Gabriela con el peso de un pasado sombrío, marcado por el abuso que sufrió y que la llevó a cometer el peor error de su vida: huir de su boda, dejando, a Ernesto, destrozado en el altar. Con el corazón roto y acosados por los fantasmas de sus demonios, ambos siguen caminos oscuros. Ernesto, convencido de que una nueva relación puede sanar sus heridas, se casa con Sandra Aguirre, pero nada logra reparar las grietas en su alma. Gabriela, por su parte, cae en la trampa de Rodrigo Allem, un hombre que oculta sus verdaderas intenciones detrás de una fachada de dulzura, convirtiéndose en el lobo disfrazado de oveja que condenará aún más su vida. Siete años más tarde, Ernesto y Gabriela se reencuentran, pero la posibilidad de un reencuentro feliz se ve amenazada.
Leer másEl fin de semana llegó con un sol abrasador, y Gabriela decidió llevar a su familia a la playa. La pequeña Ori disfrutaba sintiendo la arena entre sus dedos, su risa resonaba con la brisa marina.Al llegar el fin de semana, Gabriela decidió llevar a su familia a la playa. La pequeña Ori—Mírala, es muy feliz —dijo Rosalía, observándola con ternura—. ¿Has pensado en lo que hablamos anoche? ¿Lo buscarás?—¿Sigues con lo mismo? —respondió Gabriela, con un suspiro cansado—. No importa cuánto insistas, la respuesta seguirá siendo la misma.—Pero hija…—Nada cambiará si lo busco —interrumpió Gabriela, su voz firme—. Nuestra historia fue corta porque así tuvo que ser. ¿Quieres algo de comer? —preguntó, intentando desviar la atención de su madre.—No, yo estoy bien. Tráele algo a la niña —respondió Rosalía, resignada.Gabriela se levantó de la arena y, mientras se dirigía al restaurante, una voz familiar la detuvo en seco.—¡Mi muchacha! —exclamó Gerardo, abrazándola fuertemente—. ¿Cómo has e
Aunque en nuestro camino podamos encontrar espinas que se incrusten en nuestros pies, haciéndonos dudar del camino escogido, contar con el apoyo de quienes nos aprecian es un aliciente para nuestra alma.Los meses avanzaron con sus prisas cotidianas. Tres meses después de la condena de Rodrigo, este murió en medio de una revuelta de presos. Su muerte representó para Gabriela el fin de una era de tormento.Erica cumplió su palabra y se llevó a Gabriela junto con su familia a Chicago. Desde entonces, han trabajado juntas en diversos casos familiares.—Señora Smith, estas fotos que el detective privado obtuvo serán una prueba irrefutable para que el juez le otorgue la custodia de sus hijos y la manutención que la ley exige —dijo Erica con firmeza.—Licenciada Fernández, solo quiero que mis hijos no sufran. Sé que, al lado de su padre, un mujeriego y bebedor sin remedio, no estarán bien —respondió Adriana, con voz temblorosa.—Confíe en mí, todo saldrá bien —afirmó Erica—. Cuando salga, p
Aunque en nuestro camino podamos encontrar espinas que se incrusten en nuestros pies, haciéndonos dudar del camino escogido, contar con el apoyo de quienes nos aprecian es un aliciente para nuestra alma.Los meses avanzaron con sus prisas cotidianas. Tres meses después de la condena de Rodrigo, este murió en medio de una revuelta de presos. Su muerte representó para Gabriela el fin de una era de tormento.Erica cumplió su palabra y se llevó a Gabriela junto con su familia a Chicago. Desde entonces, han trabajado juntas en diversos casos familiares.—Señora Smith, estas fotos que el detective privado obtuvo serán una prueba irrefutable para que el juez le otorgue la custodia de sus hijos y la manutención que la ley exige —dijo Erica con firmeza.—Licenciada Fernández, solo quiero que mis hijos no sufran. Sé que, al lado de su padre, un mujeriego y bebedor sin remedio, no estarán bien —respondió Adriana, con voz temblorosa.—Confíe en mí, todo saldrá bien —afirmó Erica—. Cuando salga, p
La justicia, como una balanza caprichosa, a veces no se inclina a favor de quien clama por ella. Sin embargo, la vida siempre encuentra la manera de apaciguar el corazón de los atormentados.El momento decisivo había llegado. Verónica y Julián trabajaron de forma incansable, armando todo un rompecabezas, para lograr la victoria.El juicio avanzaba en medio de tensiones que sofocaban.—¿Señorita Davis? ¿Conoce usted al acusado? —preguntó Verónica, con una mirada que reflejaba comprensión y osadía.—Así es —respondió Madison, con un temblor en la voz que delataba su terror—. Fui su novia por más de cuatro años.—¿Y en ese tiempo sufrió violencia por parte de él?—Sí; hubo gritos, golpes, manipulaciones psicológicas y más —confesó Madison, con los ojos llenos de lágrimas.—Prueba, uno de la fiscalía —anunció Verónica, reproduciendo unas imágenes en la pantalla para que el jurado las observara con detenimiento—. Estas fotografías muestran el daño al que estuvo sometida la testigo. Además,
