La justicia, como una balanza caprichosa, a veces no se inclina a favor de quien clama por ella. Sin embargo, la vida siempre encuentra la manera de apaciguar el corazón de los atormentados.El momento decisivo había llegado. Verónica y Julián trabajaron de forma incansable, armando todo un rompecabezas, para lograr la victoria.El juicio avanzaba en medio de tensiones que sofocaban.—¿Señorita Davis? ¿Conoce usted al acusado? —preguntó Verónica, con una mirada que reflejaba comprensión y osadía.—Así es —respondió Madison, con un temblor en la voz que delataba su terror—. Fui su novia por más de cuatro años.—¿Y en ese tiempo sufrió violencia por parte de él?—Sí; hubo gritos, golpes, manipulaciones psicológicas y más —confesó Madison, con los ojos llenos de lágrimas.—Prueba, uno de la fiscalía —anunció Verónica, reproduciendo unas imágenes en la pantalla para que el jurado las observara con detenimiento—. Estas fotografías muestran el daño al que estuvo sometida la testigo. Además,
Aunque en nuestro camino podamos encontrar espinas que se incrusten en nuestros pies, haciéndonos dudar del camino escogido, contar con el apoyo de quienes nos aprecian es un aliciente para nuestra alma.Los meses avanzaron con sus prisas cotidianas. Tres meses después de la condena de Rodrigo, este murió en medio de una revuelta de presos. Su muerte representó para Gabriela el fin de una era de tormento.Erica cumplió su palabra y se llevó a Gabriela junto con su familia a Chicago. Desde entonces, han trabajado juntas en diversos casos familiares.—Señora Smith, estas fotos que el detective privado obtuvo serán una prueba irrefutable para que el juez le otorgue la custodia de sus hijos y la manutención que la ley exige —dijo Erica con firmeza.—Licenciada Fernández, solo quiero que mis hijos no sufran. Sé que, al lado de su padre, un mujeriego y bebedor sin remedio, no estarán bien —respondió Adriana, con voz temblorosa.—Confíe en mí, todo saldrá bien —afirmó Erica—. Cuando salga, po
El fin de semana llegó con un sol abrasador, y Gabriela decidió llevar a su familia a la playa. La pequeña Ori disfrutaba sintiendo la arena entre sus dedos, su risa resonaba con la brisa marina.Al llegar el fin de semana, Gabriela decidió llevar a su familia a la playa. La pequeña Ori—Mírala, es muy feliz —dijo Rosalía, observándola con ternura—. ¿Has pensado en lo que hablamos anoche? ¿Lo buscarás?—¿Sigues con lo mismo? —respondió Gabriela, con un suspiro cansado—. No importa cuánto insistas, la respuesta seguirá siendo la misma.—Pero hija…—Nada cambiará si lo busco —interrumpió Gabriela, su voz firme—. Nuestra historia fue corta porque así tuvo que ser. ¿Quieres algo de comer? —preguntó, intentando desviar la atención de su madre.—No, yo estoy bien. Tráele algo a la niña —respondió Rosalía, resignada.Gabriela se levantó de la arena y, mientras se dirigía al restaurante, una voz familiar la detuvo en seco.—¡Mi muchacha! —exclamó Gerardo, abrazándola fuertemente—. ¿Cómo has es
Al caer la noche del domingo, Ernesto fue en busca de Gabriela, para llevarla a cenar, su plan de reconquista entraba en marcha.El restaurante, con su ambiente elegante y sofisticado, era el escenario perfecto para su declaración. Las luces tenues y la música suave creaban una atmósfera íntima, ideal para una cena especial. La mesa, adornada con un mantel de lino blanco y velas parpadeantes, estaba situada en un rincón privado, lejos del bullicio del resto del salón.Ernesto, impecablemente vestido con un traje, observaba a Gabriela con una mezcla de nerviosismo y emoción. Ella, radiante en un vestido de noche azul real adornado con apliques de encaje y pedrería, su provocativo escote en V que hacía que Ernesto se perdiera por unos segundos.—Mis ojos están aquí arriba —dijo Gabriela, sonriendo mientras daba un sorbo a su copa de champagne.—Perdóname, pero no puedo ignorar esa vista tan preciosa. ¿Y si mejor nos vamos al hotel? —sugirió Ernesto, con una mirada intensa.—Cálmate un po
