera ahogando.—No puedo vivir sin ti, Lena.La frase sale
El silencio es una bestia que me devora.Estoy ahí, en el suelo, con las rodillas dobladas y la respiración rota, como si cada bocanada de aire me arañara los pulmones.Lena se ha ido.Es una verdad absoluta.Y, sin embargo, mi mente se aferra a la posibilidad de que todo esto sea una pesadilla, de que en cualquier momento ella vuelva a abrir la puerta y diga que se ha equivocado, que no puede estar sin mí, que nunca debió irse.Pero la puerta no se abre.Y lo único que queda es el vacío.Me pongo de pie con torpeza, como si estuviera aprendiendo a caminar otra vez.Cada parte de mí se siente pesada.Camino por el departamento, buscando su rastro en cada rincón.El sofá donde nos hemos quedado dormidos más veces de las que puedo contar.La cocina donde preparaba café cada mañana, con el cabello desordenado y ese gesto adormilado que siempre me hacía sonreír.La cama…No puedo mirar la cama.Siento que el aire se vuelve más denso. Que el peso de su ausencia me está aplastando el pecho.
Episodio 29: El Punto de No RetornoEl whisky en mis venas es un anestésico barato.No lo suficiente para borrar su rostro de mi cabeza.No lo suficiente para arrancarla de mi piel.Pero sí lo suficiente para hacerme olvidar, aunque sea por unos minutos, que Lena ya no está.La chica de labios rojos se ríe.Dice algo más, pero la música y el alcohol hacen que sus palabras lleguen distorsionadas.No importa.Nada importa.Dejo que sus dedos se deslicen por mi brazo, que su perfume barato se mezcle con mi desesperación, que su sonrisa trate de llenar el vacío que Lena dejó.Pero no lo hace.No puede.Aun así, la dejo acercarse.Aun así, dejo que me bese.Porque tal vez, si cierro los ojos lo suficiente, podré fingir que no estoy aquí.Que no estoy roto.Que no estoy solo.El beso es vacío.Labios contra labios.Fingiendo que hay algo cuando no lo hay.Cuando mis manos la tocan, todo dentro de mí grita que esto está mal.Que no es Lena.Que nunca lo será.Me aparto de golpe, con el coraz
El silencio entre nosotros es un campo minado. Cada respiración, cada pestañeo, cada maldito segundo que pasa sin que uno de los dos diga algo, es un paso en falso que puede hacerlo explotar todo. Lena me mira con los ojos enrojecidos. Yo apenas puedo sostenerle la mirada. Porque si lo hago, si miro demasiado profundo, voy a perder el poco control que me queda. Voy a suplicarle. Voy a rogarle. Voy a hacer cualquier cosa para que no se aleje. Pero ella ya tomó su decisión. Y yo… yo estoy parado al borde del abismo, esperando que me empuje. —Dime algo —susurro, con la voz destrozada. Lena respira hondo. Su pecho sube y baja con esfuerzo, como si cada inhalación le doliera. —No quiero hacerte daño, Elías. Una risa amarga me escapa de los labios. —Demasiado tarde. Lena aprieta los labios. Sus manos tiemblan. Me odia por decirlo en voz alta. Me odia porque es verdad. Pero entonces, en el reflejo de sus ojos, veo otra cosa. No solo dolor. Miedo. No me está dejando porque
El frío de la noche golpea mi rostro cuando salgo del edificio, pero apenas lo siento.Mi mente está en un solo lugar.Lena.Corro. No importa si tropiezo o si el alcohol aún entorpece mis sentidos. Solo sé que tengo que llegar.La voz en el teléfono no dio muchos detalles, solo una dirección y la promesa de que era urgente.Y eso es suficiente para que la desesperación me carcoma por dentro.Lena…¿Qué está pasando?¿Por qué esta persona tiene información sobre ella?Y, lo más importante…¿Por qué su voz me resultó tan familiar?El viaje en taxi es un infierno.Cada semáforo en rojo es una maldición.Cada segundo perdido me envenena el pecho.Cuando finalmente llego, salgo del auto sin esperar el cambio.El lugar es un viejo bar en un callejón estrecho, uno de esos donde la música suena más fuerte de lo que debería y las paredes apestan a tabaco y desesperanza.Mi corazón golpea contra mis costillas mientras busco con la mirada.Hasta que lo veo.El tipo está sentado en una de las me