Abigail creyó haber encontrado el amor eterno en Pietro, pero al descubrir que su esposo solo la desea por su fortuna y que está detrás de la muerte de su padre, su mundo se desmorona. Una discusión llena de tensión los lleva al borde de un accidente, pero en lugar de morir, Abigail despierta en el pasado, justo el día de su boda. Con una segunda oportunidad en sus manos, decide desenmascarar a Pietro y hacer que pague por sus crímenes. Sin embargo, su plan toma un giro inesperado cuando Giorgio Rachad, un alfa enigmático y peligroso, se cruza en su camino. A pesar de la atracción prohibida, ambos deberán enfrentar un mundo que desprecia a Abigail por su naturaleza mestiza. Mientras secretos oscuros emergen y enemigos conspiran para separarlos, Abigail y Giorgio lucharán contra todo para defender lo único que podría salvarlos: un amor que desafía las reglas. ¿Podrá Abigail vengar a su padre y al mismo tiempo abrir su corazón a un futuro que jamás imaginó?
Leer másMiré por la ventana de mi habitación; el sol resplandecía con fuerza, bañando todo con su cálida luz. Volví la mirada a mi lado y ahí estaba Giorgio, su cuerpo desnudo se fundía con las sábanas, fuerte y perfecto. Aunque en su forma animal era imponente, así, humano, sexy y salvaje, era un pecado para la vista.—Deberías dejar de mirarme, o volveré a hacerte mía —murmuró con voz ronca, sin siquiera abrir los ojos.Sonreí y me apoyé sobre un codo.—¿Cómo sabes que te estoy mirando? —pregunté con curiosidad.Sus párpados se alzaron lentamente, revelando esos ojos color chocolate que parecían derretirme por dentro.—Puedo sentirlo —susurró con una sonrisa torcida.Me acerqué y dejé un beso en su mandíbula, saboreando su calor.—Hoy saldremos a pasear —le anuncié con dulzura.—No. Quiero quedarme aquí y hacerte el amor unas cinco veces más —respondió, al tiempo que me rodeaba con sus brazos.Solté una risita y le di un ligero golpe en el pecho antes de apartarme. ¿Acaso creía que yo era s
Era fin de semana y yo solo quería hacer cosas normales con él, olvidar, aunque fuera por un momento, todo lo que había pasado. Así que lo invité a una cita. Giorgio aceptó sin dudarlo.Fuimos al supermercado más cercano a comprar algunos víveres. Por la manera en que miraba a su alrededor, estaba claro que jamás había estado en uno.—¿Qué te gustaría comer hoy? —le pregunté mientras tomaba un enorme pepino y lo agitaba ligeramente.—Creo que soy yo quien debería hacerte la misma pregunta, pero viendo lo que haces, la respuesta es bastante obvia —contestó con su tono arrogante y divertido.Rodé los ojos y dejé el pepino en su lugar, siguiendo mi camino por los pasillos.—¿Solo piensas en sexo? —repliqué, segura de que él estaba detrás de mí. Pero no hubo respuesta.Fruncí el ceño y me giré... solo para encontrarme con una señora de unos cincuenta años que me miraba con el ceño fruncido, como si acabara de presenciar el escándalo del siglo.—Lo siento —balbuceé antes de salir casi corr
Gabriele se miró al espejo con el ceño fruncido. La luz fría del baño iluminaba los moretones que cubrían su mandíbula y el lado izquierdo de su rostro. El recuerdo de los golpes de Giorgio lo llenó de ira. Apretó los dientes, sintiendo la rabia arderle en las venas. Nadie, ni siquiera su hermano, lo humillaba de esa forma sin consecuencias. Tocó el hematoma con la punta de los dedos y siseó de dolor.No. Esto no se quedaría así.Se vistió con un traje oscuro, ajustó los gemelos en las mangas de su camisa y salió de su habitación con paso firme. Su destino estaba claro: tenía que ver a John Dunkel.El camino hasta el territorio de Dunkel fue largo, pero la espera solo alimentó su determinación. Cuando llegó, los guardias le abrieron paso sin cuestionarlo, y en menos de diez minutos estaba sentado frente al infame Alfa, un hombre de mirada gélida y presencia imponente. Ojos negros, cabello ondulado, cayéndole algunos suaves rizos en su frente, algunas canas adornaban su cabello negro.
