¡Hola! Es un placer saludarlos de nuevo. A quienes han llegado hasta este momento, le doy las gracias, y pido mil disculpas, por lo inconvenientes presentados. Pero ya la historia esta en orden. Así que los invito a seguirme, y que me dejen sus comentarios y corazones
El reloj marcaba las seis de la mañana. Gabriela se duchaba mientras Ernesto ordenaba un desayuno ligero. A pesar de su aparente tranquilidad, sus pensamientos lo consumían. La existencia de Sandra era una sombra que no podía ignorar tan fácilmente.—¡Maldita sea! — exclamó en voz baja—. ¿Por qué tuve que casarme con ella? Si hubiera sido más inteligente, todo esto podría haber sido evitado. Pero no.… ahora estoy atrapado. Tengo que encontrar la forma de decirle la verdad a Gabriela, pero este no es el momento.Con una mezcla de frustración y resignación, agarró su teléfono, asegurándose de que estuviera en silencio. Su concentración era tan profunda que no se percató del ruido del agua, cesando ni de la suave presencia de Gabriela, quien había salido del baño y ahora lo observaba.—¿Pasa algo? ¿Estás bien? —preguntó ella con una nota de preocupación en su voz, mientras se sentaba en su regazo.Ernesto se sobresaltó ligeramente, pero rápidamente recobró la compostura.—No es nada — re
La noche cayó como un manto oscuro, y Gabriela se sentía consumida por la angustia. Los recuerdos de cómo Débora la había despreciado la noche antes de su boda con Ernesto la atormentaban, perforando su corazón como dagas afiladas.—Mejor dejemos esto para otro día —suplicó Gabriela desviando la mirada.—¡Mírame! —Ernesto alzó su barbilla—. No tenemos que escondernos. No estamos haciendo nada indebido. Somos dos almas que el destino separó cruelmente, obligándonos a enfrentar momentos amargos. Pero ahora estamos juntos de nuevo. No dejaremos que las opiniones de otros destruyan lo que hemos reconstruido.—Tienes razón —Gabriela sonrió débilmente y respiró profundo—. Entremos.—¡Eres tú! —exclamó el pequeño con los ojos brillando de emoción—. ¿Por qué estás aquí?—Soy amiga de tu papá —contestó Gabriela, agachándose para quedar a su altura—. Y él me invitó. ¿Quieres que sea tu amiga también?—¡Sí! —dijo Miguel con entusiasmo, abrazándola espontáneamente.Gerardo, quien había permanecido
Las semanas siguientes transcurrieron en una calma casi irreal, como si los ecos del pasado se hubieran desvanecido en el olvido. La relación entre Ernesto y Gabriela florecía nuevamente, derribando las barreras que alguna vez los mantuvieron distantes—Señora mía, ¿cómo es eso de que hoy no me dejarás hacer nada? —preguntó Ernesto, su mirada fija en ella como un depredador observando a su presa—. ¿Acaso estoy siendo castigado?Gabriela respondió con una sonrisa traviesa, acercándose a él con pasos pausados y sensuales.—No exactamente —dijo mientras lo ataba con firmeza a la silla—. Hoy los papeles cambian. Ahora soy yo quien tiene el control.Ernesto levantó una ceja, intrigado y claramente encantado por su inesperada osadía. —Esto será interesante.Gabriela tomó su celular y buscó, una tonada sensual que parecía envolverlos como un hechizo. Sus movimientos comenzaron con delicadeza, siguiendo el ritmo con precisión, mientras un aire de misterio y poder la rodeaban.La danza era un
En cuanto llegó a su apartamento, Gabriela buscó a su madre con desesperación. Rosalía, al verla semidesnuda y con el rostro hinchado de tanto llorar, sintió cómo su pecho se quebraba como si dagas afiladas lo atravesaran.—¿Qué te pasó? —preguntó con un nudo en la garganta, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. ¿Quién se atrevió a hacerte esto?Gabriela se lanzó a los brazos de su madre, temblando.—¡Está casado, mamá! —sollozó, aferrándose a ella como si al soltarla se rompiera en mil pedazos—. ¡Se burló de mí! ¿Por qué lo hizo?Rosalía la apartó suavemente, mirándola con horror.—¿De qué me hablas? Yo pensé que… ¿Alguien te hizo daño?—¡No, mamá! —gritó Gabriela, sacudiendo la cabeza con fuerza—. Sabes perfectamente que estaba con Ernesto. A su apartamento llegó una mujer, gritando que es su esposa, mamá. ¡Su esposa! Dijo que perdió a su bebé por culpa de él.Rosalía se quedó inmóvil, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.—¿Su esposa? ¿Cómo es eso posible?—¡Me eng
