Gabriela con el peso de un pasado sombrío, marcado por el abuso que sufrió y que la llevó a cometer el peor error de su vida: huir de su boda, dejando, a Ernesto, destrozado en el altar. Con el corazón roto y acosados por los fantasmas de sus demonios, ambos siguen caminos oscuros. Ernesto, convencido de que una nueva relación puede sanar sus heridas, se casa con Sandra Aguirre, pero nada logra reparar las grietas en su alma. Gabriela, por su parte, cae en la trampa de Rodrigo Allem, un hombre que oculta sus verdaderas intenciones detrás de una fachada de dulzura, convirtiéndose en el lobo disfrazado de oveja que condenará aún más su vida. Siete años más tarde, Ernesto y Gabriela se reencuentran, pero la posibilidad de un reencuentro feliz se ve amenazada.
Leer másUn año después.Ori se miró en el espejo, incapaz de contener una sonrisa. Y, aun así, la sensación de irrealidad la envolvía por completo. Tantas cosas habían sucedido, Miguel había cumplido su palabra; día tras día estuvo a su lado, haciéndola sentir amada. Pero…—Nunca pensé que llegaría este día —susurró, deslizando los dedos sobre la delicada tela de su vestido.—¿Estás nerviosa? —preguntó Tessa, su hermana, con una sonrisa cómplice.—Un poco… No sé cómo explicarlo. Siempre soñé con este momento, pero ahora que está a punto de volverse realidad, me abruma. ¿Y si se cansa de mí? ¿Si no logro ser una buena esposa?—¿Por qué piensas eso? Él te ama, Ori.—Lo sé… pero desde el nacimiento de Ariel, no me ha tocado. Por más que lo he intentado, siempre encuentra una excusa para evitarme.Tessa frunció el ceño.—¿Se lo has preguntado? Mira, sé que en el pasado fue un verdadero imbécil, pero ha cambiado. Se nota en cómo te mira, en cómo brilla su mirada cuando está contigo… y ni hablar de
La noche había caído, y Ori no podía conciliar el sueño. Una y otra vez, su mente giraba en torno a la misma pregunta: ¿Estaba bien darle otra oportunidad a Miguel? ¿Podría realmente cambiar?—¿Qué debo hacer? —murmuró, acariciando su vientre con dulzura—. No puedo arrebatarte la oportunidad de crecer junto a él…Unos suaves golpes en la puerta la sacaron de su enredo de pensamientos.—¿Qué quieres? —lo miró de reojo, con el cansancio pesando en su voz—. No puedo recibirte ahora. Vete a dormir.Miguel no respondió. En cambio, se acercó, la tomó entre sus brazos y la recostó con cuidado sobre la cama.—¿Qué pretendes? —Ori intentó mantener la calma, pero su corazón la traicionaba con su frenético latido.Miguel la observó con una mezcla de culpa y devoción.—Fui un idiota, Ori. Un imbécil. Estuve a punto de perderte, y si eso hubiera pasado… la muerte habría sido un consuelo.—¿Acaso estás borracho?—No —negó con firmeza—. Estoy aquí porque te amo.Antes de que ella pudiera responder,
Miguel condujo hasta llegar a la casa de su mejor amigo. Era invadido por la felicidad, pero también era carcomido por los gritos de su conciencia. Apenas estacionó, salió del auto apresurado y golpeó la puerta con insistencia.Fernando abrió con el ceño fruncido, pero su expresión cambió al ver a Miguel.—¿Cuándo llegaste? —preguntó, sorprendido.Miguel no pudo contenerse.—¡Está embarazada! ¿¡Puedes creerlo!? ¡Seré padre! —exclamó con una mezcla de euforia y nerviosismo.Fernando parpadeó, asimilando la noticia, y luego sonrió con ironía.—Qué gusto verte, hermano. ¿Cómo estás? Yo estoy bien, ¿y tú? —respondió con sarcasmo.Miguel resopló, impaciente.—No estoy para tus bromas.Fernando cruzó los brazos y apoyó un hombro contra el marco de la puerta.—Vamos, no te he visto en… ¿Qué? ¿Tres o cuatro meses? Y ahora apareces así, soltando una bomba. No esperaba algo así de ti; supongo que la madre es Ori, ¿verdad?—Sí, pero… —El brillo en los ojos de Miguel se apagó por un instante. Miró
Los días siguientes estuvieron llenos de cansancio y malestares para Ori. No sabía con certeza cuántas semanas tenía de embarazo, pero las náuseas y la fatiga no desaparecían. A pesar de las súplicas de sus padres para que aceptara su ayuda económica, ella seguía firme en su decisión de valerse por sí misma.Al principio, encontrar el equilibrio entre el estudio y el trabajo fue un desafío, pero no se dio por vencida. El apartamento donde se estaba quedando era modesto, pero reconfortante. Había iniciado sus controles prenatales, y hasta ahora todo indicaba que su bebé crecía sano.Y finalmente, el día tan anhelado llegó.Ori estaba sentada en la camilla de la consulta, con las manos entrelazadas sobre su vientre aún pequeño, pero ya notoriamente abultado. La pantalla del ecógrafo proyectaba sombras y destellos en la pared, mientras el doctor deslizaba el transductor con suavidad sobre su piel cubierta de gel frío.—Bueno, veamos… —dijo el ginecólogo con una sonrisa cálida, ajustando
