Los gemidos y suspiros se desvanecieron lentamente, dejando solo el sonido de sus respiraciones agitadas. Ernesto y Gabriela yacían entrelazadosErnesto fue el primero en romper el silencio.—Gabriela… — susurró, con los ojos perdidos en el techo—. No sé qué decir. Todo esto es tan… abrumador.Ella se acurrucó en su pecho, buscando su mirada—Lo sé, Ernesto. Pero necesitaba que sintieras, todo el amor que siento por ti, quería demostrarte que todavía existe una pequeña chispa entre nosotros. Y no es solo pasión, es algo más profundo.Ernesto asintió lentamente, aunque su mente seguía sumida en un revoltijo de confusión y deseo.—Gabriela, necesito entender. Necesito saber quiénes somos realmente tú y yo. ¿Desde cuándo nos conocemos? ¿Cómo hemos llegado aquí?Ella cerró los ojos, dejando escapar un suspiro que cargaba el peso de los años. Sabía que la verdad podría quebrarlo todo, pero no había marcha atrás.—Ernesto… —Su voz tembló, pero encontró la fuerza en el vacío de su pecho—. No
Sandra temblaba, sosteniendo el trozo de cristal con manos inseguras, mientras Ernesto la observaba con la mirada fría y desafiante. Su respiración era agitada, y sus ojos reflejaban una mezcla de furia y desesperación.—¿Qué estás esperando, Sandra? —dijo Ernesto, avanzando un paso con la mirada fija en ella—. No me detendrás con amenazas vacías.El trozo de cristal resbaló un poco de las manos de Sandra, dejando un pequeño corte en su palma. Soltó un gemido de dolor, pero no cedió.—¡Tú no lo entiendes, Ernesto! —gritó, su voz quebrándose—. Todo lo que hice fue por nos… Te amo, tú eres mío.—¿Amor? —replicó con desdén—. ¿Crees que manipularme, perseguirme y destrozar todo a tu paso es amor? Sandra, estás loca. Completamente desequilibrada. Y si quieres terminar con esto, ahora mismo… adelante. Será menos trabajo para mí. ¿Sabes lo fácil que sería enterrar tu cadáver y firmar unos papeles?Ernesto dejó escapar una risa amarga.—Bien dicen que, muerto el perro, se acaba la rabia.La f
Laura apenas respiraba, atrapada en el rincón donde había quedado al tropezar. Sus manos temblaban al buscar el teléfono, pero Sandra estaba cada vez más cerca.—Déjame explicarte… No quería escuchar nada, solo… —intentó hablar, su voz quebrándose mientras miraba los ojos de Sandra, inyectados de una mezcla de locura y furia.Sandra ladeó la cabeza. Dio un paso más, quedando justo frente a ella. Con un movimiento lento, se agachó y recogió el teléfono del suelo.—¿Esto es lo que querías usar para traicionarme? —preguntó, su tono burlón. Pero detrás de esa burla se escondía algo oscuro, algo que hizo que el cuerpo de Laura se paralizara.—No… Sandra, yo… —balbuceó Laura, pero sus palabras se apagaron cuando Sandra arrojó el teléfono contra la pared, haciéndolo añicos.—¿Sabes cuál es tu problema, Laurita? —dijo Sandra, con una sonrisa fría—. Siempre has sido una sombra. Una segundona. Y ahora… ahora crees que puedes ser más que eso. Pero no eres más que otra persona dispuesta a apuñala
Las luces rojas y azules parpadeaban en la noche, proyectando sombras danzantes sobre las paredes del vecindario. Policías y paramédicos entraban y salían de la casa, evaluando la escena con miradas de incredulidad y horror. Laura permanecía de pie, con el corazón, latiéndole con fuerza en el pecho, mientras observaba cómo los oficiales intentaban contener a Sandra, que gritaba y se retorcía entre los brazos de dos policías.—¡No es mi culpa! ¡Ella me obligó! —chillaba Sandra, sus ojos desorbitados y sus manos ensangrentadas. Se sacudía con tanta violencia que los policías apenas podían sujetarla.Laura observaba la escena, sintiendo el peso de la realidad en sus hombros. Su hermana estaba completamente perdida en su locura. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cuándo se había quebrado tanto su mente? Tragó saliva, una mezcla de culpa y terror anudándole la garganta.—¡Débora! ¡Aléjate de mí! —gritó Sandra de repente, su mirada perdida en el vacío.—¡Ella ya no está aquí! —respondió Laura, de
