SIN SALIDA
El sonido de la voz de su padre hizo que Ori perdiera la poca fuerza que le quedaba. No podía respirar. Su madre seguía mirándola con desprecio, su hermana mantenía la vista baja, y ahora él estaba allí, esperando respuestas.

—¡Responde, Oriana! —insistió su madre, con la rabia marcando cada sílaba—. ¡Dime que todo esto es una mentira!

Ella continuaba inmóvil; no podía hablar, no podía moverse. Quería gritar que todo era un error, que no era cierto, pero su silencio la delataba.

Su padre avanzó un paso, y la dureza de su expresión hizo que Ori retrocediera instintivamente.

—¿De qué están hablando? —preguntó, su voz profunda y tensa.

—De que nuestra hija se acostó con su propio hermano —espetó su madre, con el asco reflejado en cada palabra.

El silencio que siguió fue peor que cualquier grito.

—¿Es cierto? —su padre la miró fijamente.

Ori no supo qué responder. ¿Para qué mentir ahora? Ya no tenía escapatoria. Bajó la cabeza, sin atreverse a ver la reacción de su padre.

—¡Dios santo! —Su
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