El tiempo marcaba sus pasos, y los días transcurrieron envueltos en armonía. Gracias al amor que lo rodeaba, Miguel volvió a ser un niño feliz y espontáneo. Todo parecía acomodarse en su lugar, y pronto llegó el esperado momento en que Ernesto y Gabriela finalmente se darían el “sí”.El murmullo entre los invitados se apagó en cuanto la música nupcial comenzó a sonar. Ernesto, de pie en el altar, sintió cómo su corazón latía con fuerza dentro de su pecho. Vestía un traje negro perfectamente ajustado, con una camisa blanca inmaculada y una corbata de seda que había elegido especialmente para la ocasión. Sus manos estaban entrelazadas frente a él, pero, aun así, no lograban ocultar el leve temblor.A su lado, Miguel y Ori esperaban ansiosos, vestidos con una ternura encantadora. Miguel, con su pequeño esmoquin negro y una pajarita que apenas lograba mantenerse derecha, sonreía con nerviosismo. Ori, con su vestido blanco vaporoso y una corona de flores sobre su cabello, sostenía un pequeñ
SINOPSIS:Ori anhelaba desesperadamente que Miguel la viera como la mujer que realmente era. Convencida de que su amor podría ser correspondido, decidió entregarle su primera vez en la noche de su cumpleaños número veintidós. Pero su ilusión se hizo pedazos al día siguiente, cuando él, con frialdad, le escupió a la cara que solo le había hecho un favor, porque una "gorda como ella nunca encontraría a alguien que la amara de verdad".Cuatro meses después, Ori descubre que está embarazada. Sus padres los obligan a casarse, condenándola a un matrimonio lleno de desprecio y resentimiento. Ahora, ella solo quiere su libertad… pero irónicamente, es Miguel quien se niega a dejarla ir. CAPÍTULO UNO ¿POR QUÉ NO ME PUEDES AMAR?El reloj marcaba las siete de la noche, y Ori se encontraba frente al espejo, observando su reflejo con una mezcla de nerviosismo y determinación.
El aire entre ellos se volvió espeso, cargado de emociones contenidas durante años. Miguel apartó la mirada, como si esquivar la intensidad en los ojos de Ori pudiera ayudarlo a controlar el torbellino que rugía en su interior. Pero ella no estaba dispuesta a retroceder.—Di algo —exigió Ori en un susurro ahogado por la desesperación.Miguel inspiró hondo, tratando de hallar las palabras correctas, pero ¿qué podía decir? ¿Qué la deseaba más de lo que había deseado a nadie? ¿Qué, en sus noches más solitarias, el pensamiento de ella lo atormentaba? No podía. No debía.—¡Por el amor de Dios, no me jodas! —estalló, apartándose de ella con brusquedad.Ori sintió que algo dentro de ella se resquebrajaba.—Está bien. Sé honesto; dime que no te provoco absolutamente nada —retó, su voz temblando—. Hazlo y prometo que me alejaré para siempre.Miguel apretó los puños. Si tan solo fuera tan sencillo…El silencio se alargó entre ellos hasta que, con un suspiro cargado de resignación, Miguel se pas
Ori esperó en la esquina de una avenida poco transitada, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. No sabía si era la rabia, la humillación o la tristeza lo que la mantenía de pie, pero lo único que tenía claro era que no iba a dejarse vencer. Las luces de un auto iluminaron su silueta y, segundos después, se detuvo frente a ella. La ventanilla se bajó y apareció el rostro de Damián, su mejor amigo, con el ceño fruncido por la preocupación.—¿Qué demonios pasó? —preguntó apenas Ori se subió al asiento.Ella desvió la mirada, tratando de contener las lágrimas.—Nada que no esperara —respondió con una risa amarga—. Solo que fui una estúpida por creer que Miguel me veía como algo más que una carga.Damián no dijo nada de inmediato. Apretó el volante con fuerza, como si estuviera conteniendo su propia rabia. Finalmente, suspiró y arrancó el auto.—¿Quieres hablar de ello o prefieres que te saque de aquí? —preguntó con suavidad.Ori tomó aire y lo soltó despacio.—Solo llévame a c