Llevé a la chica al lugar donde estaban los otros. Al entrar con ella en brazos, uno de ellos se me acercó y me ayudó a sostenerla. Parecía demasiado frágil, su piel estaba helada y sus ojos, inundados de lágrimas, reflejaban un dolor que me era demasiado familiar.—Cuídenla bien. Mañana volveré a ver cómo está —ordené con voz firme, aunque por dentro me carcomía la culpa. El hombre asintió con la cabeza y ajustó mejor el peso de la chica en sus brazos.Ella me miró entonces. Su labio partido temblaba ligeramente, y sus ojos vacíos eran la viva imagen de alguien que había sufrido más de lo que cualquier alma debería soportar. No pude sostenerle la mirada.—Estarás bien aquí —le aseguré, aunque no estaba del todo seguro de ello. La chica no respondió, solo hundió la cabeza en el hombro del hombre que la sostenía, buscando un refugio que yo no podía darle.Me aparté de ellos y salí del lugar. Alessandro me esperaba afuera, apoyado contra el coche con los brazos cruzados. Su expresión de
Salí de mi habitación hecho una furia. Iba a golpear a Gabriele por interrumpirme. Bajé las escaleras con pasos pesados y me dirigí directamente a la oficina donde él me esperaba.—¿Qué carajo haces aquí? —le pregunté con rabia contenida.—Necesitamos hablar. Acompáñame —pidió con seriedad.—No. Ahora lárgate de aquí, y no quiero volver a verte —le advertí con tono gélido.—Es sobre padre.Respiré profundamente. Aunque no quería, acepté ir con él. Todo lo que involucrara a nuestro padre debía tomarse con cuidado. Salimos de la oficina, y cuando me dirigía a la puerta para irnos, Abigail apareció en lo más alto de las escaleras. Me miró en silencio, su expresión era indescifrable.Gabriele me dio un par de golpes en la espalda, instándome a apresurarme. Apreté los dientes y obedecí. Ambos salimos de la casa y nos dirigimos a su coche. El chofer abrió la puerta, entramos y partimos sin intercambiar palabra alguna.El trayecto fue un pesado silencio hasta que el coche se detuvo frente a
Cuando llegué a casa, encontré a Abigail sentada en la cama, con la mirada perdida en la nada. Parecía tan ausente que, por un instante, dudé si siquiera se había dado cuenta de mi presencia. Caminé lentamente hacia ella y me senté a su lado. Fue entonces cuando giró bruscamente la cabeza y me miró. Sus ojos estaban rojos e hinchados, evidencia de que había llorado durante mucho tiempo.—Pietro está con tu hermano —murmuró con voz apagada.Asentí en silencio.—¿Por qué no me lo dijiste? Quiero saberlo todo, sin importar cuán cruel o doloroso sea —pidió, con una súplica latente en su voz.—Gabriele le otorgó el sello de la familia, convirtiéndolo en uno de nuestros aliados. Tendrá beneficios, pero si alguna vez hace algo que ponga en peligro a mi familia o a nuestra especie, será ejecutado sin contemplaciones —le expliqué con frialdad.Abigail no respondió de inmediato. En su lugar, se inclinó hacia mí y me abrazó con una fuerza que reflejaba su miedo. Yo le devolví el gesto, estrechán
Pietro caminó rápidamente hacia mí, su mano fue a mi cuello, apretando con fuerza e impidiéndome respirar. El aire se me escapaba, pero mi mirada fija en él no titubeó ni un segundo. Miré a Gabriele, buscando ayuda, pero él se veía complacido con lo que me estaba haciendo, como si fuera un espectáculo. Agarré su mano y, con todas mis fuerzas, la separé de mi cuello. Tosí un poco, pero me recuperé rápidamente, tomando aire con avidez. Miré a Pietro con rabia, mis dedos aún temblando de la adrenalina, y le di un puñetazo tan fuerte que lo hizo retroceder.—¡Que esta sea la última vez que te atrevas a hacerme daño! ¡No soy tu jodida mascota! —le grité, mi voz llena de furia y desafío.—¡Eres una perra, Abigail! —me gritó Pietro. Su rostro, descompuesto por la rabia, solo alimentó mi determinación. Entonces comencé a reír, una risa amarga y cortante.—Lo soy, y para que te duela más, acabo de follar con Giorgio en su oficina —le dije, saboreando cada palabra.Su rostro se contorsionó, los
Giorgio me pidió no salir de su casa, pero sin él, me sentía muy sola y tenía muchas cosas que hacer, entre ellas volver a la empresa. No podía simplemente dejarle todo en manos de Pietro. Necesitaba volver, enfrentar la situación y también resolver el tema del divorcio. Necesitaba acelerar las cosas y encontrar la manera de no cederle nada de lo mío a ese infeliz.Me puse en marcha. Cuando salí al jardín, Alessandro estaba allí con mala cara. Me acerqué a él y le di una pequeña sonrisa.—¿Puedes llevarme a la oficina?—le pregunté, pero negó con la cabeza enseguida.—No tienes permitido salir—me dijo.El recuerdo de Pietro tratando de encerrarme en casa llegó como una ráfaga.—No pueden tenerme aquí encerrada. No soy el objeto de nadie—le dije, a lo que él se rió.—Ve dentro. No quiero ganarme un problema con Giorgio—me respondió.Claro que no volvería adentro. Ni Giorgio ni nadie tenía el derecho de encerrarme.—O me llevas o me voy en un taxi—le advertí. Pero él no se movió ni un ce
Giorgio me llevó a la habitación, despojándome de cada prenda con una calma que me estremecía. Después me cargó en sus brazos y nos dirigimos al baño. Allí, mientras él se desnudaba, la luz del lugar iluminó su cuerpo, y mi mirada se perdió en lo que parecía ser la perfección hecha carne. Mis manos temblorosas recorrieron cada músculo de su torso, fascinada por la suavidad de su piel oliva, que parecía un pecado tocar.—Eres hermoso —murmuré, evitando sus ojos, como si mantener el contacto visual fuera demasiado para soportar mientras mis dedos seguían explorándolo.Coloqué mis manos sobre sus pectorales, apretando suavemente, embriagada por la sensación de su firmeza. Él me levantó sin esfuerzo y, juntos, nos sumergimos en la bañera. Me senté a horcajadas sobre él, el agua cálida envolviéndonos como un refugio silencioso.—Eres hermosa —susurró con una ligera sonrisa. Sus palabras eran como un bálsamo. Me aferré a él con fuerza, buscando consuelo en la calidez de su piel y en su arom