El frío se intensificaba con cada minuto que pasaba. La calle estaba vacía, el parque desierto, y la realidad la golpeó de nuevo: estaba sola.Tomó aire y siguió caminando, sus pies adoloridos por el tiempo que llevaba deambulando sin rumbo. No podía permitirse el lujo de detenerse, de rendirse; su bebé dependía de ella.Al llegar a una avenida transitada, vio un pequeño café aún abierto. La luz cálida del interior le resultó reconfortante, como un refugio en medio de su tempestad. Empujó la puerta y entró, frotándose las manos para entrar en calor.—Buenas noches —la saludó una mujer de mediana edad detrás del mostrador—. ¿Puedo ayudarte en algo?—¿Puedo sentarme aquí un momento? —preguntó con voz temblorosa.La mujer la observó con detenimiento. Su ropa estaba ligeramente húmeda, su cabello desordenado y su rostro reflejaba agotamiento.—Por supuesto, cariño —respondió con una sonrisa amable—. Pero dime, ¿estás bien? Pareces necesitar más que un descanso.—Solo… tuve un mal día —bal
El sonido de la voz de su padre hizo que Ori perdiera la poca fuerza que le quedaba. No podía respirar. Su madre seguía mirándola con desprecio, su hermana mantenía la vista baja, y ahora él estaba allí, esperando respuestas.—¡Responde, Oriana! —insistió su madre, con la rabia marcando cada sílaba—. ¡Dime que todo esto es una mentira!Ella continuaba inmóvil; no podía hablar, no podía moverse. Quería gritar que todo era un error, que no era cierto, pero su silencio la delataba.Su padre avanzó un paso, y la dureza de su expresión hizo que Ori retrocediera instintivamente.—¿De qué están hablando? —preguntó, su voz profunda y tensa.—De que nuestra hija se acostó con su propio hermano —espetó su madre, con el asco reflejado en cada palabra.El silencio que siguió fue peor que cualquier grito.—¿Es cierto? —su padre la miró fijamente.Ori no supo qué responder. ¿Para qué mentir ahora? Ya no tenía escapatoria. Bajó la cabeza, sin atreverse a ver la reacción de su padre.—¡Dios santo! —Su
Ori caminaba por las calles, el eco de sus tacones resonaba en el asfalto. Las luces de la ciudad parecían burlarse de ella, reflejando el caos que sentía por dentro.De vuelta en su apartamento, se despojó de la ropa que llevaba, como si con ello pudiera deshacerse también de los recuerdos de la noche.La madrugada se arrastró lentamente, y Ori no podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Miguel invadía su mente. Su mirada intensa, su voz quebrada, la forma en que la había besado con desesperación…Se levantó de la cama de un salto y fue hasta la cocina en busca de agua. Justo cuando iba a tomar el vaso, el timbre sonó. Su estómago se tensó al instante. Miró el reloj. Eran casi las tres de la mañana.Se acercó a la puerta y miró por la mirilla. Al darse cuenta de que era él, su primera reacción fue no abrir. Dejarlo ahí, ignorarlo hasta que se cansara. Pero la sombra en su rostro y la forma en que apoyaba una mano contra el marco de la puerta la hicieron dudar.Respir
El ambiente en el bar era eléctrico, con luces tenues y música que invitaba a perderse en el ritmo. Ori se movía con una confianza renovada, sintiendo las miradas de admiración a su alrededor.Damián, a su lado, no podía ocultar su orgullo y satisfacción al verla disfrutar. Ella dejó que el alcohol quemara su garganta mientras el ritmo vibrante de la música se apoderaba de su cuerpo. Se dejó llevar por la euforia del momento, moviéndose en la pista con la confianza de quien sabe que es observada.A pesar de que se veía feliz, Damián se percataba de que la sombra de Miguel aún persistía.—Sigues pensando en él —murmuró cuando Ori regresó a su lado, con las mejillas encendidas.—No seas ridículo —respondió ella, tomando otro sorbo de su trago—. Estoy aquí contigo, ¿o no?—No necesitas demostrarle nada a nadie, Ori. Mucho menos a ese imbécil.Ella rodó los ojos y dejó el vaso sobre la barra.—Si no vas a divertirte, me buscaré otro compañero de baile.Antes de que Damián pudiera responde
Ori esperó en la esquina de una avenida poco transitada, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. No sabía si era la rabia, la humillación o la tristeza lo que la mantenía de pie, pero lo único que tenía claro era que no iba a dejarse vencer. Las luces de un auto iluminaron su silueta y, segundos después, se detuvo frente a ella. La ventanilla se bajó y apareció el rostro de Damián, su mejor amigo, con el ceño fruncido por la preocupación.—¿Qué demonios pasó? —preguntó apenas Ori se subió al asiento.Ella desvió la mirada, tratando de contener las lágrimas.—Nada que no esperara —respondió con una risa amarga—. Solo que fui una estúpida por creer que Miguel me veía como algo más que una carga.Damián no dijo nada de inmediato. Apretó el volante con fuerza, como si estuviera conteniendo su propia rabia. Finalmente, suspiró y arrancó el auto.—¿Quieres hablar de ello o prefieres que te saque de aquí? —preguntó con suavidad.Ori tomó aire y lo soltó despacio.—Solo llévame a c