Tirada en el suelo, con Rodrigo encima de ella, Gabriela solo veía oscuridad.—Mira, siempre has sido una cuchara rastrera, una pobre diabla a la que ni siquiera su padre amó —espetó Rodrigo, escupiendo en su rostro. Aunque cada palabra desgarraba el corazón de Gabriela, ella se mostró fuerte.—Sí, insúltame todo lo que quieras. Esa es la única forma en la que te puedes sentir un hombre de verdad. ¿Alguna vez te has mirado en el espejo? No le das la talla a ninguno de los hombres que están ahí afuera, y menos si hablamos de él —dijo, golpeando con su rodilla la entrepierna de Rodrigo—. Es tan pequeño, que solo hace sentir cosquillas.—¡Perra! —le volvió a escupir el rostro—. ¡Deja que te abra las piernas! Y así sentirás lo que hace reír.Como una fiera, Rodrigo rasgó su blusa y bajó sus pantalones. Justo cuando estaba a punto de penetrarla, se oyó el estruendo de un disparo que atravesó su hombro derecho.—¿Señorita, se encuentra bien? —preguntó el hombre, extendiendo su mano.Gabriel
El sonido de las gotas de lluvia que caía incesantemente sobre el techo despertó a Gabriela de un sueño intranquilo. Una sensación extraña recorría su cuerpo, una zozobra que se apoderaba de ella sin piedad. De repente, el sonido estridente de su celular rompió el silencio, haciendo que su corazón se acelerara.—¡Hola! ¿Quién es? —preguntó, con voz temerosa.—Iré por ti, no creas que te he olvidado. ¡Las perras como tú no pueden vivir sin su dueño! —La risa maquiavélica de Rodrigo resonó en su oído, colapsando su mundo en un instante.El celular se deslizó de sus manos temblorosas y cayó al suelo con un ruido sordo. Gabriela corrió al cuarto de Ori, donde dormían su madre y su hija.—¡Está aquí! —exclamó, tomando a su hija en brazos—. ¡Ya sabe dónde estoy! Tenemos que irnos.—Calma, mi vida. ¿Qué es lo que sucede? —preguntó su madre, aún adormilada.—Les digo que tenemos que marcharnos, no hay tiempo que perder —insistió Gabriela, con la voz desesperada.Rosalía y Clara la observaban
Tres semanas después.Gabriela abrió los ojos con dificultad, sus párpados pesados, como si el peso de los días inconscientes la mantuviera atada a un abismo. La habitación blanca del hospital parecía una jaula fría y estéril. Su mirada, aún desenfocada, encontró la figura de Erica, su mejor amiga, quien sostenía su mano con fuerza.—Estás a salvo, Gabi. Estoy aquí contigo —murmuró Erica, su voz suave y llena de ternura. Pero aquellas palabras no alcanzaban el vacío oscuro que comenzaba a devorar el pecho de Gabriela.De repente, un recuerdo agudo y cruel atravesó su mente como un rayo: el rostro de su esposo, distorsionado por la ira, la violencia implacable, el dolor. Intentó moverse, pero el peso de la angustia la dejó clavada a la cama.—Mis bebés… ¡¿Dónde están mis hijos?! —preguntó, sintiendo el peso de la realidad.Erica apartó la mirada, su silencio hablaba más fuerte que cualquier explicación.—Ori está bajo mi cuidado —dijo al fin, casi en un susurro—. Está con tu madre y tu
—¡¿A dónde crees que vas?!La voz de Rodrigo retumbó como un trueno antes de que Gabriela sintiera el tirón en su cabello. El dolor la hizo tambalearse, pero lo que más la paralizó fueron las siguientes palabras:—Te lo dejé claro esta mañana. De aquí no sales viva. No voy a ser abandonado… y menos por un gusano como tú.Gabriela quedó congelada, su mente en blanco, como si el mundo se hubiese detenido. Pero no, el mundo seguía girando, solo que ahora parecía estar aplastándola. Un torbellino de pensamientos la asaltó: «Mis hijos. Si hago algo mal, está será una gran tragedia. Todos terminaremos muertos».Consciente de que cualquier paso en falso podría desencadenar una tragedia, tomó aire y optó por la única estrategia que tenía a mano: la sumisión.—Suéltame —suplicó, con un hilo de voz que apenas disimulaba el pánico—. Solo quiero ir al jardín. Ori está inquieta, necesita calmarse.Esperaba que usar el nombre de su hija pequeña ablandara, aunque fuera un poco, la coraza de Rodrigo.
Minutos después, mientras Ernesto aguardaba en el aeropuerto, perdido entre los anuncios de vuelos y los rostros de los viajeros apresurados, Gabriela cruzaba las puertas del bufete del padre de Erica. En su mente resonaba la posibilidad de un nuevo comienzo, uno que iluminara su futuro con promesas de estabilidad y éxito.En el despacho, William Brown la recibió con una sonrisa profesional.—Mucho gusto, soy William Brown. Mi amigo me comentó que buscas una visa de trabajo. Dime, ¿cuentas con experiencia laboral?Gabriela ajustó su postura y respondió con seguridad.—Aquí no he trabajado, pero en mi país fui secretaria en la oficina de un abogado mientras estudiaba. Ayudaba con cartas legales, peticiones de derecho, organizaba su agenda y realizaba otras tareas administrativas.William asintió, evaluando sus palabras.—Comprendo. ¿Puedo ver tu pasaporte?Ella le entregó el documento, y él lo examinó detenidamente antes de hablar.—Es nuevo y veo que este es tu primer viaje. Debes sab