El reloj marcaba las seis de la mañana. Gabriela se duchaba mientras Ernesto ordenaba un desayuno ligero. A pesar de su aparente tranquilidad, sus pensamientos lo consumían. La existencia de Sandra era una sombra que no podía ignorar tan fácilmente.—¡Maldita sea! — exclamó en voz baja—. ¿Por qué tuve que casarme con ella? Si hubiera sido más inteligente, todo esto podría haber sido evitado. Pero no.… ahora estoy atrapado. Tengo que encontrar la forma de decirle la verdad a Gabriela, pero este no es el momento.Con una mezcla de frustración y resignación, agarró su teléfono, asegurándose de que estuviera en silencio. Su concentración era tan profunda que no se percató del ruido del agua, cesando ni de la suave presencia de Gabriela, quien había salido del baño y ahora lo observaba.—¿Pasa algo? ¿Estás bien? —preguntó ella con una nota de preocupación en su voz, mientras se sentaba en su regazo.Ernesto se sobresaltó ligeramente, pero rápidamente recobró la compostura.—No es nada — re
La noche cayó como un manto oscuro, y Gabriela se sentía consumida por la angustia. Los recuerdos de cómo Débora la había despreciado la noche antes de su boda con Ernesto la atormentaban, perforando su corazón como dagas afiladas.—Mejor dejemos esto para otro día —suplicó Gabriela desviando la mirada.—¡Mírame! —Ernesto alzó su barbilla—. No tenemos que escondernos. No estamos haciendo nada indebido. Somos dos almas que el destino separó cruelmente, obligándonos a enfrentar momentos amargos. Pero ahora estamos juntos de nuevo. No dejaremos que las opiniones de otros destruyan lo que hemos reconstruido.—Tienes razón —Gabriela sonrió débilmente y respiró profundo—. Entremos.—¡Eres tú! —exclamó el pequeño con los ojos brillando de emoción—. ¿Por qué estás aquí?—Soy amiga de tu papá —contestó Gabriela, agachándose para quedar a su altura—. Y él me invitó. ¿Quieres que sea tu amiga también?—¡Sí! —dijo Miguel con entusiasmo, abrazándola espontáneamente.Gerardo, quien había permanecido
Las semanas siguientes transcurrieron en una calma casi irreal, como si los ecos del pasado se hubieran desvanecido en el olvido. La relación entre Ernesto y Gabriela florecía nuevamente, derribando las barreras que alguna vez los mantuvieron distantes—Señora mía, ¿cómo es eso de que hoy no me dejarás hacer nada? —preguntó Ernesto, su mirada fija en ella como un depredador observando a su presa—. ¿Acaso estoy siendo castigado?Gabriela respondió con una sonrisa traviesa, acercándose a él con pasos pausados y sensuales.—No exactamente —dijo mientras lo ataba con firmeza a la silla—. Hoy los papeles cambian. Ahora soy yo quien tiene el control.Ernesto levantó una ceja, intrigado y claramente encantado por su inesperada osadía. —Esto será interesante.Gabriela tomó su celular y buscó, una tonada sensual que parecía envolverlos como un hechizo. Sus movimientos comenzaron con delicadeza, siguiendo el ritmo con precisión, mientras un aire de misterio y poder la rodeaban.La danza era un
En cuanto llegó a su apartamento, Gabriela buscó a su madre con desesperación. Rosalía, al verla semidesnuda y con el rostro hinchado de tanto llorar, sintió cómo su pecho se quebraba como si dagas afiladas lo atravesaran.—¿Qué te pasó? —preguntó con un nudo en la garganta, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. ¿Quién se atrevió a hacerte esto?Gabriela se lanzó a los brazos de su madre, temblando.—¡Está casado, mamá! —sollozó, aferrándose a ella como si al soltarla se rompiera en mil pedazos—. ¡Se burló de mí! ¿Por qué lo hizo?Rosalía la apartó suavemente, mirándola con horror.—¿De qué me hablas? Yo pensé que… ¿Alguien te hizo daño?—¡No, mamá! —gritó Gabriela, sacudiendo la cabeza con fuerza—. Sabes perfectamente que estaba con Ernesto. A su apartamento llegó una mujer, gritando que es su esposa, mamá. ¡Su esposa! Dijo que perdió a su bebé por culpa de él.Rosalía se quedó inmóvil, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.—¿Su esposa? ¿Cómo es eso posible?—¡Me eng