Con el paso de las horas, Gabriela sentía cómo su cuerpo se volvía más pesado. Cada movimiento era un recordatorio del dolor que la consumía, lento, pero implacable, como una sombra que no la dejaba en paz.—¿Qué haces despierta? ¿Vas a trabajar? —preguntó Rosalía desde la sala, sorprendida al ver a Gabriela bajar las escaleras—. Hablé con tu amiga y le avisé que no irías.—Tengo que hacerlo —respondió Gabriela, acariciando el cabello de Ori—. Mantener mi mente ocupada es lo único que me queda. Quedarme enterrada bajo las sábanas, lamentándome, ya no es una opción.—¿Ya te viste al espejo? Estás pálida y con ojeras. Eso refleja tu cansancio —insistió Rosalía, preocupada.—Con un poco de maquillaje se arregla —dijo Gabriela, tratando de sonar segura—. Haré algo ligero para el desayuno, le daré un baño a Ori y luego me arreglaré.Rosalía se quedó en silencio, observándola con preocupación. Gabriela seguía moviéndose como un fantasma en su propia casa.Al terminar de arreglarse, se despi
La brisa de la madrugada golpeaba con fuerza, fría y cortante. Gabriela, desde el balcón, miraba fijamente las estrellas como si en ellas pudiera encontrar una respuesta o un alivio a su tormento interno.—Está haciendo frío —dijo Ernesto, colocándole una manta sobre los hombros.Gabriela no lo miró.—¿No puedes dormir? —insistió él.—No te importa —respondió ella con dureza, girándose—. Y que te quede claro, en cuanto amanezca nos iremos de aquí. Puedes avisarle a tu esposa que tendrá el camino libre. No pienso quedarme a entorpecer su “reconciliación”.Ernesto no dijo nada. Sin quererlo, sus ojos se posaron en las curvas de su cintura. La distancia entre ellos se redujo en un instante. Sin previo aviso, la besó con pasión desmedida, y en cuestión de segundos, sus cuerpos estaban desnudos, unidos en perfecta sincronía.Gabriela quiso resistirse, pero su cuerpo le traicionaba.—¡No hagas esto! —exclamó entre gimoteos, tratando de apartarlo.Sus manos temblaban, la intensidad de las ca
Mientras intentaba adaptarse a su nuevo hogar, Gabriela no podía dejar de pensar en Ernesto.—¡Idiota! —gritó para sí misma—. ¿Por qué no corriste tras de mí? ¿Esto es todo? —suspiró, tratando de contener el llanto.—¿Lo extrañas? —preguntó su tía, acercándose a ella—. No lo niegues. En todo el camino no dejaste de mirar por el retrovisor. Si todavía lo amas, ¿por qué no lo perdonas?Gabriela levantó la mirada.—¿Cómo puedes pedirme eso? —Su voz temblaba—. ¿Acaso te has dejado comprar?Su tía negó con la cabeza, sur expresión serena, pero cargada de una tristeza que solo los años pueden enseñar.—No, Gabriela. No me he vendido. Soy simplemente una mujer que ha vivido lo suficiente para saber que el orgullo y el ego son los sepultureros del amor. Sí, Ernesto te ocultó su matrimonio. Fue un error grave, imperdonable, quizás… pero también ha demostrado que está dispuesto a dejarlo todo por ti. No soy quién para decirte qué hacer, pero si decides dejarlo ir, más te vale estar preparada pa
Las ráfagas de disparos quebraron la frágil paz que aún quedaba. Gabriela, con Ori apretada contra su pecho, corrió junto a su madre y su tía, buscando refugio desesperadamente bajo las camas. Pero el llanto desesperado de la pequeña fue su perdición.—¿De verdad pensaron que podían esconderse? —La voz grave y burlona de uno de los hombres llenó la habitación. Sus ojos oscuros, carentes de humanidad, se clavaron en ellas como cuchillas. Lentamente, levantó su arma, apuntándola directo a la cabeza de Ori.—¡No la lastimes, por favor! —gritó Gabriela, con el corazón a punto de estallar. Las lágrimas corrían por su rostro—. ¡Es solo una niña! ¿Qué quieren de nosotras?El hombre soltó una carcajada seca, cargada de desprecio.—¡Silencio! —rugió, alzando la voz—. No me hagas perder la paciencia, o será lo último que hagan. Tú vendrás conmigo. Ahora.Gabriela sintió que las fuerzas la abandonaban, pero no podía ceder. Miró a su madre y a su tía, que temblaban en silencio; sus rostros reflej