El sonido de las gotas de lluvia que caía incesantemente sobre el techo despertó a Gabriela de un sueño intranquilo. Una sensación extraña recorría su cuerpo, una zozobra que se apoderaba de ella sin piedad. De repente, el sonido estridente de su celular rompió el silencio, haciendo que su corazón se acelerara.—¡Hola! ¿Quién es? —preguntó, con voz temerosa.—Iré por ti, no creas que te he olvidado. ¡Las perras como tú no pueden vivir sin su dueño! —La risa maquiavélica de Rodrigo resonó en su oído, colapsando su mundo en un instante.El celular se deslizó de sus manos temblorosas y cayó al suelo con un ruido sordo. Gabriela corrió al cuarto de Ori, donde dormían su madre y su hija.—¡Está aquí! —exclamó, tomando a su hija en brazos—. ¡Ya sabe dónde estoy! Tenemos que irnos.—Calma, mi vida. ¿Qué es lo que sucede? —preguntó su madre, aún adormilada.—Les digo que tenemos que marcharnos, no hay tiempo que perder —insistió Gabriela, con la voz desesperada.Rosalía y Clara la observaban c
Tirada en el suelo, con Rodrigo encima de ella, Gabriela solo veía oscuridad.—Mira, siempre has sido una cuchara rastrera, una pobre diabla a la que ni siquiera su padre amó —espetó Rodrigo, escupiendo en su rostro. Aunque cada palabra desgarraba el corazón de Gabriela, ella se mostró fuerte.—Sí, insúltame todo lo que quieras. Esa es la única forma en la que te puedes sentir un hombre de verdad. ¿Alguna vez te has mirado en el espejo? No le das la talla a ninguno de los hombres que están ahí afuera, y menos si hablamos de él —dijo, golpeando con su rodilla la entrepierna de Rodrigo—. Es tan pequeño, que solo hace sentir cosquillas.—¡Perra! —le volvió a escupir el rostro—. ¡Deja que te abra las piernas! Y así sentirás lo que hace reír.Como una fiera, Rodrigo rasgó su blusa y bajó sus pantalones. Justo cuando estaba a punto de penetrarla, se oyó el estruendo de un disparo que atravesó su hombro derecho.—¿Señorita, se encuentra bien? —preguntó el hombre, extendiendo su mano.Gabriela
La justicia, como una balanza caprichosa, a veces no se inclina a favor de quien clama por ella. Sin embargo, la vida siempre encuentra la manera de apaciguar el corazón de los atormentados.El momento decisivo había llegado. Verónica y Julián trabajaron de forma incansable, armando todo un rompecabezas, para lograr la victoria.El juicio avanzaba en medio de tensiones que sofocaban.—¿Señorita Davis? ¿Conoce usted al acusado? —preguntó Verónica, con una mirada que reflejaba comprensión y osadía.—Así es —respondió Madison, con un temblor en la voz que delataba su terror—. Fui su novia por más de cuatro años.—¿Y en ese tiempo sufrió violencia por parte de él?—Sí; hubo gritos, golpes, manipulaciones psicológicas y más —confesó Madison, con los ojos llenos de lágrimas.—Prueba, uno de la fiscalía —anunció Verónica, reproduciendo unas imágenes en la pantalla para que el jurado las observara con detenimiento—. Estas fotografías muestran el daño al que estuvo sometida la testigo. Además,
Aunque en nuestro camino podamos encontrar espinas que se incrusten en nuestros pies, haciéndonos dudar del camino escogido, contar con el apoyo de quienes nos aprecian es un aliciente para nuestra alma.Los meses avanzaron con sus prisas cotidianas. Tres meses después de la condena de Rodrigo, este murió en medio de una revuelta de presos. Su muerte representó para Gabriela el fin de una era de tormento.Erica cumplió su palabra y se llevó a Gabriela junto con su familia a Chicago. Desde entonces, han trabajado juntas en diversos casos familiares.—Señora Smith, estas fotos que el detective privado obtuvo serán una prueba irrefutable para que el juez le otorgue la custodia de sus hijos y la manutención que la ley exige —dijo Erica con firmeza.—Licenciada Fernández, solo quiero que mis hijos no sufran. Sé que, al lado de su padre, un mujeriego y bebedor sin remedio, no estarán bien —respondió Adriana, con voz temblorosa.—Confíe en mí, todo saldrá bien —afirmó Erica—. Cuando salga, po
