El frío se intensificaba con cada minuto que pasaba. La calle estaba vacía, el parque desierto, y la realidad la golpeó de nuevo: estaba sola.Tomó aire y siguió caminando, sus pies adoloridos por el tiempo que llevaba deambulando sin rumbo. No podía permitirse el lujo de detenerse, de rendirse; su bebé dependía de ella.Al llegar a una avenida transitada, vio un pequeño café aún abierto. La luz cálida del interior le resultó reconfortante, como un refugio en medio de su tempestad. Empujó la puerta y entró, frotándose las manos para entrar en calor.—Buenas noches —la saludó una mujer de mediana edad detrás del mostrador—. ¿Puedo ayudarte en algo?—¿Puedo sentarme aquí un momento? —preguntó con voz temblorosa.La mujer la observó con detenimiento. Su ropa estaba ligeramente húmeda, su cabello desordenado y su rostro reflejaba agotamiento.—Por supuesto, cariño —respondió con una sonrisa amable—. Pero dime, ¿estás bien? Pareces necesitar más que un descanso.—Solo… tuve un mal día —bal
Los días siguientes estuvieron llenos de cansancio y malestares para Ori. No sabía con certeza cuántas semanas tenía de embarazo, pero las náuseas y la fatiga no desaparecían. A pesar de las súplicas de sus padres para que aceptara su ayuda económica, ella seguía firme en su decisión de valerse por sí misma.Al principio, encontrar el equilibrio entre el estudio y el trabajo fue un desafío, pero no se dio por vencida. El apartamento donde se estaba quedando era modesto, pero reconfortante. Había iniciado sus controles prenatales, y hasta ahora todo indicaba que su bebé crecía sano.Y finalmente, el día tan anhelado llegó.Ori estaba sentada en la camilla de la consulta, con las manos entrelazadas sobre su vientre aún pequeño, pero ya notoriamente abultado. La pantalla del ecógrafo proyectaba sombras y destellos en la pared, mientras el doctor deslizaba el transductor con suavidad sobre su piel cubierta de gel frío.—Bueno, veamos… —dijo el ginecólogo con una sonrisa cálida, ajustando
Miguel condujo hasta llegar a la casa de su mejor amigo. Era invadido por la felicidad, pero también era carcomido por los gritos de su conciencia. Apenas estacionó, salió del auto apresurado y golpeó la puerta con insistencia.Fernando abrió con el ceño fruncido, pero su expresión cambió al ver a Miguel.—¿Cuándo llegaste? —preguntó, sorprendido.Miguel no pudo contenerse.—¡Está embarazada! ¿¡Puedes creerlo!? ¡Seré padre! —exclamó con una mezcla de euforia y nerviosismo.Fernando parpadeó, asimilando la noticia, y luego sonrió con ironía.—Qué gusto verte, hermano. ¿Cómo estás? Yo estoy bien, ¿y tú? —respondió con sarcasmo.Miguel resopló, impaciente.—No estoy para tus bromas.Fernando cruzó los brazos y apoyó un hombro contra el marco de la puerta.—Vamos, no te he visto en… ¿Qué? ¿Tres o cuatro meses? Y ahora apareces así, soltando una bomba. No esperaba algo así de ti; supongo que la madre es Ori, ¿verdad?—Sí, pero… —El brillo en los ojos de Miguel se apagó por un instante. Miró
La noche había caído, y Ori no podía conciliar el sueño. Una y otra vez, su mente giraba en torno a la misma pregunta: ¿Estaba bien darle otra oportunidad a Miguel? ¿Podría realmente cambiar?—¿Qué debo hacer? —murmuró, acariciando su vientre con dulzura—. No puedo arrebatarte la oportunidad de crecer junto a él…Unos suaves golpes en la puerta la sacaron de su enredo de pensamientos.—¿Qué quieres? —lo miró de reojo, con el cansancio pesando en su voz—. No puedo recibirte ahora. Vete a dormir.Miguel no respondió. En cambio, se acercó, la tomó entre sus brazos y la recostó con cuidado sobre la cama.—¿Qué pretendes? —Ori intentó mantener la calma, pero su corazón la traicionaba con su frenético latido.Miguel la observó con una mezcla de culpa y devoción.—Fui un idiota, Ori. Un imbécil. Estuve a punto de perderte, y si eso hubiera pasado… la muerte habría sido un consuelo.—¿Acaso estás borracho?—No —negó con firmeza—. Estoy aquí porque te amo.Antes de que ella pudiera responder,