Los meses siguientes estuvieron cargados de cambios drásticos. Sandra fue sentenciada a doce años de prisión y, aunque inicialmente se negó a firmar el divorcio, finalmente tuvo que aceptar su derrota. Ernesto, por su parte, gracias a sus intensas sesiones de terapia, comenzó a recuperar sus recuerdos perdidos.—Bueno, Ernesto, eso es todo por hoy —dijo la doctora con firmeza—. Nos veremos de nuevo dentro de ocho días. No olvides la tarea que te he dejado.—La haré al pie de la letra, no la defraudaré. Gracias a usted, ya no me siento vacío.—Ese es mi deber. Ahora, por favor, sal para que mi próximo paciente pueda entrar.Ernesto salió del consultorio, subió a su auto y condujo hasta una pequeña florería. Al bajarse, sintió cómo su corazón se detenía por un instante. A unos metros, un niño delgado y harapiento se acercaba, con la mirada perdida y el rostro sucio.—¡Miguel! —gritó Ernesto, corriendo hacia él—. ¡Eres tú, mi niño! ¡Por fin te he encontrado!El pequeño lo miró con incred
El tiempo marcaba sus pasos, y los días transcurrieron envueltos en armonía. Gracias al amor que lo rodeaba, Miguel volvió a ser un niño feliz y espontáneo. Todo parecía acomodarse en su lugar, y pronto llegó el esperado momento en que Ernesto y Gabriela finalmente se darían el “sí”.El murmullo entre los invitados se apagó en cuanto la música nupcial comenzó a sonar. Ernesto, de pie en el altar, sintió cómo su corazón latía con fuerza dentro de su pecho. Vestía un traje negro perfectamente ajustado, con una camisa blanca inmaculada y una corbata de seda que había elegido especialmente para la ocasión. Sus manos estaban entrelazadas frente a él, pero, aun así, no lograban ocultar el leve temblor.A su lado, Miguel y Ori esperaban ansiosos, vestidos con una ternura encantadora. Miguel, con su pequeño esmoquin negro y una pajarita que apenas lograba mantenerse derecha, sonreía con nerviosismo. Ori, con su vestido blanco vaporoso y una corona de flores sobre su cabello, sostenía un pequeñ
SINOPSIS:Ori anhelaba desesperadamente que Miguel la viera como la mujer que realmente era. Convencida de que su amor podría ser correspondido, decidió entregarle su primera vez en la noche de su cumpleaños número veintidós. Pero su ilusión se hizo pedazos al día siguiente, cuando él, con frialdad, le escupió a la cara que solo le había hecho un favor, porque una "gorda como ella nunca encontraría a alguien que la amara de verdad".Cuatro meses después, Ori descubre que está embarazada. Sus padres los obligan a casarse, condenándola a un matrimonio lleno de desprecio y resentimiento. Ahora, ella solo quiere su libertad… pero irónicamente, es Miguel quien se niega a dejarla ir. CAPÍTULO UNO ¿POR QUÉ NO ME PUEDES AMAR?El reloj marcaba las siete de la noche, y Ori se encontraba frente al espejo, observando su reflejo con una mezcla de nerviosismo y determinación.
El aire entre ellos se volvió espeso, cargado de emociones contenidas durante años. Miguel apartó la mirada, como si esquivar la intensidad en los ojos de Ori pudiera ayudarlo a controlar el torbellino que rugía en su interior. Pero ella no estaba dispuesta a retroceder.—Di algo —exigió Ori en un susurro ahogado por la desesperación.Miguel inspiró hondo, tratando de hallar las palabras correctas, pero ¿qué podía decir? ¿Qué la deseaba más de lo que había deseado a nadie? ¿Qué, en sus noches más solitarias, el pensamiento de ella lo atormentaba? No podía. No debía.—¡Por el amor de Dios, no me jodas! —estalló, apartándose de ella con brusquedad.Ori sintió que algo dentro de ella se resquebrajaba.—Está bien. Sé honesto; dime que no te provoco absolutamente nada —retó, su voz temblando—. Hazlo y prometo que me alejaré para siempre.Miguel apretó los puños. Si tan solo fuera tan sencillo…El silencio se alargó entre ellos hasta que, con un suspiro cargado de resignación, Miguel se pas