El fin de semana llegó con un sol abrasador, y Gabriela decidió llevar a su familia a la playa. La pequeña Ori disfrutaba sintiendo la arena entre sus dedos, su risa resonaba con la brisa marina.Al llegar el fin de semana, Gabriela decidió llevar a su familia a la playa. La pequeña Ori—Mírala, es muy feliz —dijo Rosalía, observándola con ternura—. ¿Has pensado en lo que hablamos anoche? ¿Lo buscarás?—¿Sigues con lo mismo? —respondió Gabriela, con un suspiro cansado—. No importa cuánto insistas, la respuesta seguirá siendo la misma.—Pero hija…—Nada cambiará si lo busco —interrumpió Gabriela, su voz firme—. Nuestra historia fue corta porque así tuvo que ser. ¿Quieres algo de comer? —preguntó, intentando desviar la atención de su madre.—No, yo estoy bien. Tráele algo a la niña —respondió Rosalía, resignada.Gabriela se levantó de la arena y, mientras se dirigía al restaurante, una voz familiar la detuvo en seco.—¡Mi muchacha! —exclamó Gerardo, abrazándola fuertemente—. ¿Cómo has es
Al caer la noche del domingo, Ernesto fue en busca de Gabriela, para llevarla a cenar, su plan de reconquista entraba en marcha.El restaurante, con su ambiente elegante y sofisticado, era el escenario perfecto para su declaración. Las luces tenues y la música suave creaban una atmósfera íntima, ideal para una cena especial. La mesa, adornada con un mantel de lino blanco y velas parpadeantes, estaba situada en un rincón privado, lejos del bullicio del resto del salón.Ernesto, impecablemente vestido con un traje, observaba a Gabriela con una mezcla de nerviosismo y emoción. Ella, radiante en un vestido de noche azul real adornado con apliques de encaje y pedrería, su provocativo escote en V que hacía que Ernesto se perdiera por unos segundos.—Mis ojos están aquí arriba —dijo Gabriela, sonriendo mientras daba un sorbo a su copa de champagne.—Perdóname, pero no puedo ignorar esa vista tan preciosa. ¿Y si mejor nos vamos al hotel? —sugirió Ernesto, con una mirada intensa.—Cálmate un po
Año 2005 —¿Y bien? Díganme por qué querían verme aquí —preguntó Rosalía con una voz que intentaba sonar firme mientras observaba las manos temblorosas de su hija.—Vamos, cariño, no tengas miedo —Claudia se inclinó hacia Gabriela, su sobrina, y le dedicó una sonrisa cálida. Sus ojos decían que estaba allí para ayudarla a enfrentar su verdad.—Mamá, yo… —Gabriela intentó hablar, pero las palabras se ahogaban en su garganta. Sentía el sudor helado en su frente y su respiración se volvía cada vez más entrecortada; su corazón golpeaba desbocado en su pecho. Aunque tenía tanto por decir, no lograba encontrar la manera.—Adelante, mi cielo —Claudia la besó en la frente con ternura—. No olvides lo que siempre te he dicho: eres mi mayor tesoro, y te protegeré como una leona.—¿Qué demonios pasa aquí? —La tensión aumentaba y la voz de Rosalía temblaba con impaciencia—. Hija, habla ya. Desde hace meses te noto distante, no quieres hablar conmigo y siempre te refugias en tu tía. ¿Qué está suced
Horas después, Gabriela no podía ignorar el nudo que le apretaba el pecho. A pesar de todo, seguía amando a su madre. El temor por su seguridad la empujó a actuar. Llegó apresurada a la casa, sintiendo que el corazón le iba a estallar. Apenas cruzó la puerta, los gritos la golpearon como un balde de agua helada.—¡Habla ya! ¡No te quedes callado! —vociferaba Rosalía, fuera de sí. Su figura parecía más grande, amenazante, con un cuchillo temblando en su mano—. ¿Abusaste de ella? ¿Te atreviste a lastimarla?—Rosalía, por favor… —Federico, sudoroso y tambaleante, levantó las manos en un gesto de rendición—. Baja eso. No hagas algo de lo que puedas arrepentirte.—¡Cállate y responde! —gritó Rosalía, cada palabra impregnada de un odio visceral—. ¿¡Lo hiciste!?Federico tragó saliva, intentando encontrar algo, cualquier cosa, que lo librara de la furia que lo tenía acorralado.—Tu hija… me provocó. Yo no quería…—¡Maldito! —La voz de Gabriela irrumpió con fuerza desde el umbral. Avanzó con