Un año después.Ori se miró en el espejo, incapaz de contener una sonrisa. Y, aun así, la sensación de irrealidad la envolvía por completo. Tantas cosas habían sucedido, Miguel había cumplido su palabra; día tras día estuvo a su lado, haciéndola sentir amada. Pero…—Nunca pensé que llegaría este día —susurró, deslizando los dedos sobre la delicada tela de su vestido.—¿Estás nerviosa? —preguntó Tessa, su hermana, con una sonrisa cómplice.—Un poco… No sé cómo explicarlo. Siempre soñé con este momento, pero ahora que está a punto de volverse realidad, me abruma. ¿Y si se cansa de mí? ¿Si no logro ser una buena esposa?—¿Por qué piensas eso? Él te ama, Ori.—Lo sé… pero desde el nacimiento de Ariel, no me ha tocado. Por más que lo he intentado, siempre encuentra una excusa para evitarme.Tessa frunció el ceño.—¿Se lo has preguntado? Mira, sé que en el pasado fue un verdadero imbécil, pero ha cambiado. Se nota en cómo te mira, en cómo brilla su mirada cuando está contigo… y ni hablar de
Año 2005 —¿Y bien? Díganme por qué querían verme aquí —preguntó Rosalía con una voz que intentaba sonar firme mientras observaba las manos temblorosas de su hija.—Vamos, cariño, no tengas miedo —Claudia se inclinó hacia Gabriela, su sobrina, y le dedicó una sonrisa cálida. Sus ojos decían que estaba allí para ayudarla a enfrentar su verdad.—Mamá, yo… —Gabriela intentó hablar, pero las palabras se ahogaban en su garganta. Sentía el sudor helado en su frente y su respiración se volvía cada vez más entrecortada; su corazón golpeaba desbocado en su pecho. Aunque tenía tanto por decir, no lograba encontrar la manera.—Adelante, mi cielo —Claudia la besó en la frente con ternura—. No olvides lo que siempre te he dicho: eres mi mayor tesoro, y te protegeré como una leona.—¿Qué demonios pasa aquí? —La tensión aumentaba y la voz de Rosalía temblaba con impaciencia—. Hija, habla ya. Desde hace meses te noto distante, no quieres hablar conmigo y siempre te refugias en tu tía. ¿Qué está suced
Horas después, Gabriela no podía ignorar el nudo que le apretaba el pecho. A pesar de todo, seguía amando a su madre. El temor por su seguridad la empujó a actuar. Llegó apresurada a la casa, sintiendo que el corazón le iba a estallar. Apenas cruzó la puerta, los gritos la golpearon como un balde de agua helada.—¡Habla ya! ¡No te quedes callado! —vociferaba Rosalía, fuera de sí. Su figura parecía más grande, amenazante, con un cuchillo temblando en su mano—. ¿Abusaste de ella? ¿Te atreviste a lastimarla?—Rosalía, por favor… —Federico, sudoroso y tambaleante, levantó las manos en un gesto de rendición—. Baja eso. No hagas algo de lo que puedas arrepentirte.—¡Cállate y responde! —gritó Rosalía, cada palabra impregnada de un odio visceral—. ¿¡Lo hiciste!?Federico tragó saliva, intentando encontrar algo, cualquier cosa, que lo librara de la furia que lo tenía acorralado.—Tu hija… me provocó. Yo no quería…—¡Maldito! —La voz de Gabriela irrumpió con fuerza desde el umbral. Avanzó con
Recomponernos nunca es sencillo. Por mucho que intentemos arrancar las espinas que nos hieren, el ardor persiste, recordándonos constantemente el dolor.Gabriela lo sabía bien. Resistir los dos años que su madre pasó en prisión por un crimen que no cometió fue una prueba desgarradora. Sin embargo, incluso en medio de las tempestades, encontró un rayo de luz. Logró ingresar a la Universidad Santiago de Cali, donde el destino le presentó a Ernesto Paz Cáceres, hijo de uno de los abogados y empresarios más influyentes del país. Bastó solo un instante, una mirada fugaz, para que ambos quedaran atrapados en un torbellino de emociones. Con el paso de los meses, lo que comenzó como una chispa se transformó en una relación aparentemente irrompible.Gabriela se sentía plena por primera vez en mucho tiempo. Su madre y su tía estaban a su lado, el amor había llegado a su vida, y sus futuros suegros no solo la respetaban, sino que la admiraban. Todo parecía encajar perfectamente. Estaba lista par