ECOS DEL PASADO

El atardecer comenzaba a asomarse, el cielo teñido de matices grises, como si reflejara las dudas y tormentos que se agitaban en los corazones de Gabriela y Ernesto.

Luego de terminar una exhausta jornada de trabajo, Gabriela se dirigió al parque, se sentó en la banca, mirando alrededor con angustia.

—¿Será posible que no venga? —miró la hora en el reloj—. Son las tres treinta, quizás hoy viene un poco tarde. Solo deseo unos minutos, solo eso te pido, Dios, ten compasión de mí.

Ella no tuvo que esperar mucho. Ernesto apareció, empujando el cochecito de Tessa con movimientos lentos. Gabriela contuvo la respiración, sintiendo que el tiempo se detenía. Se puso de pie, insegura de si debía acercarse o esperar a que él la viera.

Cuando Ernesto alzó la mirada y sus ojos se encontraron, algo en él pareció cambiar. Esa misma sensación de familiaridad, de un pasado olvidado, pero latente, lo invadió una vez más.

Se acercó a ella con pasos cautelosos, deteniéndose a pocos metros.

—Volviste —dij
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