ATRAPADOS

Las ráfagas de disparos quebraron la frágil paz que aún quedaba. Gabriela, con Ori apretada contra su pecho, corrió junto a su madre y su tía, buscando refugio desesperadamente bajo las camas. Pero el llanto desesperado de la pequeña fue su perdición.

—¿De verdad pensaron que podían esconderse? —La voz grave y burlona de uno de los hombres llenó la habitación. Sus ojos oscuros, carentes de humanidad, se clavaron en ellas como cuchillas. Lentamente, levantó su arma, apuntándola directo a la cabeza de Ori.

—¡No la lastimes, por favor! —gritó Gabriela, con el corazón a punto de estallar. Las lágrimas corrían por su rostro—. ¡Es solo una niña! ¿Qué quieren de nosotras?

El hombre soltó una carcajada seca, cargada de desprecio.

—¡Silencio! —rugió, alzando la voz—. No me hagas perder la paciencia, o será lo último que hagan. Tú vendrás conmigo. Ahora.

Gabriela sintió que las fuerzas la abandonaban, pero no podía ceder. Miró a su madre y a su tía, que temblaban en silencio; sus rostros reflej
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