El ambiente en el bar era eléctrico, con luces tenues y música que invitaba a perderse en el ritmo. Ori se movía con una confianza renovada, sintiendo las miradas de admiración a su alrededor.Damián, a su lado, no podía ocultar su orgullo y satisfacción al verla disfrutar. Ella dejó que el alcohol quemara su garganta mientras el ritmo vibrante de la música se apoderaba de su cuerpo. Se dejó llevar por la euforia del momento, moviéndose en la pista con la confianza de quien sabe que es observada.A pesar de que se veía feliz, Damián se percataba de que la sombra de Miguel aún persistía.—Sigues pensando en él —murmuró cuando Ori regresó a su lado, con las mejillas encendidas.—No seas ridículo —respondió ella, tomando otro sorbo de su trago—. Estoy aquí contigo, ¿o no?—No necesitas demostrarle nada a nadie, Ori. Mucho menos a ese imbécil.Ella rodó los ojos y dejó el vaso sobre la barra.—Si no vas a divertirte, me buscaré otro compañero de baile.Antes de que Damián pudiera responde
Ori caminaba por las calles, el eco de sus tacones resonaba en el asfalto. Las luces de la ciudad parecían burlarse de ella, reflejando el caos que sentía por dentro.De vuelta en su apartamento, se despojó de la ropa que llevaba, como si con ello pudiera deshacerse también de los recuerdos de la noche.La madrugada se arrastró lentamente, y Ori no podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Miguel invadía su mente. Su mirada intensa, su voz quebrada, la forma en que la había besado con desesperación…Se levantó de la cama de un salto y fue hasta la cocina en busca de agua. Justo cuando iba a tomar el vaso, el timbre sonó. Su estómago se tensó al instante. Miró el reloj. Eran casi las tres de la mañana.Se acercó a la puerta y miró por la mirilla. Al darse cuenta de que era él, su primera reacción fue no abrir. Dejarlo ahí, ignorarlo hasta que se cansara. Pero la sombra en su rostro y la forma en que apoyaba una mano contra el marco de la puerta la hicieron dudar.Respir
El sonido de la voz de su padre hizo que Ori perdiera la poca fuerza que le quedaba. No podía respirar. Su madre seguía mirándola con desprecio, su hermana mantenía la vista baja, y ahora él estaba allí, esperando respuestas.—¡Responde, Oriana! —insistió su madre, con la rabia marcando cada sílaba—. ¡Dime que todo esto es una mentira!Ella continuaba inmóvil; no podía hablar, no podía moverse. Quería gritar que todo era un error, que no era cierto, pero su silencio la delataba.Su padre avanzó un paso, y la dureza de su expresión hizo que Ori retrocediera instintivamente.—¿De qué están hablando? —preguntó, su voz profunda y tensa.—De que nuestra hija se acostó con su propio hermano —espetó su madre, con el asco reflejado en cada palabra.El silencio que siguió fue peor que cualquier grito.—¿Es cierto? —su padre la miró fijamente.Ori no supo qué responder. ¿Para qué mentir ahora? Ya no tenía escapatoria. Bajó la cabeza, sin atreverse a ver la reacción de su padre.—¡Dios santo! —Su
El frío se intensificaba con cada minuto que pasaba. La calle estaba vacía, el parque desierto, y la realidad la golpeó de nuevo: estaba sola.Tomó aire y siguió caminando, sus pies adoloridos por el tiempo que llevaba deambulando sin rumbo. No podía permitirse el lujo de detenerse, de rendirse; su bebé dependía de ella.Al llegar a una avenida transitada, vio un pequeño café aún abierto. La luz cálida del interior le resultó reconfortante, como un refugio en medio de su tempestad. Empujó la puerta y entró, frotándose las manos para entrar en calor.—Buenas noches —la saludó una mujer de mediana edad detrás del mostrador—. ¿Puedo ayudarte en algo?—¿Puedo sentarme aquí un momento? —preguntó con voz temblorosa.La mujer la observó con detenimiento. Su ropa estaba ligeramente húmeda, su cabello desordenado y su rostro reflejaba agotamiento.—Por supuesto, cariño —respondió con una sonrisa amable—. Pero dime, ¿estás bien? Pareces necesitar más que un descanso.—Solo… tuve un mal día —bal